Dios creó al hombre a Su imagen y le dio la capacidad de razonar y de escoger a quien servir. Si escoge servir a Dios entonces las virtudes de Dios se perfeccionan en él. Si escoge servir al diablo entonces llega a ser más perverso y diabólico.
El hombre tiene una doble naturaleza, pues él es
carne y espíritu. Por una parte, él es semejante a Dios; y por otra, es como
los animales. El hombre tiene una voluntad al igual que Dios. Él también tiene
un espíritu que goza de compañerismo espiritual y posee un alma que tiene una
existencia eterna. Sin embargo, así como el cuerpo de los animales se enferma y
muere también el cuerpo del hombre.
Cuando comparamos al hombre con Dios nos damos
cuenta que el hombre es inferior a Dios en todo. Podemos expresar la diferencia
de la siguiente manera: El hombre es finito; Dios es infinito. Aunque una
persona se convierta al Señor siendo muy joven y le siga fielmente durante toda
su vida esto no quiere decir que alcanzará la perfección de Dios en esta vida.
No importa cuanto haya crecido espiritualmente, todavía puede seguir creciendo.
Cuando comparamos al hombre con los animales
entonces vemos que él es superior a ellos en inteligencia, dominio y poder. Su
capacidad, sea para el bien o para el mal, sobrepasa la de ellos. Mientras que
los animales son gobernados por el instinto, el hombre puede razonar, lo cual
le proporciona una esfera muy superior. Cuando un animal muere sólo queda un
montón de estructuras óseas que vuelve al polvo. Cuando muere una persona su
cuerpo vuelve al polvo mientras que el alma continúa existiendo para siempre.
No obstante, cuando el hombre se somete al dominio de la carne entonces él cae
en una profundidad de depravación desconocida aun entre los animales.
De modo que, la pregunta práctica con la cual nos
enfrentamos a menudo es: ¿Nos arrastraremos como los animales en el polvo o
moraremos, como Dios, en lugares celestiales?
Capítulo 8
El hombre
“Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de
Dios lo creó; varón y hembra los creó” (Génesis 1:27).
El salmista, meditando sobre la bondad y la
misericordia de Dios, consideró la gran diferencia existente entre el Dios
infinito y el hombre finito. Entonces exclamó diciendo: “¿Qué es el hombre,
para que tengas de él memoria?” (Salmo 8:4).
¿Qué es el hombre?
1. El hombre es una
imagen finita del Dios infinito
Después que Dios creó todas las plantas y todos los
animales todavía no existía una criatura que llevara su propia imagen. Por
tanto, Dios dijo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen” (Génesis 1:26). El
hombre, al igual que su Creador cuya imagen él lleva, es un ser compuesto.
Cuando Dios dijo, “hagamos”, él se refirió a la trinidad: Padre, Hijo y
Espíritu Santo. El hombre también es trino, pues tiene “espíritu, alma y
cuerpo” (1 Tesalonicenses 5:23). Dios le dio al hombre una mente que lo
capacita para dominar la tierra. Todos los atributos morales de Dios (véase el
capítulo 1), los cuales Dios posee a la perfección, los dio al hombre hasta
cierto punto. El hombre, aunque lleva la imagen de Dios, nunca puede ser igual
a Él porque Dios es perfecto e infinito en todo, mientras que el hombre es
imperfecto y finito.
2. El hombre es
distinto a las demás criaturas de la creación
Dios creó el mundo a fin de proveer un hogar para
el hombre (Isaías 45:18). Dios le dio poder al hombre para enseñorearse de
todos los animales y las plantas, y con el objetivo de que los utilice para sus
necesidades físicas. Solamente el hombre posee un espíritu y puede comunicarse
con su Creador. Dios va a rescatar solamente al hombre de esta tierra para
vivir con Él en la eternidad.
3. El hombre caído
es la criatura más vil de la tierra
Las bestias del campo, las aves del cielo y los
peces del mar están cumpliendo el propósito de Dios. Sólo el hombre ha
traicionado a su Creador. En lugar de llevar la imagen de Dios, el hombre, por
medio del pecado, llega a pensar y a comportarse peor que los animales. El
hombre, en su estado caído, rechaza a Dios, blasfema de Él, lo aborrece y se
deleita en lo que Dios prohíbe. Debido a su desobediencia, el hombre se
convierte en un hijo del diablo. (Lea Jeremías 17:9; Romanos 1:18–2:2).
4. El hombre es el
objeto del amor divino
Cuando pensamos en el estado depravado del hombre
caído, y luego en lo que Dios ha hecho y está haciendo para su bien, nos
maravillamos con el salmista, diciendo: “¿Qué es el hombre, para que tengas de
él memoria?” En esto se manifiestan la gracia, la bondad maravillosa y la
infalible sabiduría de Dios. El hombre, aunque es depravado, posee un alma que
Dios quiere salvar. Dios proveyó esta salvación al enviar a su Hijo al mundo.
El amor del padre al hijo pródigo (Lucas 15) al velar y anhelar el regreso de
su hijo rebelde es una pequeña ilustración del amor del Padre celestial hacia
Sus criaturas caídas. Él entregó a Su Hijo unigénito como un sacrificio para
lograr la redención y la restauración del hombre. Aquellos que son sensibles a
esa gracia maravillosa verdaderamente pueden decir: “Le amamos a él, porque él
nos amó primero” (1 Juan 4:19). (Léase también Juan 3:16–17; Romanos 5:1–8; 1
Juan 3).
5. El hombre es el
siervo de Dios
En el principio Dios puso al hombre “en el huerto
de Edén, para que lo labrara y lo guardase” (Génesis 2:15). Aunque hay muchos
hombres infieles que son siervos voluntarios del pecado, y no de Dios, hasta
cierto punto todos los hombres son siervos de Dios. Los justos son siervos de
Dios de forma voluntaria. En cambio, los injustos se convierten en siervos
involuntarios de Dios cuando a Él le place usarlos para cumplir Sus planes.
Existen varios ejemplos en la Biblia que demuestran lo anteriormente expuesto:
Faraón, a quien Dios levantó para cumplir su promesa a los hijos de Israel;
Nabucodonosor, a quien Dios usó para castigar al pueblo rebelde de Israel;
Ciro, a quien Dios usó como Su siervo para restaurar a Judá a la tierra
prometida; y los hombres que tuvieron parte en la crucifixión de Cristo “por el
determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios” (Hechos 2:23). Todos
estos hombres fueron siervos involuntarios de Dios. Ya sea voluntaria e
involuntariamente, constante e inconstantemente, todo hombre es siervo de Dios.
