Muchos anticristos
“Hijitos, ya es el último
tiempo: y según vosotros oísteis que el anticristo viene, así ahora han surgido muchos anticristos; por esto conocemos que
es el último tiempo” (1 Juan 2:18).
La palabra griega que se
traduce por “tiempo” en la escritura citada arriba es en realidad la palabra
griega [jore] para hora. Hay una gran diferencia entre “es el último
tiempo” y “es la última hora”.
“Porque se levantarán
falsos Cristos, y falsos profetas, y harán señales grandes señales y prodigios;
de tal manera que engañarán, si fuere posible, aun a los escogidos” (Mateo
24:24).
Cuando los discípulos
vinieron al Señor Jesús y le preguntaron: “¿qué señal habrá de tu venida, y del
fin del mundo?” (Mateo 24:3), nuestro Señor dice que una de las señales será el
predominio de falsos cristos; o, como también se puede traducir, cristos
falsificados, farsantes, simuladores. Ahora “falsos cristos” es lo que son; y
como veremos, “anticristos” describe lo que hacen. Lo que es destacable aquí,
es que el Señor Jesús convierte la aparición de estos falsos cristos en una
señal del fin de la era, mientras que el apóstol Juan dice que ya estaban aquí
en el 1er siglo.
Un “problema” similar
aparece en el libro de Santiago:
“Vuestro oro y plata
están enmohecidos; su moho testificará contra vosotros, y devorará del todo
vuestras carnes como fuego. Habéis acumulado tesoros para los días
postreros” (Santiago 5:3).
¿Pero cómo los ricos de
los días de Santiago podían haber acumulado “tesoros para los días postreros”,
si el fin de la era estaba a por lo menos 1900 años de ese entonces? La palabra
“para”, en este lugar y de acuerdo al contexto, se debería traducir por “en”:
Así que ahora tenemos: “Habéis acumulado tesoros en los días postreros”. Y hay más…
“Pero vosotros, amados, tened memoria de
las palabras que antes fueron dichas por los apóstoles de nuestro Señor
Jesucristo; los que os decían: En el postrer tiempo habrá burladores, que
andarán según sus malvados deseos” (Judas 17-18)
Judas habla de estos
burladores como si ya estuvieran presentes, y como si él mismo estuviese
viviendo en el último tiempo; y aún más, Judas está citando una profecía del
libro de 2 Pedro 3:3, que dice: “…sabiendo primero esto, que en los postreros días vendrán burladores (la misma palabra
que utiliza Judas), andando según sus propias concupiscencias”. Pedro dice que
vendrán en los postreros días. Judas dice que ya han entrado (v. 4), que la profecía de Pedro ya se
ha cumplido. Pero faltaban por lo menos 1900 años para los postreros días al
momento en que Judas escribió esto…
Estas aparentes
inconsistencias representan un problema real, que a menos que se resuelva,
demostraría que hay un error serio en la Biblia. ¿Le importa al lector si el
“problema” se resuelve? ¿O su profesa lealtad a la Biblia es una concesión
barata que le parece que es fácil y conveniente de hacer en presencia de otras
personas religiosas? ¿Alguna vez ha tenido miedo de que la Biblia pudiera estar
equivocada acerca de algo? ¿Será, el lector, como la mayoría de los cristianos
profesos a quienes estas cosas no les importa realmente porque en realidad no
creen que las palabras de la Biblia describen y controlan el curso de la
historia humana y el destino eterno de todo hombre y mujer que viva y haya
vivido?
Parece
que Juan, Santiago y Judas pensaron que ya estaban viviendo en los últimos días,
cuando no lo estaban. ¿No le preocupa para nada esta inconsistencia al lector?
¿Es la Biblia inspirada? ¿Es una “verdad sencilla” que se puede entender y
creer? ¿O es un misterio
inescrutable?
Consideremos lo que la
Biblia tiene que decir de sus propias profecías.
“…entendiendo primero esto, que ninguna
profecía de la Escritura es de interpretación privada, porque nunca la profecía
fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron
siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2 Pedro 1:20-21).
La profecía no vino por
voluntad del hombre: lo que tenemos en la Biblia no es lo que algún hombre piadoso quiso
decir, sino que es lo que Dios quiso decir. Esto significa que los autores de
la Biblia pueden no haber sabido el significado completo y final de sus
escritos. Lo que terminaron escribiendo y finalmente se volvió conocido como la
Biblia cristiana, no eran sus ideas y opiniones, sino las de Dios. Así que aún
cuando Juan, Santiago y Judas pensaron que ya estaban viviendo en los últimos
días, terminaron por escribir exactamente lo que Dios quería que se dijera.
¿Por qué Dios inspiraría a estos hombres a afirmar que ya estaban viviendo en
los últimos días cuando ahora se ha vuelto obvio que no era así?
Es porque los libros del
Nuevo Testamento, en el orden en que aparecen actualmente, nos dan la historia
de la cristiandad. Los temas presentados, y las circunstancias descritas,
aparecen en un orden tal que forman una exégesis acerca de las controversias
doctrinales y los eventos de la Historia de la Cristiandad. Ahora, le
concedemos que esto no se puede demostrar en sólo unos pocos minutos, pero le
podemos mostrar esto:
Mientras más no acercamos
al fin del Nuevo Testamento, más frecuentemente se menciona el fin de esta era.
¡Sólo mire esto!
“Porque
ahora está más cerca de nosotros nuestra salvación que
cuando creímos” (Romanos 13:11).
“Porque
aún un poquito, y el que
ha de venir vendrá, y no tardará” (Hebreos 10:37).
“Habéis
acumulado tesoros en [no ‘para’] los días postreros”
(Santiago 5:3).
“Mas el fin de todas las cosas se
acerca”… (1 Pedro 4:7).
“Hijitos, ya es la última hora” [no ‘el último tiempo’] (1 Juan 2:18).
Se puede ver que todos
los libros después de Hebreos afirman o implican que los últimos días ya han empezado, y que tal
afirmación no se puede encontrar antes de Hebreos. Vendría un tiempo en el cual
los hombres realmente estarían viviendo en los últimos días, y solamente entonces ellos serían capaces de ver cómo todas
las profecías acerca de los últimos días se estaban cumpliendo. Vendría un
tiempo en el cual los hombres realmente estarían viviendo en la última hora, y
es a ellos a los que el Espíritu Santo les está
hablando en tiempo presente.
No decimos que Santiago, Pedro, Juan y Judas no hayan tenido nada que decirles
a los santos de todos los siglos, sino que la temática particular de estos
libros solamente sería claramente entendida por los hombres que estuviesen
viviendo en los tiempos a los cuales dichos libros están dirigidos
específicamente. Santiago contiene el mensaje del Espíritu Santo a aquellos que
estarían viviendo en los últimos días, y 1 Juan está
específicamente dirigido a
nosotros, porque estamos, amigo lector, viviendo en la última hora. ¿O no es
así?
¡Es sencillamente
sorprendente lo rápido que algunas personas cambian de opinión! El grito se ha
estado oyendo a lo lejos en la cristiandad de que estamos en los últimos días
desde el comienzo del siglo. Si usted mira la televisión “cristiana”, a menudo
escuchará decir que “el Señor Jesús viene pronto” o “estamos en el fin de la
era”. Muchas personas admitirán en forma casual, que estamos en los últimos
días, hasta que se les plantea esto:
La Biblia predice que en
los últimos días la cristiandad estará en un estado de apostasía.
Todos parecen saber que
esto debe querer decir que son ellos:
siempre sospechan que los estamos acusando a ellos de ser los apóstatas, y de repente,
les parece necesario decir “Pero del día y hora nadie sabe”, como si esto
sugiriese que las señales del fin (Mateo 24:3) que busquemos no pueden ser
vistas por nadie y que nadie las verá. ¿Qué hay de usted, amigo lector? ¿Estaba
usted dispuesto a admitir que estamos ahora en los últimos días hasta que usted
leyó esto? Y si todavía está dispuesto a decir que estamos ahora viviendo en los últimos días, ¿nos
señalaría por favor a esos “falsos cristos y falsos profetas” que el Señor
Jesús dijo serían una señal del fin?
No busque un enjambre de
hombres con pelo largo y vestidos a la usanza de los tiempos bíblicos con el
fin de encontrar a esos muchos anticristos, ni tampoco pierda su tiempo
tratando de encontrar toda una clase de “impostores del Señor Jesús” que
todavía no se hayan unido a los “impostores de Napoleón” en el siquiátrico:
personajes de historieta como estos nunca
han estado siquiera cerca de
engañar a los mismos elegidos. Aún más, los verdaderos anticristos son capaces
de mostrar grandes señales y maravillas.
“Y
no es maravilla, porque el mismo Satanás se disfraza como ángel de luz. Así que, no es extraño si también sus
ministros se disfrazan como ministros de justicia; cuyo fin será conforme a sus
obras” (2 Corintios 11:14-15).
Los ministros de Satanás,
dice Pablo, “se disfrazan como ministros de justicia”. Y dice él que
esto no es algo difícil (“no es maravilla”) de hacer para ellos. En otras
palabras, usted no se debería sorprender si algunos hombres que se parecen a los ministros de justicia resultasen
en el final ser ministros de Satanás. Y usted, amigo lector, no está
sorprendido, porque ya ha hecho este juicio de aquellos que enseñan alguna
“versión” de la cristiandad que está totalmente en desacuerdo con la suya.
¡Hasta podría estar dispuesto a decir que quienes escribimos este artículo
somos unos de esos ministros de Satanás!
Las iglesias Luterana y
Reformada durante más de 400 años han afirmado que el Papa es el Anticristo.
¡Hay algunas
denominaciones que abiertamente condenan al infierno a todo el que no está
bautizado de acuerdo a su fórmula especial!
¡Todas estas
denominaciones han estado de acuerdo en condenar a los Mormones y a los
Testigos de Jehová! Todas las denominaciones enseñan que hay algunas
“versiones” de la religión cristiana que maldicen en vez de salvar; ¿y cómo un
ministro que enseña una religión falsa podría ser otra cosa que uno de los
ministros de Satanás?
