Tuesday, December 30, 2025

LA ENVIDIA MATA A SU ANFITRIÓN



“Cruel es la ira, e impetuoso el furor; mas ¿quién podrá sostenerse delante de la envidia?” (Pr 27:4).

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La ira es mala, pero la envidia es peor. La crueldad de la ira y su impetuoso furor pueden destruir todo de manera fulminante, pero la envidia alimenta una larga y longeva amargura. La ira es una llamarada que ciega la razón, pero cesa. La envidia, en cambio, es fría como una serpiente cuya mordedura envenena todo el ser. La ira puede controlar las emociones por un tiempo, pero la envidia puede devorar tu alma hasta la muerte.

La ira y el furor son bien conocidos. Son indignación apasionada, sentimiento intenso, exasperación, o rabia contra una persona o cosa. Dios condena el enfado prolongado y manda que el enojo justificado desaparezca antes que se ponga el sol (Sal 37:8; Mt 5:21-22; Ef 4:26, 31-32). La ira debe ser dominada (Pr 14:17,29; 16:32; 19:11; Ec 7:9; Stg 1:19-20). Deben evitarse las personas iracundas, para no actuar como ellas (Pr 13:20; 22:24-25; 1 Co 15:33).

La ira hace que los hombres hagan cosas crueles y ultrajantes. Los sentimientos violentos son muy intensos; anulan el buen juicio y el sentido común de una persona. La ira descontrolada se asemeja a la locura temporal. Israel provocó el enojo de Moisés, y su respuesta le costó no entrar a la tierra prometida (Sal 106:32-33). La ira causa peleas y problemas graves que las personas no tendrían si aprendieran a controlarse (Pr 29:22). El mal genio puede convertir a un hombre en un escarnecedor (Pr 21:24).

Simeón y Leví estaban tan enojados porque Siquem había violado a su hermana Dina, que ignoraron el pacto de su padre con él, mataron a toda su familia y destruyeron la ciudad entera (Gn 34:1-31; 49:5-7). La ira del rey Herodes al ser burlado por los magos hizo que matara a todos los niños de Belén y sus alrededores (Mt 2:16). ¡La ira es cruel e impetuosa en su furor!

Pero, ¿qué es la envidia? Es una emoción que causa tristeza, malestar y disgusto por el bien ajeno, combinando el deseo de poseer lo que el otro tiene con hostilidad hacia esa persona, sintiendo que no lo merece o queriendo que lo pierda. Surge de la comparación, la percepción de desigualdad e injusticia, y puede manifestarse como resentimiento o deseo de destruir lo que el otro posee, o es. 

La ira se disipa rápidamente, pero la envidia permanece ahí recordándote la supuesta superioridad o ventaja del otro sobre ti. La ira ciega momentáneamente, pero la envidia ciega permanentemente, al consumir tu alma con el rencor que te causan tus deseos no satisfechos mientras los comparas con los de aquel que consideras los ha cumplido.

La envidia es peor que la ira. Provoca pesar porque otra persona tiene algoéxito, bienes, cualidadesque tú no tienes. Alimenta la codicia de tener lo que el otro disfruta. Implica mirar al otro con malos ojos, deseando que pierda lo que tiene o que le vaya mal. Nace de la falta de autoestima y de la sensación de no tener los recursos naturales para lograr lo que el otro tiene, e incluso superarlo. Puede ser un sentimiento aprendido desde la infancia, a menudo de la relación malsana con hermanos y hermanas. 

La envidia es un huésped indeseable que yace en lo profundo del corazón de su anfitrión, ramificándose y extendiéndose a menudo por décadas. Escondida de la vista de todos, se manifiesta con falta de perdón, deseos de venganza, respuestas hirientes, rencillas inacabables, reproches sorpresivos, estallidos de enojo, miradas duras, entrecejos fruncidos, sonrisas socarronas, toda clase de diabólicas emociones.

David era perfecto para el rey Saúl. Lo tranquilizaba con su lira cuando cantaba alabanzas al Señor. Fue el mejor amigo de Jonatán, el hijo de Saúl, y se casó con Mical, una de las hijas del rey. Peleó las  batallas de Saúl por él, y venció a todos sus enemigos. Por estas hazañas, el pueblo de Israel lo amó. Además el joven pastor era sumamente sabio; leal al rey, y Jehová estaba con él. ¿Cómo le pagó Saúl? Lo envidió hasta la muerte, y en su desvarío trató de clavarle su lanza en dos ocasiones antes que David se convirtiera en forajido del rey (1 S 18:6-11). 

