La regeneración bautismal es la creencia de que el bautismo es necesario para la salvación o, más precisamente, que la regeneración no ocurre hasta que una persona es bautizada en agua.
La regeneración bautismal es un principio de numerosas denominaciones cristianas, pero las iglesias del Movimiento de Restauración, específicamente la Iglesia de Cristo y la Iglesia Internacional de Cristo, son las que más lo promueven.
Los defensores de la regeneración bautismal señalan versículos de las Escrituras como Marcos 16:16, Juan 3:5, Hechos 2:38, Hechos 22:16, Gálatas 3:27 y 1 Pedro 3:21 como respaldo bíblico. Y, es cierto que estos versículos parecen indicar que el bautismo es necesario para la salvación. Sin embargo, la interpretación bíblica y contextual sólida de estos versículos NO apoya la regeneración bautismal.
Los defensores de la regeneración bautismal suelen tener una fórmula de cinco pasos para recibir la salvación. Creen que una persona debe oír (el evangelio), creer, arrepentirse, confesar (fe en Cristo) y ser bautizada para ser salva. Creen en esta fórmula porque hay pasajes bíblicos que indican que estas acciones son necesarias para la salvación.
Por ejemplo, Romanos 10:9-10 vincula la salvación con la confesión. Hechos 2:38 vincula la salvación con el arrepentimiento y el bautismo.
El arrepentimiento, entendido bíblicamente, es necesario para la salvación. El arrepentimiento es un cambio de mentalidad. El arrepentimiento, en relación con la salvación, es cambiar de opinión y pasar de rechazar a Cristo a aceptarlo. No es un paso separado de la fe salvadora. Más bien, es un aspecto esencial de la fe salvadora. No se puede recibir a Jesucristo como Salvador, por gracia a través de la fe, sin un cambio de opinión sobre quién es Él y lo que hizo.
La confesión, entendida bíblicamente, es una demostración de fe. Si una persona ha recibido verdaderamente a Jesucristo como Salvador, el resultado será proclamar esa fe a los demás. Si una persona se avergüenza de Cristo y/o del mensaje del evangelio, es muy poco probable que haya entendido el evangelio o experimentado la salvación que Cristo provee.
El bautismo, entendido bíblicamente, es una identificación simbólica con Cristo. El bautismo cristiano ilustra la identificación del creyente con la muerte, sepultura y resurrección de Cristo (Ro 6:3-4). Al igual que con la confesión, si una persona no está dispuesta a ser bautizada (no está dispuesta a identificarse como redimida por el Señor Jesucristo), es muy probable que esa persona no haya nacido de nuevo (hecha una nueva creación—2 Cor 5:17) a través de la fe en el Señor Jesucristo.
Quienes defienden la regeneración bautismal y/o esta fórmula de cinco pasos para recibir la salvación no consideran que estas acciones sean obras meritorias que ganen la salvación. Arrepentirse, confesar, etc., no hacen que una persona sea digna de la salvación. Más bien, la opinión oficial es que la fe, el arrepentimiento, la confesión y el bautismo son “obras de obediencia”, cosas que una persona debe hacer antes de que Dios conceda la salvación. Mientras que la interpretación evangélica estándar es que la fe en Cristo Jesús es lo único que Dios requiere antes de conceder la salvación, quienes defienden la regeneración bautismal creen que el bautismo es una acción que Dios requiere del creyente antes de (o para) concederle la salvación.
El problema con este punto de vista es que hay pasajes bíblicos que declaran clara y explícitamente que la fe en Cristo Jesús es el único requisito para la salvación.
Juan 3:16, uno de los versículos más conocidos de la Biblia, dice: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”.
En Hechos 16:30, el carcelero de Filipos le pregunta al apóstol Pablo: “¿Qué debo hacer para ser salvo?”. Si alguna vez hubo una oportunidad para que Pablo presentara una fórmula de cuatro o cinco pasos, fue esta. La respuesta de Pablo fue simple: “Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo” (Hechos 16:31). Sin bautismo, sin confesión, solo por medio de la fe en el Señor Jesús.
No es necesario realizar un estudio exhaustivo del Nuevo Testamento sobre los diversos requisitos para la salvación. Recibir la salvación no es un proceso ni una fórmula de varios pasos. La salvación es otorgada por una Persona (Cristo Jesús, el Señor), no una receta. ¿Qué debemos hacer para ser salvos? Creer en el Señor Jesucristo.
