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viernes, 16 de junio de 2023

JOHN BUNYAN & EL PEREGRINO—Segunda Parte


Bunyan ahora comenzó a confesar a Cristo como su Salvador ante los hombres; y viendo por la palabra de Dios que los creyentes eran bautizados tras su confesión de fe en Cristo, deseó así obedecer al Señor con el bautismo. En consecuencia, fue sumergido en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (Mt 28:19; Mr 16:16; Hch 10: 47; Hch 16:30-33; Ro 6:3-11). 

En el pueblo de Bedford había una compañía de cristianos que eran llamados inconformistas” disidentes” porque no se ajustaban a las normas y reglamentos de la Iglesia Estatal. Estos hermanos creían, y con justa razón, que la palabra de Dios es la única regla para la fe y la práctica. Con esta compañía Bunyan se asoció y dio testimonio de la gran alegría que sentía mientras se sentaba alrededor de la mesa del Señor con el pueblo del Señor recordando Su muerte hasta que venga otra vez por los Suyos (Lc 22:19,20; 1 Co 11:23-26; Hch 20:7). 

Amigo lector, medita cuidadosamente estas Escrituras, y si eres hijo de Dios te alegrarás de escuchar la voz del Pastor (Jn 10:27) y así obedecerle en estas dos ordenanzas que Él instituyó para todos los que han confiado en Él como su Salvador. 

La experiencia por la que había pasado John Bunyan ahora le resultaba muy útil; y comenzó, cuando se le presentaba la oportunidad, a hablar del Señor Jesús tanto a los salvos como a los no salvos. No se adelantó al tiempo de Dios, sino que gradualmente floreció hasta convertirse en un claro y tosco predicador del glorioso Evangelio de la gracia de Dios, hasta que los llamados a escuchar llegaron a ser tantos que, después de considerarlo en oración, decidió abandonar su trabajo y dedicar todo su tiempo al ministerio de la palabra de Dios. Cientos vinieron a escucharlo de todas las clases y condiciones de la sociedad. A la gente sencilla le encantaba escucharlo predicar porque usaba un lenguaje que ellos podían entender; y su áspera elocuencia, nacida del sincero amor por sus almas, atraía y retenía su atención. Los ricos y educados también solían venir y escuchar al “hojalatero predicador”, como lo llamaban; y se maravillaban de la habilidad para predicar viniendo de alguien que había recibido tan poca educación. Muchas almas profesaron ser salvas bajo su ministerio, y los hijos de Dios fueron fortalecidos en la fe y crecían “en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (2 P 3:18).

Dio la casualidad, sin embargo, que había una ley en Inglaterra en esos días que decretaba que a sólo los ministros ordenados o a aquellos que pretendieran serlo, se les debía permitir predicar. Bunyan negó el derecho del Estado de decidir quién podía o no podía predicar. Lo suyo era producto de la poderosa ordenación de las manos traspasadas (Jn 15:16) y esto, en su mente, era todo lo que era necesario. Él había recibido su comisión del Comandante en Jefe de los Ejércitos de Dios, quien había dicho: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Mr 16:15) y en obediencia a su Señor iba por todas partes predicando el evangelio.

Esto atrajo la atención de las autoridades y la denuncia fue presentada contra él, pero debido a que los hermanos se unieron para apoyarlo, se abandonó la acusación. Luego vino la restauración de los Stuart al trono de Inglaterra, y un ministerio como el de Bunyan fue prohibido bajo severas penas de cárcel. Durante un tiempo, Bunyan solía disfrazarse para pasar desapercibido hasta llegar al lugar donde iba a predicar; pero pronto decidió prescindir de todo disfraz y predicar audazmente la palabra, prefiriendo obedecer a Dios antes que a los hombres (Hch 5:29). Se le pidió predicar en el pueblo de Samsell y aceptó la invitación. Sus amigos le advirtieron que las autoridades de allí lo sabían y que iban a tomar medidas para detenerlo, pero él continuó audazmente, determinado a que nada ni nadie debía intimidarlo. Tenía la promesa de la presencia de su Señor, entonces, ¿por qué debería tener miedo de lo que el hombre le hiciera? (Mt 10:28)

Fue a Samsell para dirigir la reunión, y después de que comenzó el servicio con oración, leyó este texto: ¿Crees en el Hijo de Dios? (Jn 9:35). Y mientras procedía a hablar de él un policía entró y, mostrando una orden judicial, lo arrestó en el lugar. Fue llevado ante un juez de paz llamado Wingate quien trató de hacerle prometer que dejaría de predicar, y de encontrar fiadores que se comprometieran a ver que cumpliera su palabra. Pero Bunyan se negó resueltamente a hacerlo. En consecuencia, el juez Wingate el 13 de noviembre de 1660, lo encomendó a los tribunales de lo penal para que se viera cuándo sería llevado a juicio.

