“Y tú, hijo de hombre, los hijos de tu pueblo se mofan de ti junto a las paredes y a las puertas de las casas, y habla el uno con el otro, cada uno con su hermano, diciendo: Venid ahora, y oíd qué palabra viene de Jehová. Y vendrán a ti como viene el pueblo, y estarán delante de ti como pueblo mío, y oirán tus palabras, y no las pondrán por obra; antes hacen halagos con sus bocas, y el corazón de ellos anda en pos de su avaricia. Y he aquí que tú eres a ellos como cantor de amores, hermoso de voz y que canta bien; y oirán tus palabras, pero no las pondrán por obra. Pero cuando ello viniere (y viene ya), sabrán que hubo profeta entre ellos” (Ez 33:30-33).
El Profeta Ezequiel es el autor del libro que lleva su nombre (Ez 1:3). Fue un contemporáneo tanto de Jeremías como de Daniel. El libro fue escrito probablemente entre el 593 y el 565 a.C. durante el cautiverio babilónico de los judíos.
Ezequiel ministró a una generación que estaba sumergida en el pecado y la desesperanza. Por medio de su ministerio profético, él intentó llevarlos al arrepentimiento inmediato y a confiar en el distante futuro. Enseñó que:
1) Dios trabaja a través de mensajeros humanos;
2) Aún en la derrota y desesperación, el pueblo de Dios necesita afirmar la soberanía de Dios;
3) La Palabra de Dios nunca falla;
4) Dios está presente y puede ser adorado en cualquier parte;
5) La gente debe obedecer a Dios si espera recibir bendiciones; y
6) El Reino de Dios vendrá.
Junto con el texto que nos ocupa, otros pasajes clave del libro son:
“Y me dijo: Hijo de hombre, yo te envío a los hijos de Israel, a gentes rebeldes que se rebelaron contra mí; ellos y sus padres se han rebelado contra mí hasta este mismo día. Yo, pues, te envío a hijos de duro rostro y de empedernido corazón; y les dirás: Así ha dicho Jehová el Señor. Acaso ellos escuchen; pero si no escucharen, porque son una casa rebelde, siempre conocerán que hubo profeta entre ellos” (Ez 2:3-6, ).
“He aquí que todas las almas son mías; como el alma del padre, así el alma del hijo es mía; el alma que pecare, esa morirá” (Ez 18:4).
“Tú eras el sello de la perfección, lleno de sabiduría, y acabado de hermosura. En Edén, en el huerto de Dios estuviste; de toda piedra preciosa era tu vestidura; de cornerina, topacio, jaspe, crisólito, berilo y ónice; de zafiro, carbunclo, esmeralda y oro; los primores de tus tamboriles y flautas estuvieron preparados para ti en el día de tu creación. Tú, querubín grande, protector, yo te puse en el santo monte de Dios, allí estuviste; en medio de las piedras de fuego te paseabas” (Ez 28:12-14) .
“Diles: Vivo yo, dice Jehová el Señor, que no quiero la muerte del impío, sino que se vuelva el impío de su camino, y que viva. Volveos, volveos de vuestros malos caminos; ¿por qué moriréis, oh casa de Israel?” (Ez 33:11,).
“Y el nombre de la ciudad desde aquel día será Jehová-sama [El Señor está ahí]” (Ez 48:35).
¿Cómo puedes enfrentarte a un mundo extraviado? Ezequiel, destinado a comenzar el ministerio de su vida como sacerdote a la edad de treinta años, fue sacado de su país y llevado a Babilonia a la edad de veinticinco años. Por cinco años se debatió en la desesperación. A los treinta años una visión majestuosa de la gloria de Yahvé cautivó su ser en Babilonia. El sacerdote/profeta descubrió que Dios no estaba confinado a las severas restricciones de su tierra natal. En cambio, Él es un Dios universal que manda y controla a las personas y a las naciones. En Babilonia, Dios impartió a Ezequiel Su palabra para el pueblo. Su experiencia al ser llamado transformó a Ezequiel. Se convirtió en un ávido devoto de la Palabra de Dios. Se dio cuenta de que personalmente no contaba con nada para ayudar a los cautivos en su amarga situación, pero estaba convencido de que la Palabra de Dios les hablaba sobre su condición y podía darles la victoria en ella.
Ezequiel utilizó varios métodos para comunicar la Palabra de Dios a su pueblo. Utilizó el arte al dibujar una representación de Jerusalén, y acciones simbólicas y conductas inusuales para asegurarse la atención de la gente. Se cortó el pelo y la barba, para demostrarles lo que Dios le haría a Jerusalén y a sus habitantes.
