
Hechos 9 registra quizás el evento más significativo en la historia de la iglesia desde la recepción del poder del Espíritu Santo en Hechos 2. El Señor Jesús ascendió (Hch 1:6-11). Sus seguidores recibieron el poder del Espíritu Santo (Hch 2:1-12). La enseñanza de los apóstoles de que Jesús es el Mesías judío horrorizó y enfureció a los líderes judíos (Hch 4:1-22; 5:17-42). Un diácono llamado Esteban defendió a Jesús, y una turba, incapaz de refutar su lógica, lo asesinó ante la atenta mirada del Sanedrín (Hch 6:8-7:60). Uno de sus ayudantes, un joven fariseo de Tarso, capital de la provincia romana de Cilicia, vigiló las túnicas de los asesinos y luego obtuvo el permiso de los principales sacerdotes para perseguir a los seguidores de Jesús en Jerusalén (Hch 7:58; 8:1-3). Los encarceló, votó por su ejecución e intentó obligarlos a blasfemar (Hch 22:19; 26:10-11). En respuesta, los seguidores de Jesús huyeron de Jerusalén, dispersándose por Judea, Samaria y hasta Antioquía de Siria, no muy lejos de Tarso. En el camino, descubrieron que la salvación de Dios no se limita a los judíos; el Espíritu Santo descendió sobre samaritanos (Hch 8:14-17) y un funcionario del gobierno etíope que adoraba al Dios judío se convirtió al Mesías (Hch 8:35-38).
Cuando Saulo se da cuenta de que su persecución no ha hecho otra cosa que dispersar a los seguidores de Jesús y propagar aún más sus creencias, obtiene autorización para seguirlos más allá de Jerusalén. Finalmente, viaja al norte, a Damasco, para arrestar a los herejes y llevarlos de vuelta a Jerusalén para ser juzgados. Sin embargo, en el camino, Jesús se le aparece, rodeado de la gloria del cielo. El Señor Jesús le revela a Saulo que está vivo. Le dice que vaya a Damasco y espere a que alguien le diga qué hacer. Saulo lo hace, guiado de la mano, pues se había quedado ciego por el resplandor de la gloria del Mesías resucitado (Hch 9:1-9).
Mientras tanto, Jesús se aparece a Ananías, uno de sus seguidores en Damasco, y le indica dónde encontrar a Saulo. Es comprensible que Ananías esté nervioso, pues ha oído hablar de la reputación de Saulo. Jesús le asegura a Ananías que Saulo ha sido elegido para llevar el mensaje de salvación a los gentiles y también le revela que sufrirá mientras lo hace. Ananías encuentra a Saulo, participa en la recuperación de su vista y le cuenta de su misión a los gentiles. Saulo acepta a Cristo, y es bautizado en Su nonbre (Hch 9:10-19; 22:12-16).
Si antes Saulo se empeñaba en destruir a los seguidores de Jesús, ahora se ve impulsado a unirse a ellos. Primero va a las sinagogas, una costumbre que mantendrá en sus viajes, y declara que Jesús de Nazaret es el Hijo de Dios y el cumplimiento de las profecías del Mesías. Finalmente, los líderes judíos de Damasco traman un plan para matar a Saulo, pero este escapa de la ciudad cuando sus discípulos lo sacan por una ventana de la muralla en una cesta (Hch 9:19-25).
Finalmente, Saulo regresa a Jerusalén. Como es comprensible, la iglesia, amedrentada, se muestra reticente a hablar con él. Bernabé, un seguidor de Jesús de Chipre (Hch 4:36-37), confía en Saulo y actúa como su enlace. Pronto, Saulo predica el evangelio en Jerusalén y sus alrededores, especialmente a sus correligionarios judíos de influencia griega, el grupo que asesinó a Esteban. Los judíos helenistas comienzan a conspirar para asesinar a Saulo, y los líderes de la iglesia lo envían de regreso a Tarso. Con Saulo, el perseguidor convertido en un seguidor de Jesús y ahora también en evangelista agresivo, a salvo a varios cientos de kilómetros de distancia, la iglesia en Jerusalén vive un período de paz y crecimiento (Hch 9:26-31).