Sin embargo, el hombre impío que sirve involuntariamente no tiene recompensa.
Léase Hechos 1:18–25 en cuanto al fin de Judas. Con relación a los obedientes,
léase Romanos 6:16.
El dominio del hombre
Dios le dio al hombre el dominio sobre toda la
tierra cuando dijo: “Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y
sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en
todas las bestias que se mueven sobre la tierra” (Génesis 1:28). Este
mandamiento obliga al hombre a:
- “Fructificad y multiplicaos”: Desde el principio ha sido el plan perfecto de Dios que los humanos se casen y críen hijos. El hombre no tenía que pecar para cumplir este mandamiento. Dios instituyó el matrimonio con el objetivo que los hijos pudieran ser criados bajo la protección y la bendición de un hogar piadoso.
- “Llenad la tierra, y sojuzgadla”: Es evidente que en la tierra había algún trabajo que hacer y algún territorio que ocupar. Recuérdese que solamente existía una familia y un solo huerto donde habitar. ¡Cuán hermoso habría sido si todo el género humano hubiera permanecido fiel a Dios! Entonces toda la tierra con el tiempo hubiera sido un maravilloso paraíso de Dios; un lugar donde el hombre hubiera vivido en perfecta felicidad y todo hubiera estado sujeto a él. Pero como Satanás engañó al hombre esta sujeción nunca se ha llevado a cabo completamente.
- “Señoread en los peces (…), en las aves (…), y en todas las bestias”: Dios entregó a los animales al dominio del hombre. Adán les puso nombre a todos. El dominio trae consigo la responsabilidad de la mayordomía. Dios quiere que el hombre haga uso de la creación para suplir sus necesidades físicas, pero no quiere que él abuse de la misma. La idea que el hombre debe tratar a los animales de igual a igual contradice este mandamiento.
- Por tanto, Dios hizo provisiones para la felicidad y el bienestar del hombre en la creación. “Vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera” (Génesis 1:31). Así fue hasta el día en que el tentador engañó al hombre, y éste pecó. La vida del hombre cambió completamente al no permanecer fiel al plan de Dios para su vida.
Capítulo
9
Un diseño histórico del hombre
“El
Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay... de una sangre ha
hecho todo el linaje de los hombres, para que habiten sobre toda la faz de la
tierra; y les ha prefijado el orden de los tiempos, y los límites de su
habitación” (Hechos 17:24, 26).
Muchos
hombres tratan de explicar la historia del hombre en la tierra, partiendo de
una célula que se transformó a través de los años hasta llegar a ser el hombre
que conocemos hoy. Pero Dios nos ha dado una información más directa y
confiable en las Sagradas Escrituras. El Creador mismo le reveló a Moisés, el
dador de la ley, que “en el principio creó Dios los cielos y la tierra”. Él le
reveló a Moisés cuál era la historia del hombre desde el tiempo de la creación
de Adán hasta el tiempo en que vivía. Moisés escribió estas cosas en un libro,
el cual conocemos hoy como el libro de Génesis. Génesis es el único registro
confiable de la historia del hombre.
El
hombre, tal y como Dios lo creó
La
Biblia describe la creación del hombre de la siguiente forma:
“Entonces
dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y
señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en
toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra. Y creó Dios
al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó
(Génesis 1:26–27).
“Entonces
Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento
de vida, y fue el hombre un ser viviente. (...) Y dijo Jehová Dios: No es bueno
que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él. (...) Entonces Jehová
Dios hizo caer sueño profundo sobre Adán, y mientras éste dormía, tomó una de
sus costillas, y cerró la carne en su lugar. Y de la costilla que Jehová Dios
tomó del hombre, hizo una mujer, y la trajo al hombre. Dijo entonces Adán: Esto
es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne; ésta será llamada Varona,
porque del varón fue tomada. Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su
madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne” (Génesis 2:7, 18, 21–24).
Aquí
se emplea un lenguaje sencillo y fácil de entender. De los primeros capítulos
de Génesis obtenemos los siguientes datos en cuanto al estado del hombre tal y
como Dios lo creó:
- Fue creado a imagen de Dios (véase el capítulo 7 de TODAS LAS DOCTRINAS DE LA BIBLIA).
- Fue creado con inteligencia, pues hablaba con Dios y fue capaz de darle nombres a todos los animales.
- Fue creado puro y santo, sin pecado, en comunión con su Creador.
- Era digno de confianza; pues le fue dada la responsabilidad de cuidar el huerto y dominar toda la tierra.
- Él recibió “el aliento de vida” por el soplo de Dios. Esto implica que: (1) La vida en él reflejaba la vida de Dios. (2) Él no estaba sujeto a la muerte. La amonestación: “el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Génesis 2:17), no significaba nada si en ese tiempo la muerte ya reinaba en su cuerpo y alma. De hecho, comprendemos que la muerte descrita aquí se refería tanto a la muerte espiritual como también a la física. (Compárese Génesis 3:22–24 con Romanos 5:12–19.) Hasta entonces, el hombre era un alma viviente con la capacidad de vivir eternamente.
Esta
es una descripción preciosa del hombre en su perfección cuando éste vivía en el
hermoso paraíso terrenal de Dios.
La
caída del hombre
Pero
Satanás entró al hogar feliz del hombre. Adán y Eva cayeron en desobediencia y
el hombre perdió su primer estado. La historia de su vergonzosa caída se relata
aquí:
“Pero
la serpiente era astuta, más que todos los animales del campo que Jehová Dios
había hecho; la cual dijo a la mujer: ¿Conque Dios os ha dicho: No comáis de
todo árbol del huerto? Y la mujer respondió a la serpiente: Del fruto de los
árboles del huerto podemos comer; pero del fruto del árbol que está en medio
del huerto dijo Dios: No comeréis de él, ni le tocaréis, para que no muráis.
Entonces la serpiente dijo a la mujer: No moriréis; sino que sabe Dios que el
día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios,
sabiendo el bien y el mal. Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y
que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría; y
tomó de su fruto, y comió; y dio también a su marido, el cual comió así como
ella. Entonces fueron abiertos los ojos de ambos, y conocieron que estaban
desnudos; entonces cosieron hojas de higuera, y se hicieron delantales. Y
oyeron la voz de Jehová Dios que se paseaba en el huerto, al aire del día; y el
hombre y su mujer se escondieron de la presencia de Jehová Dios entre los
árboles del huerto” (Génesis 3:1–8).