Hay literalmente docenas de versículos en el Nuevo Testamento que atribuyen la salvación a la fe/creencia sin que se mencione ningún otro requisito en el contexto. Si el bautismo, o cualquier otra cosa, fuera imprescindible para la salvación, todos estos versículos están equivocados y la Biblia contiene errores y, por lo tanto, ya no es digna de nuestra confianza.
De lo que debemos preocuparnos es de definir bíblicamente la palabra “creer”. “Creer”, según la define el mismo Salvador es una acción, no un mero asentimiento intelectual. Por ejemplo en Juan 6, los judíos continúan oponiéndose a la pretensión del Señor de ser “igual a Dios”, y le retan a que lo demuestre haciendo que descienda maná del cielo como lo había hecho Moisés (Jn 6:0-31). El Señor aprovecha esta referencia al maná, alimento que había sido esencial para la vida de los judíos en el desierto, y la aplica a Sí mismo en sentido figurado, respondiendo: “Yo soy el pan de vida” (Jn. 6:35).
En el debate que se inicia a continuación, el Señor usa el pan como la verdad que ellos se habían negado a aceptar: creer en el Señor es esencial para la vida espiritual.
Primero lo afirma literalmente: “El que cree en mí, tiene vida eterna” (Jn 6:27). Luego lo afirma en sentido figurado: “Si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre” (Jn 6:51). En esta analogía, el Señor usa el verbo comer como sustituto del verbo creer.
Esto se confirma si atendemos a lo que dice más adelante: “El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero” (Jn 6:54). Momentos antes había dicho: “Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquél que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero” (Jn 6:40).
Nótese que los resultados son idénticos en ambos versículos: vida eterna y resurrección. Pero aún cuando en uno se declara que debemos comer y beber (Jn 6:54), en el otro que debemos ver y creer (Jn 6:40). Puesto que los resultados son idénticos, debemos concluir que las acciones con las que se obtienen también son idénticas: comer, ver u beber representan creer. Las afirmaciones hechas en sentido figurado se entienden fácilmente cuando se leen en el contexto de los demás versículos del pasaje.
Ver, comer y beber son verbos de acción, Y estos verbos los utiliza el Señor como ilustración de creer. De donde se desprende lógicamente que creer debe ser también una acción.
La verdadera fe, el verdadero acto de creer en el Señor Jesús como nuestro Salvador, debe demostrarse por medio de acción o acciones: por medio de obras. No somos salvos por obras, pero sin obras no podemos demostrar nuestra salvación.
Santiago dice: “Porque como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta” (Stg 2:26). La fe sin obras es una fe muerta, porque la falta de obras revela una vida que no ha sido cambiada o un corazón espiritualmente muerto. Hay muchos versículos que hablan de que la verdadera fe salvadora resultará en una vida transformada y que la fe se demuestra por las obras que hacemos. La forma como vivimos revela lo que creemos y si la fe que decimos tener es una fe viva.
Santiago 2:14-26 a veces es sacado de contexto en un intento de crear un sistema basado en obras de justicia, sin embargo eso es contrario a muchos otros pasajes de las Escrituras. Santiago no está diciendo que nuestras obras nos hacen salvos delante de Dios; lo que nos dice es que la verdadera fe salvadora se demuestra por las buenas obras. Las obras no son la causa de la salvación; estas son la evidencia de la salvación. La fe en Cristo siempre produce buenas obras. La persona que dice ser cristiana, pero que vive en desobediencia a Cristo de manera voluntaria, tiene una fe falsa o muerta y no es salva. Pablo dice básicamente lo mismo en 1 Corintios 6:9-10. Santiago contrasta dos tipos diferentes de fe, la verdadera fe que salva y la fe falsa que está muerta.
Muchos dicen ser cristianos, pero sus vidas y prioridades indican lo contrario. El Señor Jesús lo puso de esta manera: “Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos? Así, todo buen árbol da buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos. No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos. Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y echado en el fuego. Así que, por sus frutos los conoceréis. No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad”. (Mt 7:16-23).
Obsérvese que el mensaje del Señor Jesús es el mismo mensaje de Santiago. La obediencia a Dios es la marca de la verdadera fe salvadora. Santiago utiliza los ejemplos de Abraham y Rahab para ilustrar la obediencia que acompaña a la salvación. Sólo decir que creemos en Jesús no nos salva, ni tampoco lo hace un ritual religioso, como el bautismo. Lo que nos salva es la regeneración del Espíritu Santo en nuestros corazones, y esa regeneración inevitablemente va a expresarse en una vida de fe que se demuestra por una obediencia continua a Dios, por medio de obras justas.
