“Aun el muchacho es conocido por sus hechos, Si su conducta fuere limpia y recta” (Pr 20:11).
Las acciones hablan más fuerte que las palabras. Es mucho más difícil mentir con tu vida que con tu boca. Los sabios te miden por lo que haces, tus excusas no los convencen. Tu reputación se basa en las cosas que haces. Las promesas no bastan: hablar es barato; todos los hombres lo hacen; y la mayoría abusa de ello: los hechos y las acciones son la clave.
Incluso los niños, que aún no son conscientes de la hipocresía, muestran su carácter con hechos. Los hombres adultos se alaban a sí mismos, pretenden ser sabios, exageran los resultados y minimizan sus faltas; pero la conducta del hombre prueba su alma. Tu registro de hechos comprobables destroza tu currículum. Los hipócritas quedan expuestos, si ignoras sus palabras y mides sus acciones por la regla de las Escrituras.
La sabiduría incluye la capacidad de discernir el carácter de los demás. Salomón sabía que su hijo debía ser un buen juez de los hombres para ser un buen rey. Él acababa de escribir: “Muchos hombres proclaman cada uno su propia bondad, pero hombre de verdad, ¿quién lo hallará?” (Pr 20:6). En lugar de leer currículums y escuchar testimonios, los sabios miden la conducta de un hombre.
Considera cómo Salomón midió a los hombres. Él escribió: “Pasé junto al campo del hombre perezoso” (Pr 24:30). No leyó el currículum del hombre ni lo entrevistó. Observó el estado del campo del hombre, y lo utilizó para conocer su carácter (Pr 24:31-32). Concluyó que al hombre le gustaba más dormir que trabajar, y que pronto se arruinaría financieramente (Pr 24:33-34).
¿Qué pasará cuando el sabio entrenado por Proverbios inspeccione tu vida? No importará lo que digas, porque no escucha, observa.
¡El autoexamen es doloroso! Pero es mejor que tú te hagas la evaluación a que te la haga otro. ¿Qué harás hoy para ser limpio y recto financiera o profesionalmente? Y mientras lo haces, considera tu matrimonio, tu peso, la cajuela de tu automóvil, tu caminar con Dios, tu papel en la iglesia, tu número de amigos, la educación de tus hijos, tu conocimiento de la Biblia, la limpieza y organización de tu hogar, etc.
Alguno dirá: “Nadie conoce mi corazón”. Pero Salomón y el Señor Jesús dicen que lo que se puede ver en tu vida, incluyendo tu habla, es una imagen perfecta de tu corazón. Vuelve a leer este proverbio y otras escrituras relacionadas (Pr 10:20; Gn 6:5; Sal 36:1; Mt 12:33-37; Mr 7:20-23; Lc 16:15; Stg 4:1). Por tanto, guarda tu corazón con toda diligencia (Pr 4:23).
Algunos automóviles son puro show, pero no andan. ¡También lo son muchas personas! Hablan, pero no caminan por el camino estrecho. Hay poca evidencia en sus vidas de fruto puro e inequívoco. Si Dios examinara tu vida esta noche, medida por el fruto que prueba la elección y la vida eterna, ¿qué puntuación obtendrías en el examen? (2 P 1:5-11) ¿Puedes ver el futuro, cuando tu vida será pesada, cuando solo las buenas obras serán aceptadas? (Ec 12:13-14)
David conocía el peligro de los hipócritas y los presumidos. Le rogó a Dios que se deshiciera de ellos por la prosperidad de su reino y su pueblo. Él oró: “Rescátame, y líbrame de la mano de los hombres extraños, cuya boca habla vanidad, y cuya diestra es diestra de mentira” (Sal 144:11). Odiaba las palabras mentirosas, los falsos apretones de manos y los juramentos.
El Señor Jesús enseña a conocer a los profetas por sus frutos: los resultados espirituales de sus ministerios (Mt 7:15-20). Las declaraciones no significan nada; la popularidad no significa nada; el crecimiento no significa nada; las asambleas animadas no significan nada. La medida de un ministro es el fruto espiritual en la vida de sus oyentes, y en la suya propia (1 Ti 4:13-16; 6:3-6; 2 Tim 3:1-4:4; 1 Co 3:9-17). Muchos ministros y sus ministerios están en bancarrota espiritual.
El buen árbol no da mal fruto; el árbol malo no da buen fruto. Los hombres no buscan uvas en los espinos, ni higos en los cardos (Mt 7:15-20). La higuera no da olivos, la vid no da higos, y la buena fuente no da aguas amargas (Stg 3:10-11). ¿Cómo te ranquea tu fruto?
Cuando se trata del evangelio y la vida eterna, la regla también se aplica. Las profesiones de fe no significan nada en comparación con las obras de justicia (Mt 7:21; 2 P 1:10-11). Los demonios creen que hay un solo Dios y tiemblan por ello, pero no les hace ningún bien (Stg 2:19). La fe sin obras no vale nada (Stg 2:14-26). Juan escribió: “El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él” (1 Jn 2:4).
Los pecados excepcionales no alteran la regla, porque son excepciones; hasta el mejor de los hombres pecará. David, Ezequías, Josías y Pedro, entre otros, pecaron notablemente. Pero su carácter general fue mucho mayor en demostrar que eran honestos y de buen corazón. David pecó atrozmente, pero su conducta espiritual en general fue muy superior a la carnalidad constante de la vida de Saúl.
¿Qué debes hacer antes de que se ponga el sol para mejorar su reputación? Recuerda, tu conducta debe ser limpia y recta. No impresionas a los sabios hablando. Y creer en tus propias palabras es necedad (Jer 17:9). Si crees que eres limpio y recto en un 90%, pero otros piensan que solo lo eres un 70%, es probable que Dios te ranquée en un 50% o menos.
Tu reputación ante Dios y los hombres buenos depende de tus acciones, y ambos jueces deben ser ganados (Pr 22:1; 3:4; Lc 2:52). Incluso una pequeña necedad puede hacer que toda tu vida apeste (Ec 10:1); los niños son buenos en notar esto, por lo que debes tener cuidado en todo momento en todo lo que haces. Toma la vida un día a la vez y vívela tan perfectamente como puedas.
Tus acciones influyen en el mundo. Tu vida es la única Biblia que algunos leerán. Las vidas cambiadas de los corintios se convirtieron en epístolas vivientes (2 Co 3:2-3). Debes predicar a Cristo en todo lo que hagas, hablando solo cuando sea necesario. Al vivir para Él, glorificas a Dios, adornas el evangelio, defiendes la fe, animas a los santos, silencias a los enemigos, conviertes a los pecadores y haces muchas otras buenas obras. ¿Eres sal de primera calidad, o no salas ni una grosella verde?
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