La
caída del hombre cambió la naturaleza del género humano. Pero Dios previó este
evento e hizo provisión para redimir al hombre de su estado caído (1 Pedro
1:20). La historia bíblica de la caída del hombre no armoniza con la teoría de
la evolución. El hombre ahora es más depravado que nunca en lugar de ser más
inteligente y refinado.
La
familia de Adán
Después
de esto, la historia de la familia de Adán se refiere al hombre caído en lugar
de referirse a la historia del hombre en el paraíso de Dios. Adán, como el
resto de la humanidad, estaba sujeto a enfermedad, dolor y muerte. Sabemos los
nombres de tres de los hijos de Adán: Caín, Abel y Set. Se infiere que Adán
tuvo más hijos cuando leemos el versículo donde dice que Adán “engendró hijos e
hijas” (Génesis 5:4). La carga del pecado recayó sobre Adán y su familia. Caín,
el primogénito, se convirtió en el primer homicida. Abel fue asesinado y Dios
dio a Adán otro hijo: Set.
“¿Dónde
consiguió Caín su esposa?” El incrédulo se hace esta pregunta. La esposa de
Caín era su hermana o su sobrina.
La
edad del género humano
La
edad aproximada del hombre la sabemos por dos genealogías que se encuentran en
los capítulos 5 y 11 de Génesis. La primera ofrece la cantidad de años desde la
creación de Adán hasta el nacimiento de Noé y la segunda dice cuántos años más
tenía Adán que Abram. Desde aquel tiempo hasta nuestros días hay suficiente
historia contemporánea entre las diferentes naciones por medio de las cuales
podemos calcular el tiempo aproximado desde la creación del hombre. Se calcula
que el tiempo desde la creación de Adán hasta el nacimiento de Cristo es de
aproximadamente 4.004 años. Existe cierta variación en los cálculos de los
diferentes eruditos, pero no la suficiente como para impedir llegar a la
conclusión que si Adán viviera hoy él tendría alrededor de 6.000 años.
El
diluvio
Al
pasar los siglos la maldad del género humano aumentó. Entre los descendientes
de Caín encontramos al padre de los edificadores de la primera ciudad (Enoc),
al padre de los que criaban ganado (Jabal) y al gran herrero (Tubal-caín). Con
el paso del tiempo, las condiciones que prevalecieron trajeron el juicio del
Todopoderoso. “Y se arrepintió Jehová de haber hecho hombre en la tierra”
(Génesis 6:6). ¿Qué había pasado? Entre otras cosas, hubo casamientos entre los
hijos de Dios y las hijas de los hombres. Y como les nacieron gigantes a estos
matrimonios impíos y “varones de renombre”, al fin Dios vio que “la maldad de
los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del
corazón de ellos era de continuo solamente el mal”, entonces Él dijo: “Raeré de
sobre la faz de la tierra a los hombres que he creado” (Génesis 6:5, 7).
Pero
Noé halló gracia ante los ojos del Señor y por medio de él Dios preservó el
género humano. Dios le ordenó a Noé edificar un arca en el cual pudieran entrar
los justos entre los hombres y un número limitado de toda especie animal. Allí
hallarían refugio mientras la tierra fuera destruida por un gran diluvio.
Noé
hizo lo que Dios le ordenó. Pero solamente hubo ocho almas que entraron al arca
el día señalado: Noé y su esposa, sus tres hijos y sus esposas. Dios cerró la
puerta de la misma. Las fuentes del abismo se reventaron y se abrieron las
compuertas del cielo arriba. Llovió intensamente por cuarenta días y cuarenta
noches hasta que la faz de la tierra fue cubierta con agua. Toda la gente que
estaba fuera del arca pereció. Después del diluvio el arca reposó sobre los
montes de Ararat. Entonces fue cuando Noé y su familia salieron. Habían estado
dentro del arca durante más de un año.
“El
año seiscientos de la vida de Noé, en el mes segundo, a los diecisiete días del
mes, aquel día fueron rotas todas las fuentes del grande abismo, y las
cataratas de los cielos fueron abiertas, y hubo lluvia sobre la tierra cuarenta
días y cuarenta noches. En este mismo día entraron Noé, y Sem, Cam y Jafet
hijos de Noé, la mujer de Noé, y las tres mujeres de sus hijos, con él en el
arca; ellos, y todos los animales silvestres según sus especies, y todos los
animales domesticados según sus especies, y todo reptil que se arrastra sobre
la tierra según su especie, y toda ave según su especie, y todo pájaro de toda
especie. Vinieron, pues, con Noé al arca, de dos en dos de toda carne en que
había espíritu de vida. Y los que vinieron, macho y hembra de toda carne
vinieron, como le había mandado Dios; y Jehová le cerró la puerta. Y fue el
diluvio cuarenta días sobre la tierra; y las aguas crecieron, y alzaron el
arca, y se elevó sobre la tierra. Y subieron las aguas y crecieron en gran
manera sobre la tierra; y flotaba el arca sobre la superficie de las aguas. Y
las aguas subieron mucho sobre la tierra; y todos los montes altos que había
debajo de todos los cielos, fueron cubiertos. Quince codos más altos subieron
las aguas, después que fueron cubiertos los montes. Y murió toda carne que se
mueve sobre la tierra, así de aves como de ganado y de bestias, y de todo
reptil que se arrastra sobre la tierra, y todo hombre. Todo lo que tenía
aliento de espíritu de vida en sus narices, todo lo que había en la tierra
murió. Así fue destruido todo ser que vivía sobre la faz de la tierra, desde el
hombre hasta la bestia, los reptiles, y las aves del cielo; y fueron raídos de
la tierra, y quedó solamente Noé, y los que con él estaban en el arca” (Génesis
7:11–23).
Por
el lenguaje claro que emplea la Biblia es evidente que el diluvio fue universal
y cubrió toda la tierra. La Escritura no admite ninguna otra interpretación.
También
hay evidencias extra-bíblicas que demuestran que hubo un diluvio universal:
- Las naciones del oriente tienen un relato tradicional acerca de un diluvio que han sabido trasmitir de generación en generación y que finalmente vino a formar parte de su literatura. Algunas de las tribus indígenas en América también tienen una leyenda semejante.
- Existen lugares muy distantes del mar donde se han descubierto muchos fósiles de plantas y animales acuáticos. Esto demuestra que en un tiempo esos lugares estuvieron debajo del agua.
La dispersión del hombre a causa de la confusión de las lenguas
Noé
edificó un altar e hizo un sacrificio para adorar a Dios al salir del arca.
