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sábado, 1 de junio de 2013

LA DOCTRINA DEL HOMBRE - Serie Todas las Doctrinas de la Biblia


Dios creó al hombre a Su imagen y le dio la capacidad de razonar y de escoger a quien servir. Si escoge servir a Dios entonces las virtudes de Dios se perfeccionan en él. Si escoge servir al diablo entonces llega a ser más perverso y diabólico.

El hombre tiene una doble naturaleza, pues él es carne y espíritu. Por una parte, él es semejante a Dios; y por otra, es como los animales. El hombre tiene una voluntad al igual que Dios. Él también tiene un espíritu que goza de compañerismo espiritual y posee un alma que tiene una existencia eterna. Sin embargo, así como el cuerpo de los animales se enferma y muere también el cuerpo del hombre.

Cuando comparamos al hombre con Dios nos damos cuenta que el hombre es inferior a Dios en todo. Podemos expresar la diferencia de la siguiente manera: El hombre es finito; Dios es infinito. Aunque una persona se convierta al Señor siendo muy joven y le siga fielmente durante toda su vida esto no quiere decir que alcanzará la perfección de Dios en esta vida. No importa cuanto haya crecido espiritualmente, todavía puede seguir creciendo.

Cuando comparamos al hombre con los animales entonces vemos que él es superior a ellos en inteligencia, dominio y poder. Su capacidad, sea para el bien o para el mal, sobrepasa la de ellos. Mientras que los animales son gobernados por el instinto, el hombre puede razonar, lo cual le proporciona una esfera muy superior. Cuando un animal muere sólo queda un montón de estructuras óseas que vuelve al polvo. Cuando muere una persona su cuerpo vuelve al polvo mientras que el alma continúa existiendo para siempre. No obstante, cuando el hombre se somete al dominio de la carne entonces él cae en una profundidad de depravación desconocida aun entre los animales.

De modo que, la pregunta práctica con la cual nos enfrentamos a menudo es: ¿Nos arrastraremos como los animales en el polvo o moraremos, como Dios, en lugares celestiales?

Capítulo 8

El hombre

“Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó” (Génesis 1:27).

El salmista, meditando sobre la bondad y la misericordia de Dios, consideró la gran diferencia existente entre el Dios infinito y el hombre finito. Entonces exclamó diciendo: “¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria?” (Salmo 8:4).

¿Qué es el hombre?

1. El hombre es una imagen finita del Dios infinito

Después que Dios creó todas las plantas y todos los animales todavía no existía una criatura que llevara su propia imagen. Por tanto, Dios dijo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen” (Génesis 1:26). El hombre, al igual que su Creador cuya imagen él lleva, es un ser compuesto. Cuando Dios dijo, “hagamos”, él se refirió a la trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo. El hombre también es trino, pues tiene “espíritu, alma y cuerpo” (1 Tesalonicenses 5:23). Dios le dio al hombre una mente que lo capacita para dominar la tierra. Todos los atributos morales de Dios (véase el capítulo 1), los cuales Dios posee a la perfección, los dio al hombre hasta cierto punto. El hombre, aunque lleva la imagen de Dios, nunca puede ser igual a Él porque Dios es perfecto e infinito en todo, mientras que el hombre es imperfecto y finito.

2. El hombre es distinto a las demás criaturas de la creación

Dios creó el mundo a fin de proveer un hogar para el hombre (Isaías 45:18). Dios le dio poder al hombre para enseñorearse de todos los animales y las plantas, y con el objetivo de que los utilice para sus necesidades físicas. Solamente el hombre posee un espíritu y puede comunicarse con su Creador. Dios va a rescatar solamente al hombre de esta tierra para vivir con Él en la eternidad.

3. El hombre caído es la criatura más vil de la tierra

Las bestias del campo, las aves del cielo y los peces del mar están cumpliendo el propósito de Dios. Sólo el hombre ha traicionado a su Creador. En lugar de llevar la imagen de Dios, el hombre, por medio del pecado, llega a pensar y a comportarse peor que los animales. El hombre, en su estado caído, rechaza a Dios, blasfema de Él, lo aborrece y se deleita en lo que Dios prohíbe. Debido a su desobediencia, el hombre se convierte en un hijo del diablo. (Lea Jeremías 17:9; Romanos 1:18–2:2).

4. El hombre es el objeto del amor divino

Cuando pensamos en el estado depravado del hombre caído, y luego en lo que Dios ha hecho y está haciendo para su bien, nos maravillamos con el salmista, diciendo: “¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria?” En esto se manifiestan la gracia, la bondad maravillosa y la infalible sabiduría de Dios. El hombre, aunque es depravado, posee un alma que Dios quiere salvar. Dios proveyó esta salvación al enviar a su Hijo al mundo. El amor del padre al hijo pródigo (Lucas 15) al velar y anhelar el regreso de su hijo rebelde es una pequeña ilustración del amor del Padre celestial hacia Sus criaturas caídas. Él entregó a Su Hijo unigénito como un sacrificio para lograr la redención y la restauración del hombre. Aquellos que son sensibles a esa gracia maravillosa verdaderamente pueden decir: “Le amamos a él, porque él nos amó primero” (1 Juan 4:19). (Léase también Juan 3:16–17; Romanos 5:1–8; 1 Juan 3).

5. El hombre es el siervo de Dios

En el principio Dios puso al hombre “en el huerto de Edén, para que lo labrara y lo guardase” (Génesis 2:15). Aunque hay muchos hombres infieles que son siervos voluntarios del pecado, y no de Dios, hasta cierto punto todos los hombres son siervos de Dios. Los justos son siervos de Dios de forma voluntaria. En cambio, los injustos se convierten en siervos involuntarios de Dios cuando a Él le place usarlos para cumplir Sus planes. Existen varios ejemplos en la Biblia que demuestran lo anteriormente expuesto: Faraón, a quien Dios levantó para cumplir su promesa a los hijos de Israel; Nabucodonosor, a quien Dios usó para castigar al pueblo rebelde de Israel; Ciro, a quien Dios usó como Su siervo para restaurar a Judá a la tierra prometida; y los hombres que tuvieron parte en la crucifixión de Cristo “por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios” (Hechos 2:23). Todos estos hombres fueron siervos involuntarios de Dios. Ya sea voluntaria e involuntariamente, constante e inconstantemente, todo hombre es siervo de Dios. Sin embargo, el hombre impío que sirve involuntariamente no tiene recompensa. Léase Hechos 1:18–25 en cuanto al fin de Judas. Con relación a los obedientes, léase Romanos 6:16.

