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domingo, 26 de septiembre de 2021

UN PASEO GUIADO POR LA BIBLIA



Cada generación es más bíblicamente ignorante que la anterior. Pocas personas tienen un fundamento bíblico sólido para recibir a Cristo. Para satisfacer esta necesidad, queremos invitarte a familiarizarte con el evangelio a través de un breve recorrido por la Biblia que te llevará a conocer el mensaje de salvación personal. Puedes dar este folleto a tu vecino, al médico, al mecánico, o un amigo, diciendo: “Si tuviera treinta minutos para hablar con usted acerca de las cosas espirituales, esto es lo que querría decirle”. Los folletos evangelísticos no salvan almas, pero la explicación de la verdad bíblica da una base para el trabajo del Espíritu Santo.

Un hombre una vez se tomó el tiempo de leer la guía de teléfonos de principio a fin. Al terminarla, dijo: “Tiene un gran elenco, pero la trama es muy débil”.

La persona promedio en nuestra sociedad piensa de esa manera acerca de la Biblia. O nunca la ha leído, o la ha leído de una manera tan irregular que no ha conseguido ver qué une sus partes. Cualquiera sea el caso, llega a la conclusión de que la Biblia no tiene argumento, o que si lo tuviera, nadie podría entenderlo.

En este artículo nos gustaría invitarte a darle un recorrido a vuelo de pájaro a la Biblia. Si estás dispuesto a leer hasta el final, creemos que por fin vas a entender acerca de qué trata la Biblia. Verás que puedes saber que no tienes por qué irte al infierno al final de esta vida, sino que puedes pasar la eternidad con Cristo. Tenemos la esperanza de que cuando comprendas esto, tomarás una decisión que cambiará tu vida para siempre.

Mientras lees estas líneas, sería de gran ayuda si pudieras conseguirte una Biblia. Lee los versículos que citamos, y asegúrete de que los estamos citando correctamente, y que explicamos en contexto lo que dice la Biblia, y no estamos diciendo sólo lo que pensamos al respecto. Todas las citas son de la versión Reina Valera de 1960, la traducción en castellano más común y conocida. Si lo deseas puedes seguir alguna otra traducción. Verás que las palabras ligeramente diferentes dicen lo mismo en realidad.

Para comenzar, vamos a organizar nuestra lectura separando la Biblia en sus divisiones comúnmente conocidas: 

1) la ley, 
2) la historia del Antiguo Testamento,
3) la poesía, 
4) los profetas del Antiguo Testamento, 
5) los Evangelios, 
6) la historia del Nuevo Testamento, 
7) las Epístolas, y 
8) la profecía.

Debes leer estas secciones en orden para obtener una comprensión completa de este recorrido por la Biblia.

LA LEY

Los primeros cinco libros de la Biblia: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio se llaman La Ley. Leamos el primer versículo de la Biblia, Génesis 1:1:

En el principio creó Dios los cielos y la tierra”.

Este versículo es sencillo y directo. Es la base de todo el resto de la Biblia. Establece la autoridad que Dios tiene sobre nosotros. Dios tiene derecho a hablarnos porque Él nos creó. Puedes objetar diciendo que crees en la evolución. No es nuestro propósito discutir acerca de este tema, pero es nuestra premisa que sólo el aceptar este versículo literalmente puede dar razón de la energía, la materia y el intrincado diseño que vemos en nuestro universo y en nosotros mismos. Tal diseño, demanda la existencia de un Diseñador.

En Génesis 1, Dios explica cómo Él preparó el escenario para el hombre al crear primero todo lo necesario para su supervivencia y bienestar. Por ejemplo, la corteza terrestre está llena de petróleo, de diamantes y de los minerales que componen cada metal. Ninguna otra criatura aparte del hombre ha utilizado alguna vez estos tesoros. Obviamente, Dios los puso aquí para que sólo el hombre los usara. Génesis 1:26, 27 habla de la creación del hombre:

“Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y sobre todo animal que se arrastra sobre la tierra. Y creó Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, varón y hembra los creó”.

Como seres humanos, estamos conscientes de que somos diferentes de otras criaturas. El hombre más ignorante se eleva muy por encima del más brillante mono. ¿Por qué? Porque hemos sido creados a imagen de Dios. Todas las facultades que nos hacen diferentes del mundo animal son una parte de esa imagen. Nuestras capacidades de pensamiento, nuestra auto-conciencia y nuestras emociones son algunos ejemplos de la imagen de Dios en nosotros.
La creación permaneció como Dios la había hecho hasta la caída de la raza humana en Génesis 3:1-6:

“Pero la serpiente era astuta, más que todos los animales del campo que Jehová Dios había hecho. Y dijo a la mujer: ¿Conque Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto? Y la mujer respondió a la serpiente: Podemos comer del fruto de los árboles del jardín: pero del fruto del árbol que está en medio del huerto dijo Dios: No comeréis de él, ni le tocaréis, para que no muráis. Y la serpiente dijo a la mujer: No moriréis; sino que sabe Dios que el día que comáis de él, vuestros ojos serán abiertos, y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal. Y cuando la mujer vio que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría, tomó de su fruto, y comió, y dio también a su marido con ella, y él comió”.

