
“Besados serán los labios del que responde palabras rectas” (Pr 24:26).
Un discurso excelente, respuestas apropiadas y palabras certeras son cosas maravillosas. Los justos perciben de inmediato y respetan este uso sabio del lenguaje. Amarán al hombre que responda bien y con labios nobles. Aquí hay una meta para sabios y justos: poseer un discurso excelente.
La lengua y los labios, la facultad del habla, son potentes herramientas para el bien o el mal. En muchos proverbios y en otras partes de la Biblia, se advierte enfáticamente a los hombres contra el mal uso de la lengua y se les exhorta a que la usen sabiamente (Pr 10:19; 12:18; 15:4; 18:21; Stg 1:19; 3: 2-10).
Una de las rutas más directas a la sabiduría y a la piedad es aprender a hablar de manera correcta. El habla mala o apresurada es la característica del necio (Pr 17:28; 18:7; Ec 5:3). Pero las palabras correctas y las respuestas pertinentes son las señales distintivas del justo (Pr 10:20; 25:11).
Un hombre sabio con el uso virtuoso de su boca puede alimentar a muchos (Pr 15:4,23; 10:21). Y los justos aman a los que hablan bien (Pr 12:14; 16:13; 22:11; Job 6:25). Este proverbio exalta la belleza de quienes que dan fácilmente respuestas correctas (Pr 24:23-25).
El discurso excelente es por el uso diligente de las reglas de Salomón. Requiere preparación (Pr 15:28), consideración (Pr 25:8), humildad (Pr 26:12), brevedad (Pr 17:27), discreción (Pr 26:4-5), palabras certeras ( Pr 22:21), y bondad (Pr 22:11).
Una de las reglas básicas para el éxito profesional es la palabra amable que proviene de un corazón puro (Sal 22:11), porque los sabios hablan con gracia (Ec 10:12). Incluso los incrédulos en cargos importantes y poderosos honrarán a la persona que habla con rectitud (Pr 16:13). ¿Puedes mejorar tu discurso?
Una de las reglas básicas para el éxito social es hablar con gracia. Una mujer que aprende a ser amable con sus palabras siempre será estimada por los demás (Pr 11:16; 31:26). Son las palabras suaves y amables las que ganan el corazón de la gente, incluso si la persona que las pronuncia está enojada (Pr 15:1; 25:15), porque demuestra que además tiene autocontrol.
Pablo escribió:
“Sea vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal, para que sepáis cómo debéis responder a cada uno” (Col 4:6).
El apóstol sabía que el propósito y objetivo del discurso cristiano es la edificación del oyente (Ef 4:29). ¿Proporcionan tus palabras salud a los oyentes, o los dejas sangrando? (Pr 12:18; 16:24)
El Señor Jesús es el Maestro de las respuestas correctas (Mt 22:46). Cuando habló al público en general, este se asombró (Mt 7:28-29). Y considera con gran atención cómo respondió a la malicia de los judíos cada vez que intentaron atraparlo en Sus palabras: los avergonzó en el acto, pero con tanta gracia y sabiduría que terminaron por exclamar:
“¡Jamás hombre alguno ha hablado como este hombre!” (Jn 7:46).
También bendijo a Sus discípulos con sabiduría y palabra para confundir a sus enemigos, incluso sin preparación (Lc 21:12-15). El diácono Esteban atrajo el odio de los judíos sobre él por su incapacidad para resistir su sabio discurso inspirado por el Espíritu de Cristo (Hch 6:10). Si se describe a Sus predicadores como de pies hermosos (Is 52:7; Ro 10:15), ¿no deberían también ser besados en los labios, ya que traen buenas nuevas?
Es tu deber cristiano crecer en la habilidad de enseñar y defender la verdad del evangelio, con gracia. Pablo reprendió a los santos hebreos por su falta de progreso en la enseñanza (He 5:12-14). Y Pedro exhorta a sus lectores a estar “preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros” (1 P 3:15).
¿Son tus labios dignos de ser besados a causa de tus palabras?
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