El Señor dice:
“La lámpara del cuerpo es el ojo; así que, si tu ojo es bueno, todo tu cuerpo estará lleno de luz” (Mt 6:22)
“La lámpara del cuerpo es el ojo; cuando tu ojo es bueno, también todo tu cuerpo está lleno de luz; pero cuando tu ojo es maligno, también tu cuerpo está en tinieblas” (Lc 11:34).
Aquí nuestro Señor describe al ojo como una lámpara que ilumina todo el cuerpo. Nuestro sentido de la vista es la entrada a nuestro corazón y mente y, como tal, proporcionan una puerta a nuestra propia alma. Cuando dice: “Si tu ojo es bueno, todo tu cuerpo estará lleno de luz”, se refiere a una visión que no solo ve bien en el plano natural, sino a una que percibe bien en el sentido espiritual.
La lámpara del hombre es su vida, como lo muestra el Espíritu Santo en otros lugares (Job 18:5-6; 21:17; Pr 13:9; 20:20; Pr 24:20). La luz brilla en un hombre vivo, pero no hay ni una chispa de ella en el cuerpo de un muerto
No solo es lo que vemos, sino cómo percibimos lo que vemos lo que marca la diferencia entre la vida y la muerte, la piedad y la impiedad, entre la luz y la oscuridad. El ojo maligno indica una mala percepción espiritual de las cosas, que causará nuestra muerte.
Si estamos en una habitación iluminada, vemos todo claramente. Podemos movernos alrededor de obstáculos y localizar lo que estamos buscando. Pero andar en la oscuridad resulta en tropezar, caer, y tanteando por algo seguro a qué asirnos.
Nuestra visión puede ser utilizada para ver lo que es bueno o malo, lo que es beneficioso o perjudicial, y las cosas que vemos y percibimos afectan todo nuestro ser. Si percibimos bondad, esa bondad entrará en nuestro corazón y mente. Pero si permitimos que nuestra visión se centre en el mal, estaremos tan afectados por lo que vemos que la oscuridad entrará en nuestra alma y nos corromperá.
La Biblia nos dice que Satanás se disfraza de ángel de luz. Este es su más grande engaño: hacer que la gente piense que ha encontrado la luz cuando en realidad es la oscuridad de la falsa luz (2 Co 11:14). Su intención es cegarnos a la verdad y corromper nuestras mentes, y usar nuestra visión para ganar entrada a nuestros corazón. Nos muestra todo tipo de mal, desde la avalancha de pornografía en internet hasta el interminable bombardeo de bienes del mundo que apelan a nuestros impulsos materialistas. Nos engaña haciéndonos creer que estas cosas nos harán personas felices y realizadas, cuando todo el tiempo están robándonos la misma vida y alegría que anhelamos. Quiere que permitamos cada vez más oscuridad en nuestra mente a través de lo que leemos, las películas que vemos y las imágenes en las que permitimos que nuestra visión se centre. De esta manera, la luz de la gloria de Dios brillando en el rostro de Jesucristo se nos oculta. Aunque la luz está en todas partes, como el sol al mediodía si nuestra visión está continuamente enfocada en lo que es pecado, la luz que percibimos no es luz en absoluto, sino tinieblas.
Si queremos llenarnos de la verdadera luz, tenemos que alejarnos del pecado, arrepentirnos y pedir a Dios que nos perdone, nos limpie y nos abra los ojos espirituales. Luego debemos comprometernos a ser cuidadosos con aquello a lo que le dedicamos nuestra atención (nuestra visión). Protegemos nuestros corazón y alma (nuestra vida espiritual) guardando nuestros ojos.
El “Ojo” Como Símbolo de la Mente
Santiago nos habla en dos ocasiones del hombre de doble ánimo (Stg 1:8; 4:8). La frase “doble ánimo” proviene del griego dipsuchos, que significa “una persona con dos mentes, dos opiniones, indecisa entre dos caminos”.
Es interesante destacar que esta frase solo aparece en el libro de Santiago (Stg 1:8; 4:8). Algunos estudiosos de la Biblia creen que fue el propio Santiago quien acuñó este término “doble ánimo”. Para comprender bien su significado, lo mejor es examinar cómo se usa en contexto. Hablando de la importancia de la oración, Santiago dice:
“Pero pida con fe, no dudando nada; porque el que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra. No piense, pues, quien tal haga, que recibirá cosa alguna del Señor. El hombre de doble ánimo es inconstante en todos sus caminos” (Stg 1:6-8).
El que duda y no tiene fe es alguien de doble ánimo. El Señor Jesús tenía en mente a ese tipo de persona cuando dice que “nadie puede servir a dos señores” (Mt 6:24). Esa inestabilidad e indecisión proviene de una palabra griega que significa “inseguro, fluctuante, tanto en carácter como en emociones”.