Pero no pasó mucho tiempo después del diluvio que se dio a conocer que aunque
Noé halló gracia ante los ojos de Dios, él, sin embargo, era hijo de Adán. El
diluvio no quitó la naturaleza pecaminosa que se transmite de generación en
generación (léase Génesis 9:20–27).
Al
multiplicarse el hombre, su maldad se manifestó más y más. Una vez más vayamos
a las Escrituras para facilitar nuestra narración:
“Tenía
entonces toda la tierra una sola lengua y unas mismas palabras. Y aconteció que
cuando salieron de oriente, hallaron una llanura en la tierra de Sinar, y se
establecieron allí. Y se dijeron unos a otros: Vamos, hagamos ladrillo y
cozámoslo con fuego. Y les sirvió el ladrillo en lugar de piedra, y el asfalto
en lugar de mezcla. Y dijeron: Vamos, edifiquémonos una ciudad y una torre,
cuya cúspide llegue al cielo; y hagámonos un nombre, por si fuéremos esparcidos
sobre la faz de toda la tierra. Y descendió Jehová para ver la ciudad y la
torre que edificaban los hijos de los hombres. Y dijo Jehová: He aquí el pueblo
es uno, y todos éstos tienen un solo lenguaje; y han comenzado la obra, y nada
les hará desistir ahora de lo que han pensado hacer. Ahora, pues, descendamos,
y confundamos allí su lengua, para que ninguno entienda el habla de su
compañero. Así los esparció Jehová desde allí sobre la faz de toda la tierra, y
dejaron de edificar la ciudad” (Génesis 11:1–8).
Según
la tradición judía, el lugar donde se comenzó a construir la torre de Babel fue
en Babilonia, en la ciudad de Sinar.
A
partir de ese tiempo la historia del hombre se compone de la historia de muchas
naciones. No existen muchos escritos acerca de la historia de las naciones
durante los primeros cien años después de la dispersión. Pero se sabe lo
suficiente para concluir que la mayor parte de los descendientes de Sem se
quedaron en Asia, los descendientes de Jafet llegaron a ser las naciones
principales de Europa y los descendientes de Cam llegaron a ser el pueblo
predominante de África.
El
pacto de Dios con Abraham
Aunque
el hombre fue confundido en sus designios y dispersado sobre la faz de toda la
tierra él no se arrepintió de sus caminos pecaminosos. Más bien, la maldad del
hombre siguió incrementándose. Entonces Dios reveló Su plan para el hombre
pecaminoso. Él llamó a Abraham, un ciudadano de Ur de los Caldeos, para
convertirlo en cabeza de una nación escogida. El criterio de Dios acerca de su
siervo Abraham fue: “Porque yo sé que mandará a sus hijos y a su casa después
de sí, que guarden el camino de Jehová, haciendo justicia y juicio, para que
haga venir Jehová sobre Abraham lo que ha hablado acerca de él” (Génesis
18:19).
En
la parte oriental del Mar Mediterráneo había una porción de tierra escogida que
estaba habitada por los descendientes de Canaán, los hijos de Cam. Esta tierra,
conocida entonces como la tierra de Canaán y ahora como Palestina, Dios se la
prometió a Abraham, diciendo: “Y haré de ti una nación grande… A tu
descendencia daré esta tierra” (Génesis 12:2, 7).
Dios
confirmó esta promesa varias veces. La parte más preciosa del pacto fue la
promesa de la venida de Cristo, a la cual Dios se refirió cuando le dijo a
Abraham: “En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra”
(Génesis 22:18; Hechos 3:25). Abraham obedeció la voz de Dios, pero durante su
vida no vio cumplidas todas las promesas de Dios. Él moraba en tiendas y aunque
Dios lo prosperaba materialmente Abraham no dejó de creer en las promesas de
Dios por medio de la fe. Abraham creyó fielmente y hoy conocemos a Abraham como
“el padre de la fe”.
Cuando
Abraham murió no tenía muchos descendientes. Pero en los días de su nieto,
Jacob, la familia estaba compuesta de setenta personas. Ellos emigraron a
Egipto. Estando en Egipto, Dios cambió el nombre de Jacob por el de Israel.
Allí Israel se convirtió en una nación muy grande. Primeramente experimentaron
la prosperidad bajo la dirección de José, pero después la esclavitud bajo la
opresión de un nuevo rey (Éxodo 1–12). Después de muchos años de esclavitud,
los hijos de Israel, bajo la dirección de Moisés, fueron librados de Egipto y
comenzaron su viaje hacia la tierra prometida (Éxodo 12:41).
La
ley
Aquel
peregrinar del pueblo de Israel se mantuvo durante 40 años. Mientras Israel
viajaba, Dios se le apareció a Moisés en el Monte Sinaí y le entregó la ley.
Los israelitas recibieron los diez mandamientos que fueron escritos con el dedo
de Dios sobre dos tablas de piedra (Éxodo 31:18). Dios también les dio la ley
levítica. Esta ley fue válida como la ley de Dios para Su pueblo durante el
resto de la época del Antiguo Testamento. Su vigencia duró hasta Cristo, porque
Él se convirtió en el cumplimiento de la ley.
La
cúspide del poder de la nación de Israel fue lograda en los días de David y
Salomón. Después el reino fue dividido entre el reino del norte y el reino del
sur. Luego cayó el reino del norte y después el reino del sur. El pueblo fue
llevado cautivo. Pero la ley todavía estaba en vigencia: el sacerdocio
continuó, la adoración nacional de los judíos se mantuvo, algunos prosélitos
fueron ganados de otros pueblos… Cuando llegó el tiempo de Cristo la adoración
en las sinagogas ya había sido establecida en muchas ciudades en Palestina así
como también en otros países.
Durante
este tiempo florecieron otras naciones. Caldea, Asiria, Egipto, Persia,
Fenicia, Grecia y Roma; cada una prosperó grandemente en su día y cada una cayó
al ser conquistada por sus enemigos. Su propio estado pecaminoso fue siempre la
causa de su caída. En el tiempo de Cristo, Palestina estaba bajo el dominio de
los romanos. Aproximadamente cuarenta años después de la crucifixión del Señor
Jesucristo, Jerusalén fue completamente destruida por Tito, para entonces
general del ejército romano y posteriormente emperador de Roma. Desde aquel
tiempo los judíos fueron extranjeros entre las naciones por más de 1.800 años.