Esos muchos anticristos
de la profecía bíblica son una clase de ministros populares: hay muchos de ellos, y aún ahora están por todo a
su alrededor. Y no tiene caso mirar por encima de su hombro para descubrir a
ese otro tipo, el que predica en esa “otra iglesia”: ya que la probabilidad más
grande es que uno de sus predicadores favoritos sea realmente un “pequeño”
anticristo; y si usted tiene el valor de terminar de leer estas páginas, y la
honestidad de someterse al testimonio de la Escritura y del sentido común, le
mostraremos claramente qué aspecto tienen, y qué hacen.
¿Qué o quién es un anticristo?
Un anticristo es un
antitipo de Jesucristo: y la palabra anti no significa opuesto, como si para ser
un anticristo uno debiera expresar abierta hostilidad al Señor Jesucristo. Un
anti-tipo es “la persona o cosa representada o prefigurada por un tipo o
símbolo anterior” (Diccionario Webster). El Diccionario Explicativo Vine de las
Palabras del Nuevo Testamento dice que la palabra griega antichristos significa tanto “en contra de Cristo”
como “en lugar de Cristo”. Un anticristo es alguien que suplanta, o
reemplaza al Señor Jesucristo. El Señor Jesús los llamó pseudos christos, falsos
Cristos. Pseudo significa falsificado – farsante – simulado. Son “Cristos de
imitación”. Lo que lo hace a uno un anticristo no está en que tan notoriamente
distinto es de Cristo, sino en cómo juega el papel de “equivalente funcional”
de Cristo. La palabra “cristo” no es un nombre, sino un título. “Cristo”
significa “el ungido”, o más bien: “el especial: el que hace toda la
diferencia”. Un anticristo es alguien que pretende o insinúa que es “especial”,
y que es capaz de impartirle los mismos beneficios salvadores que puede recibir
del Señor Jesucristo. No tiene que pretender que él mismo es el Señor Jesús
histórico, y si condenase o negase al Señor Jesús abiertamente no sería capaz
de engañar a los mismos elegidos, ni siquiera por un minuto.
Dicho simplemente, un
anticristo es un salvador impostor; uno que se pone en el mismo lugar del Señor
al decir o al insinuar que la lealtad a él le garantizará a usted su salvación.
Todo anticristo juega el mismo “juego” y es más o menos así:
Usted le presenta sus
respetos, le entrega su dinero, le sigue la corriente a su programa, y lo llama
“el hombre de Dios”: a cambio de estas cosas, el anticristo le dice “lo buen
cristiano” que es usted, y le asegura su lugar en el cielo. Hay algunas cosas
que el anticristo nunca hará: nunca apartará a alguien porque
diga que cree en algo que contradice sus doctrinas favoritas, ya que su
principal preocupación es hacer que se llenen los bancos de su templo y la
canasta de las ofrendas. Pablo dijo: “Al hombre que cause divisiones, después
de una y otra amonestación deséchalo” (Tito 3:10); pero un anticristo nunca
rechazará a nadie a menos que no vea forma de usarlo para sus propósitos. A fin
de cuentas, no le importa realmente cual es su doctrina o si usted es salvo o
no; y nunca lo condenará a menos que amenace su popularidad y/o su ganancia.
Son los ministros de la mayoría
Nunca ha habido un
momento en la historia, ni un lugar en este planeta, donde se pudiese encontrar
una sociedad de hombres que estuviese más despojada de la verdadera religión.
Donde quiera que hay religión, hay ministros de una u otra clase. El médico
brujo es un ministro para su propia tribu tanto como cualquier pastor lo es
para su congregación; y si él se presenta como un mediador entre aquellos que
son presumiblemente justos y Dios, es un anticristo.
“Porque hay un solo Dios,
y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo
hombre…” (1 Timoteo 2:5).
Pero cuando las personas
rehúsan enfrentar la absoluta necesidad de que cada uno de ellos responda por
sí mismo de la existencia de la maldad, el dolor, la muerte, y la aparente
lejanía de Dios, se eligen un representante, un ministro: le pagan, lo honran,
y el servicio a su ministro se convierte en su ofrenda. Pacifican sus
conciencias culpables y alivian su temor a lo desconocido al rendirse a su
ministro, a quien han designado para que medie entre ellos y Dios. Su ministro,
dicen ellos, “tiene todo muy en claro”, y al hacerle concesiones, piensan que
ellos también “tienen todo muy en claro”. Como dijimos antes, es un “juego”, un
arreglo. Están de acuerdo en adular y sostener al ministro, y siempre y cuando
lo hagan, este les dice que están haciendo las cosas bien. El Señor Jesús dijo:
“¿Cómo
podéis vosotros creer, pues recibís gloria los unos de los otros, y no buscáis
la gloria que viene del Dios único?” (Juan 5:44).
No pueden creer porque no
quieren creer lo que deben creer para ser un cristiano. Para ser un cristiano,
debe creerle al Señor Jesús. El Señor Jesús dijo cualquiera de ustedes que no
renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo: pero a ellos no les
gusta cómo suena esto, así que salen corriendo a buscarse un ministro que se lo
“explicará” para que ya no amenace más sus ambiciones económicas y sociales. El
Señor Jesús anticipó y describió esta rutina de “aguar el Evangelio” en
la parábola del mayordomo infiel (Lucas 16:1-9).
“Y llamando a cada uno de los deudores de
su amo, dijo al primero: ¿Cuánto debes a mi amo? El dijo: Cien barriles de
aceite. Y le dijo: Toma tu cuenta, siéntate pronto, y escribe cincuenta.
Después dijo a otro: Y tú, ¿cuánto debes? Y él dijo: Cien medidas de
trigo. Él le dijo: Toma tu cuenta, y escribe ochenta” (Lucas 16:5-7)
Las únicas moradas
eternas que le esperan al mayordomo infiel y a aquellos que lo usan para
estafar a su Señor son las regiones infernales del hades, donde el gusano de
ellos no muere y el fuego nunca se apaga (Marcos 9:48). Pero por supuesto,
seguro que alguien nos va a recordar que “Porque por gracia sois salvos por
medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para
que nadie se gloríe” (Efesios 2:8-9), como si no supiéramos esto y como si
estuviésemos predicando una especie de “salvación por obras”. “Porque Dios es el
que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad”
(Filipenses 2:13). Y la obra que Dios hace en sus hijos no inventa una
“religión” de aguar las enseñanzas del Señor Jesucristo y dar excusas para
ellas. “El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es
mentiroso, y la verdad no está en él” (1 Juan 2:4).
Uno no necesita ser un
pez gordo de la religión para hacer el papel de un pequeño anticristo. Lo único que se tiene que hacer para
jugar el juego del anticristo es permitirle a alguien que use nuestra
aprobación como señal de que todo está bien entre él y Dios, o que tome en
cuenta nuestra aprobación como señal de que es auténtico y sincero. Cualquiera
que haya pasado algunos años como ministro profesional o como testigo activo
para Cristo, conocerá a unos cuantos en el camino que estarán dispuestos a
“sentarse a sus pies” y dejarlo hablar sin parar del Señor Jesús y de la
Biblia. También estarán dispuestos a decirle lo “docto” y lo “sabio” que es. Al
estar desesperado por “ganar almas para Cristo”, y desesperado además por
demostrarse a sí mismo y a los demás que es “alguien especial” ante la
vista de Dios, el cristiano de nuestro ejemplo estará muy deseoso de pasar por
alto la evidencia clara de que estos “admiradores” están jugando el “juego” del
anticristo con él. Aunque su esposa y sus hermanos insistan en que está siendo
engañado por la adulación, rehusará ver la verdad porque es intoxicante y
enceguecedor que a uno se lo llame “el varón de Dios”.
En contraste con el juego
del anticristo, en el que la aprobación y el favor se dan a quienquiera que los
aplauda o les entregue dinero, está el ejemplo de los profetas, los apóstoles y
del mismo Señor Jesucristo. Cuando una mujer empezó a seguir a todos lados a Pablo
y a sus compañeros diciendo, estos hombres son siervos del Dios altísimo, que
nos muestran el camino de salvación: Pablo no la invitó a aparecer en su show
de televisión, para que dijese eso en frente de millones de una multitud más
grande, sino más bien la acusó de estar poseída por el demonio. Por este
poquito de integridad, a Pablo y sus compañeros se los azotó en público y se
los echó a la cárcel (Hechos 16:16-24). Cuando un hombre vino corriendo al
Señor Jesús y se arrodilló ante Él, y le preguntó “Maestro bueno, ¿qué haré
para heredar la vida eterna? Jesús le dijo: ¿Por qué me llamas bueno? Ninguno
hay bueno, sino sólo uno, Dios” (Marcos 10:17-18).
Cada vez que grandes
multitudes empezaban a agolparse alrededor del Señor, Él pronunciaba uno de esos
dichos duros que eran tan característicos de Él, y los ofendía tanto que la
mayoría de ellos se iba (Juan 6:2-66).
En contraste con estos
ejemplos de hombres piadosos, estos muchos anticristos están prestos a recibir
cualquier alabanza, y conferirle su aprobación a cualquiera que contribuya con
dinero o con servicios a su programa. El anticristo nunca dirá nada que haga
que alguien a quien él pueda usar se vaya, y nunca condenará a nadie en su
propia “congregación” a menos que amenace a su dinero o a su imagen pública.
El chamán
En muchos países en donde
el espiritismo y el vudú son las religiones nativas, al ministro local se lo
llama chamán. Él es el sacerdote de la mayoría, en su propia “parroquia”. Es al
mismo tiempo el producto de su propia sociedad y de su cultura, un ejemplo de
ellas y un líder en ellas: es el depositario público de la superioridad
espiritual y la verdad divina. El título del chamán, su posición social y sus
funciones públicas ocupan un lugar permanente dentro de la sociedad que lo
produjo y lo sostiene. Si el chamán muriese o renunciase, el “trabajo” todavía
está ahí, y pronto será reemplazado, por alguien que cumpla exactamente las
mismas funciones.
