¿Ceemos
los cristianos en tres dioses?
Grupos religiosos como el Islam, el
Judaísmo, los Testigos de Jehová, los Mormones , los Adventistas, la Ciencia
Cristiana, la Iglesia Pentecostal Unida, la Nueva Era, y el Movimiento Radical
Femenino [1] sostienen que sí. Insisten en que la doctrina cristiana de la
Trinidad no es bíblica y que es un asunto heredado del politeísmo de las
mitologías griegas y romanas. ¿Es verdad eso? ¿O acaso creer en un Dios trino
es fundamental para la fe bíblica?
Para contestar estas preguntas, se han
escrito las siguientes páginas. En ellas procuramos mostrar lo que la Biblia
dice acerca de la relación entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Es
nuestra oración que este artículo le ayude a ver por qué los seguidores de
Cristo debemos creer en un Dios trino y por qué la doctrina de la Trinidad
tiene tanta importancia.
Los cristianos adoramos a un Padre, un Hijo
y un Espíritu Santo. Sin embargo, Moisés, el gran dador de la ley, respetado
por judíos, cristianos y musulmanes por igual, declaró que hay solamente un
Dios al escribir: “Escucha, oh Israel, el Señor es nuestro Dios, el Señor uno
es. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu
fuerza” (Deuteronomio 6:4-5).
¿Cómo podemos los cristianos decir que
somos fieles a las bases del Antiguo Testamento y al mismo tiempo adorar a tres
personas distintas que son el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo? ¿Es posible
que creamos en una doctrina que viola la enseñanza más básica de la Biblia? ¿Es
posible que, sin saberlo, hayamos aceptado una enseñanza que pone en peligro
nuestra relación con Dios?
Los grupos religiosos arriba mencionados no
son los únicos que tienen esta convicción antitrinitaria. Lamentablemente,
junto a ellos hay varias personas que se declaran cristianos evangélicos que
insisten en que cualquiera que cree en la Trinidad ha violado la sagrada Shema
hebrea, que recitan dos veces al día los judíos devotos, y que dice así:
“Escucha, oh Israel, el Señor es nuestro Dios, el Señor uno es” (Deuteronomio
6:4).
Los antitrinitarios sostienen que, cuando
decimos que Dios existe en tres personas, estamos en realidad estableciendo
tres dioses. Declaran que la palabra “trinidad” no aparece en las Sagradas
Escrituras (en esto tienen razón, aunque el concepto sí aparece). Prosiguen
diciendo que esta idea de “tres en uno” fue introducida en el cristianismo por
el paganismo griego y romano. ¿Hay alguna posibilidad de que tengan razón?
¿Existe evidencia de que esta enseñanza haya tenido su origen en el paganismo?
¿Es bíblica la doctrina del Dios trino?
¿QUÉ
IMPORTANCIA TIENE LA ENSEÑANZA DEL CONCEPTO “TRES EN UNO”?
Los que se oponen a la enseñanza de la
Trinidad hacen afirmaciones muy serias. Insisten en que todo el que cree en un
Dios trino viola el primer mandamiento de Moisés, en el cual el Señor dice: “Yo
soy Jehová tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de
servidumbre. No tendrás dioses ajenos delante de mí” (Éxodo 20:2,3). Sin
embargo, los teólogos de la iglesia también han hecho serias afirmaciones por
muchos siglos en apoyo a la Trinidad. Esta doctrina, según ellos, no es un
asunto de filosofía pagana. No es politeísta. No es un asunto de semántica.
Según los teólogos de la iglesia, el hecho de que el único Dios verdadero y
Altísimo existe en tres personas es una enseñanza bíblica de mucha importancia.
Católicos, protestantes y ortodoxos
concuerdan en que la enseñanza del Nuevo Testamento de un Dios trino es una
doctrina firmemente cimentada en las Escrituras y no en la filosofía. Todos
están de acuerdo en que la Trinidad nos muestra hasta qué punto la propia
existencia de Dios está arraigada en el gozo de una eterna relación. La
Trinidad de Dios nos muestra la eterna realidad de Su amor y el enorme precio
que Dios pagó cuando dio a Su Hijo como sacrificio por nuestros pecados. La
Trinidad de Dios muestra que nuestras relaciones son importantes para un Dios,
en quien la relación y el amor son fundamentales a Su existencia. Un Dios trino
nos da ejemplo de Aquel que existe no simplemente como Uno, sino en el gozo
inefable y la creatividad de una relación perfectamente compartida, contraria a
los muchos dioses guerreros de las religiones paganas, y opuesto a nuestra
propia historia de relaciones rotas, este Dios siempre es uno en mente, corazón
y acción.
Todas las principales ramas del
cristianismo también concuerdan en que un Dios trino es consistente con el
rastro de la evidencia veterotestamentaria (relativo al Antiguo Testamento)
para la misma doctrina. El Antiguo Testamento hace fuertes alusiones que aunque
Dios es Uno, no es un ser solitario. Los escritores del Antiguo Testamento usan
frecuentemente un lenguaje que nos hace pensar en una pluralidad dentro de esta
unidad. Por ejemplo, la palabra que se traduce por “Dios” alrededor de unas
2.570 veces en el Antiguo Testamento es Elohim, un término plural. En todos los
casos, menos en cinco, se refiere claramente a aquel Dios que es Creador,
Sustentador y Amo de todo.
Dios algunas veces usa un pronombre plural
cuando habla de Sí mismo. Por ejemplo, dice: “Hagamos al hombre a nuestra
imagen, conforme a nuestra semejanza” (Génesis 1:26).
Posteriormente, después que Adán y Eva
habían comido del árbol prohibido, Dios dice: “El hombre ha venido a ser como
uno de nosotros, conociendo el bien y el mal” (Génesis 3:22).
Cuando Moisés declaró que Dios es uno
(Deuteronomio 6:4), usó la misma palabra que había empleado para describir la
relación de “una sola carne” entre un hombre y su esposa (Génesis 2:24). La
palabra “uno” en Deuteronomio 6:4 permite definitivamente la idea de una
pluralidad de personas, dentro de la unidad de la Deidad. Por lo tanto, ambos
testamentos nos dan razones para creer que uno puede ser más que uno. El hecho
de que esta verdad esté más allá de nuestra capacidad de comprensión no es
motivo para rechazarla, sino para tratar de entenderla lo más posible
estudiando lo que Dios ha revelado.
