Wednesday, November 5, 2025

LAS PROMESAS EN APOCALIPSIS PARA EL QUE VENCE



La Biblia tiene mucho que decir sobre ser un vencedor. El término vencedor es especialmente destacado en el libro de Apocalipsis, donde el Señor Jesús anima a Sus escogidos a permanecer firme en medio de las pruebas (Ap 2:26; 3:21; 21:7). 

 “Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe. ¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?” (1 Jn 5:4-5).

Los vencedores son seguidores de Cristo que resisten con éxito el poder y la tentación del sistema del mundo. Un vencedor no es una persona sin pecado, sino alguien que se aferra a la fe en Cristo hasta el final. No se aparta cuando llegan tiempos difíciles ni abandona la fe. Vencer requiere una dependencia total de Dios para recibir dirección, propósito, satisfacción y fortaleza para seguir Su plan para nuestra vida (Pr 3:5-6; 2 Co 12:9).

La palabra griega que más se traduce como vencedor proviene de niké, que, según la Concordancia de Strong, significa “obtener la victoria”. El verbo implica una batalla. 

La Biblia enseña que los cristianos debemos reconocer que el mundo es un campo de batalla, no un parque de juegos. Dios no nos deja indefensos. Efesios 6:11-17 describe la armadura del Señor, disponible para todos los creyentes. A lo largo de este pasaje se repite la exhortación a mantenerse firmes. A veces, todo lo que se necesita para vencer la tentación es mantenerse firme y negarse a caer en ella. Un vencedor es quien resiste el pecado sin importar los engaños que Satanás utilice:

 “Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros” (Stg 4:7). 

El apóstol Pablo describe convincentemente la victoria en Romanos 8:35-39, resumiendo el poder que los creyentes tenemos por medio del Espíritu Santo para vencer cualquier ataque del enemigo. El versículo 37 declara: 

“Pero en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de Aquel que nos amó” (Ro 8:37).

Vencer se suele equiparar con perseverar. El Señor Jesús es muy claro en cuanto a que sólo aquel que persevere hasta el fin será salvo: 

“Mas el que persevere hasta el fin, este será salvo” (Mt 24:13)

Un verdadero discípulo de Cristo es aquel que soporta las pruebas por el poder del Espíritu Santo. Un vencedor se aferra a Cristo sin importar el costo del discipulado. Hebreos 3:14 dice: 

“Porque somos hechos participantes de Cristo, con tal que retengamos firme hasta el fin nuestra confianza del principio” (He 3:14).

En el libro de Apocalipsis, el Señor Jesús promete grandes recompensas a quienes vencen: comer del Árbol de la Vida (Ap 2:7), no sufrir daño en la segunda muerte (Ap 2:11), comer del maná escondido y recibir un nombre nuevo (Ap 2:17), tener autoridad sobre las naciones (Ap 2:26), ser vestido con vestiduras blancas (Ap 3:5), ser hecho columna permanente en el templo de Dios (Ap 3:12) y sentarse con el Señor Jesús en Su trono (Ap 3:21). 

El Señor nos advierte que aferrarnos a Él no será fácil, pero valdrá la pena al final. En Marcos 13:13 nos dice: 

“Y seréis aborrecidos de todos por causa de mi nombre; mas el que persevere hasta el fin, este será salvo” (Mr 13:13). 

Tenemos la garantía del Señor de que, si somos Suyos, podremos perseverar hasta el final, y Sus recompensas harán que todo haya valido la pena.

En cada una de las cartas a las siete iglesias de Asia Menor registradas en Apocalipsis, hay promesas para el que vence. El Señor Jesús es quien hace las promesas, y el vencedor es aquel que permanece firme a través de las pruebas, manteniéndose fiel a la fe en Cristo hasta el final.