Instrumento Escogido
Cuando el Señor le ordenó a Ananías que se reuniera con Saulo, este se preocupó porque conocía del odio y de la implacable persecución de Saulo contra los cristianos (Hch 9:13-14). El Señor animó a Ananías diciéndole:
“Ve, porque instrumento escogido me es este, para llevar mi nombre en presencia de los gentiles, y de reyes, y de los hijos de Israel; porque yo le mostraré cuánto le es necesario padecer por mi nombre” (Hch 9:15-16).
Saulo era un instrumento escogido que sería un poderoso testimonio de Jesús ante judíos y gentiles. Ananías fue al encuentro de Saulo, y este se convirtió en el hombre que Dios había dicho que sería. Saulo (también conocido como Pablo) testificó más tarde ante muchos, incluidos reyes, que Jesús era el Cristo. Esto no es mera historia; hay mucho que podemos aprender de que Saulo fuera un instrumento escogido.
Saulo reconoció el gran cambio que se había producido en su vida, pues más tarde se refiere a sí mismo como el primero o el principal de los pecadores (1 Ti 1:15). Se dio cuenta de que Dios le había mostrado una misericordia y una gracia increíbles y que, aunque en un tiempo fue hijo de la ira de Dios (Ef 2:3), se había convertido en hechura de Dios, creado en Cristo Jesús para que hiciera buenas obras (Ef 2:10).
Al igual que le ocurrió a Saulo, todos comenzamos como hijos de la ira, como enemigos de Dios. Sin embargo, en Su misericordia y Su gracia, Dios nos trae a Sí y nos ofrece una vida nueva. Somos salvos por gracia por creer en Jesús (Ef 2:8), y también pasamos a ser hechura de Dios: nuevas criaturas creadas para buenas obras (Ef 2:10).
Además, como Saulo, somos instrumentos escogidos de Dios. En Efesios 1:4-5 aprendemos que hemos sido predestinados a ser Sus hijos, y en Efesios 2:10 leemos que Él preparó de antemano las buenas obras para que anduviéramos en ellas. Debería ser un gran estímulo para nosotros que Dios nos haya elegido, nos haya dado misericordia y gracia, y por mucho que no merezcamos Su amor, nos haya amado y nos haya hecho Su hechura diseñada para cumplir Su propósito. El hecho de que Saulo fuera un instrumento escogido no es muy diferente de cómo actúa Dios en nuestras propias vidas.
Padeciendo Por El Nombre
Saulo había cometido atrocidades contra los miembros de la joven iglesia. Los arrestó, los encarceló, los golpeó y votó a favor de su muerte. Los persiguió hasta sus hogares y los acosó hasta otro país, intentando obligarlos a renegar de su fe. Durante el juicio, votó por su ejecución (Hch 8:1-3; 26:9-11). Estaba en una misión similar en Damasco cuando Jesús lo encontró, lo cegó, y lo convenció de pecado (Hch 9:1-9). Entonces, Jesús le dijo a su seguidor Ananías que encontrara a Saulo y le sanara la vista (Hch 9:10-15).
Jesús le aseguró a Ananías que no se equivocaba y le explicó que Saulo sería uno de sus más grandes misioneros (Hch 9:15). Al revelarle Jesús que Saulo sufriría, como cristiano profundamente comprometido, Ananías accedió a ir.
Saulo, quien más tarde adoptaría la versión griega de su nombre —Pablo—, describe parte de sus sufrimientos en la segunda epístola a los corintios:
“¿Son ministros de Cristo? (Como si estuviera loco hablo.) Yo más; en trabajos más abundante; en azotes sin número; en cárceles más; en peligros de muerte muchas veces. De los judíos cinco veces he recibido cuarenta azotes menos uno. Tres veces he sido azotado con varas; una vez apedreado; tres veces he padecido naufragio; una noche y un día he estado como náufrago en alta mar; en caminos muchas veces; en peligros de ríos, peligros de ladrones, peligros de los de mi nación, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el desierto, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos; en trabajo y fatiga, en muchos desvelos, en hambre y sed, en muchos ayunos, en frío y en desnudez; y además de otras cosas, lo que sobre mí se agolpa cada día, la preocupación por todas las iglesias. ¿Quién enferma, y yo no enfermo? ¿A quién se le hace tropezar, y yo no me indigno?” (2 Co 11:23-29).