El
cristianismo
La
fecha “2013 d. C.” quiere decir que hace 2.013 años que el anticipado Mesías
apareció en la tierra. El cetro de favor divino pasó de Judá a Cristo, de la
ley del judaísmo a la ley del evangelio, que es el cristianismo. De allí en
adelante la historia de Dios y Su pueblo está contenida en la historia de la
iglesia cristiana. Juan el Bautista, precursor de Cristo, fue el siervo de Dios
que introdujo la transición del antiguo al nuevo pacto. Luego, apareció
Jesucristo el Mesías. Él escogió a Sus discípulos, estableció Su iglesia, selló
el nuevo pacto con Su sangre, resucitó del sepulcro, ascendió a la gloria,
envió al Espíritu Santo y dio poder a la iglesia para servir a Su pueblo. En
pocos siglos el cristianismo se convirtió en una influencia poderosa en el
mundo. Y Dios ha preservado su influencia hasta el día de hoy.
Aunque
en la actualidad muchas de las naciones son ricas y poderosas todavía ellas
siguen las pisadas de las naciones antiguas en cuanto a la maldad y el pecado.
En nuestros días hay una decadencia moral que ha conducido a la mayoría de las
naciones al borde de la ruina, mientras se oye de “guerras y rumores de
guerras” por todos lados. Como en los días de Noé, abundan casamientos entre
creyentes e incrédulos. Las profecías y las señales descritas en Mateo 24 y en
otras Escrituras se están cumpliendo ante nuestros propios ojos (Léase PROFECÍAS
CUMPLIDAS EN ESTA GENERACIÓN).
En
medio de todo esto la iglesia tiene un mensaje: el mensaje de la salvación, el
evangelio del Señor Jesucristo, el cual debe ser predicado a todas las
naciones.
Capítulo
10
El
hombre en su estado caído
“No
hay justo, ni aun uno; no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios. Todos
se desviaron, a una se hicieron inútiles; no hay quien haga lo bueno, no hay ni
siquiera uno... Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria
de Dios” (Romanos 3:10–12, 23).
“Engañoso
es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?” (Jeremías
17:9).
Meditemos
acerca de la pureza y la felicidad del hombre en su primer estado en el Huerto
de Edén. Ahora, comparemos esa escena con el hombre pecaminoso, depravado y
desdichado de la actualidad y podremos darnos cuenta por lo menos de una parte
de lo que perdió el hombre en la caída.
Es
necesario estudiar la depravación y la desdicha del hombre caído para poder
entender la grandeza de la bondad y el amor compasivo de Dios. Sólo ese gran
amor de Dios pudo reconciliarnos con Él.
Satanás
se presentó en el Huerto de Edén y dijo lo siguiente: “¿Conque Dios os ha
dicho?... No moriréis; sino sabe Dios que... seréis como Dios” (Génesis 3:1–5).
De esta manera la serpiente utilizó su astucia para llamar la atención del ojo
y del alma de la víctima. Analicemos cómo respondió el hombre a la tentación
del diablo.
La
caída del hombre
1. El
descuido
Al
prestarle atención al diablo (Génesis 3:2), Eva se olvidó de la veracidad y
bondad de Dios, y de las bendiciones maravillosas de las cuales gozaba. Ella
escuchó al enemigo de Dios. Este fue su primer error.
2. La
incredulidad
Eva
dudó de lo que Dios dijo (Génesis 3:6). Ella no hubiera creído las palabras del
diablo, “no moriréis”, si no hubiera dudado de lo que Dios había dicho:
“moriréis”. Si la mujer no hubiera transferido su fe y confianza de Dios a
Satanás, ella nunca hubiera codiciado el fruto de aquel árbol. Y si ella
hubiera creído a Dios entonces el fruto prohibido no hubiera parecido “bueno
para comer”, ni “agradable a los ojos”, ni “codiciable para alcanzar la
sabiduría”.
3. La
codicia
Eva
quiso ser igual a Dios. De la incredulidad nació la codicia. Después que Eva se
olvidó de la bondad y el amor de Dios, la codicia se apoderó de ella. Eva
gozaba de mejores cosas de las que el tentador pudo ofrecerle, pero la codicia
la cegó y la guió a ilusiones vanas.
4. La
desobediencia
La
codicia, unida a la ceguera espiritual, impulsó a Eva a extender la mano para
coger el fruto prohibido (Génesis 3.6). Ella desobedeció, y a causa de su
desobediencia y la de su marido “el pecado entró en el mundo” (Romanos 5:12).
5. La
muerte (Génesis 3.3)
Dios
había amonestado a Adán y Eva: “No comeréis [del fruto]... para que no muráis”
(Génesis 3:3). La desobediencia trajo consigo la muerte. “El pecado, siendo
consumado, da a luz la muerte” (Santiago 1:15). Adán y Eva ya estaban muertos
espiritualmente. El hecho de que Dios impidiera que el hombre comiera del árbol
de la vida y viviera para siempre en su estado pecaminoso confirma que la
muerte física entró también. (Léase Génesis 3:23–24.) El hombre se convirtió
así en un ser mortal.
En
esta primera transgresión tenemos una descripción de lo que sucede cada vez que
un ser humano, tentado a alejarse de Dios, cede a la tentación y cae en pecado.
Juan se refiere a la tentación como “los deseos de la carne, los deseos de los
ojos, y la vanagloria de la vida” (1 Juan 2:16). Estos tres corresponden con lo
que Eva vio (o se imaginó que vio): “Bueno para comer...agradable a los ojos...
codiciable para alcanzar la sabiduría”. Estas cosas también se vieron cuando el
diablo trató de destruir al Hijo de Dios en la tentación en el desierto. (Léase
Mateo 4:1–11.) La diferencia entre Eva y Cristo fue que Eva cedió; mientras que
Cristo venció. Cuando el tentador se nos presenta no existe otro lugar de
seguridad para nosotros sino sólo al pie de la cruz de Cristo.
La
condición del hombre caído
1. Está
muerto espiritualmente
Pablo
describe el estado del hombre caído de la siguiente manera: “Muertos en...
delitos y pecados” (Efesios 2:1). Otra vez él le escribe a Timoteo (y a
nosotros): “Pero la que se entrega a los placeres, viviendo está muerta” (1
Timoteo 5:6). Esta es la seria advertencia que todo hombre debiera tomar en
cuenta: “La paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23).
2. Es
un hijo del diablo
Pablo
se dirigió a Elimas como “hijo del diablo” cuando él se opuso a la obra del
Señor (Hechos 13:10). Cristo reprendió a los fariseos de forma semejante cuando
los amonestó, diciendo: “vosotros sois de vuestro padre el diablo” (Juan 8:44).