El libro de Ezequiel puede dividirse en cuatro secciones:
Capítulos 1-24: Profecías sobre la ruina de Jerusalén.
Capítulos 25-32: Profecías sobre el juicio de Dios sobre las naciones vecinas.
Capítulo 33: La última llamada a Israel para el arrepentimiento.
Capítulos 34-48: Profecías concernientes a la futura restauración de Israel.
Ezequiel 34 es el capítulo donde Dios denuncia a los líderes de Israel como falsos pastores, por el poco cuidado a Su pueblo. En lugar de apacentar a las ovejas de Israel, se preocupaban por sólo por ellos mismos. Comían bien, estaban bien vestidos y bien atendidos por el mismo pueblo al que debían cuidar (Ez 34:1-3). En contraste, Jesús es el Buen Pastor quien da Su vida por las ovejas, y quien las protege de los lobos que destruirían al rebaño (Jn 10:11-12). El versículo 4 del capítulo 34 describe al pueblo, cuyos pastores fracasaron en ministrar a las ovejas débiles, enfermas, heridas, y perdidas. Jesús es el Gran Médico quien sana nuestras heridas espirituales (Is 53:5) por Su muerte en la cruz. Él es quien busca y salva a lo que se había perdido (Lc 19:10).
El libro de Ezequiel nos llama a unirnos en un encuentro fresco y vivo con el Dios de Abraham, Moisés, y los profetas. Debemos ser vencedores o seremos vencidos. Ezequiel nos reta a experimentar una visión del poder, conocimiento, eterna presencia y santidad de Dios que cambie nuestra vida; a dejar que Dios nos dirija; a comprender la profundidad y el compromiso con el mal que se aloja en cada corazón humano; a reconocer que Dios hace responsables a Sus siervos de advertir a los hombres impíos sobre el peligro en que se encuentran; y, a experimentar una relación viva con Jesucristo, quien nos dice que el nuevo pacto se encuentra en Su sangre.
A pesar del interés y la atención que manifiestan hacia el profeta, no obedecen sus palabras, lo que pone de relieve su falta de comprensión espiritual, su corazón endurecido y su amor por el mundo, lo cual les impide verdaderamente entender y obedecer el mandato de Dios de hacer Su voluntad.
El pueblo escucha las palabras de Ezequiel, pero no se conmueve por la esencia de su mensaje. Lo tratan como a un cantante romántico o intérprete musical, encontrando su elocuencia y estilo oratorio agradables al oído, pero no percibiendo la lección moral y espiritual de su mensaje.
Acuden a escucharlo, e incluso hablan de Dios con reverencia, pero sus corazones permanecen llenos de los mismos deseos carnales, mundanos y pecaminosos de siempre. Su interés es más el de pasar el rato y entretenerse que el deseo genuino de recibir una verdad espiritual que los lleve a cambiar sus vidas.
La razón principal de esta indiferencia es la falta de comprensión espiritual. Al igual que el público de un concierto, en el que la mayoría de las personas no poseen el conocimiento musical necesario para comprender las complejidades de la obra de un compositor, el “público” de Ezequiel carece del discernimiento espiritual necesario para captar el profundo significado del mensaje del profeta. Su mensaje es “como música para sus oídos”, sus palabras “suenan” bien, el predicador “habla bonito”, pero eso es todo. Para ellos, Ezequiel es un cantante melodioso que hace que sus palabras produzcan un agradable sonido. Predica la doctrina correcta, y eso es todo lo que les interesa: el sonido de sus palabras, no el sentido de ellas.
Otra razón para esta falta de fruto en el ministerio de Ezequiel es que su “público” tiene corazones endurecidos. Las advertencias y los llamados a la acción del profeta caen sobre corazones insensibles y espiritualmente muertos, como rocas que no pueden recibir semillas (Mt 13:5,20).
Y a estas razones debe añadirse el amor al mundo. El pueblo está atrapado entre el mundo espiritual de Dios y los deseos materialistas de su vida terrenal. Sus corazones están dominados por estos últimos, lo que los lleva a descuidar los asuntos espirituales en aras de las necesidades, e incluso placeres, temporales.
El versículo concluye una sección donde Dios llama a su pueblo a responder adecuadamente a Sus advertencias. El llamado de Dios es a la acción. Su mensaje a través de Ezequiel tiene como objetivo guiarlos hacia una vida de rectitud y obediencia que es urgente que se establezca, porque la destrucción está a las puertas.
Ezequiel es el vigía de Dios, advirtiendo al pueblo del juicio inminente que se avecina. Pero sólo Dios y él ven este juicio en el horizonte. El hecho de que el pueblo no actúe conforme a las palabras del profeta pone de manifiesto un estado espiritual crítico que les impide cumplir con su rol como pueblo de Dios. Serán rechazados y destruidos, y cuando eso suceda, le dice el Señor a Ezequiel: “Sabrán que hubo profeta entre ellos” (Ez 33:33).