¿CUÁL
ES LA RELACIÓN ENTRE EL PADRE, EL HIJO Y EL ESPÍRITU SANTO?
Algunos cristianos han intentado explicar
la Trinidad, sugiriendo que Dios tiene tres maneras diferentes de revelarse a
nosotros. A veces se presenta como Padre, a veces como Hijo, y a veces como
Espíritu Santo. La explicación de un Dios en tres papeles distintos podría
tener más peso si no fuese por la evidencia de la pluralidad que hay dentro de
la unidad que ya hemos planteado. Puesto que el Antiguo Testamento revela a un
Dios que dice: “Hagamos al hombre a nuestra imagen”, es mucho más fácil para
nosotros entender el sentido de relación, sumisión, amor y lealtad que las
Escrituras describen que existe entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. El
Nuevo Testamento no nos muestra estas tres personas por separado, sino en un
profundo sentido de unidad y de amor mutuo, incluso hacia nosotros.
La relación neotestamentaria entre el
Padre, el Hijo y el Espíritu Santo refuta la conclusión de que solamente el
Padre debe ser considerado como el único Dios verdadero y Altísimo. Aunque es
comprensible que algunos traten de proteger la exclusividad de Dios
considerando al Hijo y al Espíritu seres o fuerzas inferiores, esa conclusión
no es válida.
El Antiguo Testamento establece claramente
que el Dios único y verdadero de la Biblia es un Dios celoso. Es un Dios que,
según el profeta Isaías, no le dará Su gloria a otro (Isaías 48:9-11). Sin
embargo, el Dios del Nuevo Testamento enlaza Su propio nombre en la designación
triple de Padre, Hijo y Espíritu Santo. Es igualmente importante que el Nuevo
Testamento nos muestre que el Padre hace que nuestra relación con Él dependa de
nuestra relación con el Hijo, y nuestra relación con el Hijo depende de nuestra
relación con el Espíritu Santo. Este Dios comparte ciertamente Su gloria entre
las tres personas de la “Trinidad”, quienes, a su vez, ofrecen Su amor a todos
los que acepten el amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Para ver cómo la gloria de un Dios celoso
se comparte en esta unidad de personas, examinaremos en forma sintética a cada
persona de esta deidad, tal como lo describe la Biblia.
EL
PADRE COMO DIOS
Entre los que reconocen la autoridad de la
Biblia, algunos dudan de la plena deidad del Padre. De maneras distintas, el
Padre se revela como el Dios personal de la creación. Las Escrituras muestran a
Dios como el Padre de la nación de Israel (Deuteronomio 32:6; Isaías 1:2; Oseas
11:1; Malaquías 2:10). El Señor Jesús llamó Padre a Dios (Juan 5:17,18) y nos
enseñó a orar así: “Padre nuestro que estás en los cielos” (Mateo 6:9).
Nos mandó que fuéramos al Padre en Su
nombre (Juan 16:23). Afirmó que tanto Él como Su Padre pronto enviarían un
Consolador a Sus discípulos (Juan 15:26). De estos pasajes se desprende
claramente que el Padre es Dios. Dios es el Padre. El apóstol Pablo se refirió
a Él como el “Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordia y
Dios de toda consolación” (2 Corintios 1:3). Sin embargo, lo importante acerca
de la revelación del Padre sobre Sí mismo es que Él hizo que nuestra relación
con Él dependa de nuestra relación con Su único Hijo.
EL
HIJO COMO DIOS
Los escritores neotestamentarios se
refieren una y otra vez al Señor Jesucristo como el Hijo de Dios. Pero, ¿qué
significa este título? Los Testigos de Jehová usan esta expresión para decir
que Él era un hijo de Dios, muy parecido a los ángeles y a otros seres humanos.
Creen que el Señor Jesús era el arcángel Miguel en forma humana. Los líderes
actuales del judaísmo dicen que el Señor Jesús fue un gran profeta, pero nada
más. Los musulmanes tienen la misma opinión. El Corán honra al Señor Jesús,
enseñando que nació sin el agente de un padre humano, y que fue un gran
profeta.
El libro sagrado del Islam sostiene
enfáticamente que el Señor Jesús no es el Hijo de Dios, que esa noción tiene
mucho más en común con las mitologías paganas en las cuales los ‘dioses’
engendraban hijos semidivinos con mujeres humanas que con una religión
verdadera procedente de Dios.
Sin embargo, el Nuevo Testamento enseña que
el Señor Jesucristo es el “unigénito” Hijo de Dios (Juan 1:14, 18; 3:16,18; 1 Juan
4:9). Las Escrituras describen a Cristo compartiendo la gloria de un Dios
celoso que, a través de Moisés, insistió en que nadie merecía ser adorado sino
sólo Dios mismo. Este Dios comparte Su amor con los ángeles y con los mortales.
Pero con Cristo, el Hijo, comparte Su
gloria. Para ver hasta dónde comparte el Hijo la gloria del Padre, consideremos
la evidencia de las palabras de Cristo, el testimonio de los apóstoles, las
predicciones de los profetas del Antiguo Testamento, y las declaraciones de los
cristianos post-apostólicos (llamados generalmente “padres de la iglesia”,
aunque esta designación pertenece más apropiadamente sólo a los apóstoles).
Las
palabras del Señor Jesús
Los cuatro evangelios registran muchas de
las palabras que el Señor Jesús habló durante Su ministerio terrenal. Aunque no
creyésemos en la inspiración del Nuevo Testamento, tendríamos una buena razón
para aceptar como exacto lo que ellos escribieron. Tenemos poderosas evidencias
de que Mateo, Marcos y Lucas fueron escritos mucho antes del año 70 d. C. Y
aunque el evangelio de Juan no fue escrito hasta alrededor del año 90 d. C., la
evidencia es poderosa de que pertenece al apóstol Juan, quien estuvo
físicamente con el Señor Jesús durante todo Su ministerio terrenal.
Los apóstoles indudablemente repitieron a
menudo las palabras de Cristo, mientras empezaban a proclamar el evangelio. Las
palabras del Señor Jesús nos dicen que Él definitivamente afirmaba ser Dios.