Si le preguntamos a una persona común y corriente qué cree que pasó en la caída del hombre, dirá: “Adán y Eva comieron una manzana que se supone no debían comer”. Esto hace que el pecado suene como algo muy pequeño. Lo que pasó fue muy grande. Los progenitores de la raza humana tomaron una decisión fundamental: a cuál de los dos seres que habían hablado con ellos obedecerían. ¿Elegirían obedecer a Dios, que los puso allí y les dijo: “El día que de él comieres, ciertamente morirás”, o elegirían obedecer al ser que les dijo: “No moriréis”?

Adán y Eva tomaron la decisión equivocada. Pecaron contra Dios, contra ellos mismos y contra todos sus descendientes. Como resultado de esa elección, la raza humana fue separada de Dios, la naturaleza humana fue corrompida y el juicio de Dios recayó sobre la humanidad. El juicio de Dios sobre la mujer está registrado en Génesis 3:16:

“Multiplicaré en gran manera tus dolores y tus preñeces; con dolor darás a luz los hijos; y tu deseo será para tu marido, y él se enseñoreará de ti.”

A pesar de todos los avances de la medicina, el embarazo de una mujer consiste en nueve meses de variados malestares físicos y emocionales que culminan en un momento muy difícil de sobrellevar sin ayuda.

El juicio de Dios sobre el hombre, se describe en las palabras de Génesis 3:17-19:

“Y al hombre dijo: Por cuanto obedeciste a la voz de tu mujer, y comiste del árbol de que te mandé diciendo: No comerás de él; maldita será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida. Espinos y cardos te producirá, y comerás plantas del campo. Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás”.

A pesar de los avanzados conocimientos acerca de la agricultura en nuestros días, el hombre todavía tiene que luchar con el suelo para cultivarlo. A pesar de los muchos inventos de ahorro de trabajo, el hombre aún tiene que ganarse la vida con el sudor de su frente. La mayoría de nosotros sólo podemos dejar de trabajar cuando estamos dispuestos a dejar de comer. La continuación de estos juicios hasta la actualidad demuestra que la humanidad está todavía bajo la maldición que recayó sobre ella en el Huerto del Edén.

Supón que estás a la mesa en el living de tu casa, comiendo. De pronto, alguien abre la puerta principal de la casa y un extraño entra en el comedor. Se ve como uno que se ha estado escondiendo en un grasiento taller mecánico. Sin una palabra de saludo, acerca una silla a la mesa, se limpia las manos en una de las finas servilletas de lino blanco que está sobre ella, acerca el plato con carne con su mano y sin reparar en modales come la más abundante de las comidas. Luego se estira y se dirige a la habitación de invitados, donde se deja caer en el edredón blanco sin siquiera quitarse los zapatos. Tú estás furioso. Ese hombre se está comportando como si fuera el dueño de la casa sin tener el más mínimo derecho... Así es como el hombre impío se comporta en el mundo: sin reconocer que está en la propiedad y la creación de Dios.

Los primeros once capítulos de la Biblia son universales. Se refieren a todo el género humano. Sin embargo, en Génesis 12 la historia del Antiguo Testamento comienza a trazar los orígenes del pueblo judío. Nos encontramos con un hombre llamado Abram, más tarde llamado Abraham. Génesis 12:1-3 nos dice:

“Pero Jehová había dicho a Abram: Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra”.

El resto del libro de Génesis nos cuenta acerca del desarrollo de la familia de Abraham, y el resto del Antiguo Testamento es la historia de la nación judía. Gentiles (no-judíos) atraviesan sus páginas, pero el registro se centra en el pueblo judío. El nieto de Abraham, Jacob, tiene doce hijos y estos hijos son los progenitores de las doce tribus de Israel. La clave para entender la importancia de Abraham es la verdad dada en Génesis 15:6:

“Y creyó [Abraham] a Jehová, y le fue contado por justicia”.

Este texto nos dice que Abraham fue justificado por Dios en respuesta a su fe. Esta verdad, que se repite varias veces acerca de Abraham, es uno de los puntos clave de la Escritura. La justicia se obtiene por fe. Ten muy presente esto. Vamos a volver a tocar el tema más adelante.