A la iglesia de Éfeso se le presenta la promesa de que al vencedor se le concederá comer del árbol de la vida en el paraíso de Dios (Ap 2:7). A la iglesia de Esmirna le promete que no sufrirá la segunda muerte (Ap 2:11). La segunda muerte es el juicio de ser separado definitiva y eternamente de Dios y ser condenado al infierno (Ap 20:6, 14; 21:8). A la iglesia de Pérgamo el Señor le dice que el vencedor recibirá maná del cielo y una piedra blanca con el nuevo nombre del vencedor escrito en ella (Ap 2:17). A la iglesia en Tiatira, el Señor le promete al vencedor gobernar con Él en Su reino (Ap 2:26). A la iglesia en Sardis, el que vence será vestido con vestiduras blancas y su nombre no será borrado del libro de la vida; además, el Señor Jesús confesará su nombre delante de los ángeles y el Padre (Ap 3:5). A la iglesia en Filadelfia, el vencedor será una columna en el templo de Dios (Ap 3:12). A la iglesia en Laodicea, el que vence se sentará con Cristo en Su trono (Ap 3:21). Estas son las promesas en Apocalipsis para el vencedor.

A lo largo del libro de Apocalipsis, es evidente que Cristo es finalmente quien vence. Es el León de Judá, la Raíz de David, quien ha vencido (Ap 5:5), y vencerá a los diez reyes de la bestia, porque Él es el Rey de reyes (Ap 17:14). 

Juan escribió anteriormente que todo aquel que es nacido de Dios vence al mundo (1 Jn 5:4a) y que la victoria es nuestra fe en Él (1 Jn 5:4b). Juan aclara esta definición clave en el siguiente versículo cuando añade que el que vence es el que cree en el Señor Jesús (1 Jn 5:5). Este contexto es importante, ya que ayuda a explicar al lector de Apocalipsis que, como Cristo ha vencido, el que cree en Él también ha vencido. Pero se debe tener muy claro que no basta con haber creído en Cristo (tiempo pasado), porque la verdadera fe es aquella que en el presente y, sobre todo, en medio de las persecuciones y tribulaciones persevera hasta el fin (Mt 10:22; 24:13; Mr 13:13). 

No es cierto que cada creyente en Cristo puede esperar recibir las promesas en Apocalipsis hechas al que vence. Si así fuera, el Señor jamás habría dicho:

No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mt 7:21; Lc 13:25-27).

Pedro nos da un definido conjunto de “cosas” que si están en nosotros, y abundan (2 P 1:8), no nos dejarán estar ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo. Y añade:

 Pero el que no tiene estas cosas tiene la vista muy corta; es ciego, habiendo olvidado la purificación de sus antiguos pecados. Por lo cual, hermanos, tanto más procurad hacer firme vuestra vocación y elección; porque haciendo estas cosas, no caeréis jamás. Porque de esta manera os será otorgada amplia y generosa entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo (2 P 1:9-11).

En definitiva, el vencedor es que aquél que hace TODO lo bíblicamente necesario para que le sea otorgada amplia y generosa entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo (2 P 1:11).

Los verdaderos creyentes en el Señor pueden sentirse animados al saber que, inicialmente, han vencido al mundo a través de su fe en el Salvador, el Señor Jesús (1 Jn 5:4). Han vencido porque AHORA mayor es el que está en ellos que el que está en el mundo (1 Jn 4:4). Esta victoria es algo que Dios nos proporciona cuando creemos en Jesús; no es algo que ganamos con nuestros propios esfuerzos. Nuestra confianza está en Él y no en nosotros mismos. La salvación es un regalo de Dios, por Su gracia a través de la fe y no como resultado de nuestras propias obras (Ef 2:8-9). Debido a que los creyentes hemos vencido inicialmente a través de nuestra fe en el Salvador, podemos tener confianza y gozo al saber que tenemos poder ilimitado a nuestro alcance para continuar venciendo, a diario, a través de las vicisitudes de la vida cristiana en un mundo hostil al Señor y su evangelio. Él vendrá de nuevo un día para otorgar a los vencedores lo que Él ha prometido, “... con tal que retengamos firme hasta el fin nuestra confianza del principio” (He 3:14).

“Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro” (He 4:16).

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