El dominio del hombre

Dios le dio al hombre el dominio sobre toda la tierra cuando dijo: “Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra” (Génesis 1:28). Este mandamiento obliga al hombre a:
  • “Fructificad y multiplicaos”: Desde el principio ha sido el plan perfecto de Dios que los humanos se casen y críen hijos. El hombre no tenía que pecar para cumplir este mandamiento. Dios instituyó el matrimonio con el objetivo que los hijos pudieran ser criados bajo la protección y la bendición de un hogar piadoso.
  • “Llenad la tierra, y sojuzgadla”: Es evidente que en la tierra había algún trabajo que hacer y algún territorio que ocupar. Recuérdese que solamente existía una familia y un solo huerto donde habitar. ¡Cuán hermoso habría sido si todo el género humano hubiera permanecido fiel a Dios! Entonces toda la tierra con el tiempo hubiera sido un maravilloso paraíso de Dios; un lugar donde el hombre hubiera vivido en perfecta felicidad y todo hubiera estado sujeto a él. Pero como Satanás engañó al hombre esta sujeción nunca se ha llevado a cabo completamente.
  • “Señoread en los peces (…), en las aves (…), y en todas las bestias”: Dios entregó a los animales al dominio del hombre. Adán les puso nombre a todos. El dominio trae consigo la responsabilidad de la mayordomía. Dios quiere que el hombre haga uso de la creación para suplir sus necesidades físicas, pero no quiere que él abuse de la misma. La idea que el hombre debe tratar a los animales de igual a igual contradice este mandamiento.
  • Por tanto, Dios hizo provisiones para la felicidad y el bienestar del hombre en la creación. “Vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera” (Génesis 1:31). Así fue hasta el día en que el tentador engañó al hombre, y éste pecó. La vida del hombre cambió completamente al no permanecer fiel al plan de Dios para su vida.
Capítulo 9

Un diseño histórico del hombre                                                                                                                 

“El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay... de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para que habiten sobre toda la faz de la tierra; y les ha prefijado el orden de los tiempos, y los límites de su habitación” (Hechos 17:24, 26).

Muchos hombres tratan de explicar la historia del hombre en la tierra, partiendo de una célula que se transformó a través de los años hasta llegar a ser el hombre que conocemos hoy. Pero Dios nos ha dado una información más directa y confiable en las Sagradas Escrituras. El Creador mismo le reveló a Moisés, el dador de la ley, que “en el principio creó Dios los cielos y la tierra”. Él le reveló a Moisés cuál era la historia del hombre desde el tiempo de la creación de Adán hasta el tiempo en que vivía. Moisés escribió estas cosas en un libro, el cual conocemos hoy como el libro de Génesis. Génesis es el único registro confiable de la historia del hombre.

El hombre, tal y como Dios lo creó

La Biblia describe la creación del hombre de la siguiente forma:

“Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó (Génesis 1:26–27).

“Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente. (...) Y dijo Jehová Dios: No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él. (...) Entonces Jehová Dios hizo caer sueño profundo sobre Adán, y mientras éste dormía, tomó una de sus costillas, y cerró la carne en su lugar. Y de la costilla que Jehová Dios tomó del hombre, hizo una mujer, y la trajo al hombre. Dijo entonces Adán: Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne; ésta será llamada Varona, porque del varón fue tomada. Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne” (Génesis 2:7, 18, 21–24).

Aquí se emplea un lenguaje sencillo y fácil de entender. De los primeros capítulos de Génesis obtenemos los siguientes datos en cuanto al estado del hombre tal y como Dios lo creó:
  • Fue creado a imagen de Dios (véase el capítulo 7 de TODAS LAS DOCTRINAS DE LA BIBLIA).
  • Fue creado con inteligencia, pues hablaba con Dios y fue capaz de darle nombres a todos los animales.
  • Fue creado puro y santo, sin pecado, en comunión con su Creador.
  • Era digno de confianza; pues le fue dada la responsabilidad de cuidar el huerto y dominar toda la tierra.
  • Él recibió “el aliento de vida” por el soplo de Dios. Esto implica que: (1) La vida en él reflejaba la vida de Dios. (2) Él no estaba sujeto a la muerte. La amonestación: “el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Génesis 2:17), no significaba nada si en ese tiempo la muerte ya reinaba en su cuerpo y alma. De hecho, comprendemos que la muerte descrita aquí se refería tanto a la muerte espiritual como también a la física. (Compárese Génesis 3:22–24 con Romanos 5:12–19.) Hasta entonces, el hombre era un alma viviente con la capacidad de vivir eternamente.

Esta es una descripción preciosa del hombre en su perfección cuando éste vivía en el hermoso paraíso terrenal de Dios.

La caída del hombre

Pero Satanás entró al hogar feliz del hombre. Adán y Eva cayeron en desobediencia y el hombre perdió su primer estado. La historia de su vergonzosa caída se relata aquí:

“Pero la serpiente era astuta, más que todos los animales del campo que Jehová Dios había hecho; la cual dijo a la mujer: ¿Conque Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto? Y la mujer respondió a la serpiente: Del fruto de los árboles del huerto podemos comer; pero del fruto del árbol que está en medio del huerto dijo Dios: No comeréis de él, ni le tocaréis, para que no muráis. Entonces la serpiente dijo a la mujer: No moriréis; sino que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal. Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto, y comió; y dio también a su marido, el cual comió así como ella. Entonces fueron abiertos los ojos de ambos, y conocieron que estaban desnudos; entonces cosieron hojas de higuera, y se hicieron delantales. Y oyeron la voz de Jehová Dios que se paseaba en el huerto, al aire del día; y el hombre y su mujer se escondieron de la presencia de Jehová Dios entre los árboles del huerto” (Génesis 3:1–8).