Examinaremos únicamente dos de las tremendas declaraciones que el Señor Jesús
hizo acerca de Sí mismo. En Juan 8:58, hallamos la afirmación de Cristo
declarando que nunca tuvo comienzo. Puesto que sólo Dios es eterno, esto
equivale a una declaración de deidad. A un grupo de líderes religiosos
hostiles, les dijo: “En verdad, en verdad os digo: antes que Abraham naciera,
yo soy”. Nótese que el Señor Jesús no dijo: “Antes de que Abraham naciese nací
Yo”.
Dijo: “antes que Abraham naciera, yo soy”.
Abraham nació dentro del marco del tiempo. El Señor Jesús dijo que Su propia
existencia trasciende el tiempo. Siempre ha existido. No tuvo principio. Aunque
esta declaración de que nunca tuvo principio es más que suficiente para
establecer la deidad de Cristo, algunos estudiosos de la Biblia ven algo más en
esa afirmación. Dicen que el Señor Jesucristo declaró ser el “YO SOY” de Éxodo
3:14. El mismo hecho de que el Señor haya dicho que nunca tuvo principio es suficiente
para establecer la afirmación de que es Dios.
La segunda declaración de Cristo, en la
cual se llama a Sí mismo Dios, se halla en Juan 10:30. Mientras asistía a la
fiesta de la dedicación en Jerusalén, dijo: “Yo y el Padre somos uno”. Los
líderes religiosos reconocieron que se estaba haciendo igual a Dios cuando hizo
esta aclaración. Comenzaron a tirarle piedras y a decir que lo hacían debido a
la “blasfemia, porque tú, siendo hombre, te haces Dios” (Juan 10:33). Ellos
comprendieron las palabras de nuestro Señor mejor que los Testigos de Jehová de
hoy.
Se dieron cuenta perfectamente de que
estaba diciendo más que si un hombre dijese: “Mi esposa y yo somos uno”. Este
esposo estaría diciendo simplemente que él y su esposa son uno en sus deseos,
planes o ambiciones. El Señor Jesús, obviamente, quiso decir más que eso.
Estaba diciendo que Él y el Padre son uno en esencia. Los judíos sabían que el
Señor Jesús afirmaba ser Dios. Cristo se veía claramente a Sí mismo como el
Hijo de Dios. Se veía como la Deidad.
El
testimonio de los apóstoles
Los hombres que escribieron el Nuevo
Testamento tampoco tuvieron dudas acerca de la deidad del Señor Jesucristo.
Algunos de ellos recordaron aquel día cuando su amigo Tomás vio al Cristo
resucitado y exclamó: “¡Señor mío y Dios mío!” (Juan 20:28). Esa no era una
expresión de sorpresa, como cuando decimos “¡Ay Dios mío!”, tan oída hoy en
día.
Ningún judío del primer siglo usaba el
nombre de Dios de esa forma. Los apóstoles recordaban muy bien que el Señor
Jesús aceptó esta designación de deidad. Cuando el apóstol Juan, que estaba
presente en aquella ocasión, empezó Su evangelio, lo hizo de la siguiente
forma: “En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el
Verbo era Dios” (Juan 1:1).
Procedió a declarar que este Verbo se hizo
un humano, que reflejaba la gloria de Dios (véase el versículo 14). La
expresión del versículo 1, “y el Verbo era Dios”, es tan clara que casi todos
los estudiosos de la Biblia la consideran una declaración de que el Señor Jesucristo
es Dios. Sin embargo, los Testigos de Jehová no están de acuerdo. Argumentan
que la última frase de Juan 1:1 debería leerse: “Y el verbo era un dios”.
Señalan que la palabra Dios no tiene el artículo definido. No dice: “y el Verbo
era el Dios”. Su observación no es incorrecta, pero no tienen razón cuando
concluyen que eso no atribuye deidad a Cristo.
Juan tenía una buena razón para omitir el
artículo allí. Si hubiese escrito: “Y el Verbo era el Dios”, hubiese negado la
distinción entre el Padre y el Hijo —este fue un error que cometió un hombre
llamado Sabelio, quien fue rechazado por los cristianos post-apostólicos.
Si Juan hubiese querido decir que el Señor
Jesús era una deidad menor, hubiese usado la palabra griega theios en lugar de
theos. Esta palabra estaba disponible y se halla en el Nuevo Testamento (Hechos
17:29; 2 Pedro 1:3).
Más aún, el contexto indica claramente que
el Verbo es Dios, no meramente cuasi-deidad, un ser más o menos entre Dios y
los seres creados. El Verbo existía en el principio (Juan 1:2). El Verbo
participó en la creación de todo (v.3). Posee una vida que es única —una vida
no creada que era Suya desde la eternidad y que es la fuente de luz espiritual
(v.4). Es claro que la traducción de Juan 1:1 es correcta: “y el Verbo era Dios”.
Incluso el orden de las palabras en el griego, el uso de theos en lugar de
theios, y el contexto concuerdan con esa traducción.
Adicionalmente del testimonio de Juan de
que Cristo es Dios, encontramos declaraciones más claras en los escritos de Pablo
al respecto. Pablo dijo que nosotros, como cristianos, estamos “aguardando la
esperanza bienaventurada y la manifestación de la gloria de nuestro gran Dios y
Salvador Jesucristo” (Tito 2:13). Nótese que es “nuestro gran Dios y Salvador
Jesucristo”. No “nuestro gran Dios y el Salvador Jesucristo”. Pablo no puso
ningún artículo delante de la palabra Salvador, es evidente que veía a Cristo
como nuestro gran Dios. El apóstol Pedro usó una construcción griega parecida
cuando se dirigió a sus lectores como “[…] a los que han recibido una fe como
la nuestra, mediante la justicia de nuestro Dios y Salvador, Jesucristo” (2
Pedro 1:1). En Hebreos 1:8,10, encontramos que el autor cita varios versículos
del Antiguo Testamento que se refieren claramente a Dios y los aplica a Cristo
Jesús:
“Tu trono, oh Dios, es eterno y para
siempre” (Salmo 45:6). “Desde la antigüedad tú fundaste la tierra, y los cielos
son la obra de tus manos” (Salmo 102:25).
El autor de esta epístola, instruido
cabalmente en las Escrituras del Antiguo Testamento y, por lo tanto, en el
monoteísmo estricto, no tuvo problemas en declarar la absoluta deidad del Señor
Jesucristo. Identificó a Cristo como “Dios” y “Señor”.
