Una de las enseñanzas más conocidas, y al mismo tiempo más desoídas del Señor Jesús, es esta:
“Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas” (Mt 6:24).
Estas palabras las pronunció como parte de Su Sermón del Monte (Mateo 5-7), en el que enseña que es una necedad acumular tesoros en la tierra:
“... donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan” (Mt 6:19-20).
En cambio, el Señor nos insta a acumular tesoros en el cielo, donde durarán para siempre.
El obstáculo que nos impide invertir sabiamente es el corazón. Donde esté nuestro tesoro, allí estará nuestro corazón (Mt 6:21). Seguimos lo que cultivamos en nuestro corazón, y el Señor deja en claro que no podemos servir a dos amos, o dos señores.
Un amo/señor es todo aquello que nos esclaviza (Ro 6:16). El dinero, el sexo y la lujuria en general son los amos más evidentes de la mayoría de las personas. En la advertencia del Señor de que no podemos servir a dos amos/señores, especifica que el dinero es un amo/señor que se opone a Dios.
El llamado del Señor Jesús a seguirlo es un llamado a abandonar todos los otros amos/señores en nuestra vida. Llamó a Mateo cuando esta en su puesto de recaudación de impuestos (Mt 9:9). Mateo obedeció y se alejó de la riqueza asociada a su trabajo y de los tratos sucios asociados con el mismo.
El Señor Jesús llamó a Pedro, a Santiago y a Juan cuando estaban ocupados en su prolífico negocio de la pesca (Mr 1:16-18). Obedecer el llamado del Señor significó para ellos que dejaran atrás todo lo que conocían, todo para lo que habían trabajado.
El Señor Jesús llamó a Su servicio a Pablo, un fariseo exitoso, con las palabras:
“Yo le mostraré cuánto le es necesario padecer por mi nombre” (Hch 9:16).
Esas palabras nunca aparecerán en una campaña evangelística ni publicitaria masiva del cristianismo, aunque deberían, porque esto es lo que significa seguir al Señor Jesús (Lc 9:23). Debemos dejar todo lo demás, sin importar el costo (Mt 10:34-39).
El Señor se describe a Sí mismo como “celoso” (Ex 34:14). Esto significa que Él mantiene a los que son Suyos muy cerca y bajo un ojo muy estricto. Él es justamente celoso de nuestros afectos porque fuimos creados para amarlo y servirlo solo a Él (Col 1:16). No es celoso por Sí mismo, porque no necesita nada de nosotros (Sal 50:9-10). Es celoso por nosotros porque somos nosotros quienes lo necesitamos a Él (Mr 12:30; Mt 22:37).
Cuando servimos a otro amo/señor, como el dinero, nos privamos de todo aquello para lo que fuimos creados por Dios, y le robamos Su legítima adoración.
El derecho que el Señor Jesús tiene sobre nosotros es exclusivo. Él nos compró con Su propia sangre y nos liberó de nuestro antiguo amo/señor, el pecado (1 Co 6:20; 7:23; Ro 6:17). Él no comparte Su señorío con nadie.
Durante el tiempo que el Señor Jesús anduvo en la tierra muchas personas lo siguieron durante un tiempo y luego lo abandonaron: porque su devoción era superficial (Lc 9:57-62). Querían algo que el Señor ofrecía, pero no estaban comprometidos con Él (Mr 10:17-22). Otras cosas eran más importantes. Querían servir a dos señores. La persona de Jonatán viene a la mente en este respecto: Reconoció que Dios había elegido a David como el siguiente rey de Israel, pero aún así permaneció en el reino con su padre Saúl, a pesar que sabía que el Señor lo había rechazado. Finalmente murió con su padre a manos de los enemigos de Israel (ver Jonatán).
No podemos servir a dos señores porque, como dice el Señor Jesús, acabaremos odiando a uno y amando al otro. Es natural. Los amos opuestos exigen cosas diferentes y conducen por caminos distintos. El Señor va en una dirección, y nuestra carne y el mundo van en la otra. Hay que hacer una elección. Cuando seguimos a Cristo, debemos morir a todo lo demás, o no lo lograremos; seremos como algunas de las semillas de la parábola del Señor (Lc 8:5-15): sólo una parte de esas semillas dio realmente fruto. Algunas brotaron al principio, pero luego se marchitaron y murieron. No estaban profundamente arraigadas en una buena tierra.
Si intentamos servir a dos amos, tendremos lealtades divididas y, cuando las dificultades del discipulado choquen con la seducción del placer carnal, la atracción magnética de la riqueza y el éxito mundano nos alejarán de Cristo (2 Ti 4:10).
El llamado a la piedad va en contra de nuestra naturaleza pecaminosa. Sólo con la ayuda del Espíritu Santo podemos permanecer dedicados a un solo Amo, a un solo Señor, a un solo Maestro (Jn 6:44).
La amplitud de esta enseñanza también arrasa con mucho de lo que hoy en día pasa por cristianismo. Pastores y predicadores profesionales sirven a sus iglesias y denominaciones por encima del Señor. Allí donde aparece una contradicción entre lo que la Palabra del Señor dice y lo que su iglesia/denominación dice, siempre optan por obedecer a esta última porque es la que les paga su salario. Son clérigos profesionales, asalariados más que siervos del Señor (Jn 10:12-13). Al Señor se lo sirve obedeciendo Su Palabra incluso cuando la iglesia tiene una posición diferente. O servimos al Señor, o servimos a la tradición eclesiástica del hombre.
El discípulo abnegado del Señor ampliará mucho más la aplicación personal de:
“Ninguno puede servir a dos señores”.
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