La caída del hombre cambió la naturaleza del género humano. Pero Dios previó este evento e hizo provisión para redimir al hombre de su estado caído (1 Pedro 1:20). La historia bíblica de la caída del hombre no armoniza con la teoría de la evolución. El hombre ahora es más depravado que nunca en lugar de ser más inteligente y refinado.

La familia de Adán

Después de esto, la historia de la familia de Adán se refiere al hombre caído en lugar de referirse a la historia del hombre en el paraíso de Dios. Adán, como el resto de la humanidad, estaba sujeto a enfermedad, dolor y muerte. Sabemos los nombres de tres de los hijos de Adán: Caín, Abel y Set. Se infiere que Adán tuvo más hijos cuando leemos el versículo donde dice que Adán “engendró hijos e hijas” (Génesis 5:4). La carga del pecado recayó sobre Adán y su familia. Caín, el primogénito, se convirtió en el primer homicida. Abel fue asesinado y Dios dio a Adán otro hijo: Set.

“¿Dónde consiguió Caín su esposa?” El incrédulo se hace esta pregunta. La esposa de Caín era su hermana o su sobrina.

La edad del género humano

La edad aproximada del hombre la sabemos por dos genealogías que se encuentran en los capítulos 5 y 11 de Génesis. La primera ofrece la cantidad de años desde la creación de Adán hasta el nacimiento de Noé y la segunda dice cuántos años más tenía Adán que Abram. Desde aquel tiempo hasta nuestros días hay suficiente historia contemporánea entre las diferentes naciones por medio de las cuales podemos calcular el tiempo aproximado desde la creación del hombre. Se calcula que el tiempo desde la creación de Adán hasta el nacimiento de Cristo es de aproximadamente 4.004 años. Existe cierta variación en los cálculos de los diferentes eruditos, pero no la suficiente como para impedir llegar a la conclusión que si Adán viviera hoy él tendría alrededor de 6.000 años.

El diluvio

Al pasar los siglos la maldad del género humano aumentó. Entre los descendientes de Caín encontramos al padre de los edificadores de la primera ciudad (Enoc), al padre de los que criaban ganado (Jabal) y al gran herrero (Tubal-caín). Con el paso del tiempo, las condiciones que prevalecieron trajeron el juicio del Todopoderoso. “Y se arrepintió Jehová de haber hecho hombre en la tierra” (Génesis 6:6). ¿Qué había pasado? Entre otras cosas, hubo casamientos entre los hijos de Dios y las hijas de los hombres. Y como les nacieron gigantes a estos matrimonios impíos y “varones de renombre”, al fin Dios vio que “la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal”, entonces Él dijo: “Raeré de sobre la faz de la tierra a los hombres que he creado” (Génesis 6:5, 7).

Pero Noé halló gracia ante los ojos del Señor y por medio de él Dios preservó el género humano. Dios le ordenó a Noé edificar un arca en el cual pudieran entrar los justos entre los hombres y un número limitado de toda especie animal. Allí hallarían refugio mientras la tierra fuera destruida por un gran diluvio.

Noé hizo lo que Dios le ordenó. Pero solamente hubo ocho almas que entraron al arca el día señalado: Noé y su esposa, sus tres hijos y sus esposas. Dios cerró la puerta de la misma. Las fuentes del abismo se reventaron y se abrieron las compuertas del cielo arriba. Llovió intensamente por cuarenta días y cuarenta noches hasta que la faz de la tierra fue cubierta con agua. Toda la gente que estaba fuera del arca pereció. Después del diluvio el arca reposó sobre los montes de Ararat. Entonces fue cuando Noé y su familia salieron. Habían estado dentro del arca durante más de un año.

“El año seiscientos de la vida de Noé, en el mes segundo, a los diecisiete días del mes, aquel día fueron rotas todas las fuentes del grande abismo, y las cataratas de los cielos fueron abiertas, y hubo lluvia sobre la tierra cuarenta días y cuarenta noches. En este mismo día entraron Noé, y Sem, Cam y Jafet hijos de Noé, la mujer de Noé, y las tres mujeres de sus hijos, con él en el arca; ellos, y todos los animales silvestres según sus especies, y todos los animales domesticados según sus especies, y todo reptil que se arrastra sobre la tierra según su especie, y toda ave según su especie, y todo pájaro de toda especie. Vinieron, pues, con Noé al arca, de dos en dos de toda carne en que había espíritu de vida. Y los que vinieron, macho y hembra de toda carne vinieron, como le había mandado Dios; y Jehová le cerró la puerta. Y fue el diluvio cuarenta días sobre la tierra; y las aguas crecieron, y alzaron el arca, y se elevó sobre la tierra. Y subieron las aguas y crecieron en gran manera sobre la tierra; y flotaba el arca sobre la superficie de las aguas. Y las aguas subieron mucho sobre la tierra; y todos los montes altos que había debajo de todos los cielos, fueron cubiertos. Quince codos más altos subieron las aguas, después que fueron cubiertos los montes. Y murió toda carne que se mueve sobre la tierra, así de aves como de ganado y de bestias, y de todo reptil que se arrastra sobre la tierra, y todo hombre. Todo lo que tenía aliento de espíritu de vida en sus narices, todo lo que había en la tierra murió. Así fue destruido todo ser que vivía sobre la faz de la tierra, desde el hombre hasta la bestia, los reptiles, y las aves del cielo; y fueron raídos de la tierra, y quedó solamente Noé, y los que con él estaban en el arca” (Génesis 7:11–23).

Por el lenguaje claro que emplea la Biblia es evidente que el diluvio fue universal y cubrió toda la tierra. La Escritura no admite ninguna otra interpretación.

También hay evidencias extra-bíblicas que demuestran que hubo un diluvio universal:
  • Las naciones del oriente tienen un relato tradicional acerca de un diluvio que han sabido trasmitir de generación en generación y que finalmente vino a formar parte de su literatura. Algunas de las tribus indígenas en América también tienen una leyenda semejante.
  • Existen lugares muy distantes del mar donde se han descubierto muchos fósiles de plantas y animales acuáticos. Esto demuestra que en un tiempo esos lugares estuvieron debajo del agua.