Jacob amaba más a Raquel que a Lea, pero Raquel envidiaba a su hermana porque concebía hijos, y ella no (Gn 30:1). Al final, el Señor castigó con la muerte a Raquel al dar a luz a su segundo hijo, mientras que a Lea la convirtió en la madre de nueve hijos, considerando a los de su sierva Zilpa como suyos ( Gn 30:13). 

Los diez hermanos de José lo envidiaron, porque era un joven virtuoso y su padre lo amaba de manera especial. Con implacable envidia conspiraron para matarlo, pero finalmente lo vendieron como esclavo a Egipto para deshacerse de él (Gn 37:11; Hch 7:9). 

Los judíos crucificaron al intachable Hijo de Dios por envidia, como el mismo Pilato lo percibió claramente (Mt 27:18). Las cualidades y bendiciones de estas personas sobresalientes debieron convertirse, en quienes los conocieron, en un motor para superarse ellos mismos, aspirando lograr en carácter y hechos lo que veían. En cambio, cediendo ante lo más bajo y depravado de sus corazones, los envidiaron hasta el extremo planear destruirlos. 

Joab era sobrino de David. Fue un gran guerrero y capitán de los valientes de David durante 40 años. Sirvió fielmente a David, arriesgando su vida a menudo para protegerlo y promover su reino. Pero no pudo gobernar su espíritu, y la envidia le hizo matar a dos hombres mejores que él que David había honrado (1 R 2:5-6,28-34). Cumpliendo la orden de su padre, Salomón mandó ejecutarlo.

También se puede sentir envidia ajena. Como cuando Josué escuchó que dos hombres estaban profetizando en el campamento, le pidió a Moisés que les ordenara que se detuvieran. Pero Moisés le respondió: 

“¿Tienes tú celos por mí? Ojalá todo el pueblo de Jehová fuese profeta, y que Jehová pusiera su espíritu sobre ellos” (Nm 11:29) 

La santa providencia de Dios determinó cada aspecto de tu vida. Por lo tanto, envidiar a otro por cualquier aparente ventaja sobre ti es despreciar a Dios y Su elección para tu vida (Pr 19:3; 1 Co 4:7). En cambio, sé agradecido por lo que tienes; y aprecia las decisiones de Dios en tu vida para Su gloria (Pr 16:4; Dn 4:35; Ro 11:36).

Es repugnante cuando los pobres envidian a los ricos, lo que hacen la mayor parte del tiempo. Si no fuera porque los ricos ponen en riesgo su capital y experiencia en una economía fluctuante, los pobres no tendrían nada, ni siquiera trabajo. Los pobres deberían estar agradecidos por lo que tienen, y deberían estar agradecidos de que Dios haya hecho ricos a algunos hombres que les dan trabajo.

Si no matas la envidia, aprendiendo a regocijarte en las bendiciones de los demás, destruirás tu propia alma. El veneno de la envidia devorará tu corazón como un cáncer, hasta consumir tu vida con amargo resentimiento (Pr 14:30; Job 5:2). Destruirás tu vida porque, entre otras cosas, la envidia te conducirá a tomar decisiones nefastas contra ti mismo. Y todo esto mientras la envidia contra tu prójimo no le hará el más mínimo daño a él, porque la envidia sólo destruye al que la siente, porque es diabólica (Stg 3:14-16). ¡La envidia mata a su anfitrión!

Los verdaderos creyentes se regocijan por las bendiciones y el honor dado a los demás (Ro 12:15; 1 Co 12:26).

¿Estás feliz por todos en tu vida? ¿Estás contento con los éxitos, las cualidades y las bendiciones de los demás? ¿O hay en ti una raíz de amarga envidia por lo que otros tienen y tú no? La ira puede llevar a la locura momentánea, pero la envidia consumirá y destruirá tu vida lentamente. La ira da lugar al diablo (Ef 4:26-27), pero la envidia es la condenación del diablo (Is 14:14; 1 Ti 3:6). ¡Sé sabio, arrepiéntete, y quita este pecado de tu alma para que vivas!

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