Cuando el hombre se aleja de Dios se convierte en hijo del diablo.
3. Tiene
una mente rebelde
“Por
cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se
sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden; y los que viven según la carne no
pueden agradar a Dios” (Romanos 8:7–8). “Pero el hombre natural no percibe las
cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede
entender, porque se han de discernir espiritualmente” (1 Corintios 2:14). Estos
versículos muestran por qué el pecador siempre posee una mente desobediente y
rebelde.
4. Tiene
un corazón malo
“Corazón
malo de incredulidad” (Hebreos 3:12) es otra manera de decir que “engañoso es
el corazón [del hombre caído] más que todas las cosas, y perverso”. (Léase
también Marcos 7:21–22; Romanos 7:18.) La única manera para quitar este corazón
malo es someterse a Dios, recibir a Jesucristo como Salvador y Señor,
convertirse y permitir que Él reemplace el corazón malo con “un corazón nuevo y
un espíritu nuevo” (Ezequiel 18:31).
5. Es
una criatura corrompida
“Para
los corrompidos e incrédulos nada les es puro; pues hasta su mente y su
conciencia están corrompidas” (Tito 1:15). Este versículo describe la total
depravación del hombre. No es de maravillarse que Pablo escribiera que “en mí,
esto es, en mi carne, no mora el bien” (Romanos 7:18). No hay cosa como “un
hombre bueno” aparte de Cristo; porque “todas nuestras justicias [son] como
trapo de inmundicia” (Isaías 64:6).
6. Es
siervo del diablo
“[Para
que] escapen del lazo del diablo, en que están cautivos a voluntad de él” (2
Timoteo 2:26). Cristo vino para “librar a todos los que por el temor de la
muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre” (Hebreos 2:15). “La
esclavitud de corrupción” (Romanos 8:21) es otra manera de explicar la misma
verdad. Aquellos que piensan estar en libertad por el hecho de desatender la
salvación de Dios y la reconciliación con él están en la peor esclavitud que se
puede imaginar. El hombre no conoce la libertad verdadera, sino sólo por la
libertad en el Señor Jesucristo.
7. Es
hijo de ira
“Entre
los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de
nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos
por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás” (Efesios 2:3). “He aquí,
en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre” (Salmo 51:5). Los
hombres en este estado no ven la ira que les espera, porque están ciegos
espiritualmente.
8. Está
bajo condenación
“El
que no cree, ya ha sido condenado...Y esta es la condenación... los hombres
amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas” (Juan
3:18–19). “Cuando se manifieste el Señor Jesús desde el cielo con los ángeles
de su poder, en llama de fuego, para dar retribución a los que no conocieron a
Dios... pena de eterna perdición” (2 Tesalonicenses 1:7–9), entonces “los malos
serán trasladados al Seol, todas las gentes que se olvidan de Dios” (Salmo
9:17). Notemos que la condenación ya existe en esta vida y la consumación de
ella vendrá en la eternidad.
9. Está
sin esperanza
“Ajenos
a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo” (Efesios
2:12) es como Pablo describe a los que están fuera de Cristo. Muchas veces
leemos o escuchamos de hombres que han sido sepultados entre los escombros
después de un terremoto, viviendo allí durante algunos días y aun durante
semanas enteras antes de ser rescatados. A veces mueren antes de que llegue
alguien quien los libere. Así es el alma perdida, presa en el pecado. ¡Qué
triste es cuando las almas cegadas por el pecado se niegan a recibir la ayuda
del Señor Jesucristo, el gran Libertador! El que se niega a ser librado de la
esclavitud pecaminosa en esta vida será trasladado a la esclavitud en el lago
de fuego donde estará por toda la eternidad, sin esperanza a ser librado.
Todas
estas descripciones bíblicas del hombre caído son confirmadas por lo que vemos
en las vidas de los pecadores. Para más información leer VUESTRO
ADVERSARIO EL DIABLO.
El
hombre “bueno” necesita la salvación
Los
incrédulos a veces se justifican diciendo que son personas “buenas”. Llevan una
vida limpia, se jactan de que no tienen vicios, muchas veces se comparan a sí
mismos con miembros de la iglesia para mostrarse buenos. Pero Isaías dice que
tal “justicia” es como “trapo de inmundicia”. Cristo comparó al pobre pecador
con el fariseo que se justificó a sí mismo y dijo que el primero fue
“justificado antes que el otro” (Lucas 18:14). El infierno no es solamente para
los malos, sino también para todos los que “se olvidan de Dios” (Salmo 9:17).
La ira eterna de Dios está contra “los que no conocieron a Dios, ni obedecen al
evangelio de nuestro Señor Jesucristo” (2 Tesalonicenses 1:8). El hombre vil y
el hombre “bueno” están en un mismo nivel ante Dios. Ambos pueden ser salvos
sólo por la gracia de Dios, por medio de los méritos de la sangre del Señor
Jesucristo.
La
chispa de vida
La misma no es “la chispa de divinidad”
que algunos piensan que se halla en cada alma. Todas las almas sin salvación
están completamente muertas en delitos y pecados, depravadas y corrompidas, sin
esperanza y sin Dios en el mundo. Sin embargo, hay algo en todo hombre que es
capaz de responder a la bondad y la gracia de Dios; igual que Eva, quien aunque
perfecta y sin pecado, tenía algo dentro de sí con lo que le prestó atención al
diablo y codició lo que se le ofreció. De igual forma el alma, aunque muerta en
delitos y pecados, tiene algo dentro de sí que oye a Dios y puede escoger
servirle. Sí, “viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del
Hijo de Dios; y los que la oyeren vivirán” (Juan 5:25). En cada ser humano hay
una conciencia que Dios puede tocar. Es ésta precisamente la que el Espíritu
Santo despierta para convencer a los pecadores de que necesitan arrepentirse de
sus pecados. Sabiendo que la gracia de Dios puede alcanzar al pecador más duro,
amonestamos a cada uno, como dice la Biblia: “si oyereis hoy su voz, no
endurezcáis vuestros corazones” (Hebreos 3:7–8).
Capítulo
11
El
hombre redimido
“Cristo
nos redimió de la maldición de la ley” (Gálatas 3:13).
El
estudio del hombre incluye tres puntos: (1) el estado del hombre cuando Dios lo
creó; (2) el estado del hombre en pecado y (3) el estado del hombre redimido.
Ya hemos estudiado los dos primeros, ahora vamos a estudiar brevemente el
tercero.