La dispersión del hombre a causa de la confusión de las lenguas

Noé edificó un altar e hizo un sacrificio para adorar a Dios al salir del arca. Pero no pasó mucho tiempo después del diluvio que se dio a conocer que aunque Noé halló gracia ante los ojos de Dios, él, sin embargo, era hijo de Adán. El diluvio no quitó la naturaleza pecaminosa que se transmite de generación en generación (léase Génesis 9:20–27).

Al multiplicarse el hombre, su maldad se manifestó más y más. Una vez más vayamos a las Escrituras para facilitar nuestra narración:

“Tenía entonces toda la tierra una sola lengua y unas mismas palabras. Y aconteció que cuando salieron de oriente, hallaron una llanura en la tierra de Sinar, y se establecieron allí. Y se dijeron unos a otros: Vamos, hagamos ladrillo y cozámoslo con fuego. Y les sirvió el ladrillo en lugar de piedra, y el asfalto en lugar de mezcla. Y dijeron: Vamos, edifiquémonos una ciudad y una torre, cuya cúspide llegue al cielo; y hagámonos un nombre, por si fuéremos esparcidos sobre la faz de toda la tierra. Y descendió Jehová para ver la ciudad y la torre que edificaban los hijos de los hombres. Y dijo Jehová: He aquí el pueblo es uno, y todos éstos tienen un solo lenguaje; y han comenzado la obra, y nada les hará desistir ahora de lo que han pensado hacer. Ahora, pues, descendamos, y confundamos allí su lengua, para que ninguno entienda el habla de su compañero. Así los esparció Jehová desde allí sobre la faz de toda la tierra, y dejaron de edificar la ciudad” (Génesis 11:1–8).

Según la tradición judía, el lugar donde se comenzó a construir la torre de Babel fue en Babilonia, en la ciudad de Sinar.

A partir de ese tiempo la historia del hombre se compone de la historia de muchas naciones. No existen muchos escritos acerca de la historia de las naciones durante los primeros cien años después de la dispersión. Pero se sabe lo suficiente para concluir que la mayor parte de los descendientes de Sem se quedaron en Asia, los descendientes de Jafet llegaron a ser las naciones principales de Europa y los descendientes de Cam llegaron a ser el pueblo predominante de África.

El pacto de Dios con Abraham

Aunque el hombre fue confundido en sus designios y dispersado sobre la faz de toda la tierra él no se arrepintió de sus caminos pecaminosos. Más bien, la maldad del hombre siguió incrementándose. Entonces Dios reveló Su plan para el hombre pecaminoso. Él llamó a Abraham, un ciudadano de Ur de los Caldeos, para convertirlo en cabeza de una nación escogida. El criterio de Dios acerca de su siervo Abraham fue: “Porque yo sé que mandará a sus hijos y a su casa después de sí, que guarden el camino de Jehová, haciendo justicia y juicio, para que haga venir Jehová sobre Abraham lo que ha hablado acerca de él” (Génesis 18:19).

En la parte oriental del Mar Mediterráneo había una porción de tierra escogida que estaba habitada por los descendientes de Canaán, los hijos de Cam. Esta tierra, conocida entonces como la tierra de Canaán y ahora como Palestina, Dios se la prometió a Abraham, diciendo: “Y haré de ti una nación grande… A tu descendencia daré esta tierra” (Génesis 12:2, 7).

Dios confirmó esta promesa varias veces. La parte más preciosa del pacto fue la promesa de la venida de Cristo, a la cual Dios se refirió cuando le dijo a Abraham: “En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra” (Génesis 22:18; Hechos 3:25). Abraham obedeció la voz de Dios, pero durante su vida no vio cumplidas todas las promesas de Dios. Él moraba en tiendas y aunque Dios lo prosperaba materialmente Abraham no dejó de creer en las promesas de Dios por medio de la fe. Abraham creyó fielmente y hoy conocemos a Abraham como “el padre de la fe”.

Cuando Abraham murió no tenía muchos descendientes. Pero en los días de su nieto, Jacob, la familia estaba compuesta de setenta personas. Ellos emigraron a Egipto. Estando en Egipto, Dios cambió el nombre de Jacob por el de Israel. Allí Israel se convirtió en una nación muy grande. Primeramente experimentaron la prosperidad bajo la dirección de José, pero después la esclavitud bajo la opresión de un nuevo rey (Éxodo 1–12). Después de muchos años de esclavitud, los hijos de Israel, bajo la dirección de Moisés, fueron librados de Egipto y comenzaron su viaje hacia la tierra prometida (Éxodo 12:41).

La ley

Aquel peregrinar del pueblo de Israel se mantuvo durante 40 años. Mientras Israel viajaba, Dios se le apareció a Moisés en el Monte Sinaí y le entregó la ley. Los israelitas recibieron los diez mandamientos que fueron escritos con el dedo de Dios sobre dos tablas de piedra (Éxodo 31:18). Dios también les dio la ley levítica. Esta ley fue válida como la ley de Dios para Su pueblo durante el resto de la época del Antiguo Testamento. Su vigencia duró hasta Cristo, porque Él se convirtió en el cumplimiento de la ley.

La cúspide del poder de la nación de Israel fue lograda en los días de David y Salomón. Después el reino fue dividido entre el reino del norte y el reino del sur. Luego cayó el reino del norte y después el reino del sur. El pueblo fue llevado cautivo. Pero la ley todavía estaba en vigencia: el sacerdocio continuó, la adoración nacional de los judíos se mantuvo, algunos prosélitos fueron ganados de otros pueblos… Cuando llegó el tiempo de Cristo la adoración en las sinagogas ya había sido establecida en muchas ciudades en Palestina así como también en otros países.

Durante este tiempo florecieron otras naciones. Caldea, Asiria, Egipto, Persia, Fenicia, Grecia y Roma; cada una prosperó grandemente en su día y cada una cayó al ser conquistada por sus enemigos. Su propio estado pecaminoso fue siempre la causa de su caída. En el tiempo de Cristo, Palestina estaba bajo el dominio de los romanos. Aproximadamente cuarenta años después de la crucifixión del Señor Jesucristo, Jerusalén fue completamente destruida por Tito, para entonces general del ejército romano y posteriormente emperador de Roma. Desde aquel tiempo los judíos fueron extranjeros entre las naciones por más de 1.800 años.