La mala interpretación de la relación entre la fe y las obras, surge de no entender lo que el Señor enseña acerca de la salvación. En realidad hay dos errores en cuanto a las obras y la fe. El primer error es la enseñanza que dice que mientras una persona haga una oración o diga: “Yo creo en Jesús”, en algún momento de su vida, entonces es salva, pase lo que pase en el futuro. Por lo tanto, si consideramos salva a una persona que con una actitud de niño levantó su mano en una reunión de la iglesia, aunque desde ese momento nunca haya demostrado ningún deseo de caminar con Dios, de hecho está viviendo obviamente en pecado. Esta enseñanza, a veces llamada “la regeneración por decisión”, es peligrosa y engañosa. La idea de que una profesión de fe salva a una persona, incluso si después vive como si fuera el diablo, asume una nueva categoría de creyente llamado “cristiano carnal”. Esto permite diversos estilos de vida vergonzosos que pueden ser un pretexto: un hombre puede ser un adúltero no arrepentido, un mentiroso o ladrón de bancos, pero él es salvo; él es simplemente “carnal”. Sin embargo, como podemos ver en Santiago 2, una profesión de fe vacía, que no resulta en una vida de obediencia a Cristo, es en realidad una fe muerta que no puede salvar.
El otro error en cuanto a las obras y la fe, es tratar de hacer que las obras sean parte de lo que nos justifica delante de Dios. La mezcla de obras y fe para ganar la salvación, es totalmente contrario a lo que las Escrituras enseñan. Romanos 4:5 dice, “mas al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia”. Santiago 2:26 dice: “la fe sin obras es muerta”. No hay ninguna contradicción entre estos dos pasajes. Somos justificados por gracia mediante la fe, y el resultado natural de la fe en el corazón, son las obras que todos pueden ver.
Las obras que siguen a la salvación no nos hace justos ante Dios; ellas simplemente brotan de un corazón regenerado y de forma tan natural como el agua que brota de un manantial.
La salvación es un acto soberano de Dios por el cual un pecador no regenerado obtiene el “lavamiento de la regeneración por la renovación en el Espíritu Santo” derramado en él (Tit 3:5), haciendo que nazca de nuevo (Jn 3:3). Cuando esto sucede, Dios le da un corazón nuevo al que ha sido perdonado y coloca un espíritu nuevo dentro de él (Ez 36:26). Dios quita el corazón de piedra endurecido por el pecado y lo llena con el Espíritu Santo. Así, el Espíritu hace que la persona que ha sido salva camine en obediencia a la Palabra de Dios (Ez 36:26-27).
La fe sin obras es muerta porque revela un corazón que no ha sido transformado por Dios. Cuando hemos sido regenerados por el Espíritu Santo, nuestras vidas van a demostrar esa vida nueva. Nuestras obras se caracterizarán por la obediencia a la Palabra de Dios. La fe que no se ve, llega a ser evidente por la demostración del fruto del Espíritu en nuestras vidas (Gl 5:22). Los cristianos pertenecemos a Cristo, el Buen Pastor, y como ovejas Suyas que somos, escuchamos Su voz y le seguimos (Jn 10:26-30).
La fe sin obras es muerta porque la fe resulta en una nueva creación, no en una repetición de los mismos patrones de conducta pecaminosa. Como Pablo escribió en 2 Corintios 5:17: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas”.
La fe sin obras es muerta, porque proviene de un corazón que no ha sido regenerado por Dios. Profesar una fe vacía, no tiene el poder para cambiar vidas. Aquellos que dicen tener fe pero que no tienen el Espíritu, escucharán a Cristo mismo decir: “Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad” (Mt 7:23), “No os conozco” (Mt 25:12).
¿Es imprescindible el bautismo para la salvación? ¡No!
Lo único imprescindible para la salvación es la fe en Cristo Jesús—pero la fe correcta.
La fe correcta en la Persona correcta nos otorga la salvación de nuestros pecados. Y una vez salvos, debemos comenzar a dar fruto (Jn 15:1-11), el primero de los cuales debe ser confesar públicamente nuestra fe en nuestro Salvador por medio del bautismo. “Porque como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta” (Stg 2:26).
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