Cuando
Dios le mostró a Adán los resultados del pecado también le prometió el
Redentor. (Léase Génesis 3:15) En este capítulo sólo le echaremos un vistazo al
hombre en su estado redimido. El tema de la redención se considerará más a
fondo en el capítulo 25.
El
hombre redimido, igual que el hombre en su estado original, goza de comunión
con Dios. Pero hay una diferencia entre el hombre redimido y Adán antes de la
caída: El hombre redimido se enfrenta con las debilidades de la carne que Adán
no tuvo antes de su caída. Él seguirá con debilidades hasta que muera, hasta
que Dios llame a sí mismo su alma redimida.
Al
comparar al hombre redimido con el incrédulo nos damos cuenta que ambos tienen
algo en común: Ambos tienen debilidades humanas y tienen una naturaleza
pecaminosa. La carne domina al hombre natural, mientras que el hombre redimido
domina a la carne. Aquél anda “conforme a la carne”; éste “conforme al
Espíritu” (Romanos 8:1). Aquél está muerto espiritualmente; éste vive
espiritualmente. Aquél es vencido por el mal; éste vence el mal con el bien
(Romanos 12:21). Aquél está en el camino ancho de la perdición; éste en el
camino angosto de la vida eterna.
El
hombre regenerado por Dios:
1. Es
un hijo de Dios
En
su estado caído, el hombre era “hijo del diablo” (Hechos 13:10; Juan 8:44). Sin
embargo, habiendo resucitado de la muerte a la vida y habiendo salido de las
tinieblas a la luz, el hombre redimido ha renacido y pertenece a la familia de
Dios.
2. Tiene
que luchar contra el pecado, la enfermedad, el dolor y la muerte
Los
resultados del pecado todavía se manifiestan por las debilidades de la carne,
aunque el alma sea salva. Por tanto, hay una lucha en nuestro cuerpo. “Porque
el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la
carne” (Gálatas 5:17). Además, debemos luchar constantemente. Pablo dice:
“Golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo
para otros, yo mismo venga a ser eliminado” (1 Corintios 9:27). Este cuerpo
vil, cuando no está sujeto a la voluntad de Dios, es lo que ha corrompido al
mundo. Aun cuando está sujeto a Dios, el hombre redimido tiene que pagar en
parte la paga del pecado, sufriendo dolores y finalmente la muerte. El cuerpo
es nuestra herencia de Adán y el hombre no se puede librar de él hasta que
vuelva al polvo (Romanos 8:1–14; Eclesiastés 12:1–7).
3. Tiene
entrada al Padre
Esta
entrada no la tiene el pecador. Verdaderamente existe una invitación llena de
misericordia: “Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra”
(Isaías 45:22). Pero “el que aparta su oído para no oír la ley, su oración
también es abominable” (Proverbios 28:9). La condición es: “Oíd, y vivirá
vuestra alma” (Isaías 55:3). A cualquier hora del día los hijos de Dios tienen
entrada al Padre, quien con tierna misericordia y bondad oye sus oraciones y
las contesta conforme a Su sabiduría infalible. Ciertamente el hijo de Dios
puede decir: “Y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo
Jesucristo” (1 Juan 1:3).
4. Tiene
un abogado celestial
“Si
alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el
justo” (1 Juan 2:1). Él conoce nuestra debilidad e intercede por nosotros al
Padre cuando somos tentados (Hebreos 4:15–16). Cuando tenemos a Cristo como
nuestro Abogado, no hay nada que temer.
5. Es
templo del Espíritu Santo
“¿O
ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en
vosotros” (1 Corintios 6:19). La Biblia se refiere varias veces a los hijos de
Dios, ya sea de manera individual o colectiva, como “el templo de Dios”. Ser la
morada del Dios Altísimo es el deseo más sublime del cristiano mientras esté
aquí en la tierra. Nuestro deber es mantener nuestro corazón en una condición
recta para tener la presencia permanente de este huésped celestial.
6. Es
coheredero con Cristo
La
Biblia dice que los hijos de Dios son “herederos de Dios” (Romanos 8:17);
“herederos de la salvación” (Hebreos 1:14); “herederos de la promesa” (Hebreos
6:17); “heredero de la justicia que viene por la fe” (Hebreos 11:7) y “herederos
del reino” (Santiago 2:5). Pablo lo resume todo cuando dice que los hijos de
Dios son “coherederos con Cristo” (Romanos 8:17).
7. Tiene
esperanza para el futuro
Luego
que los dos varones con vestiduras blancas dijeron que el Señor Jesús vendría
otra vez (Hechos 1:11), los discípulos recordaron que Él les había dicho que
esperaran en Jerusalén hasta recibir poder. Entonces volvieron a la ciudad y
perseveraron constantemente en oración y adoración hasta que vino el Espíritu
Santo. Su fe y su esperanza fueron recompensadas. Asimismo será recompensado
cada uno que, velando constantemente y sirviendo fielmente al Señor, espera la
promesa de la segunda venida del Señor en Su gloria. De manera que esperemos Su
venida, cuando el anhelo ardiente de la creación será cumplido. “Sin esperanza
y sin Dios en el mundo” no se escribió acerca de los hijos de Dios. ¡Todo lo
contrario! La esperanza de la venida del Señor y de la gloria y el gozo sin fin
debe conmover el alma del creyente. Él tiene gozo en su corazón porque sabe que
esta promesa es verdadera: “Cristo en vosotros, la esperanza de gloria”.
8. Recibirá
su redención eterna y completa
El hijo de Dios espera gozosamente su
redención eterna. Pero las debilidades de la carne le recuerdan siempre que
mientras esté aquí en la tierra no solamente es heredero de la gloria, sino que
también es hijo de tristeza. Pablo expresó el sentimiento de muchos soldados de
Cristo cuando dijo: “Porque asimismo los que estamos en este tabernáculo
gemimos con angustia; porque no quisiéramos ser desnudados, sino revestidos,
para que lo mortal sea absorbido por la vida” (2 Corintios 5:4). No se trata de
que no estemos satisfechos o que no queramos permanecer en este cuerpo hasta
que nuestra misión sea cumplida, sino que la esperanza de una gloria más
completa y rica, donde no se conocen debilidades humanas, lágrimas y dolores
nos impulsa a exclamar como lo hizo Juan: “Amén; sí, ven, Señor Jesús”. Otra
vez Pablo expresa nuestros sentimientos: “También nosotros mismos, que tenemos
las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos,
esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo” (Romanos 8:23). Esta
redención se perfeccionará en la resurrección cuando Cristo vuelva por los
suyos y cuando, con cuerpos glorificados, nos encontraremos con Él en el aire
(1 Tesalonicenses 4:16–18).