Unas semanas más tarde, cuando se reunieron los jueces, Bunyan fue llevado ante el tribunal en el que se sentaron los siguientes jueces: Keeling, Chester, Blundale, Beecher y Snagg. Luego se leyó su acusación: John Bunyan, de la ciudad de Bedford, trabajador, endiablada y perniciosamente se abstuvo de ir a la iglesia (estatal) a escuchar el servicio divino, y es el cabecilla y principal orador de varias reuniones ilícitas y convenciones religiosas, con gran perturbación y distracción de los buenos súbditos del reino, lo cual es contrario a las leyes de nuestro soberano señor, el rey.

Sin examinar a los testigos de las defensas, se le encontró culpable, y el juez Keeling lo condenó salvaje y amargamente como sigue: Escucha vuestra sentencia. Debéis ser devuelto a prisión, y allí yacer durante los tres meses siguientes; y al cabo de tres meses, si no os sometéis y vais a la iglesia (estatal) a escuchar el servicio divino y te vais a predicar por tu cuenta, debéis ser desterrado del reino; y si después de tal día que se os señale para iros fuereis hallado en este reino, seréis estirado por el cuello por ello. La respuesta de Bunyan es digna de recordar. Sin miedo y sin temor por estos jueces que tan injustamente lo habían condenado, él respondió: Si yo estuviera fuera de la cárcel hoy, predicaría de nuevo mañana. ¡Así que ayúdame Dios!

Bien podemos agradecer a Dios por hombres como John Bunyan. Los horrores de la prisión junto con la separación de su mujer e hijos no lo hizo transigir en sus convicciones. Es a tales hombres, que nosotros, en años posteriores, les estamos en deuda por la libertad religiosa que ahora disfrutamos. Estos hombres valoraban una buena conciencia con Dios más que una buena reputación entre los hombres. Valoraron más la libertad del cielo que la libertad de la tierra. Este es el tipo de cristianismo que el mundo respeta. Hay demasiados supuestos cristianos que son llevados de aquí para allá por opiniones y amenazas de los hombres, y adaptan su hablar a lo que le gusta y a lo que le disgusta a sus audiencias, y que aman la alabanza de los hombres más que la alabanza de Dios. En verdad, los tales tienen su recompensa, pero no en el cielo. Es debido a hombres como Bunyan que se nos permite predicar el evangelio libremente, sin que nadie se atreva a atemorizarnos. Recuerda, estimado lector, que estos privilegios que ahora disfrutamos han costado la sangre y lágrimas de miles que gustosamente sufrieron torturas, encarcelamientos, destierro y muerte, antes que negar la fe o mancillar su buena conciencia ante Dios. Nos corresponde a nosotros valorar y seguir su noble ejemplo.

La prisión donde estuvo confinado Bunyan era tan diferente de las prisiones modernas como la noche lo es del día. Era un lugar oscuro y húmedo situado al nivel del río Ouse, y a menudo estaba superpoblado, lo que lo convertía en uno de los lugares de confinamiento más asquerosos y repugnantes de Inglaterra. Bunyan pasó doce largos años en ese terrible lugar. Por alguna razón la sentencia de destierro nunca se ejecutó. Su caso provocó bastante lío y llegó a los juzgados en varias ocasiones; pero esto no lo ayudó, ya que los jueces parecían temerosos de ejecutar su sentencia, aunque ninguno tampoco tuvo el coraje de soltarlo, por lo que fue confinado en la cárcel de Bedford durante ese largo período. ¡Solo piénsalo! Muchos de los lectores del Peregrino aún no tienen doce años de edad y, sin embargo, durante este período de tiempo Bunyan era un prisionero de Cristo Jesús” (Ef 3:1), todo porque, como Daniel, él se atrevió a tener un propósito firme, y se atrevió a darlo a conocer.