Cuando llegamos al libro del Éxodo, los descendientes de Abraham están en Egipto. Comenzaron su vida en Egipto como huéspedes bienvenidos, pero 400 años después eran esclavos despreciados. Éxodo nos relata cómo Dios levantó a Moisés para liberar a Su pueblo y cómo sacó a los israelitas de Egipto.

Dios prometió conducir al pueblo judío de regreso a Canaán (la Tierra Prometida, hoy también llamada Palestina) donde Abraham había vivido. Esa tierra no estaba muy lejos. Sin embargo, antes de ir a Canaán, Dios los llevó por el desierto rocoso de la península del Sinaí y allí les dio Su ley. El pueblo judío estaba compuesto por esclavos sin concepto de autogobierno ni de nación. Desde Éxodo 20 hasta el libro de Levítico tenemos la Ley con todos sus detalles. Y en Deuteronomio tenemos la revisión y el resumen de esta.

Es de gran ayuda en la lectura de la Ley del Antiguo Testamento darse cuenta de que hay tres clases de leyes. En primer lugar, existe la ley moral. Esto es lo que se encuentra en pasajes como Éxodo 20, donde se dan los diez mandamientos. Veamos Éxodo 20:3-4 y 13-16 como muestra:

“No tendrás dioses ajenos delante de mí. No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra”.
“No matarás. No cometerás adulterio. No hurtarás. No hablarás contra tu prójimo falso testimonio”.

La ley moral es permanente, ya que es una expresión del carácter de Dios. Nuestra generación actual considera la ley moral un convencionalismo social que se puede aceptar o rechazar si así se desea. Dios, sin embargo, considera a todos los hombres culpables por la violación de su ley moral.

La ley moral es la expresión de la voluntad de un Dios santo. El Nuevo Testamento en Romanos 7:12 recalca “que la ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno”. No se trata de un código de ley humano, sino de la palabra de un Dios santo. Éxodo 15:11 dice que Dios es “magnífico en santidad”. Tal vez el lector ha exclamado alguna vez: “¡Es un día magnífico!” Con esto quiere decir que el día es perfecto, que no podría ser mejor. Eso es lo que la Biblia quiere decir cuando declara que Dios es “magnífico en santidad”: Él es perfecto, no podría ser mejor. No estamos tratando con un Dios que acepta “no está mal”, “aceptable”, o “qué se le va a hacer”. La santidad de Dios requiere perfección moral total. Nada menos que eso es aceptable para Dios.

En segundo lugar, está la ley civil. Israel no tenía ninguna experiencia de gobierno así que Dios les dio leyes prácticas por medio de las cuales se regularan como nación. Un buen ejemplo de la ley civil es Éxodo 21:28-29:

“Si un buey acorneare a hombre o a mujer, y a causa de ello muriere, el buey será apedreado, y no será comida su carne; mas el dueño del buey será absuelto. Pero si el buey fuere acorneador desde tiempo atrás, y a su dueño se le hubiere notificado, y no lo hubiere guardado, y matare a hombre o mujer, el buey será apedreado, y también morirá su dueño”.

La ley civil era temporal, pero encarna principios permanentes. La idea de que un hombre es más responsable si sabe que su animal es peligroso sigue siendo una parte de la jurisprudencia actual.

En tercer lugar, está la ley ceremonial. Esto es acerca de lo que el libro de Levítico se trata. Para nuestra sociedad es el tipo de ley más difícil de entender. Tomemos Levítico 1:2-5 para una muestra:

“Habla a los hijos de Israel y diles: Cuando alguno de entre vosotros ofrece ofrenda a Jehová, de ganado vacuno u ovejuno haréis vuestra ofrenda. Si su ofrenda fuere holocausto vacuno, macho sin defecto lo ofrecerá; de su voluntad lo ofrecerá a la puerta del tabernáculo de reunión delante de Jehová. Y pondrá su mano sobre la cabeza del holocausto, y será aceptado para expiación suya. Entonces degollará el becerro en la presencia de Jehová; y los sacerdotes hijos de Aarón ofrecerán la sangre, y la rociarán alrededor sobre el altar, el cual está a la puerta del tabernáculo de reunión”.

Cuando un hombre deseaba acercarse a Dios para obtener de Él el perdón de sus pecados, debía presentar un sacrificio de sangre. Esto le enseñaba de manera objetiva que la paga del pecado es siempre la muerte. El hecho de que el sacrificio tenía que ser sin defecto apuntaba al hecho de que el único sacrificio que Dios podía aceptar por el pecado debía ser perfecto. El hombre tenía que identificarse con su ofrenda, poniendo su mano sobre la cabeza del animal a sacrificar. Esto presagiaba que la salvación del hombre iba a realizarse a través de un sustituto. La ley ceremonial era deliberadamente temporal. No se espera que nadie guarde la ley ceremonial hoy. Era una herramienta de enseñanza para dirigir a los hombres a la cruz de Cristo: el Sacrificio perfecto, el Sustituto por nuestros pecados.