El cristianismo

La fecha “2013 d. C.” quiere decir que hace 2.013 años que el anticipado Mesías apareció en la tierra. El cetro de favor divino pasó de Judá a Cristo, de la ley del judaísmo a la ley del evangelio, que es el cristianismo. De allí en adelante la historia de Dios y Su pueblo está contenida en la historia de la iglesia cristiana. Juan el Bautista, precursor de Cristo, fue el siervo de Dios que introdujo la transición del antiguo al nuevo pacto. Luego, apareció Jesucristo el Mesías. Él escogió a Sus discípulos, estableció Su iglesia, selló el nuevo pacto con Su sangre, resucitó del sepulcro, ascendió a la gloria, envió al Espíritu Santo y dio poder a la iglesia para servir a Su pueblo. En pocos siglos el cristianismo se convirtió en una influencia poderosa en el mundo. Y Dios ha preservado su influencia hasta el día de hoy.

Aunque en la actualidad muchas de las naciones son ricas y poderosas todavía ellas siguen las pisadas de las naciones antiguas en cuanto a la maldad y el pecado. En nuestros días hay una decadencia moral que ha conducido a la mayoría de las naciones al borde de la ruina, mientras se oye de “guerras y rumores de guerras” por todos lados. Como en los días de Noé, abundan casamientos entre creyentes e incrédulos. Las profecías y las señales descritas en Mateo 24 y en otras Escrituras se están cumpliendo ante nuestros propios ojos (Léase PROFECÍAS CUMPLIDAS EN ESTA GENERACIÓN).

En medio de todo esto la iglesia tiene un mensaje: el mensaje de la salvación, el evangelio del Señor Jesucristo, el cual debe ser predicado a todas las naciones.

Capítulo 10

El hombre en su estado caído

“No hay justo, ni aun uno; no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno... Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:10–12, 23).

“Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?” (Jeremías 17:9).

Meditemos acerca de la pureza y la felicidad del hombre en su primer estado en el Huerto de Edén. Ahora, comparemos esa escena con el hombre pecaminoso, depravado y desdichado de la actualidad y podremos darnos cuenta por lo menos de una parte de lo que perdió el hombre en la caída.

Es necesario estudiar la depravación y la desdicha del hombre caído para poder entender la grandeza de la bondad y el amor compasivo de Dios. Sólo ese gran amor de Dios pudo reconciliarnos con Él.

Satanás se presentó en el Huerto de Edén y dijo lo siguiente: “¿Conque Dios os ha dicho?... No moriréis; sino sabe Dios que... seréis como Dios” (Génesis 3:1–5). De esta manera la serpiente utilizó su astucia para llamar la atención del ojo y del alma de la víctima. Analicemos cómo respondió el hombre a la tentación del diablo.

La caída del hombre

1. El descuido

Al prestarle atención al diablo (Génesis 3:2), Eva se olvidó de la veracidad y bondad de Dios, y de las bendiciones maravillosas de las cuales gozaba. Ella escuchó al enemigo de Dios. Este fue su primer error.

2. La incredulidad

Eva dudó de lo que Dios dijo (Génesis 3:6). Ella no hubiera creído las palabras del diablo, “no moriréis”, si no hubiera dudado de lo que Dios había dicho: “moriréis”. Si la mujer no hubiera transferido su fe y confianza de Dios a Satanás, ella nunca hubiera codiciado el fruto de aquel árbol. Y si ella hubiera creído a Dios entonces el fruto prohibido no hubiera parecido “bueno para comer”, ni “agradable a los ojos”, ni “codiciable para alcanzar la sabiduría”.
3. La codicia

Eva quiso ser igual a Dios. De la incredulidad nació la codicia. Después que Eva se olvidó de la bondad y el amor de Dios, la codicia se apoderó de ella. Eva gozaba de mejores cosas de las que el tentador pudo ofrecerle, pero la codicia la cegó y la guió a ilusiones vanas.

4. La desobediencia

La codicia, unida a la ceguera espiritual, impulsó a Eva a extender la mano para coger el fruto prohibido (Génesis 3.6). Ella desobedeció, y a causa de su desobediencia y la de su marido “el pecado entró en el mundo” (Romanos 5:12).

5. La muerte (Génesis 3.3)

Dios había amonestado a Adán y Eva: “No comeréis [del fruto]... para que no muráis” (Génesis 3:3). La desobediencia trajo consigo la muerte. “El pecado, siendo consumado, da a luz la muerte” (Santiago 1:15). Adán y Eva ya estaban muertos espiritualmente. El hecho de que Dios impidiera que el hombre comiera del árbol de la vida y viviera para siempre en su estado pecaminoso confirma que la muerte física entró también. (Léase Génesis 3:23–24.) El hombre se convirtió así en un ser mortal.

En esta primera transgresión tenemos una descripción de lo que sucede cada vez que un ser humano, tentado a alejarse de Dios, cede a la tentación y cae en pecado. Juan se refiere a la tentación como “los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida” (1 Juan 2:16). Estos tres corresponden con lo que Eva vio (o se imaginó que vio): “Bueno para comer...agradable a los ojos... codiciable para alcanzar la sabiduría”. Estas cosas también se vieron cuando el diablo trató de destruir al Hijo de Dios en la tentación en el desierto. (Léase Mateo 4:1–11.) La diferencia entre Eva y Cristo fue que Eva cedió; mientras que Cristo venció. Cuando el tentador se nos presenta no existe otro lugar de seguridad para nosotros sino sólo al pie de la cruz de Cristo.

La condición del hombre caído

1. Está muerto espiritualmente

Pablo describe el estado del hombre caído de la siguiente manera: “Muertos en... delitos y pecados” (Efesios 2:1). Otra vez él le escribe a Timoteo (y a nosotros): “Pero la que se entrega a los placeres, viviendo está muerta” (1 Timoteo 5:6). Esta es la seria advertencia que todo hombre debiera tomar en cuenta: “La paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23).