Alguien ha dicho muy acertadamente que “La experiencia cristiana de alguien vale sólo lo que le costó. Le costó al apóstol Pablo la pérdida de todas las cosas y, en definitiva, su propia vida. A Bunyan le costó doce años en un calabozo repugnante. ¿Qué te ha costado a ti? ¿Qué has sufrido por causa del Evangelio?

¿Debemos nosotros ser llevados al cielo en un lecho de rosas mientras otros luchan por terminar la carrera y navegan por mares sangrientos?

En cualquier momento, si lo hubiera deseado, Bunyan podría haber obtenido su libertad prometiendo no predicar más; pero estaba hecho de una materia más dura que esto, y consideró un honor sufrir por Cristo y el evangelio.

No olvidemos que tenía mujer e hijos. ¿Cómo iba a sobrevivir su familia si el sostén de la familia estaba en la cárcel? Bunyan pudo ganar algo de dinero haciendo flecos y cordones para zapatos, pero esto no era suficiente para mantener a su familia. Entonces, ¿cómo fueron atendidos? El mismo Dios que da a las aves del cielo sus nidos, y a las flores del campo su vestidura, se aseguró de que durante todo el tiempo de la vida de su siervo en encarcelamiento todas las necesidades de su familia fueran satisfechas y no les faltara nada vital. Verdaderamente, las promesas de Dios no son meras palabras vacías, sino reales verdades de las que Sus hijos pueden  depender implícitamente. Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús” (Fil 4:19). Sobre estas preciosas y grandísimas promesas (2 P 1:4) Bunyan descansó con fe sencilla; y demostró, como miles de otros, que aquellos que confían en Dios completamente, lo encuentran completamente verdadero.

Mientras sus enemigos se regocijaban por haber acallado su voz disidente al ponerlo en prisión, no se dieron cuenta de que estaban cumpliendo el propósito de Dios. Todavía tenían que descubrir que Dios obra todas las cosas para el bien de los que le aman, que los son llamados conforme a Su propósito (Ro 8:28) y que Dios hace que la ira de Sus enemigos sea para Su alabanza, 

Es muy cierto que Bunyan fue excluido de entre los hombres, pero es igualmente cierto que fue reservado para Dios quien, de manera maravillosa, le abrió las Escrituras en la prisión. Como resultado de su mucho estudio de la Biblia y la oración persistente, la maravillosa historia de El Progreso del Peregrino comenzó a ser escrita mientras Bunyan estaba en la cárcel de Bedford, realizando una obra que Dios nunca podría haber hecho si él hubiera estado en libertad.

La prisión, por así decirlo, se convirtió en la universidad de Dios en la que John Bunyan fue educado por Él a través de Su palabra, y así capacitado por Dios mismo para escribir esta obra maestra de la literatura inglesa; esta, la mayor de las alegorías que ha sido utilizada para el despertar y la salvación de muchas miles de almas. ¡Que Dios en su gracia se complazca en usarla para tu salvación si aún no te has convertido! 

Cowper tenía razón cuando cantó:

Dios se mueve de una manera misteriosa,

Él planta sus pasos en lo profundo,

Y cabalga sobre la tormenta.

Profundo en minas insondables,

De habilidad que nunca falla,

Él atesora sus diseños brillantes

y obra su voluntad soberana.

Vosotros, santos temerosos, tomad nuevo valor,

Las nubes que tanto teméis

Son grandes en misericordia y se romperán

¡En bendiciones sobre vuestras cabezas!

A través de los años que han pasado, un número cada vez mayor de cristianos, por siglos y a lo largo y ancho del mundo, han encontrado en las páginas de El Progreso del Peregrino consuelo en los problemas, guía en dificultad y liberación de la esclavitud del legalismo. De hecho, toda la Iglesia ha sido edificada por esta hermosa alegoría en que la vida cristiana de principio a fin ha sido representada tan brillantemente.

El Progreso del Peregrino no se publicó hasta 1678, seis años después de que Bunyan había sido puesto en libertad. La manera en que él, junto con un gran número de otros inconformistas, como se les llamaba, obtuvieron su libertad es interesante. 