Las
predicciones de los profetas del Antiguo Testamento
Incluso las escrituras del Antiguo
Testamento, muy apreciadas por muchos judíos, declararon la deidad del Mesías
venidero con una claridad meridiana. Una de las profecías más extraordinarias
en ese sentido es Isaías 9:6: “Porque un niño nos ha nacido, un hijo nos ha
sido dado, y la soberanía reposará sobre sus hombros; y se llamará su nombre
Admirable Consejero, Dios Poderoso, Padre Eterno, Príncipe de Paz”.
Dos de estos nombres, dados al Mesías que
había de venir, expresan innegablemente Su deidad. “Dios fuerte” y “Padre
eterno”. Los Testigos de Jehová traducen la primera expresión “un dios fuerte”,
pero no son consistentes. Encuentran la misma expresión hebrea en Isaías 10:21,
donde tienen que admitir que se refiere a Jehová, el Dios de Israel. Por lo tanto,
la frase “Dios fuerte” es, como lo encontramos aquí, una clara declaración de
la deidad del Mesías. El nombre “Padre eterno” puede traducirse “Padre de la
eternidad”. Pero no importa cuál escojamos. Ambos expresan deidad. Puesto que
sólo Dios es eterno, sólo a Dios se le puede dar el nombre “Padre de la
eternidad”. El profeta declaró que este título le pertenece al “niño” y al
“hijo” que había de venir como el Mesías.
Las
declaraciones de los cristianos post-apostólicos
Estos cristianos lucharon para encontrar
una respuesta satisfactoria a la pregunta: ¿Quién es el Hijo? Sabían que las
Escrituras le atribuían deidad. Además, vieron en las Escrituras evidencia de
que era verdaderamente humano. Pero no sabían exactamente cómo se mezclaba lo
humano y lo divino en una persona. Algunos hacían tanto énfasis en Su deidad,
que tendían a negar Su verdadera humanidad. Otros erraban en la dirección
contraria.
Por último, un hombre llamado Arrio
apareció con una enseñanza que negaba de hecho la deidad de Cristo. Arrio decía
que antes de que el Señor Jesús viniese a nuestro mundo, a través de la virgen
María, preexistió como el primero y más sublime de todos los seres creados.
Esta negación de la deidad de nuestro
Señor, aunque fomentada por algunos líderes prominentes de la época,
simplemente no pudo sostenerse ante un estudio bíblico serio. Poco a poco, los
eruditos cuidadosos que trabajaron con la información bíblica concluyeron que
el Señor Jesucristo es del todo humano y del todo Dios. Más aún, dijeron que estas
dos naturalezas —la humana y la divina— estaban unidas en una sola persona. El
credo de Atanasio dice así: “Veneramos a un solo Dios en la Trinidad… sin
confundir las personas ni separar las sustancias…. Así Dios es el Padre, Dios
es el Hijo, Dios es (también) el Espíritu Santo; y, sin embargo, no son tres
dioses, sino un solo Dios”.
El resultado es que, con muy pocas
excepciones, los cristianos de todas las edades han afirmado la deidad del
Señor Jesucristo, tal como lo expresa el Credo de Atanasio. Las grandes
divisiones que surgieron de la iglesia original, como la católica romana,
ortodoxa, protestante, bautista y pentecostal, están de acuerdo en este punto.
La gran mayoría de aquellos que dicen ser fieles a Cristo profesa que Él es
tanto Dios y hombre en una sola persona. El hecho de que el Señor Jesús era
completamente humano se revela claramente en la Biblia.
Nació como bebé, creció y aprendió como los
otros muchachos, (Lucas 2:40,52), era el hijo de un carpintero de Nazaret
(Marcos 6:3), se cansaba como todos nosotros, (Juan 4:6), incluso admitió que
había algunas cosas que no sabía (Mateo 24:36) y en la noche anterior a Su
crucifixión tuvo temor de la terrible experiencia que estaba ante Él (Mateo
26:36-46). No obstante, la Biblia también enseña que el Señor Jesús es
totalmente Dios. Los cristianos post-apostólicos no podían explicar cómo el
Señor Jesús pudo vivir como un ser humano genuino, mientras seguía siendo Dios
(ni tampoco nosotros). Sin embargo, todos damos gracias por la luz que arrojó el
apóstol Pablo sobre este problema en el bien conocido pasaje acerca del Señor
Jesús despojándose a Sí mismo de Su gloria eterna:
“Haya, pues, en vosotros este sentir que
hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el
ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo,
tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la
condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la
muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y
le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se
doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de
la tierra; y toda lengua confiese que
Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre” (Filipenses 2:5-11).
El Señor Jesús, renunció a la gloria que
poseía como Dios, para ser nuestro Salvador. Mirando retrospectivamente a
Cristo en Su glorioso estado, antes de que se encarnara, el apóstol dijo:
“siendo [aunque existía] en forma de Dios” (v.6). Usó la palabra griega morphe,
que se traduce “en forma”, para establecer claramente que la gloria exterior
que tenía en los cielos reflejaba Su ser esencial. “En forma” Él es Dios. El
apóstol prosiguió diciendo que el Señor Jesús “no estimó [consideró] el ser
igual a Dios como cosa [algo] a que aferrarse” (v.6). El Señor Jesús renunció a
la gloria que poseía como Dios para poder llegar a ser un miembro de la familia
humana y ser nuestro Salvador.
La frase “se despojó a sí mismo” en el
texto griego significa literalmente “se vació”. ¿De qué se vació cuando se hizo
miembro de la familia humana? ¡No de Su deidad! Siguió siendo Dios. De lo que
se vació fue de la gloria que poseía y se colocó en una relación dependiente al
Padre y al Espíritu Santo. Por lo tanto, aunque seguía siendo Dios, se hizo
verdaderamente hombre. El Señor Jesús tenía que ser miembro de nuestra raza
para ser un sustituto adecuado en la cruz. Esto explica el hecho de que
dependía del Espíritu de Dios, de la misma manera que Él espera que Sus
seguidores también dependan del Espíritu Santo. Estaba “lleno del Espíritu
Santo” cuando fue al desierto para ser tentado por Satanás (Lucas 4:1). Echó
fuera demonios “por el Espíritu de Dios” (Mateo 12:28).