Capítulo 12
La
muerte
“Está
establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el
juicio” (Hebreos 9:27).
“Y
cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya
vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita:
Sorbida es la muerte en victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde,
oh sepulcro, tu victoria?” (1 Corintios 15:54–55).
Hemos
decidido dejar para el final este tema en el estudio del hombre mortal, ya que
la muerte es la puerta entre el tiempo y la eternidad.
¿Qué
es la muerte?
1. La
muerte es una separación
La
muerte física o natural es una separación del alma y del cuerpo. (Léase Génesis
25:8; Eclesiastés 1:7) La muerte espiritual es cuando el alma se aparta de Dios
en esta vida (Efesios 2:1, 12; 1 Timoteo 5:6). La muerte segunda es la
separación eterna del alma de Su Dios. El alma condenada estará en el lago de
fuego con el diablo y sus ángeles (Apocalipsis 2:11; 21:8).
2. La
muerte es la paga del pecado
Dios
plantó el árbol de la ciencia del bien y del mal en medio del Huerto de Edén y
amonestó a Adán, diciendo: “el día que de él comieres, ciertamente morirás”
(Génesis 2:17). Después que Adán hubo pecado entonces oyó esta sentencia:
“Polvo eres, y al polvo volverás” (Génesis 3:19). Dios ha establecido que “el
alma que pecare, esa morirá” (Ezequiel 18:4). Pablo destacó este hecho cuando
dijo: “La muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Romanos
5:12). El pecado separa al hombre de Dios y produce la muerte.
3. La
muerte es un enemigo que, por la resurrección de Cristo Jesús, se ha convertido
en una bendición
Aquí
hablamos únicamente de la muerte física. Fue un acto misericordioso de Dios
sacar al hombre del Huerto de Edén para que no comiera del árbol de la vida y
así vivir para siempre en su estado pecaminoso. Aunque la muerte es “el postrer
enemigo que será destruido” (1 Corintios 15:26), por la muerte y la
resurrección de Cristo sentimos que el aguijón ha sido quitado de nosotros. Por
medio de Él la muerte es la puerta por la cual pasamos de este mundo pecaminoso
a la vida gloriosa del mundo venidero. Al ver la muerte por todos lados
recordamos siempre la debilidad del hombre y la importancia de estar listos
para este llamado de Dios.
4. La
muerte no es el fin de la vida
Después
que la hija de Jairo había muerto, Cristo dijo: “No está muerta, sino que
duerme” (Lucas 8:52). ¡Sí, ella estaba muerta! Sin embargo, fue sólo un sueño.
En este caso, ella durmió sólo hasta que el Señor la tocó. Pero si a ella se le
hubiera permitido dormir hasta la resurrección entonces el sueño no hubiera
sido diferente de lo que fue en aquel momento. Después de que se le informó a
Cristo que debía ir donde estaba Lázaro, Él le dijo a los discípulos: “Nuestro
amigo Lázaro duerme” (Juan 11:11). Pero luego lo explicó, diciendo: “Lázaro ha
muerto”. Cuando la muerte toca al cuerpo, éste duerme hasta el tiempo de la
resurrección. Entonces se levantará al llamado del Señor. El hecho de que la
muerte es un dormir temporal del cuerpo se ve claramente en el mensaje de Pablo
a los tesalonicenses (Léase 1 Tesalonicenses 4:13–15.)
Lo
que la muerte no es
1. No
es “el sueño del alma”
La
idea de que el alma y el cuerpo van al sepulcro juntos no encuentra su apoyo en
las escrituras. Dios dice que en la muerte “el polvo [vuelve] a la tierra, como
era, y el espíritu [vuelve] a Dios que lo dio” (Eclesiastés 12:7). Cuando el
mendigo Lázaro murió “fue llevado por los ángeles al seno de Abraham” (Lucas
16:22). El hombre rico, aunque fue enterrado, abrió sus ojos, “estando en
tormentos”. Pablo consoló a los tesalonicenses, diciendo: “Porque si creemos
que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que
durmieron en él” (1 Tesalonicenses 4:14). ¿Cómo podría Él traer consigo las
almas de los muertos si no estuvieran con él?
2. No
es la destrucción completa (aniquilación) del alma
La
teoría de la destrucción del alma tiene su base en la creencia que el alma no
puede existir separada del cuerpo. Algunos dicen: “La muerte significa muerte y
nada más”. Por una parte tienen razón, pero cuando plantean que hay únicamente
una sola clase de muerte van en contra de las Escrituras. “Polvo eres, y al
polvo volverás” no se dijo del alma. ¿Qué quería decir Pablo cuando escribió a
los efesios: “Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos” (Efesios
2:1) o cuando escribió a Timoteo: “Pero la que se entrega a los placeres,
viviendo está muerta” (1 Timoteo 5:6)? ¿Por qué le habría dicho Cristo al
malhechor en la cruz: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”, si no hubiera una
vida más allá del sepulcro? No, la muerte no es la destrucción del alma. Al
hecho de dejar de vivir naturalmente lo llamamos muerte física. En cambio,
cuando dejamos de vivir espiritualmente esto es lo que conocemos como la muerte
espiritual. Los justos así como también los impíos existirán eternamente
después de la muerte física (Mateo 25:46).
El
aguijón de la muerte
El
justo no teme al aguijón de la muerte porque sabe que sus pecados son
perdonados. La muerte física del justo libera al espíritu para que vuelva a
Dios. El cuerpo vuelve al polvo para esperar (dormir hasta) el llamado de Dios
en el día de la resurrección.
Hay
que recordar que la muerte física traerá libertad gloriosa únicamente a los
salvos en Cristo. A los injustos les espera el castigo eterno, mas los justos
se consuelan con la promesa de la vida eterna.
El
hijo de Dios, mirando más allá del río de la muerte, se consuela con este
pensamiento: “Porque sabemos que si nuestra morada terrestre, este tabernáculo,
se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna,
en los cielos” (2 Corintios 5:1). Para el hijo de Dios la muerte significa la
libertad del alma. “¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu
victoria?... Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de
nuestro Señor Jesucristo” (1 Corintios 15:55–57). Cuando nuestros seres
queridos que mueren en el Señor son puestos en el sepulcro, nuestros tristes
corazones se consuelan con la convicción de que nos encontraremos nuevamente en
el hogar celestial donde la muerte no entrará jamás.