“Cuando el rey Jeroboam oyó la palabra del varón de Dios, que había clamado contra el altar de Bet-el, extendiendo su mano desde el altar, dijo: ¡Prendedle! Mas la mano que había extendido contra él, se le secó, y no la pudo enderezar” (1 R 13:4). En el mismo momento, “el altar se rompió, y se derramó la ceniza del altar, conforme a la señal que el varón de Dios había dado por palabra de Jehová” (1 R 13:5).
El rey pidió al hombre de Dios que orara por él y por la restauración de su mano. Cuando el varón de Dios hubo orado por él, el Señor sanó la mano del rey. Entonces este intentó recompensar al varón de Dios, pero éste replicó: “Aunque me dieras la mitad de tu casa, no iría contigo, ni comería pan ni bebería agua en este lugar. Porque así me está ordenado por palabra de Jehová, diciendo: No comas pan, ni bebas agua, ni regreses por el camino que fueres” (1 R13:8-9). Luego el varón de Dios “Regresó... por otro camino, y no volvió por el camino por donde había venido a Bet-el” (1 R13:10).
Este varón de Dios tuvo cuidado de cumplir el triple mandato de Dios. No comió ni bebió nada en Bet-el, y se fue por otro camino de vuelta a casa.
Sin embargo, de camino a casa, se le acercó otro profeta, descrito como: “un viejo profeta”, que le dijo, mintiéndole: “Yo también soy profeta como tú, y un ángel me ha hablado por palabra de Jehová, diciendo: Tráele contigo a tu casa, para que coma pan y beba agua. Entonces [el varón de Dios] volvió con él, y comió pan en su casa, y bebió agua” (1 R 13: 18-19). Pero este segundo profeta miniió al varón de Dios. Ningún ángel le había visitado, y Dios no le había hablado del asunto.
Sin embargo, el varón de Dios le creyó al viejo profeta y se fue con él a casa. Durante la cena, el viejo profeta recibió de repente una palabra verdadera de Dios: “Y clamó al varón de Dios que había venido de Judá, diciendo: Así dijo Jehová: Por cuanto has sido rebelde al mandato de Jehová, y no guardaste el mandamiento que Jehová tu Dios te había prescrito, sino que volviste, y comiste pan y bebiste agua en el lugar donde Jehová te había dicho que no comieses pan ni bebieses agua, no entrará tu cuerpo en el sepulcro de tus padres” (1 R 13:21-22). Cuando el varón de Dios se marchó, “le topó un león en el camino, y le mató; y su cuerpo estaba echado en el camino, y el asno junto a él, y el león también junto al cuerpo. Y he aquí unos que pasaban, y vieron el cuerpo que estaba echado en el camino, y el león que estaba junto al cuerpo; y vinieron y lo dijeron en la ciudad donde el viejo profeta habitaba” (1 R 13:24-25).
El profeta que había mentido enterró al varón de Dios en su propia tumba e instruyó a sus propios hijos para que, a su muerte, lo enterraran junto al varón de Dios. Al hacer estas cosas, el viejo profeta mostró su sincera creencia en que el profeta que había muerto era un verdadero varón de Dios. Sus profecías contra los idólatras de Israel se harían realidad (1 R 13:31-32).
Este relato concluye con una nota sobre la obstinada negativa del rey a obedecer: “Con todo esto, no se apartó Jeroboam de su mal camino, sino que volvió a hacer sacerdotes de los lugares altos de entre el pueblo, y a quien quería lo consagraba para que fuese de los sacerdotes de los lugares altos. Y esto fue causa de pecado a la casa de Jeroboam, por lo cual fue cortada y raída de sobre la faz de la tierra” (1 R 13:33-34).
Así pues, tenemos un profeta viejo que mintió y un profeta anónimo que murió. En este relato vemos que tanto los piadosos como los impíos afrontan las consecuencias de la desobediencia al Señor. El rey malvado se enfrentó al juicio por su idolatría. Y el varón de Dios se enfrentó igualmente al juicio por su desobediencia. Dios no hace acepción de personas, “El alma que pecaré morirá” (Ez 18:1,4,20).