Aunque el Señor Jesús siguió siendo Dios,
voluntariamente vivió con las limitaciones de nuestra humanidad. En este
sentido, no podríamos comprender cabalmente la relación de las naturalezas
humana y divina de nuestro Señor mientras vivió aquí en el estado de humillación.
Sin embargo, las Escrituras afirman claramente que, aunque era Dios, fue en Su
condición elemental de hombre que enfrentó las pruebas, los problemas y el dolor
de la cruz —incluso la cruz.
Este es el Hijo con quien el Padre
compartió Su gloria. Este es el Hijo, identificado tan estrechamente con Dios,
que el Padre hace que nuestra relación con Él dependa de nuestra relación con
su Hijo. Sin embargo, nuestra relación con el Dios trino no acaba ahí. De la
misma manera en que el Padre hizo nuestra relación con Él dependiente de
nuestra relación con el Hijo, así el Hijo ha hecho nuestra relación con Él
dependiente de nuestra relación con el Espíritu Santo. Como el Padre comparte
Su gloria con el Hijo, así el Hijo comparte Su gloria con el Espíritu Santo.
EL
ESPÍRITU SANTO COMO DIOS
Algunos que afirman estudiar la Biblia no
creen que el Espíritu Santo es Dios. Entre estos están los Adventistas y
algunos que se declaran evangélicos. Un escritor de los Testigos de Jehová
afirma: “El Espíritu Santo es una fuerza controlada que Jehová Dios usa para
lograr una variedad de propósitos. Hasta cierto punto, se puede comparar con la
electricidad, una fuerza que se puede adaptar, para llevar a cabo una gran
variedad de operaciones” (Should You Believe in the Trinity? p.20).
Creen que el Espíritu Santo funciona de una
manera muy parecida a la fuerza que los seguidores de la Nueva Era dicen que
penetra el universo. Rechazan abiertamente la idea de que el Espíritu Santo es
una persona divina. Sin embargo, al hacerlo contradicen al Señor Jesucristo.
Él reveló claramente al Espíritu Santo como
una persona. Hablándoles a los apóstoles la noche anterior a su crucifixión, el
Señor dijo: “Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con
vosotros para siempre: el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede
recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora
con vosotros, y estará en vosotros” (Juan 14:16-17).
El Espíritu Santo es “otro Consolador”. La
implicación es clara: aunque el Señor Jesús iba a dejarles, les enviaría al
Espíritu Santo para que les guiase y les diese poder. Esta es claramente la
función de un ser personal. Otros pasajes bíblicos establecen claramente que el
Espíritu Santo es una persona. Pablo habló del “amor del Espíritu” (Romanos
15:30). También nos dijo que no “entristezcáis al Espíritu Santo de Dios”
(Efesios 4:30). Sólo un ser personal puede amar y entristecerse.
Además, el Espíritu Santo guía y conduce
(Romanos 6:14), enseña (Juan 14:26), llama y encomienda (Hechos 20:28). Más
aún, la persona del Espíritu Santo se menciona con el Padre y el Hijo en
pasajes como Mateo 28:19. El apóstol Pedro declaró expresamente la deidad del
Espíritu Santo cuando confrontó a unos esposos que estaban en pecado. Les
preguntó por qué habían conspirado para “mentir al Espíritu Santo” (Hechos
5:3). Entonces, les dijo que al hacerlo no habían “mentido a los hombres, sino
a Dios” (v.4).
¿Quién
es el Espíritu Santo?
Según las Escrituras, el Espíritu Santo es
una persona que comparte con todo derecho el título y la gloria del Dios
Altísimo, con el Padre y con el Hijo.
¿CREEMOS
LOS CRISTIANOS EN TRES DIOSES O EN UNO SOLO?
La Biblia enseña en forma concluyente que
el Padre es Dios, que el Hijo es Dios y que el Espíritu Santo es Dios. Muestra
además que cada uno tiene una personalidad distinta. Eso suma tres dioses,
¿verdad? Sí, si estamos hablando de matemáticas o pensando de tres personas por
separado. Pero estamos hablando de un Dios que se revela en la Biblia como un
Dios que ha existido eternamente como tres Personas distintas (no separadas).
Dios es un Ser, no tres. De ahí se deriva
que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo no son tres personas separadas.
Podemos distinguirlas, pero no podemos separarlas. Como personas distintas,
cada una funciona en su manera propia y única. El Padre es el Originador, el
Hijo es el Agente, y el Espíritu Santo es el Administrador. Cada uno vive con
los otros dos en una relación mutua. Cada persona es consciente de sí misma y
se conduce sola. No obstante, ninguna de ellas actúa independientemente de las
otras, ni en oposición a ellas.
La mente, la voluntad y las emociones de
cada persona están en perfecta unidad con la mente, la voluntad y las emociones
de las otras dos. Las tres personas participaron en la creación de todas las
cosas. Fue “por medio de Él” (del Señor Jesucristo) que Dios creó todas las
cosas (Colosenses 1:16). La historia de la creación en Génesis 1:2 presenta al
Espíritu Santo de Dios “moviéndose sobre la faz de las aguas”.
En la salvación: “[…] de tal manera amó
Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito” (Juan 3:16). Después de la
resurrección de Cristo y de la ascensión al cielo, tanto Él como el Padre,
enviaron al Espíritu Santo (Juan 14:16; 16:7).
La distinción entre las tres personas de la
Deidad se hizo claramente evidente en el momento del bautismo de nuestro Señor.
En Mateo 3:16, 17, vemos al Hijo saliendo del agua, al Espíritu Santo
descendiendo en la forma de una paloma y escuchamos al Padre con una voz
audible declarando: “Este es mi Hijo amado en quien me he complacido”.
El Señor Jesús confirmó la Trinidad cuando
mandó a sus discípulos a bautizar “en el nombre del Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo” (Mateo 28:19). ¡Un Dios en tres personas! Ese es el Dios a
quien los cristianos adoramos y servimos. Si alguien se dice cristiano y no
cree en, y adora a, este Dios trino, entonces está adorando a otro dios, a un
dios que no conoce (Hechos 17:23). El Nuevo Testamento es inequívoco al
declarar que hay quienes se creen verdaderos adoradores de Dios pero no lo son
porque han recibido “otro espíritu” al rechazar al Espíritu Santo de la
Trinidad (Mateo 7:21-22; 2 Corintios 11:4).
