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LA LETRA MATA

“...el cual asimismo nos hizo ministros competentes de un nuevo pacto, no de la letra, sino del espíritu; porque la letra mata, mas el espíritu vivifica (2 Co 3:6).

Una lectura cuidadosa del contexto de este pasaje (2 Co 6:1-6) nos muestra que Pablo está contrastando el Antiguo Pacto o Testamento (la ley, la letra) con el Nuevo Pacto. 

Con estas palabras, Pablo resume la diferencia clave entre el Antiguo y el Nuevo Testamento: el primer pacto se basó en la obediencia a la ley escrita (la “letra”), pero el segundo pacto se basa en la sangre de Cristo y fue sellado por el Espíritu Santo.

Esta respuesta tiene dos partes, si miramos tanto la letra como el Espíritu.

Primero, ¿qué quiere decir Pablo con “la letra mata”

Simplemente que la Ley del Antiguo Testamento, que es buena y perfecta (Sal 19:7), revela que todas las personas son transgresoras de la ley (Gl 3:10). La ley “mata” en el sentido de que el castigo por violar la ley de Dios es la muerte eterna en el infierno (Ro 6:23; Ap 21:8). Como Dios le dijo a Moisés, el legislador: “Al que pecare contra mí, a este raeré yo de mi libro” (Éx 32:33). Incluso si pecas sólo una vez en toda tu vida, es lo mismo que violar todas los mandamientos de Dios (Stg 2:10), así como al romper un solo eslabón de una cadena se rompe toda la cadena.

La ley—“la letra”—fue escrita en piedra por el dedo de Dios y es la norma inmutable por la cual todos son juzgados. La ley no puede darnos justicia ni vida eterna en el cielo (Gl 2:16). Sólo puede condenarnos como pecadores, y la sentencia es la muerte. En el cielo se requiere la perfección (Mt 5:20, 48; 19:16-21), y “la ley nada perfeccionó” (He 7:19).

En segundo lugar, ¿qué quiere decir Pablo con “el Espíritu vivifica”

Simplemente que el Espíritu Santo nos rescata de nuestra situación desesperada. Dios nos salva de la muerte y nos concede vida eterna cuando nacemos de nuevo por el poder del Espíritu Santo. El Señor dice: “Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es (Jn 3:6), y, más tarde, El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida (Jn 6:63).

El Espíritu Santo estuvo activo en la Encarnación de nuestro Salvador (Lc 1:35). Fue a través del Espíritu Santo que Jesús se ofreció a sí mismo como sacrificio a Dios por nuestros pecados (He 9:14). El Espíritu es la causa del nuevo nacimiento (Jn 3:3–8). Es el Espíritu que vive en los creyentes (Jn 14:17) quien nos sella (Ef 1:13) y nos santifica (Ro 15:16).

Jesús vino para darnos una vida abundante, o vida “en plenitud” (Jn 10:10). El Espíritu Santo que vive en los creyentes es la forma en que Jesús cumple esa promesa. La vida cristiana abundante está marcada por el fruto del Espíritu, que es “amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza” (Gl 5:22-23). La Ley del Antiguo Testamento no pudo producir ninguna de estas cualidades; sólo el Espíritu Santo puede, ya que vive en nosotros.

El Espíritu da vida porque nos permite alcanzar la meta final que Dios tiene para nosotros: ser transformados en la gloriosa imagen del propio Hijo de Dios (2 Co 3:18; Ro 8:28–30). Hasta el día en que veamos a Cristo cara a cara, el Espíritu intercede ante Dios a favor nuestro, asegurando nuestro perdón continuo y preservando la promesa de Dios (Ro 8:26-27).

“La letra mata, mas el Espíritu vivifica” (2 Corintios 3:6). En otra parte, Pablo enseña la misma verdad: “Pero ahora estamos libres de la ley, por haber muerto para aquella en que estábamos sujetos, de modo que sirvamos bajo el régimen nuevo del Espíritu y no bajo el régimen viejo de la letra” (Ro 7:6).

En algunos círculos pentecostales y/o carismáticos se enseña que el dedicarle mucho tiempo al estudio de la Palabra de Dios es malo, porque “la letra mata, mas el Espíritu vivifica”. Ellos igualan la “letra” al texto escrito en la Biblia, y al “Espíritu” a la emoción o divagación intelectual que caracteriza estos círculos. ¡Esto es un error! Como vimos, Pablo iguala la “letra” al Antiguo Pacto, y al “Espíritu” al Nuevo Pacto.

El estudiante diligente de las Escrituras debe estar al tanto de esta mala interpretación del pasaje y dejar en claro de qué es de lo que está hablando Pablo.

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