Los cinco libros de la Ley finalizan con Israel junto a la entrada de la Tierra Prometida. Moisés muere y su suplente Josué toma su lugar.

HISTORIA DEL ANTIGUO TESTAMENTO

Después de La Ley llegamos a doce libros de historia. Van desde Josué hasta Ester. Ellos nos dan la historia de la nación judía desde Moisés hasta el fin del Antiguo Testamento.

Josué nos cuenta cómo fue conquistada la tierra prometida y se dividieron las tribus. Jueces registra cómo se regía el país con un sistema de jueces que Dios levantaba cuando la gente era piadosa. En 1ª de Samuel vemos cómo Israel cambió el gobierno de los jueces por el de una monarquía. Los libros de 2ª de Samuel, 1ª y 2ª  de Reyes y 1ª  y 2ª  de Crónicas registran la historia de Israel bajo la monarquía. En realidad, hubo dos líneas monárquicas en la nación cuando esta se dividió en dos reinos conocidos en la historia como Israel y Judá.

Cuatro cosas ocurrieron durante el período de los reinos judíos. En primer lugar, Dios levantó a la dinastía de David, la que prometió que sería eterna. Dios le hizo esta promesa a David en 2ª de Samuel 7:16:

“Y será afirmada tu casa y tu reino para siempre delante de tu rostro, y tu trono será estable eternamente”.

Cada vez que el reino de Judá tuvo un rey legítimo era un descendiente de David. Esa promesa nos lleva al Señor Jesucristo, que es el rey final de la línea de David.

En segundo lugar, corderos y otros animales continuaron siendo sacrificados por los pecados de los hombres. Los sacrificios que mencionamos en Levítico continuaron siendo ofrecidos durante este período de la historia judía.

En tercer lugar, los hombres escribieron sobre sus experiencias espirituales en libros como Salmos y Proverbios. David escribió: “Jehová es mi pastor; nada me faltará” (Salmo 23:1). Salomón escribió: “Fíate de Jehová de todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia” (Proverbios 3:5).

En cuarto lugar, los profetas escribieron lo que Dios les reveló. En sus profecías a veces se dirigen a Israel y a Judá, a menudo advirtiéndoles el juicio inminente de Dios a causa de su apostasía. En otras ocasiones, encadenan una serie de predicciones acerca de la venida del Mesías, quien sería la respuesta a las necesidades de Israel y de todos los hombres.

En el curso de la historia, ambos reinos (Israel y Judá) abandonaron al Dios que los hizo grandes y terminaron en cautiverio. Las diez tribus de Israel fueron capturadas por los asirios, y tal fue su dispersión que los israelitas nunca volvieron a su patria. Judá cayó ante los babilonios. Algunos de ellos regresaron a la Tierra Prometida después de setenta años. Esa historia se cuenta en Esdras, Nehemías y Ester.

POESÍA DEL ANTIGUO TESTAMENTO

Después de los libros de historia tenemos los cinco libros de poesía: Job, Salmos, Proverbios, Eclesiastés y El Cantar de los Cantares no se parecen a la poesía que nosotros conocemos, ya que carecen de la rima y la métrica tan común a la poesía occidental. En estos libros, hombres piadosos escribieron sobre las cosas que Dios les había enseñado en las experiencias de la vida. Se quejan, razonan, y la mayoría de ellos alaban a Dios. Esta sección está llena de cosas que hablan a nuestro corazón, porque son el clamor de los corazones de hombres en circunstancias similares a las nuestras. Sea cual sea nuestra situación, la podemos encontrar reflejada en alguno de estos libros.

PROFETAS DEL ANTIGUO TESTAMENTO

El Antiguo Testamento concluye con los diecisiete libros de los profetas. Los cinco primeros son generalmente llamados los profetas mayores y los últimos doce se llaman los profetas menores. La mayoría de estas profecías fueron registradas durante el mismo período de los libros de historia. Cuando llegamos al final de los doce libros de historia nos hemos enterado de toda la historia bíblica. Los libros poéticos y los libros proféticos vienen después de la sección histórica en la Biblia, pero todos los poetas y profetas vivieron en los días de los libros de historia. Por ejemplo, los Salmos de David fueron escritos durante el período de y 2ª de Samuel. Isaías vivió en el período de 2ª de Reyes, y Daniel vivió a finales de 2ª de Crónicas.

Mencionamos antes que los profetas encadenaron una serie de predicciones acerca de la venida del Mesías. Veamos tres ejemplos. En primer lugar, veamos Isaías 7:14:

“Por tanto, el Señor mismo os dará señal: He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel”.

