Existen tres dimensiones de medición: la longitud, la anchura y el espesor. Éstas conforman lo sólido, y se refieren, por lo tanto, a la solidez. La solidez es el símbolo de la consumación. Ambas, la solidez y la consumación, señalan hacia el Dios Trino; el número tres indica, pues, testimonio completo y manifestación divina perfecta. Esta manifestación se da a veces en la resurrección de cosas morales, físicas o espirituales. Así, el tres, aparte de denotar la manifestación divina, o la perfección divina, también es el símbolo de la resurrección. Se trata, después del siete, del número que más veces aparece en las Escrituras.
Dios posee tres atributos que abarcan todo lo que Él hace: la omnisciencia, la omnipotencia y la omnipresencia. El ciclo del tiempo se caracteriza por tener tres dimensiones: pasado, presente y futuro. Toda actividad que el hombre pueda realizar se resume en pensamiento, palabra y hecho. En el tercer día de la creación, registrado en Génesis 1:9-13, Dios hizo que la tierra seca emergiera de entre las aguas, representación de la resurrección de Cristo. La forma del santuario, lugar de máxima adoración y donde Dios habitaba, era la de un cubo perfecto. En Génesis 18:1 encontramos este texto, refiriéndose a Abraham: “Después le apareció Jehová en el encinar de Mamre”. El versículo 2 nos dice que Abraham alzó la vista y vio a tres hombres. En el versículo 9, se registra esta frase: “Y le dijeron”, mientras que en el 17 empieza así: “Y Jehová dijo”. También en el versículo 3 Abraham se dirige a ellos en singular, en tres ocasiones, a pesar de que hablaba con tres hombres: “Señor, si ahora he hallado gracia en tus ojos, te ruego que no pases de tu siervo”. Es evidente que se trata de una triple manifestación de Dios. Abraham también es descrito en tres lugares como el amigo de Dios (2 Cr 20:7; Is 41:8 y Stg 2:23).
En Números 6:24-26 se encuentra la triple bendición que Dios dio a Aarón, con la que él debía bendecir al pueblo: “Jehová te bendiga y te guarde; Jehová haga resplandecer tu rostro sobre ti; y tenga de ti misericordia; Jehová alce sobre ti su rostro, y ponga en ti paz”. He aquí la perfección divina de la bendición. En Deuteronomio capítulos 17 y 18, vemos a Cristo en la perfección de los ministerios para con su pueblo. Aparece como rey en el primero de los pasajes: “Ciertamente pondrás por rey sobre ti al que Jehová tu Dios escogiere; de entre tus hermanos pondrás rey sobre ti” (Dt 17:15). En el segundo, se nos presenta como sacerdote: “Porque le ha escogido Jehová tu Dios de entre todas tus tribus, para que esté para administrar en el nombre de Jehová” (Dt 18:5) . En el tercero, se nos muestra como profeta: “Profeta de en medio de ti, de tus hermanos, como yo, te levantará Jehová tu Dios” (Dt 18:15). En Isaías 6:3, el serafín declara la perfecta santidad de Dios exclamando: “Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos”. Y también Daniel, cuando el rey Darío, instigado por la envidia de los gobernadores y sátrapas, promulgó un edicto en el que prohibía la demanda de petición de cualquier dios u hombre fuera de él mismo en un período de treinta días, siguió manifestando su creencia en Dios, y “se arrodillaba tres veces al día, y oraba y daba gracias delante de su Dios, como lo solía hacer antes” (Dn. 6:10).
El Señor Jesús, durante sus tres años de ministerios entre los hombres, trató en vano de obtener fruto en el pueblo de Israel, y completaba así la manifestación del fracaso de esa nación. En el comienzo de su ministerio guio de nuevo a los hombres hacia la Palabra de Dios y su perfecta fortaleza en la lucha contra la tentación, citando el libro de Deuteronomio al repetir tres veces: “Escrito está” (Lc 4:4,8,10). También durante su ministerio, el Padre manifestó satisfacción hacia su Hijo de una triple forma. En primer lugar, en el Jordán, al oírse una voz del cielo que decía: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia” (Mt. 3:17). Después, en el monte, al transfigurarse el Señor Jesús ante los ojos de tres de sus discípulos, también habló una voz desde la nube diciendo: “Este es mi Hijo amado; a él oíd” (Lc 9:35). En tercer lugar, cuando su hora ya casi había llegado, oró así: “Padre, glorifica tu nombre”. Y entonces se oyó una voz que decía: “Lo he glorificado, y lo glorificaré otra vez” (Jn. 12:28).