2. Es un hijo del diablo

Pablo se dirigió a Elimas como “hijo del diablo” cuando él se opuso a la obra del Señor (Hechos 13:10). Cristo reprendió a los fariseos de forma semejante cuando los amonestó, diciendo: “vosotros sois de vuestro padre el diablo” (Juan 8:44). Cuando el hombre se aleja de Dios se convierte en hijo del diablo.

3. Tiene una mente rebelde

“Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden; y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios” (Romanos 8:7–8). “Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente” (1 Corintios 2:14). Estos versículos muestran por qué el pecador siempre posee una mente desobediente y rebelde.

4. Tiene un corazón malo

“Corazón malo de incredulidad” (Hebreos 3:12) es otra manera de decir que “engañoso es el corazón [del hombre caído] más que todas las cosas, y perverso”. (Léase también Marcos 7:21–22; Romanos 7:18.) La única manera para quitar este corazón malo es someterse a Dios, recibir a Jesucristo como Salvador y Señor, convertirse y permitir que Él reemplace el corazón malo con “un corazón nuevo y un espíritu nuevo” (Ezequiel 18:31).

5.  Es una criatura corrompida

“Para los corrompidos e incrédulos nada les es puro; pues hasta su mente y su conciencia están corrompidas” (Tito 1:15). Este versículo describe la total depravación del hombre. No es de maravillarse que Pablo escribiera que “en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien” (Romanos 7:18). No hay cosa como “un hombre bueno” aparte de Cristo; porque “todas nuestras justicias [son] como trapo de inmundicia” (Isaías 64:6).

6.  Es siervo del diablo

“[Para que] escapen del lazo del diablo, en que están cautivos a voluntad de él” (2 Timoteo 2:26). Cristo vino para “librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre” (Hebreos 2:15). “La esclavitud de corrupción” (Romanos 8:21) es otra manera de explicar la misma verdad. Aquellos que piensan estar en libertad por el hecho de desatender la salvación de Dios y la reconciliación con él están en la peor esclavitud que se puede imaginar. El hombre no conoce la libertad verdadera, sino sólo por la libertad en el Señor Jesucristo.

7.  Es hijo de ira

“Entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás” (Efesios 2:3). “He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre” (Salmo 51:5). Los hombres en este estado no ven la ira que les espera, porque están ciegos espiritualmente.

8. Está bajo condenación

“El que no cree, ya ha sido condenado...Y esta es la condenación... los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas” (Juan 3:18–19). “Cuando se manifieste el Señor Jesús desde el cielo con los ángeles de su poder, en llama de fuego, para dar retribución a los que no conocieron a Dios... pena de eterna perdición” (2 Tesalonicenses 1:7–9), entonces “los malos serán trasladados al Seol, todas las gentes que se olvidan de Dios” (Salmo 9:17). Notemos que la condenación ya existe en esta vida y la consumación de ella vendrá en la eternidad.

9. Está sin esperanza

“Ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo” (Efesios 2:12) es como Pablo describe a los que están fuera de Cristo. Muchas veces leemos o escuchamos de hombres que han sido sepultados entre los escombros después de un terremoto, viviendo allí durante algunos días y aun durante semanas enteras antes de ser rescatados. A veces mueren antes de que llegue alguien quien los libere. Así es el alma perdida, presa en el pecado. ¡Qué triste es cuando las almas cegadas por el pecado se niegan a recibir la ayuda del Señor Jesucristo, el gran Libertador! El que se niega a ser librado de la esclavitud pecaminosa en esta vida será trasladado a la esclavitud en el lago de fuego donde estará por toda la eternidad, sin esperanza a ser librado.

Todas estas descripciones bíblicas del hombre caído son confirmadas por lo que vemos en las vidas de los pecadores. Para más información leer VUESTRO ADVERSARIO EL DIABLO.

El hombre “bueno” necesita la salvación

Los incrédulos a veces se justifican diciendo que son personas “buenas”. Llevan una vida limpia, se jactan de que no tienen vicios, muchas veces se comparan a sí mismos con miembros de la iglesia para mostrarse buenos. Pero Isaías dice que tal “justicia” es como “trapo de inmundicia”. Cristo comparó al pobre pecador con el fariseo que se justificó a sí mismo y dijo que el primero fue “justificado antes que el otro” (Lucas 18:14). El infierno no es solamente para los malos, sino también para todos los que “se olvidan de Dios” (Salmo 9:17). La ira eterna de Dios está contra “los que no conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo” (2 Tesalonicenses 1:8). El hombre vil y el hombre “bueno” están en un mismo nivel ante Dios. Ambos pueden ser salvos sólo por la gracia de Dios, por medio de los méritos de la sangre del Señor Jesucristo.

La chispa de vida

La misma no es “la chispa de divinidad” que algunos piensan que se halla en cada alma. Todas las almas sin salvación están completamente muertas en delitos y pecados, depravadas y corrompidas, sin esperanza y sin Dios en el mundo. Sin embargo, hay algo en todo hombre que es capaz de responder a la bondad y la gracia de Dios; igual que Eva, quien aunque perfecta y sin pecado, tenía algo dentro de sí con lo que le prestó atención al diablo y codició lo que se le ofreció. De igual forma el alma, aunque muerta en delitos y pecados, tiene algo dentro de sí que oye a Dios y puede escoger servirle. Sí, “viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oyeren vivirán” (Juan 5:25). En cada ser humano hay una conciencia que Dios puede tocar. Es ésta precisamente la que el Espíritu Santo despierta para convencer a los pecadores de que necesitan arrepentirse de sus pecados. Sabiendo que la gracia de Dios puede alcanzar al pecador más duro, amonestamos a cada uno, como dice la Biblia: “si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones” (Hebreos 3:7–8).

Capítulo 11

El hombre redimido

“Cristo nos redimió de la maldición de la ley” (Gálatas 3:13).

El estudio del hombre incluye tres puntos: (1) el estado del hombre cuando Dios lo creó; (2) el estado del hombre en pecado y (3) el estado del hombre redimido. Ya hemos estudiado los dos primeros, ahora vamos a estudiar brevemente el tercero.