Algún tiempo después del regreso al trono de Carlos II, quien durante la Guerra Civil había huido a Francia, era esperado por una delegación de cuáqueros, uno de los cuales era un hombre llamado Carver. Este hombre le recordó al rey que durante su huida de Inglaterra después la batalla de Worchester, él lo había ayudado en su escape a Francia, y había sido él quien lo había llevado a tierra en un pequeño bote cuando un corsario había estado a punto de capturarlo. El rey recordó el incidente con emoción, entonces el viejo marinero intercedió ante él por los inconformistas en las prisiones inglesas. Le dijo: Ahora vengo a pedirte, rey, que seas amable con mis hermanos en su angustia, como yo fui bueno contigo en la tuya.

El rey respondió que Carver podría renovar su petición en otro momento y él la consideraría. Sin demora, Carver, junto con otros cuáqueros, apeló por la liberación de todos los inconformistas bajo todos los nombres por los que eran conocidos, y el resultado fue que el 13 de septiembre de 1672, Bunyan, junto con muchos otros, fue puesto en libertad. 

Habiendo ya muerto el Sr. Gifford, la iglesia que este pastoreara le solicitó a Bunyan convertirse en el pastor de la pequeña congregación en Bedford. Después mucha oración, decidió hacerlo y así reanudó su predicación del evangelio glorioso del Dios bendito, y fue otra vez poderosamente usado para la cosecha de muchas almas preciosas y la edificación de los creyentes en la santísima fe de Cristo Jesús.

Así libró Dios a su siervo conforme a todos Sus propósitosEl Progreso del Peregrino había sido escrito en la cárcel, entre lágrimas, oraciones y privaciones sin nombre. Bunyan había aprendido las cosas profundas de Dios en la soledad de su celda de prisión, y salió de ella un hombre transformado para mejor. El conocía a Dios mejor; conoció más íntimamente al Señor Jesús; conocía las Escrituras más plenamente, y podía decir como Pablo, por experiencia y no sólo aprendido de memoria: “He aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación” (Fil 4:11). En verdad, los muros no hacen una prisión, ni los barrotes de hierro una jaula. Los muros de piedra no pueden encerrar a un hijo de Dios, ni las barras de hierro a quien el Hijo de Dios ha hecho libre. El espíritu de John Bunyan estuvo sin trabas, su conciencia fue libre, y su lengua se convirtió en la pluma de un hábil escritor. Así, la cárcel de Bedford, oscura, húmeda y lúgubre, se convirtió en el lugar de nacimiento del segundo mejor libro después de la Biblia.

La primera edición de El Progreso del Peregrino fue publicada en 1678 por Nathaniel Ponder; y la portada dice lo siguiente:

“El progreso del peregrino de este mundo al venidero. Entregado bajo la semejanza de un sueño en donde se descubre la forma de su partida, su peligroso viaje y su llegada segura a la país deseado. Por John Bunyan. Licenciado e ingresado de acuerdo a orden. Londres, impreso por Nathaniel Ponder en el Peacock en el Poultrey cerca de Cornhill 1678.

Su popularidad quedó inmediatamente asegurada. Viejos y jóvenes, educados y incultos, clérigos y disidentes por igual, compraron el libro, y en diez años se habían publicado doce ediciones. Antes de que Bunyan muriera, se habían vendido más de 100.000 copias solo en Inglaterra. Desde entonces, ha sido traducido a más de cien idiomas y tiene una venta sólo superada por la Biblia. 

Se han erigido monumentos a la memoria de Bunyan, pero éstos, como todos los monumentos, se derrumbarán y caerán. El mayor monumento a su memoria es el libro que ha escrito, que vive en el corazón y en la vida de miles que, a través de la lectura de sus páginas, han sido llevados a ver su necesidad del Señor Jesús, y guiados a aceptar y confesar como Salvador y Señor, al Único cuya sangre preciosa aseguró nuestro perdón.

Posteriormente, Bunyan escribió muchos más libros, siendo el más grande de ellos La Guerra Santa, un libro que todo cristiano debería leer. Lord Macauley declaró que si El Progreso del Peregrino no se hubiera escrito, La Guerra Santa habría sido la alegoría más grande que existiera. 

Entre sus otros libros destacan como los más conocidos: La Vida y Muerte del Señor Malhombre, y Abundante Gracia para el Más Grande de los Pecadores. En total, Bunyan escribió y publicó unos sesenta volúmenes.