Su autoridad pública es
fundamentalmente democrática, ya que la sociedad que lo produjo exige que se le
muestre el debido respeto. Usa ropas especiales que lo distinguen como uno de
los ancianos y de los líderes de su propia sociedad. Posee y manipula “objetos
sagrados” que están cargados con significación supersticiosa que arrastra por
generaciones. Él es el “depositario público” de la verdad divina: sólo a él se
“le permite” conocerla, y ¡ay del rebelde que presuma tener conocimiento y
autoridad iguales o superiores a las del chamán! La gente simplemente no
tolerará que todos tengan igual acceso a la verdad divina: porque igual acceso
a Dios implica igual obligación de encontrar a Dios, e igual acceso a la
verdad divina acusa a todos los que no la tienen de ignorancia voluntaria.
“Porque la ira de Dios se revela desde el
cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con
injusticia la verdad; porque lo que de Dios se conoce les es
manifiesto, pues Dios se lo manifestó. Porque
las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles
desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas,
de modo que no tienen excusa. Pues habiendo conocido a Dios, no le
glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus
razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se hicieron
necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de
imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles” (Romanos 1:18-23).
Y aún si el Evangelio del
Señor Jesús y la Biblia nunca se le hubieran presentado a la “congregación” del
chamán, todavía serían culpables: porque siempre tuvieron la opción de rechazar
la religión falsa que se les enseñaba, al igual que usted y yo tenemos la
opción de rechazar la religión falsa que se hace pasar popularmente por
“cristiandad” en estos últimos días. Pero no, usted tiene que tener su
“sacerdote”, una imagen hecha como la de un hombre corruptible a la cual
hacerle concesiones, obteniendo su seguridad del hecho de que todos los demás
en su “tribu” hacen lo mismo.
El sacerdocio de todos los creyentes
“Y
él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros,
evangelistas; a otros, pastores y maestros…” (Efesios 4:11).
La mayoría de los
evangélicos y fundamentalistas se deleitan en recordarles a los católicos,
episcopales y ortodoxos que no existe el puesto de sacerdote dentro de los
oficios espirituales bíblicamente autorizados del Nuevo Testamento. No sólo
eso, sino más bien, a todos los creyentes (si es que de verdad son verdaderos
creyentes), se los considera sacerdotes para el resto del mundo.
“Mas vosotros sois linaje
escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que
anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas á su luz
admirable” (1 Pedro 2:9).
“Y
nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre; á él sea gloria e imperio por
los siglos de los siglos. Amén” (Apocalipsis 1:6).
El Señor Jesús mismo
estableció que todos los verdaderos creyentes son “sacerdotes” para los
incrédulos, en que ninguno puede aceptar al Cristo de la iglesia sin aceptar a
la iglesia de Cristo.
“El
que a vosotros recibe, a mí me recibe; y el que a me recibe a mí, recibe al que
me envió” (Mateo 10:40).
“El
que á vosotros oye, a mí me oye; y el que a vosotros desecha, a mí me desecha;
y el que me desecha a mí, desecha al que me envió” (Lucas 10:16).
Estas palabras no son
solamente para los apóstoles, sino para todos Sus discípulos. De ninguna manera
sugerimos que uno puede convertirse en cristiano y despreciar la compañía de
otros cristianos: sin embargo, a todos se nos permite y se nos obliga a
determinar quiénes son los verdaderos cristianos. Dios sabe quiénes son, y
cualquiera que ama Al que ha engendrado, ama también al que es nacido de Él (1
Juan 5:1).
Es cuando un hombre
pretende actuar de “sacerdote mediador” entre los cristianos profesos y Dios
que se vuelve un anticristo. Hay solamente un Verdadero Sacerdote a quien los
cristianos deben apelar, y ese sacerdote es Nuestro Señor Jesucristo.
“Por tanto, teniendo un
gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos
nuestra profesión” (Hebreos 4:14).
“Porque no entró Cristo
en el santuario hecho de mano, figura del verdadero, sino en el cielo mismo
para presentarse ahora por nosotros ante Dios” (Hebreos 9:24).
“Porque hay un Dios, y un solo mediador entre Dios y los
hombres, Jesucristo hombre” (1 Timoteo 2:5)
Si después alguien
quisiera usar a otro hombre distinto del Señor Jesús como sacerdote o mediador
entre él mismo y Dios, ha declarado por ello que está fuera del Cuerpo de
Cristo, y eso es lo mismo que no
ser salvo. No le queden dudas: solamente una persona que no es salva tiene
necesidad de un mediador terrenal.
“Vosotros, pues, sois el
cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular” (1 Corintios 12:27).
Y aunque ese verdadero
cristiano pueda tener defectos visibles y ser temporalmente engañado por falsas
doctrinas, simplemente no es posible que otro verdadero cristiano no lo
reconozca ni lo reciba: el Señor Jesús oró: “para que todos sean uno; como tú,
oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que
el mundo crea que tú me enviaste” (Juan 17:21).
Esta oración de Nuestro
Señor Jesucristo será respondida.
“Nosotros
sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos. El que
no ama a su hermano, permanece en muerte” (1 Juan 3:14).
Y ciertamente cualquiera
que permanece en muerte no es un Hijo de Dios. Pero, sólo por si acaso alguien
necesite preguntar “¿Quién es mi hermano?”, el Señor Jesús nos ha dado una
descripción de nuestro hermano, hermana y madre.
“¿Quién es mi madre, y quiénes son mis
hermanos? Y extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: He aquí
mi madre y mis hermanos. Porque todo aquel que hace la voluntad de mi
Padre que los cielos, ése es mi hermano, y hermana, y madre” (Mateo
12:48-50).
Así que no es simplemente
“cualquiera” que dice ser cristiano al que el Señor Jesús
describe como hermano, hermana y madre, sino solamente a aquellos que hacen la voluntad de
Dios: y se supone en todas las referencias a “su hermano” que podemos reconocer
quien es nuestro hermano, que queremos reconocerlo, y que lo haremos.
Supongamos que alguien desee protestar: dicen que son verdaderos cristianos
pero todavía no pueden decir quiénes son sus verdaderos hermanos. Si usted es
en verdad un verdadero cristiano, entonces no ha vivido de acuerdo a la luz que
alumbra a su alrededor.
“Si decimos que tenemos
comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad;
pero si andamos en luz, tenemos comunión unos con otros , y la sangre de
Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1:7).
Y en esta comunión del
cuerpo de Cristo hay una igualdad práctica de interdependencia:
“Y
a aquellos del cuerpo que nos parecen menos dignos, a éstos vestimos más
dignamente; y los que en nosotros son menos decorosos, se tratan con más
decoro” (1 Corintios 12:23-27).
Usted puede vivir sin una
mano, que es honrosa, pero no puede vivir sin su hígado o sin sus riñones. Los
miembros menos destacados del cuerpo de Cristo brindan servicios más cruciales
para la vida y la fortaleza del cuerpo que las partes más públicas y visibles.
Esto revela en parte la importancia de estas palabras de el Señor Jesús: “Pero
muchos primeros serán postreros, y postreros, primeros” (Mateo 19:30). El mismo
hecho de que vea poca o ninguna evidencia de esta verdad exhibida en la
estructura social de las “iglesias” revela cuánto se han apartado de la Biblia
y de la fe una vez entregada a los santos (Judas 3). La única parte del cuerpo
humano que es a la vez notoria y absolutamente necesaria para la vida es la
cabeza (Colosenses 1:18), pero la cabeza es Cristo mismo. Cualquiera que
funcionalmente cumpla el rol de la cabeza, ha suplantado a Jesucristo, y por lo
tanto es un anticristo.
“Porque los que en nosotros son más
decorosos, no tienen necesidad; pero Dios ordenó el cuerpo, dando más abundante
honor al que le faltaba, para que no haya desavenencia en el cuerpo, sino que
los miembros todos se preocupen los unos por los otros” (1 Corintios 12:24-25).
Aquí de nuevo, vemos que
entre los verdaderos creyentes hay tanta preocupación por los miembros menos
notorios como por aquellos que resaltan. Esto no es una descripción de “como
debería ser”: sino más bien describe como es entre los verdaderos miembros de
ese único cuerpo. Cualquier grupo de personas
que no sea así, no es la iglesia nuevotestamentaria que
Pablo está describiendo.
“De manera que si un miembro padece,
todos los miembros se duelen con él, y si un miembro recibe honra, todos los
miembros con él se gozan. Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros
cada uno en particular” (1 Corintios 12:26-27).
“Y
él es la cabeza del cuerpo que es la iglesia; él que es el principio, el
primogénito de entre los muertos, para que en todo tenga la preeminencia”
(Colosenses 1:18).
Ahora si su pie está
herido y necesita curarse, no le pide a la mano que le pida a la cabeza que le
ordene a la mano que ayude al pie; más bien, el pie manda su grito de ayuda a
la cabeza, la cual entonces le ordena a la mano que ayude al pie. Si tanto la
mano como el pie son partes del mismo cuerpo, ninguno rehúsa jamás las
ministraciones al otro, ya que la cabeza los controla a ambos. Solamente un
loco utiliza su propia mano para atacar, envenenar o destruir las otras partes
de su cuerpo: y Jesucristo no es un loco. ¿Está Cristo dividido? (1 Corintios
1:13). Nuestro Señor puede atraer a sí hombres de toda raza, cultura y
religión: pero una vez que son miembros de ese ÚNICO cuerpo (1 Corintios 12:12), hay UN rebaño
y UN pastor (Juan 10:16).
Mediante estas
ilustraciones solamente, se puede ver que ese gran conglomerado de
denominaciones competitivas y socialmente exclusivas que se llaman iglesias no son en realidad parte de “la congregación de
los primogénitos que están inscritos en los cielos” (Hebreos
12:23).
Oficios espirituales en la iglesia nuevotestamentaria
“Digo, pues, por la gracia que me es
dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí
que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida
de fe que Dios repartió a cada uno. Porque de la manera que en un cuerpo
tenemos muchos miembros, pero no todos los miembros tienen la misma
función, así nosotros, siendo muchos, somos un cuerpo en Cristo, y
todos miembros los unos de los otros” (Romanos 12:3-5).