Alrededor de 700 años antes de que sucediera, Isaías predijo que una virgen (la conocemos como María) concebiría y daría a luz un hijo. Él sería el cumplimiento literal del extraño nombre que le da el profeta: Emmanuel significa “Dios con nosotros”. Muchos hombres han tratado de eliminar la palabra “virgen” en este versículo, pero no se puede hacer si un traductor es fiel a los manuscritos hebreos y griegos.

En segundo lugar, echemos un vistazo a una predicción de uno de los profetas menores. Miqueas 5:2:

“Pero tú, Belén Efrata, pequeña para estar entre las familias de Judá, de ti me saldrá el que será Señor en Israel; y sus salidas son desde el principio, desde los días de la eternidad”.

Esta promesa predice que el Mesías debía nacer en Belén. Esta fue la promesa que los eruditos judíos citan a Herodes cuando él les preguntó dónde debía nacer el Cristo (Mesías). La promesa dejó en claro que el Mesías iba a ser una persona eterna “y sus salidas son desde el principio, desde los días de la eternidad”.

En tercer lugar, echémosle un vistazo a Isaías 53:5-6. Este capítulo es la más extensa predicción profética acerca del sufrimiento y la muerte vicaria (sustitutiva) de Cristo.

“Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros”.

La esencia de esta predicción es la naturaleza vicaria (sustitutiva) del sacrificio de Cristo. Nuestras son las rebeliones; nuestros son los pecados; nosotros nos merecemos el castigo y la llaga; pero Él lo sufrió todo en nuestro lugar. Nosotros, como ovejas descarriadas, nos extraviamos, pero la culpa fue puesta sobre Él. Levítico, que como dijimos trata acerca de la ley ceremonial, menciona el sacrificio de un cordero (ganado…ovejuno) que debía ser ofrecido por nuestro pecado, simbolizando que la paga por el pecado es la muerte: el derramamiento de sangre. La imagen se amplía aquí en las palabras de Isaías, quien nos revela que el cordero que sería ofrecido a Dios en nuestro lugar es, en realidad, Cristo.

Así termina nuestro paseo guiado por el Antiguo Testamento. Hemos ignorado muchas cosas, pero hemos destacado los temas que son vitales.

LOS EVANGELIOS

Saltándonos los cuatrocientos años de silencio que se encuentran entre los dos testamentos llegamos al Nuevo Testamento y nos encontramos con Los Evangelios: cuatro relatos independientes de la vida del Señor Jesucristo que llevan el nombre de sus autores: Mateo, Marcos, Lucas y Juan.

Aunque independientes, estos cuatro autores están de acuerdo en cuanto a los hechos de la historia. Cristo nació en Belén, como dijo Miqueas 5:2. Alrededor de los treinta años entró en Su ministerio. Su precursor, Juan el Bautista, que era unos seis meses mayor que Él, proclamó que el Señor Jesús venía. Un día:

“vio Juan a Jesús que venía a él, y dijo: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29).

Juan, versado en La Ley, tenía en mente esa serie de corderos expiatorios cuya sangre manchaba la arena del Antiguo Testamento. Entendió que aquellos corderos tipificaban a este Cordero, que cumpliría la profecía de Isaías 53:5-6 que anunciaba el sacrificio final y perfecto por el pecado de la humanidad. Los hombres de este mundo llaman al Señor Jesús “el gran arquitecto”, “el maestro de maestros”, y “un gran profeta”; pero Juan vio que Su gran objetivo era ser el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.

Cada uno de los cuatro Evangelios comienza su historia acerca del Señor de diferente manera. Mateo y Lucas hablan del nacimiento de Cristo. Marcos y Juan no lo hacen. Sin embargo, los cuatro relatos terminan de la misma manera: con la crucifixión, muerte y resurrección de Jesucristo. La crucifixión y la resurrección son el núcleo y el clímax del camino de la salvación que Dios proveyó para el hombre. Cristo vino a ser el Cordero de Dios que iba a morir en la cruz sufriendo el castigo por nuestro pecado. Isaías lo predijo. Juan el Bautista lo entendió. Los Evangelios dan testimonio de que Cristo logró lo que vino a hacer. La resurrección es el sello final de aprobación de Dios a la obra consumada de Cristo.

Antes de dejar Los Evangelios debemos decir unas palabras sobre el cielo y el infierno. La noche antes de Su muerte, el Señor Jesús habló a Sus discípulos acerca de la eternidad diciendo:

“En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis”.

