Thursday, October 30, 2025

LA OVEJA PERDIDA



Un pastor tenía cien ovejas. Amaba a cada una de ellas y las guardaba en un redil que tenía en un agradable valle en las montañas. El valle era un lugar seguro (Sal 23:1-2), pero las montañas eran peligrosas. 

De vez en cuando, el pastor llevaba a sus ovejas a un lugar alejado en las montañas para encontrar mejor pasto. El pastor cuidaba de sus ovejas, llamaba a cada una por su nombre, las protegía y luego las llevaba de vuelta a la seguridad del redil antes de que se oscureciera. Hacía eso todos los días.

Pero en una ocasión, cuando llegaron al redil, mientras el pastor contaba las ovejas a medida que pasaban por la puerta, contó solo noventa y nueve ovejas. Una de las ovejas todavía estaba en la montaña. Curiosa por el mundo que la rodeaba, esa oveja se había quedado atrás. Hierbas verdes la apartaron del sendero. Se detuvo para investigar flores, árboles y arbustos que nunca antes había visto ni olido. Cautivada por sus descubrimientos, no escuchó la voz del pastor cuando llamó a su rebaño para reunirlas,  y se quedó atrás. Cuando llegó la noche, se dio cuenta de que estaba sola y lejos de casa. Tuvo miedo y comenzó a correr. En su confusión, se extravió. No pudo encontrar al pastor, a las otras ovejas, ni el camino a casa.

Cayó la noche y vino una tormenta. La oveja perdida se acurrucó debajo de un arbusto, mojada y triste. Por fin los truenos y la lluvia cesaron. Los ruidos y las sombras de la noche la asustaron y empezó a correr de nuevo, sin dirección ni sentido. Las espinas la desgarraron y comenzó a sangrar. Detrás de ella, lobos aulladores encontraron sus huellas y partieron en su busca.

Cuando el pastor se dio cuenta de que faltaba una oveja, cerró la puerta del redil, tomó su cayado y regresó a la montaña. El pastor también enfrentó la misma tormenta: la misma lluvia, los mismos truenos, la misma oscuridad. También tenía hambre y frío y estaba mojado, como lo estaba su oveja perdida. A menudo se detuvo para llamarla, sabiendo que reconocería su voz; pero no oyó ninguna respuesta. Aunque estaba cansado, continuó buscándola. 

Cuando el pastor escuchó los aullidos de los lobos a lo lejos, supo que su oveja estaba cerca, pero en gran peligro. Corrió en la dirección que le señalaban los aullidos de los lobos. ¿Podría rescatar a su oveja antes de que fuera demasiado tarde?

La oveja perdida también escuchó los aullidos de los lobos. Continuó corriendo hasta que estuvo tan débil y exhausta que no pudo dar otro paso. Sabía que los  lobos la estaban rodeando en un lugar en el que no tenía ninguna escapatoria. La escena era sobrecogedora. La oveja estaba atrapada por espinos cerca del borde de una quebrada. Estaba sangrando, exhausta y rodeada de lobos. Demasiado agotada para correr, ciega por la oscuridad de la noche, aterida de frío y oliendo el olor de su propia sangre, supo que estaba perdida. Lo único que podía hacer era gemir lastimosamente hasta que los colmillos de los lobos la devorasen.

Pero el pastor llegó corriendo al lugar donde estaban los lobos, disputándose el lugar del primero en clavarle los colmillos a su presa. Valientemente se enfrentó a los lobos y los ahuyentó con piedras y su cayado. Tanteando el borde de la quebrada y llamándola por su nombre, dio con su oveja enredada entre los espinos. Él también sangró al desgarrarse la piel de las manos intentando asirla. Finalmente la cogió y la alejó de la quebrada. Lavó sus heridas y las ungió con aceite. La tomó en sus brazos y con ternura la llevó a casa. La oveja perdida había sido rescatada. 

“Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino” (Is 53:6).

Todos somos como la oveja perdida. El Señor Jesús, el Buen Pastor, nos ama y tiene un lugar seguro para nosotros. Pero tenemos un enemigo que quiere destruir nuestra alma. Satanás nos tienta con muchas cosas, prometiéndonos seguridad, éxito y diversión. Al final, sus promesas de felicidad y realización son todas mentiras (Jn 8:44). Frustrados y asustados, vagamos a ciegas y no podemos escapar de la trampa en la que hemos caído. Si cedemos a sus tentaciones, Satanás no sólo nos dejará heridos y desgarrados como a la oveja del relato: sino que puede devorarnos (1 P 5:8). 

Pero el Señor Jesús ha proporcionado un rescate. Todavía te está buscando, oveja perdida que has sido atraída por Satanás y estás atrapada por sus artimañas. El Buen Pastor murió por ti y pagó por tus pecados con Su propia sangre, para que puedas ser limpia y libre ante Dios. ¡Clama a Él por ayuda!

Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros (Stg 4:8).

“Así reconoceré mis ovejas, y las libraré” (Ez 34:12).

El Buen Pastor llama a sus ovejas: 

“Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mt 11:28). 

“Porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Lc 19:10). 

Necesitamos reconocer nuestro pecado y orar al Señor Jesús pidiéndole perdón. Cuando entregamos nuestra vida totalmente a Él, podremos dejar el camino que nos aleja de Dios. 

Hay regocijo en el cielo cuando el Buen Pastor encuentra una oveja perdida y la lleva a su redil: 

“Y si acontece que la encuentra, de cierto os digo que se regocija más por aquella, que por las noventa y nueve que no se descarriaron” (Mt 18:13).

“¿Qué hombre de vosotros, teniendo cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto, y va tras la que se perdió, hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, la pone sobre sus hombros gozoso; y al llegar a casa, reúne a sus amigos y vecinos, diciéndoles: Gozaos conmigo, porque he encontrado mi oveja que se había perdido” (Lc 15:4-6).

¿No quieres hoy darle una alegría al Pastor de alma? (1 P 2:25). Te anda buscando. Sabe que mientras más tiempo pase más te alejas del oportuno socorro (He 4:16).

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