“Y él mismo constituyó a unos, apóstoles;
a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y
maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del
ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que
todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un
varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo” (Efesios
4:11-13)
Ahora hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y
aún hasta la medida de la plenitud de Cristo, necesitaremos estos 5 oficios de
“ancianos predicadores”, los cuales constituyen la manifestación más visible de
la delegación divina en la iglesia nuevotestamentaria, que de ninguna manera
agotan el catálogo de “otorgamientos especiales de autoridad Divina” asignadas
al cuerpo de Cristo por la morada del Espíritu Santo.
“Pero todas estas cosas
las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo á cada uno en particularmente
como él quiere” (1 Corintios 12:11).
El Espíritu Santo
distribuye estos oficios, funciones y capacidades de acuerdo a la voluntad de
Dios, estando las elecciones de Dios justificadas en Su voluntad. Ahora estamos
hablando de la iglesia nuevotestamentaria, la que está compuesta
de todos los creyentes verdaderos y fieles. Un hombre cuya ambición es
complacer a Dios no tendrá problemas en aceptar un “oficio” menos notorio del
servicio en la iglesia de Cristo, ya que la paz y la seguridad que vienen de la
obediencia a la voluntad de Dios se sienten igual por el pastor como por el
hombre cuyo “don” es tener misericordia (Romanos 12:8).
Los ministros de la mayoría
Pero ahora, estimado
lector, demostraremos que, de acuerdo a nuestro Señor Jesucristo, la mayoría de
lo que la cristiandad llama “ministros” son sólo los fariseos de los últimos
días. Ahora usted dice que el Señor Jesús es la cabeza de la iglesia. Es Su
iglesia, ¿sí o no? Y si el Señor Jesús es la cabeza de la iglesia, ¿no se le
debería permitir a Él que defina y describa quiénes son los ministros de
justicia y quienes no lo son? Escuche al Señor Jesús cuando describe a los
fariseos:
“Antes,
hacen todas sus obras para ser vistos por los hombres. Pues ensanchan sus
filacterias, y extienden los flecos de sus mantos” (Mateo 23:5).
Las filacterias son las
cajitas que contienen pasajes escritos de la Biblia; se pensaba que eran
testimonio de la santidad del que las usaba. No es rebuscado comparar esto con
los diplomas, licencias y certificados mediante los cuales nuestros “ministros”
contemporáneos piensan que certifican su autoridad espiritual.
Extienden los flecos de
sus mantos: en otras palabras se disfrazan con ropas asociadas con la autoridad
civil y religiosa, y lo hacen para dar la apariencia de superioridad social,
espiritual y moral. No hay diferencia entre el modo en que los fariseos se
“vestían para tener éxito” y el modo en que a nuestros “ministros”
contemporáneos les gusta usar trajes especiales en el púlpito, o en que
intentan vestirse como el gobernador o como el magnate de los negocios. Este
intento de verse como los príncipes de este mundo (1 Corintios 2:6) revela que
ellos no tienen consideración por las enseñanzas de el Señor Jesús, ya que Él
dijo: “Vosotros sois los que os justificáis á vosotros mismos delante de los
hombres; mas Dios conoce vuestros corazones; porque lo que los hombres tienen
por sublime, delante de Dios es abominación” (Lucas 16:15). Sabemos lo atroz y
escandaloso que es decir estas cosas, pero tenga presente que es el Señor Jesús
quien las dice, nosotros sólo las estamos repitiendo.
“Y
aman los primeros asientos en las cenas, y las primeras sillas en las
sinagogas” (Mateo 23:6).
Nuestros fariseos
contemporáneos aman el ser honrados en asambleas públicas, donde hacen que su
nombre salga en el diario, o hacen que les saquen una foto con el alcalde; una
vez más, ignorando las palabras del Señor Jesús, que dijo: “¡Ay de vosotros,
cuando todos los hombres dijeren bien de vosotros! porque así hacían sus padres
con los falsos profetas” (Lucas 6:26).
La sinagoga judía era un
edificio que se usaba para las reuniones religiosas, al igual que nuestra
moderna “iglesia”. Los fariseos anhelan esas “sillas grandes” al frente, ¡en
donde todos puedan ver lo importantes que son! ¡Por favor, explíquese la
diferencia entre aquel entonces y ahora, la diferencia entre aquellos fariseos y la “clase eclesiástica” de
hoy en día!
“Y
las salutaciones en las plazas, y ser llamados de los hombres Rabí, Rabí. Pero vosotros, no queráis ser llamados
Rabí; porque uno es vuestro Maestro, el Cristo; y todos vosotros sois hermanos”
(Mateo 23:7-8).
Aman que les digan
“Reverendo, Reverendo”, cuando Nuestro Señor Jesucristo ha condenado el uso de
tales títulos en la iglesia nuevotestamentaria. El Señor Jesús dijo la
palabra que hemos hablado, ella le juzgará, amigo lector, en el día postrero
(Juan 12:48). ¿Piensa que estos “ministros” que tienen un desprecio tan
ostensible por las palabras del Señor Jesús realmente pueden ser las mismas
personas a las que Él nos está pidiendo que confirmemos, que sostengamos
y a las cuales nos sometamos?
“Y
no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra; porque uno es vuestro Padre, el
que está en los cielos” (Mateo 23:9).
Los protestantes no
tienen ningún problema en recordarles a los católicos que “Padre” no es un
título adecuado para ningún cristiano, ya que el Señor Jesús explícitamente lo
prohibió; ¡pero cualquiera puede ver la hipocresía! El Señor Jesús prohibió
explícitamente que aceptemos cualquiera de esos títulos de santidad
pública. El Señor Jesús describe a los que aceptan tales títulos como fariseos.
¿Conoce a alguno de esos fariseos?
“Ni
seáis llamados maestros; porque uno es vuestro Maestro, el Cristo. El que es el mayor de vosotros, sea
vuestro siervo” ((Mateo 23:11-12).
El Señor Jesús les dijo a
sus discípulos que no deberían permitir que se los llamara Rabí, Padre o
Maestro. Esto de ninguna manera niega que alguno en la iglesia nuevotestamentaria sea distinguido por capacidades especiales asignadas a
ellos por el Espíritu Santo. Lo que Cristo está condenando aquí es el “clero”:
el conjunto de profesionales que gobiernan el sistema eclesiástico falso,
aquellos a los que las
iglesias de los hombres reconocen
como “representantes de Dios”. Estas iglesias de los hombres no respetan ni
guardan los mandamientos del Señor porque no le conocen en realidad, porque son
parte del mundo, el cual “no nos conoce, porque no lo conoció a Él” (1 Juan
3:1). La palabra “conoce” aquí significa algo más que “estar familiarizado”,
significa tanto reconocer como aprobar. El mundo verdaderamente no lo reconoció
ni lo aprobó cuando Él estuvo aquí en la carne. La Biblia dice del Señor
Jesús que Él fue “despreciado y desechado entre los hombres” (Isaías 53:3). ¡No
era el predicador favorito de todos! Seguro… todos vinieron corriendo cuando
había comida gratis y milagros de sanidad; pero esa misma gente se apartó
cuando el Señor empezó a predicar, y gritaron “crucifíquenlo” cuando se dieron
cuenta de que Sus enseñanzas amenazaban el orden social, económico y religioso
de su sociedad (Juan 11:48).
“El que es el mayor de
vosotros, sea vuestro siervo”. Mediante estas palabras, el Señor Jesús condena
la ambición de prominencia religiosa y social, y la autoridad popular que
caracterizan a “los sacerdotes de la mayoría”. Un siervo no usa a otros hombres
para sus propósitos ni para su conveniencia.
Y después está esa
“prestidigitación” por la que un hombre se llama a sí mismo “un siervo”,
mientras que manipula y controla a los otros mediante la autoridad popular. El
Señor Jesús también se refiere a este fraude:
“Hubo también entre ellos una disputa
sobre quién de ellos sería el mayor. Pero él les dijo: Los reyes de
las naciones se enseñorean de ellas, y los que sobre ellas tienen autoridad son
llamados bienhechores; mas no así vosotros, sino sea el mayor entre
vosotros como el más joven, y el que dirige, como el que sirve. Porque,
¿cuál es mayor, el que se sienta a la mesa, o el que sirve? ¿No es el que se
sienta a la mesa? Mas yo estoy entre vosotros como el que sirve” (Lucas 22:24-27).
Sí, se llaman a sí mismos
benefactores, pero ejercen la misma autoridad social y política sobre su
“rebaño” que la que usan los reyes de este mundo para subyugar y controlar a
sus súbditos. Ocupan un oficio de autoridad religiosa reconocido por el mundo.
El mundo los reconoce como representantes de la religión popular porque son
legalmente licenciados, institucionalmente certificados, burocráticamente
ordenados y públicamente aceptables. Son parte del orden social del mundo: se
paran hombro a hombro con el alcalde, el doctor y el policía. Se sientan en el
consejo municipal; influyen en las elecciones; los diarios valoran sus opiniones.
Son reconocidos por el mundo como “los hombres de Dios”. Mientras que la Biblia
dice que el mundo no nos conoce a nosotros, sí los “conoce” a ellos.
Ahora ¿qué tenemos que
hacer, pedir disculpas en nombre del Señor Jesús? Quizás usted ahora esté listo
para arrojar este artículo y simular que nunca se lo confrontó con esto. Sería
mejor que también arrojara su Biblia, ¡porque no ha leído aquí nada que no vaya
a ver de nuevo la próxima vez que lea esa Biblia!
“Porque el que se
enaltece será humillado, y el que se humillare, será enaltecido” (Mateo 23:12).
¿Cuándo ocurrirá esto? "En
el día en que Dios juzgará por Jesucristo los secretos de los hombres, conforme
a mi evangelio” (Romanos 2:16). Así que ahí lo tenemos: casi todo lo que
distingue la “clase eclesiástica” del resto de los hombres es condenado por el
Señor Jesucristo. Usan paramentos y disfraces, aman los títulos, se asocian con
los príncipes de este mundo, son los sacerdotes de la mayoría; son los muchos
anticristos de la profecía bíblica. Esta es la segunda vez, y la segunda forma
en que esto se le ha explicado amigo lector.
¿De dónde vienen?
