La Biblia tiene mucho que decir sobre la hechicería, la brujería y el ocultismo en general.
La brujería y sus muchos derivados, tales como la adivinación (predecir el futuro o descubrir cosas ocultas mediante supuestos poderes sobrenaturales o rituales) y la nigromancia (comunicación con los espíritus de los muertos), son falsificaciones de Satanás de la espiritualidad verdadera. La Biblia condena expresamente todas las formas de brujería, hechicería y ocultismo llamándolas obras de la carne (Gl 5:19-21), y nos advierte que:
“... los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios” (Gl 5:21).
Desde los primeros tiempos, la gente ha buscado experiencias sobrenaturales que Dios no aprueba. Las naciones que rodeaban la Tierra Prometida estaban saturadas de tales prácticas, y Dios habló severamente a Su pueblo sobre cualquier relación que tuvieran con ellas. Deuteronomio 18:9-12 dice:
“Cuando entres a la tierra que el Señor tu Dios te da, no aprenderás a hacer según las abominaciones de aquellas naciones. No sea hallado en ti quien haga pasar a su hijo o a su hija por el fuego, ni quien practique adivinación, ni agorero, ni sortílego, ni hechicero, ni encantador, ni adivino, ni mago, ni quien consulte a los muertos. Porque es abominación para con el Señor cualquiera que hace estas cosas” (Dt 18:9-12).
Para Dios la brujería/hechicería/ocultismo es algo muy serio. Según la Ley Mosaica, la pena por practicar las “artes oscuras” o cualquier forma de ocultismo era la muerte (Ex 22:18; Lv 20:27).
1 Crónicas 10:13 nos dice:
“Así murió Saúl por su rebelión con que prevaricó contra el Señor, contra la palabra del Señor, la cual no guardó, y porque consultó a una adivina” (1 Cr 10:13).
En el Nuevo Testamento, las palabras hechicería y brujería se traducen de la palabra griega pharmakeia (Gl 5:20; Ap 18:23), de donde también obtenemos nuestra palabra farmacia y fármacos.
La brujería y el espiritismo a menudo implican el uso ritual de pociones mágicas y drogas que controlan la mente. El uso de drogas que alteran la química cerebral generalmente abre a una persona a la invasión de espíritus demoníacos. Participar en una práctica ocultista y tomar una sustancia para lograr un estado alterado de conciencia es una forma de brujería.
Sólo hay dos fuentes de poder espiritual: Dios y Satanás. Satanás sólo tiene el poder que Dios le permite tener, un poder bastante grande, formidable desde nuestro de punto de vista humano (Job 1:12; 2 Co 4:4; Ap 20:2).
Buscar experiencias espirituales, el conocimiento o alguna forma de poder místico aparte de Dios es idolatría, que está relacionada con la brujería.
1 Samuel 15:23 dice:
“Porque como pecado de adivinación es la rebelión, y como ídolos e idolatría la obstinación” (1 S 15:23).
La brujería y la hechicería, junto con el ocultismo y el misticismo, son prácticas y creencias del reino de Satanás, quien de esta manera trata de falsificar lo que hace Dios.
Cuando Moisés realizó milagros ante el Faraón, los magos hicieron lo mismo a través del poder de Satanás (Ex 8:7). La esencia de las prácticas ocultas es el deseo de conocer el futuro y tratar de controlar eventos que no nos corresponden (y no podemos, en realidad) controlar. Este poder sólo pertenece al Señor. Este deseo en los humanos tiene sus raíces en la primera tentación de Satanás a Eva:
“Seréis como Dios” (Gn 3:5).
Desde el Jardín del Edén, el principal objetivo de Satanás ha sido desviar los corazones humanos de la adoración al Dios verdadero (Gn 3:1). Él atrae a los humanos con insinuaciones de poder, autorrealización e iluminación espiritual aparte de la sumisión al Señor. La hechicería no es más que otra rama de esa seducción satánica. Involucrarse en la hechicería de cualquier manera es entrar en el reino de Satanás. El envolvimiento moderno aparentemente “inofensivo” con la brujería incluye el horóscopo, el tablero Ouija, rituales de meditación orientales, los videojuegos y juegos de rol.
Cualquier práctica que se adentre en una fuente de poder que no sea el Señor Jesucristo es brujería, hechicería y ocultismo.
Apocalipsis 22:15 incluye a las brujas y a los hechiceros en una lista de las personas que no heredarán la vida eterna:
“Mas los perros estarán fuera, y los hechiceros, los fornicarios, los homicidas, los idólatras, y todo aquel que ama y hace mentira” (Ap 22:15).
No tenemos que temer el poder de Satanás, pero debemos respetarlo y alejarnos de él. 1 Juan 4:4 dice:
“Mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo” (1 Jn 4;4).
Satanás puede causar muchos estragos, daños y destrucción, incluso en la vida de los creyentes (1 Ts 2:18; Job 1:12-18; 1 Co 5:5). Sin embargo, si nos sometemos al Señor Jesucristo, podemos ser librados de él (Is 54:17).
“Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros” (Stg 4:7).
Somos vencedores en Cristo (1 Jn 5:4), pero sólo si obedecemos esta orden:
“Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo” (Ef 6:11).
Cuando entregamos nuestras vidas a Cristo, debemos arrepentirnos de todo tipo y forma de pecado. Este arrepentimiento debe incluir la renuncia a cualquier relación con la hechicería y cualquier forma de ocultismo, siguiendo el ejemplo de los primeros creyentes en Hechos 19:19.
Isaías 8:19 dice:
“Y si os dijeren: Preguntad a los encantadores y a los adivinos, que susurran hablando, responded: ¿No consultará el pueblo a su Dios? ¿Consultará a los muertos por los vivos?” (Is 8:19).
Si seguimos estas palabras hasta su conclusión lógica, podríamos preguntarnos: “¿Por qué buscar cualquier poder aparte de la fuente de todo poder real? ¿Por qué buscar espíritus que no son el Espíritu Santo?”.
La hechicería y sus muchas contrapartes prometen liberación, bienestar y control, pero sólo conducen al vacío y a la muerte (Miq 5:12; Gl 5:19-21). Sólo el Señor Jesús tiene palabras de vida eterna (Jn 6:68).
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