También tres veces mostró el Señor su poder supremos sobre la muerte, al resucitar a tres personas: la hija de Jairo, el hijo de una viuda en el pueblo de Naim y Lázaro. Cuando los fariseos se le acercaron en busca de una señal, Cristo aludió a la manifestación de Dios a través del profeta Jonás y dijo: “Porque como estuvo Jonás en el vientre del gran pez tres días y tres noches” (Mt. 12:40). Durante su sufrimiento, el fracaso de la mejor de las determinaciones que el hombre pueda tener se refleja en la triple negación de Pedro (Mr. 14:72); y también, en la tercera hora, la hora de la crucifixión, se manifestaron los poderes de la oscuridad. Durante tres horas, de la sexta a la novena, la oscuridad rodeó a Jesús, mientras que la santidad de Dios se nos manifestó cuando su Hijo se hizo pecado por nosotros. La inscripción que se hallaba sobre la cruz estaba escrita en tres idiomas, dando testimonio del rechazo total de Jesús por parte de los hombres.
En el tercer día, sin embargo, Dios manifestó su completa satisfacción hacia la obra de su Hijo Jesucristo, ya que en ese día se levantó de entre los muertos, tal como narran las Escrituras (1 Co 15:4). La divina consumación de su pastoreo también se manifiesta en su muerte, al ser llamado el buen pastor (Jn. 10:11); en su resurrección, siendo el gran pastor (He 13:20), y en su segunda venida, cuando será el Príncipe de los pastores (1 P 5:4). El mandamiento que El Señor da a sus discípulos en Mateo 28:19 también es una triple y completa manifestación de la Deidad: “Por tanto, id y haced discípulos a todas a las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”.
De nuevo, tres son las presentaciones que, según recoge Hebreos 9, completarán su obra. “... en la consumación de los siglos, se presentó una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo” (He 9:26) habla del establecimiento de la base. “Porque no entró Cristo en el santuario hecho de mano, figura del verdadero, sino en el cielo mismo para presentarse ahora por nosotros ante Dios” (He 9:24) contempla la continuación de su obra. “Y aparecerá [o se presentará] por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvar a los que le esperan” (He 9:28) expone la colocación de la última piedra, con la cual la construcción quedará completa.
Pedro, en Jope, alrededor de la hora sexta (mediodía), fue a orar a la azotea, donde tuvo una visión que “se hizo tres veces” (Hch 10:16). Tres veces se emplea la palabra “plenitud”: la plenitud de Dios (Ef 3:19), la plenitud de Cristo (Ef 4:13) y la plenitud de la Deidad (Col 2:9). También en tres ocasiones se insta a los creyentes del Señor Jesucristo a que andemos “como es digno”:
1. “Os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados” (Ef 4:1).
2. “Para que andéis como es digno del Señor, agradándole en todo” (Col 1:10).
3. “Os encargábamos que anduvieseis como es digno de Dios, que os llamó a su reino y gloria” (1 Ts 2:12).
La manifestación completa del mal se ve en el triple enemigo del creyente: el mundo, la carne y el diablo; mientras que la triple realización de la tentación se halla descrita en 1 Juan 2:16: “Los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida”. En la misma epístola también se encuentra el testimonio perfecto y divino de la gracia de Dios en la tierra: “Tres son los que dan testimonio en la tierra: el Espíritu, el agua y la sangre” (1 Jn 5:8). La plenitud de la apostasía del hombre se resume en Judas 11: “¡Ay de ellos! porque (1) han seguido el camino de Caín, y se (2) lanzaron por lucro en el error de Balaam, y (3) perecieron en la contradicción de Coré”.
Por último, la Nueva Jerusalén descrita en el Apocalipsis, manifestación de la gloria de Dios, tiene la forma de un cubo perfecto (objeto de tres dimensiones): “...la longitud, la altura y la anchura de ella son iguales” (Ap 21:16).
En el contexto bíblico, el cubo, particularmente en la forma del Lugar Santísimo del Templo israelita y la Nueva Jerusalén descrita en Apocalipsis, simboliza la presencia de Dios, su morada y la máxima expresión de la santidad. La forma cúbica, con sus dimensiones iguales, representa la perfección, la estabilidad y la plenitud divinas.
El Lugar Santísimo
La cámara más interna del tabernáculo, y posteriormente del templo, era un cubo que contenía el Arca de la Alianza, considerada una representación simbólica del trono de Dios. La forma cúbica significa la presencia de Dios en el espacio más sagrado.
La Nueva Jerusalén
En Apocalipsis, la Nueva Jerusalén, descrita como un cubo en su forma celestial, se asocia con la morada de Dios y la morada definitiva de los justos. La forma geométrica perfecta del cubo se considera un símbolo de la perfección divina y de la ciudad final y completa de Dios. Simbolismo:
Las propiedades geométricas del cubo pueden interpretarse como la representación de lo siguiente:
Estabilidad y permanencia: La forma sólida del cubo y sus dimensiones iguales sugieren una base inquebrantable y duradera.
Perfección geométrica: La forma del cubo se considera una representación perfecta del espacio tridimensional, simbolizando el orden divino y la plenitud.
Totalidad y completitud: El número 3 (que representa las dimensiones del cubo) a menudo se vincula con la plenitud y la completitud divinas en la Biblia.
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