“Hijitos, ya es la última hora; y según
vosotros oísteis que el anticristo viene, así ahora han surgido muchos
anticristos; por esto conocemos que es el último tiempo. Salieron de
nosotros, pero no eran de nosotros; porque si hubiesen sido de nosotros,
habrían permanecido con nosotros; pero salieron para que se manifestase que no
todos son de nosotros” (1 Juan
2:18-19).
Ahora, algunos, en algún
momento, terminarán siendo esos muchos anticristos de la profecía. Vendrá un
tiempo en el que todos seremos revelados por lo que realmente fuimos; y esa
revelación de lo oculto, descubrirá inconfundiblemente “quiénes” eran esos
muchos anticristos.
Deberíamos todos hacer
una pausa y preguntarnos: “¿Soy yo?” (Mateo 26:22). Porque
seguramente resultará que usted, o yo, u otro, era, y es, un anticristo. Y esto
es un asunto de lo más serio, ya que a quienquiera que se lo rotule como un
“anticristo” enfrentará al Señor Jesús en el Juicio: “Porque el Padre a nadie
juzga, sino que todo el juicio dio al Hijo” (Juan 5:22). Ahí, a la luz
brillante de la Verdad, se revelará que todos los que se opusieron a la persona
y a los propósitos del Señor Jesucristo, estaban en unidad con el Diablo: y si
se los halla ser tales en el fin, se unirán al Diablo en el lago de fuego y
azufre, donde están la bestia y el falso profeta (Apocalipsis 20:10).
Así que, estando muy
consciente de las consecuencias del error en este tema, le demostraremos que, “Salieron
de nosotros”, no significa que directamente renunciaron a la
cristiandad, ni tampoco significa que rompieron la comunión con cualquier grupo
o denominación en particular: sino que permanecieron dentro de la esfera de la
cristiandad, y se hicieron pasar a sí mismos como ministros de justicia, a la
vez que suplantaban al Señor y se le oponían.
“Salieron de nosotros, pero no eran de
nosotros; porque si hubiesen sido de nosotros, habrían permanecido con
nosotros; pero salieron para que se manifestase que no todos son de nosotros” (1 Juan
2:19).
Así que recreémonos por
un momento con la noción ridícula de que todo grupo que dice ser una iglesia
cristiana, es ese “nosotros” oficial del Nuevo Testamento: así que un hombre
deja a un grupo y lo condena, y se va a otro y la comedia empieza. El grupo que
él dejó dice “salió de nosotros”, por lo tanto es un anticristo; pero el grupo
al que él va le da la bienvenida como a un héroe, y le asegura que hizo la
elección correcta. Pronto, se siente incómodo con su nueva “iglesia” y los deja
para irse a otra, y la comedia empieza nuevamente desde el principio. Quizás
pase de anticristo a héroe espiritual varias veces.
Quizás no sirva de nada
señalarle que la mayoría de los comentaristas populares de antaño afirman que
estos muchos anticristos no son abiertos desertores de la cristiandad, sino que
permanecen, como “malas influencias en el cuerpo de Cristo”. Salieron de
nosotros, doctrinalmente. Cuando Judas habla de aquellos que niegan al Único
Señor Dios y a Nuestro Señor Jesucristo, dice que “han entrado encubiertamente” (Judas
4). En otras palabras, no estamos conscientes de cómo y cuándo entraron.
“Ellos son del mundo; por
eso hablan del mundo, y el mundo los oye” (1 Juan 4:5).
Son los ministros de la
mayoría; aquellos que representan la religión popular de su tiempo y su
cultura. Estos “sacerdotes” cumplen el mismo trabajo en cada sociedad:
personifican los ideales religiosos de su propia cultura, y dan certidumbre de
seguridad y de justicia a aquellos que reconocen su autoridad espiritual.
Cualquiera que se atreva a condenar al “sacerdote de la mayoría” ha insultado a
la muchedumbre que lo eligió: y esa muchedumbre protegerá su dignidad, porque
la justicia de ellos está atada a la de él.
Pablo se refiere a
aquellos que se han encumbrado hasta la respetabilidad y la influencia en la
sociedad del mundo al decir: “Ya estáis saciados, ya estáis ricos, sin nosotros
reináis. ¡Y ojalá reinaseis, para que nosotros reinásemos también juntamente
con vosotros!” (1 Corintios 4:8).
Sí, ellos habían obtenido
popularidad e influencia en el mundo; pero Pablo dice que lo hacían sin “nosotros”. ¿A quién supone usted que
se refiere el apóstol por “nosotros”?
“Nosotros
somos de Dios; el que conoce a Dios, nos oye; el que no es de Dios, no nos oye.
En esto conocemos el espíritu de verdad y el espíritu de error” (1 Juan 4:6).
¡Y aquí se nos enfrenta
con ese “nosotros” de nuevo! Una vez más, la imagen ridícula está
ante nosotros, en la cual cada culto, y cada separación, y cada denominación,
es capaz de recitar: “El que no es de Dios no nos oye” contra todo otro culto,
separación o denominación. ¡Pero alguno debe de ser capaz de decir esto y tener
razón!
Este “nosotros”
del que el apóstol habla debe incluirlo a sí mismo, ¿verdad? Las cosas que
rehúsan oír deben ser lo que este apóstol y los otros apóstoles han dicho y han
escrito, ¿verdad? Así que cuando el Espíritu Santo dice a través de Juan,
“Salieron de nosotros”, de lo que se apartaron era de la doctrina y comunión de
los verdaderos santos; y Juan continúa describiendo quiénes son los verdaderos
santos.
“El que dice: Yo le
conozco [al Señor Jesús], y no guarda sus mandamientos [los mandamientos del
Señor Jesús], el tal es mentiroso, y la verdad no está en él” (1 Juan 2:4).
Así que los verdaderos
santos abrazan las enseñanzas del Señor Jesucristo, y no intentan
comprometerlas o dar excusas por ellas. Una de las “excusas” populares para
ignorar las enseñanzas del Señor Jesús o para ponerles excusas es la idea de
que el Reino de Dios se ha “pospuesto” hasta la segunda venida. La conclusión
que se saca de esto es que “algunas de” las enseñanzas de el Señor Jesús no se
aplican a “nosotros” durante la era de la iglesia. Que son deshonestos cuando
hacen esto, se hace obvio por el hecho de que aquellos que enseñan este “reino
pospuesto” citarán las palabras del Señor Jesús cuando quiera que encajen con
sus propósitos, y “pospondrán” las palabras del Señor Jesús cuando quiera que
obstaculicen sus propósitos o los contradigan. En lo que se llama “La Gran
Comisión”, la cual todos los ministros citan como autoritativa para esta era,
el Señor Jesús dice:
“…enseñándoles que
guarden todas las cosas que
os he mandado” (Mateo 28:20).
La gran y final apostasía
de la profecía (2 Tesalonicenses 2:3), no es el abandono evidente y público de
la moralidad judeocristiana, ni es el abandono masivo de la religión o de la
asistencia a la iglesia: es la negación de que el Señor Jesús es el Señor de la
iglesia al ignorar o ponerle excusas a Sus enseñanzas.
“Todo
aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios
permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios. En esto se
manifiestan los hijos de Dios, y los hijos del diablo: todo aquel que no hace
justicia, y que no ama a su hermano, no es de Dios” (1 Juan 3:9-10).
Ahora esta frase “Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado” es una de las frases más
severas y atemorizantes en la Biblia. Se erige como una advertencia a aquellos
que están muy prontos a perdonarse a sí mismos por sus pecados habituales. Así
que ahí vamos… ¿conoce a alguien que nunca peque? Pero esta es una referencia a
los motivos y a las intenciones. Aquel que es nacido de Dios no planea pecar ni
se propone continuamente cometer pecados, porque la semilla Divina en él, que
engendra una “nueva criatura” (2 Corintios 5:17), no peca. El mismo apóstol
dice: “Hijitos míos, estas cosas os escribo, para que no pequéis; y si alguno
hubiere pecado, abogado (sacerdote representante) tenemos para con el Padre, a
Jesucristo el justo” (1 Juan 2:1).
Si uno es verdaderamente
un hijo de Dios, puede decir con Pablo: “Y si lo que no quiero, esto hago,
apruebo que la ley es buena. De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino
el pecado que mora en mí” (Romanos 7:16-17).
Esto no intenta disminuir
el horrible horror de cualquier pecado: sino amplificarlo. “Para esto apareció
el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo” (1 Juan 3:8). “Y todo
aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él
(Cristo) es puro” (1 Juan 3:3).
La cuestión es: aquellos
falsos creyentes que serán expuestos por su fraude en el juicio no será la
gente que no puso la suficiente voluntad: serán aquellos que nunca intentaron conformarse al estándar y a
las enseñanzas del Señor Jesús en primer lugar. Le echan un ojo a “No os hagáis
tesoros en la tierra” (Mateo 6:19), e inmediatamente se confunden acerca de lo
que podría significar esto. Después de que se han excusado a sí mismos por no
ser lo suficientemente maduros para entender, se olvidan de todo el asunto. No
hay ninguna intención de parte de ellos de rendirse al Señor Jesús, o de “andar
como Él anduvo” (1 Juan 2:6).
¿Cómo definiremos y
describiremos la justicia? El que no hace justicia no es de Dios (1 Juan 3:10). Hay una “justicia civil”, en la cual la aprobación de los
hombres fija el estándar. Pero lo que es de alta estima entre los hombres es abominación ante Dios. Esta conformidad servil
al orden social, que se hace solamente por seguridad personal y por lucro, es
simplemente conformidad con el mundo. La meta principal del de la “justicia
civil” es escapar a la persecución; pero la Biblia dice: “Y también todos los
que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución” (2
Timoteo 3:12).
¿Por qué?
Bueno, vaya por ahí
diciéndole a la gente que los verdaderos cristianos no se hacen tesoros en la
tierra, o que cualquiera que no renuncia a todo lo que posee no puede ser
discípulo de Cristo (Lucas 14:33), y descubrirá de inmediato todo acerca de la
persecución religiosa. O quizás se atreva a decir con el Señor Jesús: “Todo el
que repudia a su mujer, y se casa con otra, adultera,
y el que se casa con la repudiada del marido, adultera”
(Lucas 16:18). O quizás se atreva a hablar sobre si ¿pueden las mujeres ser pastoras y predicadoras? ¿Qué tan popular sería
usted en cualquier “iglesia” hoy en día si simplemente repitiese en voz alta
las palabras del Señor Jesús acerca de estos temas?