Él enseñó que la casa del Padre, la Nueva Jerusalén (Hebreos 11:10, 16; 12:22; 13:14), es el lugar donde los que han confiado en la obra de Cristo habitarán. Es una ciudad literal, al igual que nuestra ciudad natal lo es. La Nueva Jerusalén ahora está en el cielo, el lugar desde donde el Señor Jesús vino, y el lugar donde ahora Él reside. Un día, sin embargo, la Nueva Jerusalén descenderá del cielo (Apocalipsis 21-22) a una tierra restaurada, renovada, que para siempre será un lugar de descanso, de conocimiento espiritual perfecto, de la presencia de Dios, de la luz, de la adoración y del servicio. La injusticia, el dolor, la tristeza y las lágrimas estarán ausentes tanto de la Nueva Jerusalén como de la nueva tierra de Dios.

El lado opuesto de la moneda es que el infierno también es un lugar literal. El Señor Jesucristo enseña esto. El infierno existe porque la ira de un Dios santo no puede tolerar la presencia del pecado: el pecado es abominación para Dios. No es posible que alguien desee escoger para sí la ira de Dios en vez de la gloria eterna, pero Juan 3:36 dice:

“El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él”.

De acuerdo con la enseñanza del Señor, el infierno es un lugar de eterna oscuridad, de dolor y de tristeza, de fuego y azufre, y de separación de Dios. El infierno es el lugar que cada persona escoge para sí cuando “rehúsa creer” en el Señor Jesucristo como su Salvador. El hombre desea eliminar de su mente la creencia del infierno, pero el Señor advierte severamente acerca de la realidad de su existencia en Lucas 12:4-5:

“Mas os digo, amigos míos: No temáis a los que matan el cuerpo, y después nada más pueden hacer. Pero os enseñaré a quién debéis temer: Temed a aquel que después de haber quitado la vida, tiene poder de echar en el infierno; sí, os digo, a éste temed”.

HISTORIA NUEVOTESTAMENTARIA

En el Antiguo Testamento vimos que doce libros están dedicados a la historia. En el Nuevo Testamento hay un sólo libro: el libro de los Hechos. Hechos nos da la historia de lo que sucedió después de que Cristo fue crucificado, resucitó y ascendió al cielo. Dios envió el don del Espíritu Santo a los creyentes, tal como Cristo había prometido que lo haría.

Fortalecidos de esa manera, los discípulos previamente tímidos comenzaron a predicar el Evangelio a un mundo perdido. A medida que predicaban, los hombres creían en el Señor Jesucristo. Los que creyeron comenzaron a reunirse en grupos locales llamados iglesias, las que eran lideradas por miembros calificados que surgían desde sus propias filas.

Uno de los convertidos más notables fue Saulo de Tarso. Después de su conversión se hizo conocido simplemente como Pablo, y fue el gran misionero entre los gentiles (no-judíos). Su ministerio dejó iglesias en lugares como Galacia, Filipos, Tesalónica, Corinto y Éfeso. Estas importantes ciudades del imperio romano se convirtieron en centros desde las que el mensaje de salvación se esparció a todo el mundo conocido de entonces. Gran parte del libro de los Hechos se dedica al ministerio de Pablo.

LAS EPÍSTOLAS

La mayor parte del Nuevo Testamento se compone de veintiún epístolas. Epístola es una palabra elegante para referirse a una carta. Al menos trece de estas cartas fueron escritas por Pablo, las demás por Pedro, Juan, Santiago y Judas. La mayoría de ellas fueron escritas a iglesias del primer siglo como Roma, Corinto y Tesalónica. Otras fueron escritas para hombres como Timoteo y Tito, quienes fueron colaboradores de Pablo. Algunas fueron escritas específicamente para los cristianos hebreos.

En las epístolas encontramos la doctrina y la práctica del cristianismo establecidas en forma acabada para la orientación de las primeras iglesias. En ellas se expone la verdad y se corrige el error. Dos pasajes de las epístolas son dignos de mención aquí porque abordan dos problemas contemporáneos que la gente tiene con el cristianismo.

En primer lugar, leamos 1ª de Corintios 15:1-4:

“Además os declaro, hermanos, el evangelio que os he predicado, el cual también recibisteis, en el cual también perseveráis; por el cual asimismo, si retenéis la palabra que os he predicado, sois salvos, si no creísteis en vano. Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras”.

Si se le preguntara a muchas personas hoy en día: “¿Qué es el Evangelio?”,  darían una respuesta equivocada. Dirían cosas tales como: “El Evangelio es amar a tu prójimo y hacer el bien”. Esa definición vaga acerca de un tema de crucial importancia eterna no es de la Escritura. Estos versículos dejan muy claro que el Evangelio es el mensaje de que el Señor Jesucristo murió en la cruz por nuestros pecados, fue sepultado y resucitó de la tumba. El modernismo ha redefinido deshonestamente el Evangelio como un mensaje de tolerancia, integración y socialización. Esto es falso. El Evangelio es un mensaje de salvación para todos los seres humanos culpables de pecado ante de un Dios santo.