En este capítulo vemos que a veces las tentaciones proceden de lugar menos esperado. El rey tentó al varón de Dios para que quebrantara el mandato divino, pero el varón de Dios resistió la tentación proveniente del rey y se negó a aceptar su oferta. Estaba alerta y de ningún modo desobedecería a Dios para comer con un rey impío. Sin embargo, cuando un colega profeta lo tentó a pecar, mintiéndole, el varón de Dios cedió fácilmente. Bajó la guardia y desobedeció a Dios para comer con un viejo profeta que aparentó ser auténtico.
El varón de Dios, la profecía que Dios le dio, y la orden de abstenerse de comer en el lugar donde debía desempeñar su comisión, están dentro de un circulo blanco, representando la pureza divina. El rey Jeroboam de Israel, el altar y todo Bet-el, están dentro de un circulo negro que representa la maldad y el pecado: el mundo. Nótese lo fácil que es distinguir el contraste entre estos dos círculos. Así de fácil debiera ser distinguir el bien del mal, la verdad del error, la santidad del pecado. El varón de Dios no tuvo ningún problema en obedecer el mandato divino mientras los contrastes permanecieron tan evidentes.
Pero, ¡horror de horrores! Apareció un tercer personaje en la historia. Uno que es descrito con la poco halagadora frase: “Un profeta viejo”. “Viejo”, espiritualmente. Sin uso para Dios. Esto lo sabemos porque vivía en Bet-el, y sin embargo el Señor no le dio a él la profecía para el rey Jeroboam, que estaba allí mismo ese día. La profecía para el rey Dios se la dio a un “varón de Dios” que provenía de Judá. Este “profeta viejo”, con su aparición, creó un vínculo entre el círculo blanco y el negro que puede ser descrito como de color gris. Se identificó como profeta, pero mintió como un pecador ordinario. Tenía un pie en el círculo blanco, y otro en el círculo negro. Tenía apariencia de piedad, pero el poder de ella estaba muerto en su vida (2 Ti 3:5).
“El varón de Dios” bajó la guardia ante este falso hermano que lo incitó a pecar contra Dios desobedeciendo el claro mandato que le había dado: “No comas pan, ni bebas agua [en Bet-el], ni regreses por el camino que fueres” (1 R13:8-9). El juicio de Dios sobre “el varón de Dios” no se hizo esperar: murió al ser atacado por un león antes de abandonar Bet-el.
Cuando Dios ha hablado, el asunto está resuelto. Nunca hay excusa para desobedecer la Palabra de Dios. El “profeta viejo” no fue ajusticiado por el Señor porque él ya estaba fuera del servicio profético: Dios es más severo con los que está usando (1 P 4:7).
Esto nos enseña que las más fuertes tentaciones a pecar, las peores, son aquellas que provienen de aquellas personas que menos esperaríamos que nos tentaran a pecar: Una madre, por ejemplo, que hace que su hijo le mienta al padre y le desobedezca porque ella ha determinado abandonar al marido y ponerle fin al matrimonio unilateralmente. Un pastor, que le dice a la congregación que estudiar la doctrina de Cristo (2 Jn 1:4,9) es irrelevante porque lo que importa es conocerlo a Él personalmente. Una hermana que le dice a otra que el lesbianismo es aceptable ante Dios porque la Biblia no menciona la palabra condenándola.
Hilando fino, los ejemplos de la tentación a cometer los peores pecados podrían multiplicarse exponencialmente, pero todos tienen este factor en común: son insidiosos, y vienen de adentro, del círculo de confianza, de la esfera en la que deberíamos estar a salvo de pecar, de la zona gris, de aquellos que tienen apariencia de piedad (2 Ti 3:5), de aquellos que se llaman “familia” (Rebeca).
Debemos orar sin cesar pidiendo que seamos llenos del conocimiento de la voluntad del Señor en toda sabiduría e inteligencia espiritual, para que andemos como es digno del Señor, agradándole en todo, llevando fruto en toda buena obra, y creciendo en el conocimiento de Dios (Col 1:9-10), para que Satanás no gane ventaja alguna sobre nosotros; y no ignoremos sus maquinaciones (2 Co 2:11).
“Mas si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare otro evangelio [mandato] diferente del que os hemos anunciado, sea anatema. Como antes hemos dicho, también ahora lo repito: Si alguno os predica diferente evangelio [mandato] del que habéis recibido, sea anatema” (Gl 1:8-9).