Si la vida y las
enseñanzas del Señor Jesús son el estándar absoluto de justicia, entonces
podemos entender lo que quiere decir, “todo aquel que no hace justicia, no es de Dios”. Si la justicia que
distingue a los verdaderos cristianos de todos los demás es sólo una moralidad
pública definida religiosamente, entonces todos los musulmanes, judíos,
budistas y mormones que se comportan como “buenos ciudadanos” son tan hijos de Dios
como cualquier cristiano, ¿no es así? “Si sabéis que él [el Señor Jesús] es
justo, sabed también que cualquiera que hace [el mismo tipo de] justicia, es
nacido de él” (1 Juan 2:29). Lo único que tiene que hacer para conseguir algo
de esa “religión popular civil” es librarse de las enseñanzas del Señor Jesús:
y eso es exactamente lo que ha sido hecho
por la Cristiandad Apóstata.
“Ya es la última hora”, y
es tiempo de terminar esa discusión sin fin que simula que no hay respuestas y
conclusiones definitivas ante nosotros. Algunos, en alguna parte, van a ser
esos muchos anticristos de la profecía, y lo desafiamos a describir otra clase
de personas que las que el mundo llama “ministros” que se puedan oponer
efectivamente a la persona y a los propósitos del Señor Jesucristo, al
suplantarlo a Él.
“Mas
por él (Dios) estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por
Dios sabiduría, justificación, santificación y redención” (1 Corintios 1:30).
Si uno realmente cree en
el Señor Jesucristo, esa pura creencia en Él nos hace sabios, justos, santos y
salvos: pero el que ha llegado a creer verdaderamente en el Señor Jesús siempre
vivirá para parecerse cada vez más a Su ejemplo mediante la obediencia a Sus
mandamientos, y Sus mandamientos no son gravosos para aquellos que creen que
son para nuestro bien (1 Juan 5:3). El Señor Jesús dijo: “Estas cosas os he
hablado, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido” (Juan
15:11).
Por otro lado, aquellos
que se han erigido un “pequeño anticristo” sobre sí mismos, creen que las
concesiones que le hacen a su “ministro” los hace participantes de la
“justicia” que ellos le asignan a ese “ministro”. El “ministro”, para todos los
propósitos reales y prácticos, se vuelve la “imagen pública” de Dios, al cual
le rinden obediencia. El Señor Jesús que dijo: “Lo que es de alta estima entre
los hombres es abominación ante Dios”, interfiere demasiado con sus ambiciones
económicas y sociales: así que se buscan a sí mismos otro “mediador” que sólo
les pide diezmos o conformidad a un código de vestimenta, y que los aplaude si
hacen que sus nombres salgan en el diario, o progresan en el mundo. El juego es
viejo, y siempre ha sido el mismo: a los que el mundo llama “ministros”, Dios
los llama anticristos: y cualquier “ministro” que rehúse totalmente jugar al
“juego del anticristo” verá a su público y su popularidad disminuir
rápidamente. Ellos también lo saben. ¡Simplemente no se puede ser visto como
una persona de influencia pública o pagar las facturas de un edificio imponente
con una congregación de 20 o 30 personas, no importa que tan dedicadas y fieles
sean esas 20 o 30 personas! El Señor Jesús dijo: “Gloria de los hombres no
recibo” (Juan 5:41). Él rechazó ese juego. Pero los muchos anticristos de la
profecía bíblica han hecho carrera de acumular honra de los hombres.
Repasemos el “juego” otra
vez: usted reconoce que el “ministro” es en verdad el representante especial de
Dios, y le da cierto grado de apoyo a su programa. Él le asegura que usted es
en verdad un “buen cristiano” y que le espera el cielo al final. No le hace
muchas preguntas, y usted tampoco le hace muchas preguntas: porque ninguno de
los dos quiere saber realmente. Si usted está preocupado o amenazado por algo
que leyó en la Biblia, siempre puede acudir a él; quien casi siempre “se lo
explica” de manera que usted termia debiéndole más de su tiempo y de su dinero
que lo que ya le está dando. Si usted se pone en contra de él, pondrá a la
mayoría en contra suya, o si quieren, dejará que ellos lo ataquen a voluntad.
Probablemente lo harán: ya que al haber condenado su “ejemplo público de la
religión verdadera”, también ha condenado a la gente que lo eligió. Cada
cultura y sociedad tiene su religión, y cada religión tiene sus “ministros”.
Todos estos “ministros públicos” hacen el mismo trabajo: representan la
“solución” al “problema de Dios”. La gente le tira la responsabilidad de
resolver “el problema de Dios” a su “ministro”, quien les “resuelve” el
problema de acuerdo al status quo. Ellos entonces, al hacerles concesiones a
estos “ministros”, suponen que tienen una porción de su superioridad
espiritual. Esta es la misma transacción que tiene lugar entre el cristiano y
su Salvador. El Señor Jesús ha resuelto nuestro “problema de Dios”, y al creer
que Él (el Señor Jesús) es la imagen (representante) del Dios invisible
(Colosenses 1:15), se nos considera justos. Cualquiera que le permita obtener
su seguridad espiritual de su santidad, o que reciba su aplauso como una prueba
de su justicia, es un anticristo.
Permítanos pintarle de
cuerpo entero la rutina de este “ministro profesional” de otra manera. El
concepto mundanal de “ministro” divide a la gente en dos clases: ministros
(clero) y laicos. A los “ministros” se les permite que estén en el negocio de
representar la religión en todo momento, esto se les exige y se espera de
ellos. A lo largo de todo el día su conversación debe estar marcada por
referencias a la Biblia o a las buenas costumbres. Aquellos que lo rodean le
permiten que libremente introduzca la religión en cualquier conversación:
esperan que haga eso: es su “trabajo”. No tiene que temer las consecuencias de
ofender a alguien fuera de su propio grupo, porque se le paga para defender la
posición religiosa de su propia “iglesia”. El “laico”, sin embargo, llega a
excusarse por defender sus convicciones religiosas en toda oportunidad, porque
no es “su trabajo”. Se alegra de esto, porque como no es “un predicador
oficial”, la mayoría no le permitirá que hable en forma autoritativa de asuntos
espirituales. ¡Sólo imagínese, si quiere, un “don nadie” que insiste en indagar
las convicciones religiosas de todos los que conoce! Se lo consideraría un
grosero y un chiflado engreído, ¿no es así? ¡Es el “título”, estimado lector, el que
hace la diferencia! En esta distinción mundanal entre la religión “amateur” y
“profesional”, solamente el “ministro público oficial, de tiempo completo,
licenciado y certificado” llega a parecerse a un “cristiano de primera clase”,
mientras que el laico llega a parecerse a algo menos que un “cristiano de
primera clase”. La abrumadora mayoría de gente que conoce se inclinará
automáticamente por el “ministro” a causa de su título público, mientras que no
temen ninguna consecuencia por ignorar o despreciar las opiniones del “laico”.
De ninguna manera negamos
que los que predican el evangelio puedan vivir del evangelio (1 Corintios
9:14). Hay, y habrá, ciertas personas que Dios ordena que reciban ayuda
financiera de los otros para que puedan dedicarse a trabajar por lo que el
mundo no les pagaría. Pero ¡ay! de los que estando en tal situación le permitan
a alguien que piense que todo está bien entre Dios y él sólo porque le ayudaron
económicamente, o le adularon. La tentación de quedarse callado cuando no se
tiene nada (en el mundo) que ganar excepto heridas, calumnias y enemigos es más
fuerte de lo que muchos ministros pueden soportar. ¿Qué supone usted que
ganaremos “de la mayoría” al decirles que a los que ellos llaman ministros Dios
los llama anticristos? Pocos son, los que pueden decir junto con Pablo: “Porque
no he rehuido de anunciaros todo el consejo de Dios” (Hechos 20:27).
Al anticristo realmente
no le importan las diferencias entre su doctrina y la de él: sólo le importa su
aprobación y su sostén financiero. No sugerimos que el anticristo nunca ofenda
a nadie, sino que tiene cuidado de no ofender a cualquiera cuya alabanza,
servicio o dinero pudiera ganar. Muchos “ministros profesionales” que en
privado confiesan que tienen convicciones bíblicas que son explícitamente
contrarias a las doctrinas oficiales de su propia “iglesia” o denominación,
nunca mencionan estos temas desde el púlpito, porque eso podría costarles su
“empleo”. Esta es la tercera vez, y de la tercera forma que se le explica esto.
La doctrina de los muchos anticristos
“Quién es el mentiroso, sino el que niega
que Jesús es el Cristo. Este es anticristo, el que niega al Padre y al
Hijo. Todo aquel que niega al Hijo, tampoco tiene al Padre. El que
confiesa al Hijo, tiene también al Padre” (1 Juan 2:22-23).
No puede ser que esta
negación del Padre y del Hijo equivalga a una negativa a admitir que hay un Padre y un Hijo, y cualquiera que
dijese, “No hay Padre ni Hijo” no tendría público en ninguna parte en la
cristiandad. Recuerde, Judas dice que estos hombres que niegan al único Señor
Dios y a Nuestro Señor Jesucristo, “han entrado encubiertamente” (Judas 4).
Están adentro, no fuera de la cristiandad. Pero fíjese: no dice que nieguen al
Espíritu Santo. Esto es porque arguyen estar guiados por el Espíritu Santo, y
hablan del Espíritu Santo. Traen “la palabra del Señor” como si viniese del
Espíritu Santo todas las veces. Pero niegan la Palabra del Señor como ha sido
revelada en el Padre y en el Hijo: y esta palabra está en la Biblia.