En segundo lugar, consideremos la siguiente lista que se da en Gálatas 5:19-21:

“Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios”.

El título de esta lista es “las obras de la carne”. Puedes leer la lista y decir: “No he hecho todas estas cosas”. Pero esta lista describe nuestra carne, nuestra condición humana. Menciona pecados que todos somos capaces de cometer si nos dejamos llevar. Es una descripción espeluznante de nuestra naturaleza pecaminosa. Un Dios santo no puede contaminar Su presencia con estas personas.

Ahora prestémosle atención a los siguientes versículos de Gálatas 5:22-23:

“Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley”.

El título de esta lista es “el fruto del Espíritu”. La palabra “Espíritu” se escribe con mayúsculas porque habla del Espíritu Santo que Dios pone en el corazón de un creyente cuando recibe a Cristo como su Salvador. Cualquier persona honesta confesará que estas virtudes no son las cosas que caracterizan a los seres humanos naturalmente; son los buenos frutos que sólo el Espíritu de Dios puede producir en una persona cuando ésta lo recibe en su corazón.

Hace varios años atrás, un joven escuchó una presentación del Evangelio mientras asistía como invitado a una iglesia. Vio que era culpable de pecado ante Dios. Entendió que Cristo murió por él, pero no estaba muy decidido a recibir a Cristo como su Salvador. El joven frecuentaba un ambiente muy disipado y mundano: él y sus amigos consumían mucho alcohol y la conducta inmoral era algo normal y aceptable entre ellos. A él le gustaba esa parte de su vida, y no estaba seguro de que pudiera renunciar a todo eso. Sin embargo, dejando de lado sus aprehensiones, se decidió a recibir a Cristo en ese momento y sin preocuparse por el hecho de que se sintiera incapaz de renunciar a su vida de pecado. Algo en su interior le decía que si la decisión de recibir la salvación que Cristo le ofrecía era sincera, el Señor mismo lo libraría de su pecado paulatinamente, de algún modo. Así que recibió a Cristo públicamente ese día. Poco tiempo después, dejó la vida disipada y el frecuentar su antiguo círculo de amistades. Desde el día que recibió a Cristo como su Salvador comenzó a perder el gusto por todo eso. Hoy día vive para Cristo. (Quien escribe da testimonio de que esta experiencia es cierta, porque es la suya.)

Este incidente es más que una simpática anécdota. Es para destacar que la salvación no es rehacerse a sí mismo al abandonar hábitos pecaminosos. La salvación es aceptar el sacrificio de Dios por nuestros pecados, recibir el Espíritu Santo y permitirle que lidie con nuestra vida pecaminosa y produzca en nosotros Su fruto, el fruto del Espíritu que citamos en Gálatas 5:22-23.

PROFECÍA NUEVOTESTAMENTARIA

Esta es la última sección del Nuevo Testamento. En el Antiguo Testamento hay diecisiete libros de profecía. Aquí sólo hay uno, el Apocalipsis. No es nuestro propósito ahora estudiar este libro. Por ahora, basta decir que el Apocalipsis nos revela el final de todas las cosas en el programa de Dios. Después de un tiempo de gran tribulación a manos de un gobierno mundial presidido por el Anticristo, tenemos el arrebatamiento de los santos con la resurrección de sus cuerpos al momento del regreso triunfal del Señor Jesucristo a reinar e instaurar en la tierra un reino de mil años, el cual marca el comienzo de “un cielo nuevo y una tierra nueva” (Apocalipsis 21:1) en el que Dios mismo reinará por los siglos de los siglos.

Conclusión

Aquí termina nuestro paseo guiado por la Biblia. Esperamos que te hayas dado cuenta de que ha sido mucho más que una reseña literaria. Hemos tratado de mostrar que el gran tema de la Biblia es la perfecta salvación que Dios ha provisto para el hombre a través del Señor Jesucristo, que vino a este mundo en carne humana para ser el Cordero de Dios que murió por nuestros pecados. Esperamos que puedas apreciar esta verdad. Sin embargo, el simple hecho de apreciar la verdad no te salvará. Es necesario hacer una decisión que cambie el curso entero de tu vida.

Un vendedor de seguros que viene a nosotros tratará de mostrarnos que necesitamos un seguro. Luego tratará de convencernos de que tiene justo la póliza que necesitamos. Sin embargo, aún si estamos convencidos de la verdad y del valor de estas dos cosas, todavía no estamos asegurados. El conocimiento de que necesitamos un seguro y la certeza de que existe el que nos conviene no nos va a beneficiar. Del mismo modo, el conocimiento de las verdades presentadas aquí no salvará a nadie.