“Ciertamente no me conviene gloriarme; pero vendré a las visiones y a las revelaciones del Señor. Conozco a un hombre en Cristo, que hace catorce años (si en el cuerpo, no lo sé; si fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe) fue arrebatado hasta el tercer cielo. Y conozco al tal hombre (si en el cuerpo, o fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe), que fue arrebatado al paraíso, donde oyó palabras inefables que no le es dado al hombre expresar. De tal hombre me gloriaré; pero de mí mismo en nada me gloriaré, sino en mis debilidades. Sin embargo, si quisiera gloriarme, no sería insensato, porque diría la verdad; pero lo dejo, para que nadie piense de mí más de lo que en mí ve, u oye de mí. Y para que la grandeza de las revelaciones no me exaltase desmedidamente, me fue dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca sobremanera; respecto a lo cual tres veces he rogado al Señor, que lo quite de mí. Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo. Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Co 12:1-10. ).
Fue encarcelado, golpeado, azotado, apedreado, incluso naufragó en tres ocasiones, y le fue dado un aguijón en la carne, la presencia permanente de un mensajero de Satanás en su vida para que lo abofetease. Y, finalmente, según la tradición de la iglesia, fue decapitado por Roma.
El Señor lo había dicho claramente:
“Yo le mostraré cuánto le es necesario padecer por mi nombre” (Hch 9:16).
Nunca dudes de las palabras del Señor.
Pero Pablo puso todo en perspectiva al escribir brevemente a una iglesia diferente:
“Ahora me gozo en lo que padezco por vosotros, y cumplo en mi carne lo que falta de las aflicciones de Cristo por su cuerpo, que es la iglesia” (Col 1:24).
El sufrimiento y el sacrificio de Jesús proporcionaron el camino de la salvación; el de Pablo garantiza que la oferta de salvación llegue a los gentiles.
Guardando las debidas proporciones, no debemos jamás olvidar que si somos verdaderamente nuevas criaturas en Cristo Jesús como Pablo llegó a serlo por la gracia del Señor, también experimentaremos cuánto no es necesario padecer por Su nombre (Hch 9:16).
Nos guste o no, el sufrimiento en el espíritu, el alma y el cuerpo es el medio que el Padre escogió para mostrar Su amor por la humanidad caída en la persona del Varón de dolores, que menciona Isaías en su libro (Is 53:1-12), donde lo presenta como un hombre de sufrimiento, despreciado y rechazado por los suyos. Esta descripción (Is 53:3), indica que Jesús cargó con el dolor y las enfermedades de la humanidad, por medio de sufrir el rechazo y el desprecio de Sus seres más queridos, llegando así a ser un sacrificio perfecto por la redención.
No debemos cometer el error de exaltar sólo el sufrimiento físico de Jesús, como los católicos lo hacen, sino que principalmente debemos centrarnos en Su sufrimiento emocional y espiritual, al ser rechazado y menospreciado por aquellos a quienes vino a salvar: Su pueblo, Su familia. A través de Su sufrimiento, Jesús mostró un profundo amor y compasión por los Suyos, y si nosotros somos Sus discípulos haremos exactamente lo mismo: compartiremos Su sufrimiento con gozo, como Pablo también lo hizo (Col 1:24).
Al saber que Jesús comprendió el sufrimiento humano por medio de experimentarlo en Sus particulares circunstancias, encontramos consuelo, paz y esperanza en medio de nuestras propias aflicciones y pruebas.
“Que la gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo sean con todos nosotros. Amén” (2 Co 13:14).
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