La palabra del Padre es
el testimonio de Dios, que ha testificado de Su Hijo (1 Juan 5:9). La palabra
del Hijo es lo que el Señor Jesús dijo. La palabra griega que se traduce por
negando significa “negar mediante contradecir”. El Señor Jesús dijo: “Vendrán
muchos en mi nombre,
diciendo: Yo (el Señor Jesús) soy el Cristo; y a muchos engañarán” (Mateo
24:5). Estos no son impostores del Señor Jesús”, sino gente que dice
representar al Señor Jesús. Vendrán con (la autoridad de) Su nombre. Dicen “el
Señor Jesús es el Cristo”, pero después niegan al único Señor Dios y a Nuestro
Señor Jesucristo, tanto por ignorar las enseñanzas del Señor Jesús mismo como
por ponerles excusas. Cualquiera que niega al Hijo, este tampoco tiene al Padre
(1 Juan 2:23). Nunca vendrán directamente y dirán que “el Señor Jesús estaba
totalmente equivocado” en esto o aquello: en cambio, contradecirán al Señor
Jesús al inventar excusas para lo que Él dijo; o al relegar lo que Él dijo a un
Reino Futuro; o al interpretar que lo que Él dijo ha perdido todo su
significado obvio. Considere lo que se hace comúnmente con: “Todo el que
repudia a su mujer, y se casa con otra, adultera,
y el que se casa con la repudiada del marido, adultera”
(Lucas 16:18). Para el momento en que terminaron de explicar estas palabras,
ellas no tienen nada que ver con el divorcio, la separación, la unión de hecho,
la anulación civil del matrimonio y el volverse a casar. En vez de eso,
consideran irresponsable a cualquiera que tiene problemas con su cónyugue no
haga exactamente lo contrario de lo que el Señor Jesús dice. Sin embargo, son firmes acerca de “como se sienten guiados” por el Espíritu
Santo. No toleran “interpretaciones” contradictorias a eso.
“Amados, no creáis a todo espíritu, sino
probad los espíritus si son de Dios; porque muchos falsos profetas han salido
por el mundo. En esto conoced el Espíritu de Dios: Todo espíritu que confiesa
que Jesucristo ha venido en carne, es de Dios; y todo espíritu que
no confiesa que Jesucristo ha venido en carne, no es de Dios; y este es el
espíritu del anticristo, el cual vosotros habéis oído que viene, y que ahora ya
está en el mundo” (1
Juan 4:1-3).
Esta no es una negación
de que jamás existió la persona del Señor Jesús. El espíritu del anticristo
niega que el Señor Jesús haya venido ahora para salvarnos. Hasta los demonios
pueden decir: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios” (Lucas 4:41). El espíritu
del anticristo sitúa una brecha entre usted y el Salvador, una brecha que sólo
el falso profeta puede llenar. La impresión mental y emocional que se crea en
usted por su predicación es que aunque usted es salvo, hay algo que falta que
solamente él puede suplir. De hecho, insinúa que el poder de Dios no puede
venir sobre usted en absoluto, excepto por intermedio de él. Se para entre el
cristiano profeso y Dios, como un mediador funcional. Esto lo hace mediante la
insinuación, la alusión y el doble sentido, y raramente por declaración
directa. Es una impresión que queda en usted, y que es reforzada por espíritus.
Se nos dice que examinemos los espíritus, porque muchos falsos profetas han
salido por el mundo. Estos espíritus del anticristo exaltan la “unción
especial” del falso profeta, a la vez que niegan que el poder de Cristo está
disponible inmediatamente para usted. Dijimos, los espíritus hacen esto: usted
queda claramente bajo la impresión de que su sensación de falta, de culpa o de
inseguridad surge de su propio corazón, y no de la predicación del falso
profeta. Ahora si usted no es salvo, esta impresión bien puede ser verdad: ya
que si usted no es salvo, no tiene idea de cómo es realmente la cristiandad (2
Corintios 2:14), y debe aceptar sin reservas todo lo que le parezca cristiano
para aceptar al Cristo. Cuando el Señor Jesús dijo que el hombre debe renunciar
a todo lo que posee para ser Su discípulo, Él estaba incluyendo a sus juicios
carnales acerca de lo que hace a la verdadera religión. Si usted es salvo, y se
queda con la impresión de que su bendición o su sanidad o su seguridad, se
vuelven dependientes de cuánto se rinda a un hombre en particular, usted está
empezando a ser influenciado por el espíritu del anticristo. Esto no significa
que toda vez que la predicación de alguien le haga sentirse así, ese alguien es
un anticristo, pero sí que está escuchando al espíritu del anticristo. De esta
manera, se nos dice que probemos a los espíritus, porque muchos falsos profetas
han salido por el mundo. El anticristo hace que ese alivio que usted anhela sea
el resultado de recibirlo a él, no el resultado de recibir una verdad. El
verdadero predicador desea convencerlo de una “verdad salvadora”: el anticristo
desea convencerlo de que él es “el salvador”. Si usted se inclina ante él por
ser “el gran hombre de Dios”, le dará seguridades; si duda de su autoridad, le
dará advertencias. A él lo le preocupa lo usted que cree en particular; a él le
preocupa su estimación de él, lo que usted piense de él; y eso es porque estos
muchos anticristos de la profecía bíblica son, todos ellos, promotores de sí
mismos.
Promotores de sí mismos
“Yo
he venido en nombre de mi Padre, y no me recibís: si otro viniere en su propio
nombre, á aquél recibiréis” (Juan 5:43).
“El
que habla por su propia cuenta, su propia gloria busca; pero el que busca la
gloria del que le envió, éste es verdadero, y no hay en él injusticia” (Juan
7:18).
“Su íntimo pensamiento es que sus casas
serán eternas, Y sus habitaciones para generación y generación” (Salmos 49:11).
No hay un modo más seguro
de identificar a esos muchos anticristos que prestar atención a lo que hacen
con su propio nombre. Para ellos, la religión es una carrera: lo último que
quieren es que sus nombres sean olvidados. Así, publicitan su propio nombre tan audazmente como se pueda y de
todas las maneras posibles. Les gusta que a las obras se las llamen en honor a
ellos; y aunque finjan humildad en el asunto cuando alguien viene con la idea,
aún así permiten que sus nombres brillen en el asunto. Le ponen a un instituto
bíblico su nombre, le ponen a un show de televisión su nombre. Fanfarronean
acerca de cuántas personas fueron bendecidas por estar en contacto con ellos, o
por enviarles dinero a
ellos. Si usted leyese su “boletín” vería sus nombres, sus fotos y
testimonios de sus grandezas más que cualquier otra cosa. Piensan que están
haciéndole un favor a Dios con todo este alarde, ya que suponen que quienquiera
que los mire a ellos, por necesidad debe estar mirando a Dios.
Mediante esta
presentación de sí mismos, como “representantes”, “intermediarios” y
“mediadores” entre el cristiano común y Dios, se convierten en anticristos. La
bendición y el poder del que alardean están ligados a ellos, y no a
cualquier verdad que puedan enseñar y dejar. Buscan hacer adictos a sí mismos, para que la
bendición, sí, y hasta la esperanza de salvación, se haga dependiente de si
usted se rinde o no a ellos, o si los ayuda o no.
Se insertan, mediante
alusiones y dobles sentidos, entre usted y Dios. Actúan como si fuesen una
“cabina de peaje” en la carretera al cielo: no pagas, no pasas.
¿Alguna vez ha asistido a
una de esas famosas “cruzadas de Fulano de Tal”? ¿Fulano de Tal murió por sus
pecados?
Si no fuera por la
existencia de la Biblia, sería imposible afirmar con seguridad ninguna de estas
cosas. La mente carnal, como es, desea ver las mejores cosas en la humanidad.
Usted desea creer que lo que se hace pasar por justicia realmente lo es: porque
entonces nos encontraríamos viviendo en un mundo más amigable, en la seguridad
de una multitud, donde todos los que viven piadosamente en Cristo Jesús no sufren persecución.
Pero… los cristianos
hemos dicho que la Biblia es la única verdad, y que más de la mitad de esa
Biblia se dedica a la condenación de la abrumadora mayoría de la humanidad.
Como está escrito: “No hay justo, ni aun uno; no hay quien entienda, no hay
quien busque á Dios” (Romanos 3:10-11, Salmos 14 y 53). La Biblia
explícitamente dice que todos los hombres son por definición, enemigos de Dios
hasta que se convierten, y a menos que se conviertan (Romanos 5:10, Colosenses
1:21). La Biblia no autoriza a nadie a llamarse a sí mismo “amigo de Dios”, a
menos que hagan las cosas que el Señor Jesús ordenó. “Vosotros sois mis amigos,
si hacéis lo que yo os mando” (Juan 15:14). ¿Cómo es posible que estos
“ministros” que han despreciado las palabras del Señor Jesucristo al ignorarlas
o al ponerle excusas, puedan ser los ministros de justicia? “¿Me he hecho,
pues, vuestro enemigo por deciros la verdad?” (Gálatas 4:16).
Hechiceía cristiana
Ahora observe como las
únicas diferencias entre el chamán y el “ministro” están en los símbolos y los
títulos de la autoridad social y espiritual que respeta su congregación.
La hechicería o brujería
es la manipulación de personas y de objetos para beneficio propio, mediante
medios sobrenaturales o psicológicos. Decimos, “ella lo embrujó con su
belleza”, o “Hitler embrujó al pueblo alemán con su oratoria”. La hechicería es
mayormente el arte de la persuasión, y casi siempre, aquellos que no creen en
el poder del hechicero no son afectados por ninguno de sus “abracadabras”. La
hechicería es de lo más eficaz cuando a aquel que se lo “maldice” cree en el
poder del brujo y sabe que lo está maldiciendo.
Suponga que tiró un par
de zapatos viejos, y el chamán los sacó de la basura, hizo muñequitos para
representarlos a usted y su esposa, y los puso en pie en los zapatos. Después,
perfora los muñecos con agujas, vierte sangre por encima de ellos, y les clava
escorpiones muertos en las espaldas. Pero usted nunca supo que esto estaba
ocurriendo. No hay problema, ¿verdad? Pero si él deja esos zapatos afuera de
su puerta para que usted los encuentre, entonces sí que se asustaría: no de su
superchería, sino de él, o de alguien a quien él podría enviar; porque aunque
usted no crea en sus supercherías, sospecha que ya que ha ido tan lejos, puede
estar dispuesto a reivindicar su propia maldición.
Por otra parte, si el
chamán le hace esto a alguien que ha pasado su vida en conformidad a una
sociedad que cree en esta superchería, bien podría asustarse hasta la muerte.