Dios ha provisto todo lo necesario para que nuestros pecados sean perdonados por Él. Podemos tener una esperanza segura de que nuestra vida pecaminosa y mundana puede cambiar, y de que nuestra alma puede ser librada del infierno, y de que pasaremos la eternidad con Cristo. ¿Cómo puedes apropiarte de lo que Dios ha provisto para ti? Cuando la Biblia habla acerca de convertirse en cristiano, utiliza uno de los dos siguientes conceptos. Leamos con cuidado Juan 1:12:

“Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios”.

El primer concepto es la imagen de recibir a Cristo. Si alguien fuera a llamar a nuestra puerta y pedir entrar a nuestra casa, nosotros, los dueños de casa, tendríamos la opción de decidir si deseamos o no recibir al solicitante. Recibirlo sería tan sencillo como decir: “Sí, me gustaría que entraras”. Recibir a Cristo es bastante similar. Si estamos convencidos de que somos unos pecadores perdidos, y si estamos dispuestos a arrepentirnos de ese pecado, y si nos damos cuenta de que Cristo murió por nosotros, entonces estaríamos listos para decir con un corazón sincero: “Señor Jesús, ven a mi corazón y salva mi alma de mi pecado y del fuego eterno”. Estas no son palabras mágicas. Más bien, son una transacción legal y eterna con el Salvador que murió por nuestro pecado.

El segundo concepto en Juan 1:12 es la idea de creer en el Señor Jesucristo. En nuestra cultura se utiliza la palabra “creer” de forma muy liviana. Si le preguntamos a  cualquier persona si creen en el Señor Jesucristo, nos darán una respuesta positiva; sin embargo, es obvio que la mayoría de las personas no son salvas. ¿Cuál es el problema?

Casi no nos atrevemos a usar la siguiente ilustración. Desde que la escuchamos por primera vez, hemos escuchado diferentes versiones, y no estamos seguros de su exactitud. Pero, independientemente de si el incidente es exacto o no, la verdad que enseña sí lo es. 

Charles Blondin fue, en su tiempo, el equilibrista de la cuerda floja y acróbata más aclamado del mundo. Una placa en las Cataratas del Niágara conmemora su hazaña de cruzar el barranco a una gran altura con un amigo en la espalda. Una mañana él estaba ejecutando su hazaña en Londres. La cuerda floja se extendía entre dos edificios muy altos. Se había anunciado que iba a preparar y a tomar el desayuno sobre ella. A la hora indicada se presentó con una pequeña carretilla cargada con los utensilios necesarios. La llevó hasta el centro de la cuerda floja, encendió una cocinilla a parafina, y se preparó un huevo frito y un café. Cuando terminó puso los utensilios de vuelta en la carretilla y se dirigió al otro edificio. Parecía como si todos los chicos de Londres se hubieran reunido allí para hablar con él. Blondin le preguntó uno de los chicos si había sentido miedo cuando lo había visto hacer su hazaña sobre la cuerda floja. El niño le aseguró que no había sentido miedo. Le dijo que nunca había dudado de la capacidad del equilibrista. Blondin llevó la conversación más allá al preguntarle al niño si creía que él podía poner a un hombre en su carretilla y llevarlo al otro lado. El niño respondió que creía que sí, y que no sentiría miedo al verlo hacer tal cosa. Entonces Blondin desafió al niño diciéndole: “Súbete en mi carretilla y te llevaré al otro lado a través de la cuerda”. En ese momento la confianza en el rostro del niño desapareció. Él creía, o eso pensaba; pero no estaba dispuesto a aceptar la invitación del equilibrista.

La fe salvadora es más que decir: “Yo creo”; es subirse a la salvación que el Señor nos ofrece y confiar en que Él nos llevará hasta el otro lado. Tú que lees estas líneas, ¿confías en que Cristo puede perdonar tu pecado y llevarte sano(a) y salvo(a) hasta el otro lado?

No hemos hablado mucho en este folleto acerca del arrepentimiento. No es el camino de la salvación, pero es algo necesario para ello. Dios no salva a los pecadores que deseen continuar en su pecado. Dios salva a las personas que están dispuestas a renunciar a su pecado, que quieren ser librados de él. Nadie será salvo hasta que no reconozca su pecado, y lo admita, y desee con todo su corazón la liberación que Dios le ofrece.

Si deseas con todo tu corazón ser libre de tu pecado, invoca al Señor Jesús ahora mismo. Confiésale que te has dado cuenta de que estás enfermo(a) de pecado. Dile que te das cuenta de que Él murió por ti para pagar la culpa de tu pecado. Pídele que salve tu alma. Confía en Él con todo tu corazón. Si lo haces y guardas su palabra y perseveras has el fin (Apocalipsis 3:8; Mateo 24:13), Él te llevará al otro lado a través de la cuerda floja de esta vida.

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