Cuando Dios le mostró a Adán los resultados del pecado también le prometió el Redentor. (Léase Génesis 3:15) En este capítulo sólo le echaremos un vistazo al hombre en su estado redimido. El tema de la redención se considerará más a fondo en el capítulo 25.

El hombre redimido, igual que el hombre en su estado original, goza de comunión con Dios. Pero hay una diferencia entre el hombre redimido y Adán antes de la caída: El hombre redimido se enfrenta con las debilidades de la carne que Adán no tuvo antes de su caída. Él seguirá con debilidades hasta que muera, hasta que Dios llame a sí mismo su alma redimida.

Al comparar al hombre redimido con el incrédulo nos damos cuenta que ambos tienen algo en común: Ambos tienen debilidades humanas y tienen una naturaleza pecaminosa. La carne domina al hombre natural, mientras que el hombre redimido domina a la carne. Aquél anda “conforme a la carne”; éste “conforme al Espíritu” (Romanos 8:1). Aquél está muerto espiritualmente; éste vive espiritualmente. Aquél es vencido por el mal; éste vence el mal con el bien (Romanos 12:21). Aquél está en el camino ancho de la perdición; éste en el camino angosto de la vida eterna.

El hombre regenerado por Dios:

1. Es un hijo de Dios

En su estado caído, el hombre era “hijo del diablo” (Hechos 13:10; Juan 8:44). Sin embargo, habiendo resucitado de la muerte a la vida y habiendo salido de las tinieblas a la luz, el hombre redimido ha renacido y pertenece a la familia de Dios.

2. Tiene que luchar contra el pecado, la enfermedad, el dolor y la muerte

Los resultados del pecado todavía se manifiestan por las debilidades de la carne, aunque el alma sea salva. Por tanto, hay una lucha en nuestro cuerpo. “Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne” (Gálatas 5:17). Además, debemos luchar constantemente. Pablo dice: “Golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado” (1 Corintios 9:27). Este cuerpo vil, cuando no está sujeto a la voluntad de Dios, es lo que ha corrompido al mundo. Aun cuando está sujeto a Dios, el hombre redimido tiene que pagar en parte la paga del pecado, sufriendo dolores y finalmente la muerte. El cuerpo es nuestra herencia de Adán y el hombre no se puede librar de él hasta que vuelva al polvo (Romanos 8:1–14; Eclesiastés 12:1–7).

3. Tiene entrada al Padre

Esta entrada no la tiene el pecador. Verdaderamente existe una invitación llena de misericordia: “Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra” (Isaías 45:22). Pero “el que aparta su oído para no oír la ley, su oración también es abominable” (Proverbios 28:9). La condición es: “Oíd, y vivirá vuestra alma” (Isaías 55:3). A cualquier hora del día los hijos de Dios tienen entrada al Padre, quien con tierna misericordia y bondad oye sus oraciones y las contesta conforme a Su sabiduría infalible. Ciertamente el hijo de Dios puede decir: “Y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo” (1 Juan 1:3).

4. Tiene un abogado celestial

“Si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo” (1 Juan 2:1). Él conoce nuestra debilidad e intercede por nosotros al Padre cuando somos tentados (Hebreos 4:15–16). Cuando tenemos a Cristo como nuestro Abogado, no hay nada que temer.

5. Es templo del Espíritu Santo

“¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros” (1 Corintios 6:19). La Biblia se refiere varias veces a los hijos de Dios, ya sea de manera individual o colectiva, como “el templo de Dios”. Ser la morada del Dios Altísimo es el deseo más sublime del cristiano mientras esté aquí en la tierra. Nuestro deber es mantener nuestro corazón en una condición recta para tener la presencia permanente de este huésped celestial.

6. Es coheredero con Cristo

La Biblia dice que los hijos de Dios son “herederos de Dios” (Romanos 8:17); “herederos de la salvación” (Hebreos 1:14); “herederos de la promesa” (Hebreos 6:17); “heredero de la justicia que viene por la fe” (Hebreos 11:7) y “herederos del reino” (Santiago 2:5). Pablo lo resume todo cuando dice que los hijos de Dios son “coherederos con Cristo” (Romanos 8:17).

7. Tiene esperanza para el futuro

Luego que los dos varones con vestiduras blancas dijeron que el Señor Jesús vendría otra vez (Hechos 1:11), los discípulos recordaron que Él les había dicho que esperaran en Jerusalén hasta recibir poder. Entonces volvieron a la ciudad y perseveraron constantemente en oración y adoración hasta que vino el Espíritu Santo. Su fe y su esperanza fueron recompensadas. Asimismo será recompensado cada uno que, velando constantemente y sirviendo fielmente al Señor, espera la promesa de la segunda venida del Señor en Su gloria. De manera que esperemos Su venida, cuando el anhelo ardiente de la creación será cumplido. “Sin esperanza y sin Dios en el mundo” no se escribió acerca de los hijos de Dios. ¡Todo lo contrario! La esperanza de la venida del Señor y de la gloria y el gozo sin fin debe conmover el alma del creyente. Él tiene gozo en su corazón porque sabe que esta promesa es verdadera: “Cristo en vosotros, la esperanza de gloria”.

8. Recibirá su redención eterna y completa

El hijo de Dios espera gozosamente su redención eterna. Pero las debilidades de la carne le recuerdan siempre que mientras esté aquí en la tierra no solamente es heredero de la gloria, sino que también es hijo de tristeza. Pablo expresó el sentimiento de muchos soldados de Cristo cuando dijo: “Porque asimismo los que estamos en este tabernáculo gemimos con angustia; porque no quisiéramos ser desnudados, sino revestidos, para que lo mortal sea absorbido por la vida” (2 Corintios 5:4). No se trata de que no estemos satisfechos o que no queramos permanecer en este cuerpo hasta que nuestra misión sea cumplida, sino que la esperanza de una gloria más completa y rica, donde no se conocen debilidades humanas, lágrimas y dolores nos impulsa a exclamar como lo hizo Juan: “Amén; sí, ven, Señor Jesús”. Otra vez Pablo expresa nuestros sentimientos: “También nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo” (Romanos 8:23). Esta redención se perfeccionará en la resurrección cuando Cristo vuelva por los suyos y cuando, con cuerpos glorificados, nos encontraremos con Él en el aire (1 Tesalonicenses 4:16–18).