Sólo en el Dios trino tenemos un Padre
celestial que nos ama con amor paternal y que, a un gran costo, envió a su Hijo
unigénito a morir en la cruz por nuestra salvación. En este Dios tenemos al
Señor Jesucristo, un hermano que se hizo como uno de nosotros para cargar con
el castigo que merecíamos, que entiende nuestro dolor y que no se avergüenza de
llamarnos Sus hermanos y hermanas, a pesar de que seguimos siendo débiles e
imperfectos. En este Dios tenemos a la persona del Espíritu Santo como nuestro
Ayudador —un Consolador divino que vive en nosotros para fortalecernos y darnos
la victoria sobre el pecado.
Este Dios trino nos oye cuando oramos. Nos
comprende y se duele con nosotros cuando sufrimos. Estará con nosotros en el
momento de la muerte para conducirnos seguros a casa. ¡Qué importante y qué
consolador es creer en el Dios trino de la Biblia!
PREGUNTAS
QUE LA GENTE SE HACE
1.- ¿Qué se puede decir de la postura de
los musulmanes, los adventistas y de los Testigos de Jehová de que la doctrina
de la trinidad procede del paganismo?
Esa postura no tiene fundamento. Los
paganos adoraban a muchos dioses. Algunas veces esos dioses estaban organizados
en grupos de a tres, pero siempre eran seres separados. Nunca adoraban a un
Dios que existía en tres personas. Los antitrinitarios a veces citan a la
“tríada hindú” de Brama, Visnú y Shiva como una trinidad. Pero estos tres
dioses (demonios) no son en absoluto una unidad. Pelean y combaten entre sí y
se permiten pasiones malvadas.
Algunas veces la gente trata de ver una
similitud entre el Señor Jesús y el señor Krishna, el dios hindú que se
describe como la encarnación de Visnú. Pero Krishna no es un personaje
histórico. Más aún, los mitos lo presentan como un dios con características
tanto buenas como malas. Tenía sus amantes y no siempre era honesto.
2.- Puesto que las tres personas de la
Trinidad son Dios igualmente, ¿no es incorrecto referirse a ellas como la
primera, la segunda y la tercera persona de la Trinidad?
No, estos términos no indican jerarquía. Se
refieren a una función de cada persona —el Padre como Creador, el Hijo como
Agente, y el Espíritu Santo como Ejecutante. Por ejemplo, la salvación se
origina en el amor del Padre, es provista en la venida de Cristo, y se hace
real en nuestras vidas por medio del Espíritu. En este sentido, podemos hablar
de la primera, la segunda y la tercera persona de la Trinidad.
3.- La Biblia habla del Señor Jesús, como
el “unigénito” y “primogénito”. ¿No indica eso que El tuvo un principio?
La palabra griega monogenes se usa para
referirse al Señor Jesucristo cinco veces en el Nuevo Testamento (Juan 1:14,18;
3:16,18; 1 Juan 4:9). La versión Reina-Valera la traduce como “unigénito”. En
el pasado, los eruditos cristianos, creyendo como creían en la deidad de
Cristo, se referían a Él como habiendo sido “eternamente engendrado”. En la actualidad, sin embargo, una mayor comprensión
de la palabra griega ha llevado a los eruditos a ver la palabra monogenes como
el compuesto de las palabras único y tipo o clase. El Señor Jesucristo es “el
Hijo único” y “el único en Su clase”.
Todos los otros “hijos” de Dios (angélicos
y humanos) son seres creados, en cambio el Señor Jesús siempre existió. El
término “primogénito” se usa de dos maneras en el Nuevo Testamento. En
Colosenses 1:18 y en Apocalipsis 1:5, se refiere al Señor Jesús como el primero
en levantarse de los muertos en un cuerpo glorificado y resucitado. En Romanos
8:29, Colosenses 1:15 y Hebreos 1:6, se refiere a Señor como el Dios-hombre,
que tiene la preeminencia sobre toda la creación, así como el primogénito
dentro de una familia judía sobre Sus hermanos. Estas referencias de ninguna
manera niegan la deidad de Cristo.
4.- Si Cristo era Dios, ¿cómo pudo morir?
¿Quién sostenía al mundo mientras Dios estaba muerto?
Los Testigos de Jehová parecen pensar que
han arrojado una bomba sobre los cristianos con preguntas como estas. No se dan
cuenta de que en la Biblia la muerte para los humanos no es un cese de
existencia. Es la separación del cuerpo y el espíritu. Cuando el Señor Jesús
dijo en la cruz: “Consumado es” (Juan 19:30) y “Padre, en Tus manos encomiendo
Mi espíritu” (Lucas 23:46), no dejó de existir, Su espíritu fue al paraíso,
donde se le unió el ladrón que se había arrepentido. Al tercer día, Su espíritu
se unió a Su cuerpo glorificado en la resurrección.
5.- Si el Señor Jesús es Dios, ¿Por qué
dijo “el Padre es mayor que yo”? (Juan 14:28).
En Su humanidad, habiendo dejado
voluntariamente a un lado Su gloria como Dios, se hizo temporalmente “menor que
los ángeles” (Hebreos 2:9). En este estado de humillación, se podía decir que
el Padre era mayor que Él. Eso no lo hubiera dicho antes de la encarnación, ni
tampoco lo diría en Su estado de exaltación.
6.- ¿Por qué el Señor Jesús, aparentemente
negó que hubiera dicho ser Dios al señalar que los profetas del Antiguo
Testamento aplicaban el término “dioses” a jueces humanos?
El incidente a que se refiere este asunto
se halla en Juan 10:31-39. Los líderes judíos estaban a punto de apedrearlo por
decir: “Yo y el Padre somos uno” (v.30). En ese momento, llamó su atención el
hecho de que el Salmo 82:6 dice de los jueces humanos “vosotros sois dioses”.
