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domingo, 16 de junio de 2024

UN CORAZÓN NUEVO


Y les daré un corazón, y un espíritu nuevo pondré dentro de ellos; y quitaré el corazón de piedra de en medio de su carne, y les daré un corazón de carne, para que anden en mis ordenanzas, y guarden mis decretos y los cumplan, y me sean por pueblo, y yo sea a ellos por Dios. Mas a aquellos cuyo corazón anda tras el deseo de sus idolatrías y de sus abominaciones, yo traigo su camino sobre sus propias cabezas, dice Jehová el Señor” (Ez 11: 19-21).

La Biblia habla a menudo del corazón. La palabra corazón puede significar diferentes cosas según el contexto. Muy a menudo, el corazón se refiere al alma de un ser humano que controla la voluntad y las emociones. El corazón es el “hombre interior” (2 Co 4:16). El profeta Ezequiel hace varias referencias a un “corazón nuevo” (Ez 18:31; 36:26). Un versículo muy citado es Ezequiel 11:19 donde Dios dice: Y les daré otro corazón, y un espíritu nuevo pondré dentro de ellos; y quitaré el corazón de piedra de en medio de su carne, y les daré un corazón de carne

¿Qué significa esto?

En Ezequiel 11, Dios se dirige a su pueblo, los israelitas, prometiéndoles algún día restaurarlos a la tierra y a una relación correcta con Él. Dios promete reunir a los hebreos de las naciones donde habían sido esparcidos (Ez 11:17) y darles un corazón nuevo e íntegro (Ez 11:19). El resultado de recibir un corazón nuevo será la obediencia a los mandamientos de Dios: “Para que anden en mis ordenanzas, y guarden mis decretos y los cumplan, y me sean por pueblo, y yo sea a ellos por Dios” (Ez 11:20). Esta profecía se cumplirá en el milenio, cuando Jesús el Mesías gobierne desde Sión e Israel haya sido restaurado a la fe (Ro 11:26).

Alguien a quien Dios le ha dado un corazón nuevo es una persona completamente diferente. Saúl es un ejemplo de esto (1 S 10:1,9). Dios había elegido a Saúl para ser el primer rey de Israel. Saúl no era nadie, pero Dios lo eligió de todos modos y envió al profeta Samuel para ungirlo rey. “Tomando entonces Samuel una redoma de aceite, la derramó sobre su cabeza, y lo besó, y le dijo: ¿No te ha ungido Jehová por príncipe sobre su pueblo Israel?” Samuel hizo varias predicciones para demostrarle a Saúl que Dios lo había enviado, y el versículo 9 dice: “Aconteció luego, que al volver él la espalda para apartarse de Samuel, le mudó Dios su corazón; y todas estas señales acontecieron en aquel día”. El nuevo corazón que Dios le dio a Saúl lo transformó de un don nadie común al rey de Israel. No sólo cambió su estatus social, sino que toda su perspectiva fue transformada por el poder de Dios de adentro hacia afuera.

El corazón humano fue creado para reflejar el propio corazón de Dios (Gn 1:27; Stg 3:9). Fuimos diseñados para amarlo, amar la justicia y caminar en armonía con Dios y los demás (Miq 6:8). Pero parte del diseño de Dios para el corazón humano es el libre albedrío. Ese libre albedrío conlleva la oportunidad de abusar de él, como lo hicieron Adán y Eva en el Jardín del Edén (Gn 3:11). Dios desea que decidamos amarlo y servirle. Cuando nos negamos obstinadamente a seguir a Dios, nuestro corazón, que fue diseñado para comunicarse con Dios, se endurece. Dios compara los corazones rebeldes con la piedra (Zac 7:12). A un corazón de piedra le resulta imposible arrepentirse, amar a Dios o agradarle (Ro 8:8). Los corazones de la humanidad pecadora están tan endurecidos que ni siquiera podemos buscar a Dios por nuestra cuenta (Ro 3:11), y por eso Jesús dijo que nadie puede venir a Él a menos que el Padre primero lo atraiga (Jn 6:44). Necesitamos desesperadamente corazones nuevos, porque por nuestra cuenta no podemos ablandar nuestros corazones empedernidos. Un cambio de corazón hacia Dios requiere una transformación sobrenatural. Jesús lo llamó “nacer de nuevo” (Jn 3:3).

Cuando nacemos de nuevo, Dios realiza, por así decirlo, un trasplante de corazón en nosotros. Él nos da un corazón nuevo. El poder del Espíritu Santo cambia nuestros corazones de estar gobernados por el pecado a ser libres para elegir servir a Dios. No nos volvemos perfectos (1 Jn 1:8); todavía tenemos nuestra carne pecaminosa y la libertad de elegir si obedecerla o no. Sin embargo, cuando Jesús murió por nosotros en la cruz, rompió el poder del pecado que nos controla (Ro 6:10). Recibirlo como nuestro Salvador nos da acceso a Dios y a Su poder, un poder para transformar nuestros corazones endurecidos por el pecado a suaves y blandos instrumentos en las manos de Cristo. Cuando estábamos separados de Dios con corazones endurecidos, nos resultaba imposible agradarle. Tendíamos hacia el egoísmo, la rebelión y el pecado. Con corazones nuevos somos declarados justos delante de Dios (2 Co 5:21). El Espíritu Santo nos da un deseo de agradar a Dios que era extraño para nosotros en nuestro estado endurecido. 2 Corintios 3:18 dice que “Somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor. El deseo de Dios para cada ser humano es que seamos como Su Hijo, Jesús (Ro 8:29). Podemos llegar a ser como Jesús sólo cuando permitimos que Dios nos libre de nuestros corazones viejos y endurecidos y nos dé corazones nuevos.

Pero debemos ocuparnos en nuestra salvación con temor y temblor (Fil 2:12). El caso de Saúl mencionado arriba, no sólo nos enseña que Dios puede y quiere darnos un nuevo corazón, si no que nosotros somos responsables de mantener vivo a este nuevo corazón dentro de nosotros. Saúl fracasó en esta delicada misión (lee el resto de la historia de Saúl y su triste final en 1 Samuel capítulos 10 al 31). Sí, es posible recibir de parte de Dios un corazón nuevo y luego retroceder al estado inicial de perdición. Entre la salvación inicial y la final muchas cosas pueden pasar que nos hagan caer de la gracia de Dios. Pablo les dice a los Gálatas: De Cristo os desligasteis, los que por la ley os justificáis; de la gracia habéis caído (Gl 5:4). Y estas no son palabras vanas, sino inspiradas por el mismo Espíritu de Dios que transforma nuestros corazones inicialmente. 

Si has caído de la gracia, si has endurecido tu corazón a la obra transformadora del Espíritu de Dios y te has desligado de Cristo, debes saber que aun es tiempo de volver a recuperar lo perdido. Todavía el Padre está anhelando decir: Traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta; porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado...Mas era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este tu hermano era muerto, y ha revivido; se había perdido, y es hallado (Lc 15:23-24,32).

A menos que el creyente comience a “andar en el Espíritu” (Ro 8:1, 8:4; Gl 5:16, 5:25) y complete con éxito “la carrera que tenemos por delante” (He 12:1) y obtenga el “premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Fil 3:14), NO tiene todavía la Salvación FINAL. Estamos siendo salvos. La salvación es un camino (Hch 16:17; Hch 18:25-26; Hch 19:9,23; Hch 24:14,22), y cada creyente tiene un caminar único con Cristo.

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