Es decir, entenderán demasiado tarde las palabras de advertencia y las exhortaciones a la obediencia que les comunicó Ezequiel cuando todavía estaban a tiempo de cambiar sus vidas y alinearlas con la voluntad del Señor.
Al leer la palabra de Dios a Ezequiel, no podemos evitar pensar en los “cristianos” de hoy. Se reúnen en sus templos y lo llaman adoración. Disfrutan de la hermosa y emotiva música. Escuchan al predicador que les trae un mensaje de la palabra de Dios. Y pronuncian palabras de aceptación y alabanza. Luego se despiden, se suben a sus autos, y vuelven sus vidas.
Pero ¿acaso la hora o dos semanales que pasan junto a otros “creyentes” produce algún cambio en sus almas? ¿Hay alguna mejoría? ¿Alguna transformación? ¿Ponen en práctica lo que han escuchado desde el púlpito o en las clases de la escuela dominical? ¿O solo tiene importancia didáctica y momentánea?
Cuando vemos una película, puede que nos impresione la trama, la actuación de los actores, los paisajes exóticos y los efectos especiales en las secuencias de acción. Cuando vemos un concierto, puede que nos conmueva la experiencia si la música despierta nuestras emociones. Y cuando vamos a un restorán elegante, puede que disfrutemos mucho de la compañía y la buena comida. Pero, por lo general, no son cosas que tengan más que una influencia pasajera y superficial en nosotros. Así experimentan los asistentes a los templos y los oyentes de sermones el alimento espiritual que les ponen por delante: sino es sólo una costumbre, es una experiencia social dominguera, y nada más.
Pero escuchar la palabra de Dios no debería ser así. No debe ser solo una experiencia social o sensorial o conmovedora o didáctica, para pasar el rato. Debe transformar—o, al menos, mejorar—la vida. Estamos llamados a obedecer lo que leemos y escuchamos en la palabra de Dios. Esto incluye tanto nuestros devocionales privados como las experiencias públicas: los servicios de adoración semanales.
“Siembra un pensamiento y cosecharás una acción; siembra una acción y cosecharás un hábito; siembra un hábito y cosecharás un carácter; siembra un carácter y cosecharás un destino”. Este dicho destaca que nuestro pensamiento inicial sobre algo es la semilla que se convertirá en comportamiento, el cual a su vez formará hábitos que moldearán nuestro carácter y, en última instancia, determinarán nuestro destino.
Oye (con el oído de tu espíritu) y obedece la palabra de Dios. Deja que penetre en lo más profundo de tu ser. Repásala. Medítala. Órala. Apréndela de memoria. Examínala. Sólo así podrás ponerla en práctica. Sólo así el Espíritu Santo podrá usar la palabra de Dios para conformarte más y más a la imagen de Cristo. Es proceso lento que debes transformar en un hábito para que comience a dar frutos. No hay atajos en este camino: es lento e interminable, ha sido preparado así por el Señor mismo para que nos tome toda la vida. Si no ocupas tu vida en esto, la perderás (Mt 10:39; 16:25).
Como lo fue para Ezequiel, la nota de esperanza para el profeta actual es que la respuesta de sus oyentes al urgente mensaje del Señor que él les comunica no depende de él. Tampoco depende del Señor. Depende de ellos mismos: de los oyentes. Cada uno es responsable delante del Señor de la manera en que recibe Su mensaje y de lo que hace con él. La labor del profeta es comunicar fielmente el mensaje que se le ha encomendado, y nada más. La misma Palabra que se les ha entregado a los oyentes los “juzgará en el día postrero” (Jn 12:48). Ahí “sabrán que hubo profeta entre ellos” (Ez 33:33), él mismo al que no consideraron más que como cantor de amores, hermoso de voz y que cantaba bien; y oyeron sus palabras, pero no las pusieron por obra (Ez 33:32).
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CLASIFICACIÓN DE ALGUNOS DE LOS TEMAS EN EL LIBRO DE PROVERBIOS
PRUDENTES COMO SERPIENTES Y SENCILLOS COMO PALOMAS
EL VELO DEL TEMPLO FUE RASGADO
CÓMO AFRONTAR LOS TIEMPOS DIFÍCILES
OTRO JESÚS, OTRO ESPÍRITU, OTRO EVANGELIO
EL REINO DE LOS CIELOS SUFRE VIOLENCIA
EL SEÑOR JESÚS—NUESTRO DÍA DE REPOSO
ABISMO PROFUNDO Y POZO ANGOSTO