Pero el Señor Jesús no se estaba colocando en el mismo nivel que estos simples
seres humanos. Se apartó de ellos afirmando que Él había sido enviado del cielo
de manera única. Sin embargo, no procedió a explicar claramente Su absoluta
deidad, porque muchas personas no estaban listas para esa verdad. Por lo tanto,
así como el Señor Jesús había usado parábolas para revelar la verdad para
aquellos que estaban preparados para oírla y para esconderla de aquellos que no
estaban preparados (Mateo 13:10-17), en esta ocasión habló en términos que
revelarían y ocultarían. Las personas prejuiciosas no comprendían. Como
resultado de ello, fue posible para Pedro dirigirse unos meses más tarde a las
personas que habían acordado crucificar al Señor Jesús y decirles: “Y ahora,
hermanos, yo sé que obrasteis por ignorancia” (Hechos 3:17).
En suma, el Señor Jesús no negó Su deidad.
Simplemente, se refirió a ella de tal manera que no enojara a aquellos que no
estaban listos para aceptarla.
7.- Si el Señor Jesús es Dios, ¿por qué
dice 1 Corintios 15:24-28 que al fin de los tiempos entregará el reino al Dios
y Padre y se sujetará a Él?
En este pasaje, Pablo nos dice que vendrá
el tiempo en que el Señor Jesús habrá terminado Su obra como Mesías y Mediador.
Mientras estuvo aquí en la tierra cumplió la ley por nosotros, pagó el precio
de nuestro pecado y quebrantó el poder de la muerte. Hoy, es la Cabeza de la
iglesia. “E inmediatamente después de la tribulación” (Mateo 24:29) de los días
finales de esta era, “descenderá del cielo” (1 Tesalonicenses 4:13-18), y “sus
ángeles… juntarán a sus escogidos de los cuatro vientos, desde un extremo del
cielo hasta el otro” en el arrebatamiento (Mateo 24: 31). Este evento marca el
regreso del Señor a la tierra a gobernar, tal como lo describen muchos de los
pasajes del Antiguo Testamento (Isaías 2:1-4; 11:19; Jeremías 23:5,6).
Castigará el pecado con el fuego, y creará nuevos cielos y nueva tierra (2
Pedro 3:10; Apocalipsis 21-22) desde donde reinará por mil años. Después de Su
reinado milenial, terminará con la última de las rebeliones (Apocalipsis 20:7-19).
Pablo declaró en aquel tiempo el Señor Jesucristo, como Dios-hombre mediador,
dejará Su lugar en el centro del escenario, se sujetará a Dios el Padre, y
ocupará de nuevo Su lugar original dentro de la Trinidad, como antes de la
encarnación. La única diferencia será que retendrá, por toda la eternidad, Su
humanidad glorificada.
8.- Si el Señor es Dios, ¿por qué dijo que
iba a regresar a Su Dios?
Los Testigos de Jehová de Jehová
frecuentemente hacen esta pregunta. El versículo al que se refieren es Juan
20:17, que dice: “[…] Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro
Dios”. Dicen que el Señor Jesús se colocó en la misma relación con Dios que
María Magdalena, la persona con quien estaba hablando.
Pero si eso es lo que el Señor Jesús quería
hacer, ¿por qué no dijo simplemente “subo a nuestro Padre y a nuestro Dios”? El
Señor Jesús hizo esa declaración para cerciorarse de que María Magdalena
reconociera que Su relación con Dios era diferente de la relación de ella con
Dios. El Señor Jesús es el Hijo de Dios por naturaleza. María Magdalena era
hija de Dios por adopción. El Señor Jesús podía referirse a Dios como Su Dios
por medio de una relación eterna. María Magdalena podía pensar en Dios como su
Dios en virtud de la gracia que Él reveló en Cristo. Por lo tanto, las palabras
del Señor Jesús registradas en Juan 20:17 describen el hecho de que Su relación
con Dios el Padre es única.
9.- ¿Es correcto dirigir nuestras oraciones
a el Señor Jesús o al Espíritu Santo?
Sabemos que es correcto y adecuado orar a
Dios el Padre. El Señor Jesús nos enseñó que dijésemos así: “Padre nuestro que
estás en los cielos” (Mateo 6:9). Sabemos también que hemos de acercarnos al
Padre en el nombre del Señor Jesús, esperando que el Señor Jesús responda (Juan
14:14). Esteban, en el momento de su muerte, se dirigió al Señor Jesús (Hechos
7:59,60). No tenemos ningún pasaje bíblico que nos dirija a orar al Espíritu
Santo, ni que nos dé un ejemplo para hacerlo. Sin embargo, sabemos que el
Espíritu participa cuando oramos. Pablo nos dice que el Espíritu “nos ayuda en
nuestra debilidad” y que “intercede por nosotros” cuando no sabemos cómo orar
(Romanos 8:26).
Debemos dirigirnos al Padre cuando oramos
por medio de la persona del Señor Jesucristo. Debemos acercarnos a Él en el
nombre del Señor Jesús. Debemos depender del Espíritu Santo para que nos dirija
en la oración. Debemos, también depender del Espíritu para que interceda por
nosotros, cuando no sabemos qué pedir. Probablemente, no debiéramos
preocuparnos tanto, sobre a quién nos debemos dirigir. Los tres escuchan cuando
oramos. Los tres participan en las respuestas. Además, en la Trinidad, no
existe envidia ni celos.
10.- ¿Podemos usar alguna ilustración para
explicar la doctrina de la Trinidad?
Probablemente no. Algunas personas
sostienen un huevo y dicen: “La yema, la clara y el cascarón componen un huevo.
Esto es tres en uno”. Pero la yema es grasa, la clara es albúmina y el cascarón
es calcio —no hay una verdadera unidad allí. Otros han dicho que el agua puede
existir como hielo, como líquido y como vapor. Pero en cualquiera de sus formas
es simplemente agua —no tres en uno. Un ministro pensó que tenía una
ilustración extraordinaria, cuando dijo: “Yo soy padre para mi familia, pastor
para mi iglesia y ciudadano en mi comunidad —tres en uno”. Pero, en realidad,
estaba repitiendo la herejía de que Padre, Hijo y Espíritu Santo son tres
características, formas o relaciones de la Deidad, tres modos en los que obra
Dios. Las analogías más acertadas probablemente se pueden hallar en esos grupos
de tres:
1. En el universo —espacio, tiempo y
materia.
2. En la materia —energía, movimiento y
fenómenos.