Durante los dieciséis años entre su liberación y su llamada a la Ciudad Celestial, Bunyan fue un hombre ocupado. Multitudes acudían a escucharlo predicar. A veces tenía 1.200 personas a las siete en punto de la mañana en el invierno, y dondequiera que iba, la gente se agolpaba para escucharlo. Muchos no podían acceder a los lugares a los que era invitado porque se repletaban hasta hacer imposible que una sola persona más pudiera entrar. 

Y Bunyan solo tenía un mensaje que predicar: La Suficiencia de la Palabra viviente, Cristo, y la Suficiencia de la Palabra Escrita—las Escrituras, para satisfacer todas las necesidades tanto del pecador como del santo; y estas verdades, predicadas en el poder del Espíritu Santo de Dios, fueron bendecidas para la salvación y edificación de miles de almas.

John Bunyan murió en el año 1688. La causa de su partida de este mundo fue como sigue. 

Un joven se había escapado de su casa, incurriendo así en el disgusto de sus padres. El joven deseaba una reconciliación con sus padres, y le preguntó al Sr. Bunyan si intentaría usar su influencia para lograr esto. Bunyan le prometió que lo intentaría. Viajó a la comarca en cuestión a caballo para ver a los padres del joven y se aseguró de su promesa de recibirlo de vuelta en el hogar. En el viaje de regreso fue alcanzado en un severa tormenta que le dio un fuerte resfrío. Debido al debilitamiento de su constitución física producto de sus experiencias carcelarias, rápidamente el resfrío se convirtió en algo más serio, y después de una enfermedad relativamente corta, el Soñador Inmortal, como se le llamaba, pasó a la presencia del Señor que había amado y servido tan bien. Mientras sus amigos lloraban junto a su cama, viendo cómo la vida de su querido amigo se desvanecía lentamente, Bunyan juntó sus fuerzas para decirles: No lloren por mí. Nos reuniremos todos dentro de poco para cantar un cántico nuevo y permanecer eternamente felices en un nuevo mundo sin fin.

El lugar de su muerte fue Snow Hill y su cuerpo fue puesto en el Bunhill Fields, el cementerio inconformista. Ahí espera el momento cuando su espíritu, que ya está con Cristo, en la venida del Señor Jesucristo, sea unido a un cuerpo transformado y glorificado, conforme al poder con que el Hijo de Dios atraerá todas cosas para sí mismo (Fil 3:21; 1 Ts 4:13-17). La sencilla inscripción de la lápida es: John Bunyan, autor de El Progreso del Peregrino, nació en 1628. Murió en 1688.

Que el libro que escribió, al estudiar sus páginas, se convierta para nosotros en la bendición ha sido para tantos antes que nosotros. Que su ejemplo cristiano de fortaleza y sincera devoción al Señor Jesús sea para cada lector una inspiración y aliento para no sólo comenzar el viaje de este mundo al que está por venir”, sino para que ese viaje de vida glorifique a Aquel cuya preciosa sangre hace posible El Progreso del Peregrino. ¡Qué sea para todos nosotros, los santos, el peregrinar por este mundo ingrato y condenado en verdad un progreso!

La historia está llena de verdad bíblica y grandes porciones de la misma son citadas prácticamente en cada párrafo. Que la buena semilla de las Sagradas Escrituras encuentre un lugar permanente en el corazón del lector; porque estamos seguros que los que son hijos de Dios se han hecho tales al nacer de nuevo, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre (1 P 1:23).

El Progreso del Peregrino es un libro sumamente importante por tres razones. Primera, porque nos habla del viaje más importante que cualquier persona puede hacer, a saber, un viaje de esta vida a la venidera, del tiempo a la eternidad. Segunda razón, porque revela a las personas más importantes que encontraremos en este viaje, y nos advierte o aconseja sobre cómo debemos recibir o rechazar sus conversaciones. 

Y, por último, este libro describe el tema más importante a saber en este mundo y en esta vida, que es: 

La salvación de la paga del pecado (que es la muerte, la separación eterna de Dios) a través de la fe en la obra consumada del Señor Jesucristo; la salvación del poder del pecado por la morada del Espíritu Santo en el creyente; y la salvación de la misma presencia y posibilidad del pecado al estar en casa con Cristo al final del viaje.

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TERCERA PARTE