Capítulo 12

La muerte

“Está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio” (Hebreos 9:27).

“Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?” (1 Corintios 15:54–55).

Hemos decidido dejar para el final este tema en el estudio del hombre mortal, ya que la muerte es la puerta entre el tiempo y la eternidad.

¿Qué es la muerte?

1. La muerte es una separación

La muerte física o natural es una separación del alma y del cuerpo. (Léase Génesis 25:8; Eclesiastés 1:7) La muerte espiritual es cuando el alma se aparta de Dios en esta vida (Efesios 2:1, 12; 1 Timoteo 5:6). La muerte segunda es la separación eterna del alma de Su Dios. El alma condenada estará en el lago de fuego con el diablo y sus ángeles (Apocalipsis 2:11; 21:8).

2. La muerte es la paga del pecado

Dios plantó el árbol de la ciencia del bien y del mal en medio del Huerto de Edén y amonestó a Adán, diciendo: “el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Génesis 2:17). Después que Adán hubo pecado entonces oyó esta sentencia: “Polvo eres, y al polvo volverás” (Génesis 3:19). Dios ha establecido que “el alma que pecare, esa morirá” (Ezequiel 18:4). Pablo destacó este hecho cuando dijo: “La muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Romanos 5:12). El pecado separa al hombre de Dios y produce la muerte.

3. La muerte es un enemigo que, por la resurrección de Cristo Jesús, se ha convertido en una bendición

Aquí hablamos únicamente de la muerte física. Fue un acto misericordioso de Dios sacar al hombre del Huerto de Edén para que no comiera del árbol de la vida y así vivir para siempre en su estado pecaminoso. Aunque la muerte es “el postrer enemigo que será destruido” (1 Corintios 15:26), por la muerte y la resurrección de Cristo sentimos que el aguijón ha sido quitado de nosotros. Por medio de Él la muerte es la puerta por la cual pasamos de este mundo pecaminoso a la vida gloriosa del mundo venidero. Al ver la muerte por todos lados recordamos siempre la debilidad del hombre y la importancia de estar listos para este llamado de Dios.

4. La muerte no es el fin de la vida

Después que la hija de Jairo había muerto, Cristo dijo: “No está muerta, sino que duerme” (Lucas 8:52). ¡Sí, ella estaba muerta! Sin embargo, fue sólo un sueño. En este caso, ella durmió sólo hasta que el Señor la tocó. Pero si a ella se le hubiera permitido dormir hasta la resurrección entonces el sueño no hubiera sido diferente de lo que fue en aquel momento. Después de que se le informó a Cristo que debía ir donde estaba Lázaro, Él le dijo a los discípulos: “Nuestro amigo Lázaro duerme” (Juan 11:11). Pero luego lo explicó, diciendo: “Lázaro ha muerto”. Cuando la muerte toca al cuerpo, éste duerme hasta el tiempo de la resurrección. Entonces se levantará al llamado del Señor. El hecho de que la muerte es un dormir temporal del cuerpo se ve claramente en el mensaje de Pablo a los tesalonicenses (Léase 1 Tesalonicenses 4:13–15.)

Lo que la muerte no es

1. No es “el sueño del alma”

La idea de que el alma y el cuerpo van al sepulcro juntos no encuentra su apoyo en las escrituras. Dios dice que en la muerte “el polvo [vuelve] a la tierra, como era, y el espíritu [vuelve] a Dios que lo dio” (Eclesiastés 12:7). Cuando el mendigo Lázaro murió “fue llevado por los ángeles al seno de Abraham” (Lucas 16:22). El hombre rico, aunque fue enterrado, abrió sus ojos, “estando en tormentos”. Pablo consoló a los tesalonicenses, diciendo: “Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron en él” (1 Tesalonicenses 4:14). ¿Cómo podría Él traer consigo las almas de los muertos si no estuvieran con él?

2. No es la destrucción completa (aniquilación) del alma

La teoría de la destrucción del alma tiene su base en la creencia que el alma no puede existir separada del cuerpo. Algunos dicen: “La muerte significa muerte y nada más”. Por una parte tienen razón, pero cuando plantean que hay únicamente una sola clase de muerte van en contra de las Escrituras. “Polvo eres, y al polvo volverás” no se dijo del alma. ¿Qué quería decir Pablo cuando escribió a los efesios: “Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos” (Efesios 2:1) o cuando escribió a Timoteo: “Pero la que se entrega a los placeres, viviendo está muerta” (1 Timoteo 5:6)? ¿Por qué le habría dicho Cristo al malhechor en la cruz: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”, si no hubiera una vida más allá del sepulcro? No, la muerte no es la destrucción del alma. Al hecho de dejar de vivir naturalmente lo llamamos muerte física. En cambio, cuando dejamos de vivir espiritualmente esto es lo que conocemos como la muerte espiritual. Los justos así como también los impíos existirán eternamente después de la muerte física (Mateo 25:46).

El aguijón de la muerte

El justo no teme al aguijón de la muerte porque sabe que sus pecados son perdonados. La muerte física del justo libera al espíritu para que vuelva a Dios. El cuerpo vuelve al polvo para esperar (dormir hasta) el llamado de Dios en el día de la resurrección.

Hay que recordar que la muerte física traerá libertad gloriosa únicamente a los salvos en Cristo. A los injustos les espera el castigo eterno, mas los justos se consuelan con la promesa de la vida eterna.


El hijo de Dios, mirando más allá del río de la muerte, se consuela con este pensamiento: “Porque sabemos que si nuestra morada terrestre, este tabernáculo, se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos” (2 Corintios 5:1). Para el hijo de Dios la muerte significa la libertad del alma. “¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?... Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo” (1 Corintios 15:55–57). Cuando nuestros seres queridos que mueren en el Señor son puestos en el sepulcro, nuestros tristes corazones se consuelan con la convicción de que nos encontraremos nuevamente en el hogar celestial donde la muerte no entrará jamás.

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