Los eventos en el camino a Emaús se relatan en Lucas 24:13-35.
En este capítulo final del Evangelio según Lucas, leemos sobre dos discípulos del Señor Jesús (Cleofás y otro no identificado) que iban caminando de Jerusalén a Emaús el mismo día en que el Señor resucitó. Mientras iban conversando por el camino, se les unió un extraño: Era el Señor Jesús resucitado, aunque ellos no lo reconocieron. El hombre les preguntó:
“¿Qué pláticas son estas que tenéis entre vosotros mientras camináis, y por qué estáis tristes?” (Lc 24:17).
“Respondiendo uno de ellos, que se llamaba Cleofas, le dijo: ¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no has sabido las cosas que en ella han acontecido en estos días? Entonces él les dijo: ¿Qué cosas? Y ellos le dijeron: De Jesús nazareno, que fue varón profeta, poderoso en obra y en palabra delante de Dios y de todo el pueblo; y cómo le entregaron los principales sacerdotes y nuestros gobernantes a sentencia de muerte, y le crucificaron. Pero nosotros esperábamos que él era el que había de redimir a Israel; y ahora, además de todo esto, hoy es ya el tercer día que esto ha acontecido. Aunque también nos han asombrado unas mujeres de entre nosotros, las que antes del día fueron al sepulcro; y como no hallaron su cuerpo, vinieron diciendo que también habían visto visión de ángeles, quienes dijeron que él vive. Y fueron algunos de los nuestros al sepulcro, y hallaron así como las mujeres habían dicho, pero a él no le vieron” (Lc 24:18-24).
Los dos discípulos estaban sorprendieron de que el hombre no supiera lo que había ocurrido recientemente y que tenía a toda la ciudad de Jerusalén alborotada. Entonces le contaron sobre la crucifixión de Jesús y el informe de la tumba vacía. El Señor respondió:
“¡Oh insensatos, y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho! ¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas, y que entrara en su gloria? Y comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían” (Lc 24:25-27).
Mientras caminaban, el Señor Jesús les enseñó lo que el Antiguo Testamento había predicho acerca de Él. Al llegar a Emaús esa tarde, los dos discípulos se detuvieron junto a su morada, e invitaron a comer al Señor Jesús y a acompañarlos. Él accedió, y al estar sentados con ellos a la mesa, tomó el pan para partirlo y bendecirlo:
“Entonces les fueron abiertos los ojos, y le reconocieron; mas él se desapareció de su vista. Y se decían el uno al otro: ¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el camino, y cuando nos abría las Escrituras? Y levantándose en la misma hora, volvieron a Jerusalén, y hallaron a los once reunidos, y a los que estaban con ellos, que decían: Ha resucitado el Señor verdaderamente, y ha aparecido a Simón” (Lc 24:31-34).
En el camino a Emaús, el Señor Jesús dio una lección sobre las profecías del Antiguo Testamento que se cumplieron en Su muerte y resurrección. ¡Qué lección habrá sido esa! El Autor del Libro explicando Su obra, conectando las Escrituras con los eventos que los mismos discípulos acababan de vivir.
La reacción de los discípulos ante la enseñanza del Señor fue de profunda convicción respecto a la verdad de lo que Él decía.
“¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el camino, y cuando nos abría las Escrituras?” (Lc 24:32).
Sus ojos físicos estaban velados para no reconocer al Señor resucitado, pero los ojos espirituales se les iban abriendo a medida que Él les explicaba las Escrituras.
Luego de este relato, el Señor Jesús se aparece a los demás discípulos, disipando toda duda de que Él había resucitado. El Señor había prometido que se manifestaría a los que le aman (Jn 14:21), y eso es exactamente lo que hace en el camino a Emaús.
La historia de los discípulos en el camino a Emaús es importante por muchas razones. Enfatiza el cumplimiento de las profecías del Antiguo Testamento sobre el Señor, aporta evidencia de otra aparición del Jesús resucitado y refuerza el testimonio de muchos testigos oculares. Lucas 24:13-35 suele verse como un modelo del recorrido que el Señor hace con muchos de nosotros hoy: Abre nuestros ojos, nos dirige a la Palabra y se revela en nuestro caminar como el Salvador y Señor resucitado.
Los discípulos habían creído que Jesús era el Mesías de Israel, y que sería recibido con honor por parte de los líderes religiosos que tanto habían hablado de Él en sus prédicas y enseñanzas. En cambio, lo rechazaron; conspiraron contra Él para matarlo y, finalmente, lo arrestaron y lo entregaron a los gobernantes romanos con falsas acusaciones de sedición contra la autoridad legítima de Roma sobre Israel. El juicio fue ilegal, clandestino, echo entre gallos y medianoche. El que había sido proclamado como Mesías, fue escupido, golpeado, azotado por los soldados romanos y sentenciado a la peor de las muertes destinada para los delincuentes de los estratos más bajos de la sociedad. Desfigurado y ensangrentado estuvo clavado en la cruz alrededor de seis horas. El sol se oscureció a mediodía. La tierra quedó cubierta de oscuridad. Finalmente, cuando murió, hubo un terremoto que rompió grandes rocas en pedazos y el velo del templo se rasgó de arriba hacia abajo. Los discípulos se dispersaron. Cleofas y su amigo iniciaron el camino de vuelta a su aldea cabizbajos, confundidos, entristecidos. Todos sus sueños se habían hecho añicos en unas horas. ¿Habían sido unos ilusos? ¿Era posible que el hombre se opusiera a Dios, y prevaleciera? ¿O había sido ese Jesús sólo un impostor? Y si había sido un impostor, ¿cuál había sido la fuente de todos sus milagros? ¡Había resucitado a dos muertos y sanado a leprosos, ciegos y paralíticos! ¡Había expulsado demonios! ¡Había alimentado a multitudes en el desierto con sólo unos panes y peces! ¿Había transformado el agua en vino! ¡Había calmado tempestades y caminado sobre las aguas! ¿Había sido todo una ilusión?
Tal vez tú te encuentres hoy en un camino similar al de Emaús. Deberías estar en Jerusalén, enterándote de primera mano acerca de la resurrección del Señor, pero la fuerza de los acontecimientos de abrumó. Tu fe y tus esperanzas se rompieron al chocar contra el muro de la insuperable realidad, y ahora sólo quieres volver atrás, dejar en el pasado lo que habías creído serían los mejores días de tu vida, y olvidarlo todo. Volver a empezar, pero esta vez con un indiferente encogimiento de hombros, sin fe, sin esperanza; sólo la insípida realidad del día a día, hasta la muerte, hasta que todo se acabe, ¡qué más da! Nunca más volverás a creer. Nunca más volverás a ilusionarte con nada, con nadie. La vida de las mascotas es envidiable: comer, dormir, volver a comer; sin sueños, sin futuro, el eterno presente, hasta que deja de serlo.
¿Esa es la plática que tienes con tu corazón? ¿No crees que pueda volver arder dentro de ti, mientras el Señor te habla en el camino, y te abre las Escrituras?
El Señor ha prometido manifestarse a los que le aman (Jn 14:21), y eso es exactamente lo que hizo en el camino a Emaús dos mil años atrás, y está dispuesto hacerlo de nuevo hoy, para ti. Toma las Escrituras, y pídele que te las abra. Tu camino de regreso a Jerusalén es claro, si tan solo das el primer paso.