3. En el tiempo —pasado, presente y futuro.
No obstante, estas analogías arrojan muy
poca luz al tema de la Trinidad. A lo sumo, sólo pueden reflejar la trinidad
del Creador. Hemos de aprender a vivir con un Dios al que no podemos comprender
del todo. Alguien ha dicho: “Si el cristianismo fuese algo que nosotros
estuviésemos inventando, por supuesto, podríamos hacerlo más fácil. Pero no lo
es. No podemos competir, en simplicidad, con personas que están inventando
religiones. ¿Cómo podríamos? ¡Estamos tratando con hechos! Claro que cualquiera
puede ser simple, si no tiene hechos por los que preocuparse”. (Beyond Personality: The Christian Idea of God,
Londres: Geoffrey Bles, 1944, p.19).
¿CUÁL
ES LA DIFERENCIA?
¿Por qué hay que hacer tanto hincapié en la
doctrina de la Trinidad? ¿Y si una persona tiene fe en un Dios personal,
considera al Señor Jesús como el más sublime de todos los seres creados, cree
que murió por los pecadores y que resucitó de la tumba, y está confiando en Él
para su salvación? ¿No es esa fe suficiente para la salvación? Puede ser que
sí. Pero la doctrina de la Trinidad es una de las enseñanzas de la Biblia más
básicas y más relacionadas con la vida.
Para subrayar su importancia, veamos cómo
impacta el versículo mejor conocido de toda la Biblia. “Porque de tal manera
amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo aquel que cree en
El, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16). Si no cree en la Trinidad, tendría que
decir que este versículo enseña que Dios envió al primer ser creado a morir
para salvarnos. ¿Pero por qué el enviar a un ser creado (incluso el primero)
para salvar a otros seres creados es un tema polémico? ¿Qué hace que eso sea
una demostración suprema del amor de Dios? No es más que Dios enviando a una de
sus criaturas a salvar a otras.
Pero si uno cree en la Trinidad, acepta
este versículo como una declaración de una verdad sorprendente. Aquí se nos
dice que Dios nos ama tanto que Él mismo, en la persona del Señor Jesucristo,
vino a compartir nuestro dolor y a dar salvación a un gran costo. El apóstol
Pablo declaró que “Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo” (2 Corintios
5:19). Esta afirmación hace al Calvario la manifestación suprema de la santidad
y el amor de Dios. Frecuentemente hablamos de lo que el Señor Jesús sufrió en
la cruz. Pero, ¿y el Padre?, ¿y el Espíritu Santo? Si una madre y un padre
sufren cuando ven a un hijo pasar por una situación dolorosa, ¿por qué no
sufrirían el Padre y el Espíritu Santo?
La relación de las personas dentro de la
Deidad es más estrecha que la de los miembros de una familia. Tenemos un Dios
trino que ha compartido, y aún comparte, el dolor de Sus criaturas. Aquel que
escogió crear y dar a Sus criaturas morales libertad para pecar, y con ello
introducir el dolor y la muerte en este mundo, también escogió compartir
nuestro sufrimiento y aflicción. Servimos a Dios, el cual sufrió por nosotros
en Cristo, un Dios que en Cristo conquistó la muerte por nosotros, un Dios que
en Cristo comprende nuestro dolor, un Dios que por lo que hizo en Cristo, un
día llevará a todos Sus hijos a un mundo donde no habrá más sufrimiento, ni
muerte, ni lágrimas.
El Alá de la fe musulmana no es esta clase
de Dios. El Jehová que describen los Testigos de Jehová no es esta clase de
Dios. Únicamente el Dios trino de la Biblia es esta clase de Dios.
CONOCIENDO
A DIOS
Un profesor que se dio cuenta que, debido a
que había tenido conflictos con ciertos líderes, nunca avanzaría
académicamente, le dijo al teólogo J. I. Packer: “No importa, porque yo he
conocido a Dios y ellos no”. A los musulmanes y a muchos otros esto les suena
blasfemo. Piensan que Dios es tan grande y tan diferente de nosotros que todo
lo que podemos esperar es conocer Su voluntad y someternos a Él lo mejor que
podamos.
Sí, Dios es tan distinto de nosotros y tan
impresionantemente grandioso que no podemos comprenderlo del todo. Dios es
incomprensible. ¡Pero es posible conocerle!
¿Por qué? Porque Él se ha acercado a
nosotros. Se dio a conocer a la gente en épocas pasadas, a través de
manifestaciones sobrenaturales y de conversaciones audibles. Entonces, hace
unos 2.000 años atrás, se dio a conocer en la persona del Señor Jesucristo.
Hebreos 1:2 nos dice que: “en los últimos días nos ha hablado por Su Hijo”.
Podemos conocer a Dios mirando al Señor Jesús y recibiéndole a Él. Miremos Su
retrato en los evangelios. Prestemos atención a Sus palabras. Preparémonos para
obedecerle. El Señor Jesús prometió: “Si alguien quiere hacer su voluntad,
sabrá si mi enseñanza es de Dios o si hablo de mí mismo” (Juan 7:17).
Cuando veamos que Él realmente es “el
camino, y la verdad, y la vida” (Juan 14:6) y le recibamos como nuestro
Salvador, nos convertiremos en hijos de Dios (Juan 1:12). Al poco tiempo
también podremos decir que conocemos a Dios.
“Porque tres son los que dan testimonio en el cielo: el Padre, el Verbo
y el Espíritu Santo; y estos tres son uno” (1 Juan 5:8).
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NOTAS
[1]
El Movimiento Radical Femenino no es, estrictamente hablando, un grupo
religioso, sino social, político y laboral, pero las declaraciones “religiosas”
de algunas de sus voceras en cuanto a la Divinidad le ha otorgado el dudoso
honor de incluirlo entre los que sostienen el error antitrinitario. El
movimiento ha expresado desde sus orígenes la exaltación “del rol de la mujer
en la vida del Galileo para revelar así su importancia, la que ha sido
minimizada con el correr de los siglos debido a la mirada patriarcal de la
iglesia…”. El MRF pretende ser “una apología a la mujer, que fue la
protagonista principal de la comprensión y expansión del cristianismo, pero que
debido a la masculinización de la historiografía, se invisibilizó”. Su ataque
frontal al cristianismo histórico—al que considera “patriarcal”,
“androcéntrico”, “misógino” y “sexista”—es un ataque al Padre, al Hijo y al
Espíritu Santo de la Biblia.