Los “símbolos” de poder del chamán: su título, sus paramentos, sus objetos
sagrados, y su superchería son casi cómicos para usted: pero ellos representan
“el poder de Dios” para su propio pueblo.
Los espíritus malignos
(demonios) también “trabajan con” el chamán. La Biblia testifica explícitamente
de la existencia de demonios, y los efectos terribles que pueden tener en la
gente. Así es que mucha brujas pueden demostrar poderes sobrenaturales y los
demuestran. Estamos bien al tanto de historias de aquellos que no creían en la brujería hasta que fueron
convencidos por un evento sobrenatural. Estos demonios pueden causar tormento
psicológico, dolores y síntomas, visiones aterradoras y sueños, y distraer
tanto a alguien que se vuelve propenso a los accidentes.
El poder del chamán de
influenciar e intimidar a su propia “congregación” es el mismo poder que el
“ministro” tiene sobre su propia congregación. Hay una presión social de
rendirse a la “autoridad divina” del chamán. Hay un respeto supersticioso
culturalmente condicionado por sus símbolos y sus títulos. Hay eventos
sobrenaturales que parecen confirmar su autoridad espiritual.
Quítele el disfraz, los
“objetos sagrados”, el respeto culturalmente condicionado a sus supercherías, y
la chusma que defiende su honor, ¿y qué nos queda? Un tipo con pantalones
cortos y una camisa sucia diciendo: “Te maldigo”. Pero deje que ese hombre se
ponga su traje, baile alrededor del fuego, y pronuncie maldiciones contra usted
en presencia de la gente que defenderá su honor, y usted no se atreverá a
mostrar su desprecio. Y ahora considere esto…
Arriba del escenario está
un hombre al que todo el mundo en su sociedad respeta y le tiene miedo. Usa un
“traje” especial que lo distingue como uno de los líderes en su propia cultura
(un traje de negocios estará bien en nuestra sociedad). Agita unos objetos sagrados,
hace ceremonias solemnes, busca en su libro de secretos oscuros y misteriosos
(que solamente él conoce bien), y pronuncia palabras inquietantes. Todo el
mundo a su alrededor insiste en que algo espléndido y divinamente significativo
está teniendo lugar.
Para sus encantamientos
toma prestadas las palabras del Dios Todopoderoso. No tendrá la cabeza de un
perro en un palo, pero tiene un “certificado” que garantiza que él es en
verdad, “el hombre de Dios”. Tiene un título el cual todos sus ancestros y todo
el mundo a su alrededor insiste en que se tiene que respetar.
Le promete paz y
seguridad a todo el que lo aplauda; echa juicios, maldiciones y excomuniones
contra todos los que lo desprecian. “Dicen: Estate en tu lugar, no te acerques
a mí, porque soy más santo que tú” (Isaías 65:5). Ama el andar por ahí con su
traje de predicador, y ama las salutaciones en el centro comercial, y los
primeros asientos en los edificios de las iglesias, y los lugares más altos en
las reuniones públicas sociales; permite que lo llamen: “Reverendo, Reverendo”,
y devora las casas de las viudas (les sacará hasta el último cobre “para Dios”
sin ninguna culpa), y por excusa hace largas oraciones (en público, por
supuesto). “Así ha dicho Jehová de los profetas que hacen errar a mi pueblo, y
claman: Paz, cuando tienen algo que comer, y al que no les da de comer,
proclaman guerra contra él” (Miqueas 3:5).
Quítele el “traje de
predicador”, el gran libro negro con bordes dorados, el certificado de
ordenación, el título público, el escenario iluminado y, especialmente, la
chusma que está lista para defender su honor, ¿y qué nos queda? Sólo otro
hombre común, igual que usted, diciendo: “Dios no te va a bendecir si no
admites que soy alguien especial a quien se debe respetar y obedecer”.
Los santos de Dios temen
ofender a su Dios, así que cuando un hombre se envuelve en símbolos y títulos
de la cristiandad, esos símbolos se vuelven sus “signos de autoridad”. Aunque
sea un sinvergüenza odioso, los de la iglesia temen criticarlo, porque tiene el
gran libro negro, el disfraz de dignidad pública, y un “certificado de
autoridad espiritual”: y además, todo opositor está consciente de la multitud
que está lista a castigarlo si se atreve a burlarse del “ministro”. El hecho es
que los símbolos y los títulos de la cristiandad se pueden usar exactamente del
mismo modo en que el chamán usa sus “símbolos y sus títulos”. Mientras que el
chamán o el anticristo se aferran a esos símbolos de autoridad pública, la
gente tiene miedo de despreciarlo o confrontarlo. Quítele el escenario, los
soportes, y la chusma vengadora, y lo que nos queda es sólo otro hombre que
intenta intimidar y subyugar a los otros con grandilocuencias y amenazas. Esta
es la cuarta vez, y la cuarta forma, en que esto se le explica.
Ahora de lo que hemos
estado hablando todo el tiempo, es de lo que la
mayoría llama
“ministros”. Hay hombres que han sido enviados y autorizados por
Dios para Representarlo: pero éstos se describen en la Biblia, y lo que el
mundo llama “ministros” no encajan en la descripción. Cualquier hombre cuya
autoridad en asuntos religiosos es puramente el producto de su conformidad a un
estándar popular es un anticristo. El hecho de que todos los hombres en todos
los tiempos y en todos los lugares hayan tenido sus “ministros” invita a
indagar “qué” eran y qué son exactamente estos ministros ante los ojos de Dios.
El hecho de que representen diferentes credos no oculta las cosas que todos
tienen en común. Ellas son “el qué” y “el quién”, que la raza humana caída ha
erigido ante los ojos de sus corazones en el lugar que sólo debería ser ocupado
por Nuestro Señor Jesucristo.
“Todos
los que antes de mí vinieron, ladrones son y salteadores; pero no los oyeron
las ovejas” (Juan 10:8).
La aprobación de la mentira
La mayoría de este mundo
hace mucho tiempo que ha conocido y ha reconocido que algunos hombres parecen
tener poderes sobrenaturales. Aún en los días de los apóstoles, “había un hombre llamado Simón, que antes
ejercía la magia en aquella ciudad, y había engañado a la gente de Samaria,
haciéndose pasar por algún grande. A
éste oían atentamente todos, desde el más pequeño hasta el más grande,
diciendo: Este es el gran poder de Dios. Y le estaban atentos,
porque con sus artes mágicas les había engañado mucho tiempo” (Hechos 8:9-11). Así es que las
mentes crédulas que no permiten que la Biblia describa a quién deben recibir, y
a quién deben ignorar, siempre tomarán la presencia de cualquier poder sobrenatural como “una señal” de
la aprobación de Dios.
Dios dio advertencias aún
a través de Moisés, unos 35 siglos atrás, de que surgirían de entre “nosotros”
quienes buscarían alejarnos del Dios Verdadero haciendo señales y maravillas:
“Cuando
se levantare en medio de ti profeta, o soñador de sueños, y te anunciare señal
o prodigios, y si se cumpliere la señal o prodigio que él te anunció, diciendo:
Vamos en pos de dioses ajenos, que no conociste, y sirvámosles; no
darás oído a las palabras de tal profeta, ni al tal soñador de sueños; porque
Jehová vuestro Dios os está probando, para saber si amáis a Jehová vuestro Dios
con todo vuestro corazón, y con toda vuestra alma” (Deuteronomio 13:1-3).
Ahora para el pueblo de
Israel, “los dioses ajenos” no eran siempre dioses con otro
nombre, sino que eran cualquier “supuesto” dios que no estuviese de acuerdo con
la Ley. Cualquiera entre ellos que hablase por Dios, y a la vez que negase o
contradijese la Ley, representaba a otro dios. “Porque has engrandecido tu
nombre, y tu palabra sobre todas las cosas” (Salmo 138:2). El Dios de la Biblia
declara que a Él se lo conoce mejor por sus palabras que por Su nombre. El
anticristo hace lo mismo. Siempre está hablando de un “Dios” al cual no habéis
conocido aún, pero al cual puedes conocer por su intermedio. El Señor Jesús
dijo: “vendrán muchos en mi nombre, diciendo: Yo [el Señor Jesús] soy el
Cristo; y á muchos engañarán [al pretender que han sido enviados por mí] (Mateo
24:5). El hecho de que alguien realice señales y maravillas (Mateo 24:24) no
significa que verdaderamente está representando a Dios. Y el hecho es que si
alguien fuera a dar testimonio de los milagros de sanidad y los dones del
Espíritu Santo que se han manifestado en él, este sería el mismísimo argumento
que los verdaderos cristianos podrían usar para desacreditarlo. Aún hasta este
mismo día, nunca dejamos de oír informes de sanidades milagrosas hechas por los
“ministros” del vudú y otras religiones ocultas. ¿Vamos a considerar todo
“milagro” hecho por alguien que dice ser cristiano como testimonio de que
representa los intereses de Nuestro Señor Jesucristo? Recuerde, el Señor Jesús
advirtió que “se levantarán falsos Cristos, y falsos profetas, y harán grandes
señales y prodigios, de tal manera que engañarán, si fuere posible, aun a los
escogidos” (Mateo 24:24). “Aún a los escogidos” difícilmente podría significar
otra cosa que el “nosotros” oficial del Nuevo Testamento. En otras palabras, el
poder del engaño en los últimos días será tan grande, que sólo con dificultad
los escogidos podrán escapar de ser engañados.
Ahora siempre han habido
falsos Cristos y falsos profetas, pero el lenguaje de la profecía hace que su
número y su poder sea notoriamente más grande en los últimos días: porque
aquellos que son engañados por ese poder “no recibieron el amor de la verdad para
ser salvos” (2 Tesalonicenses 2:10).
“Por esto Dios les envía un poder
engañoso, para que crean la mentira, a fin de que sean condenados todos los que
no creyeron a la verdad, sino que se complacieron en la injusticia” (2 Tesalonicenses 2:11-12).
Lo único que tiene que
hacer es encender esa TV, y ahí puede ver y escuchar acerca de milagros de toda
clase que ocurren en casi cada rincón de la cristiandad. ¿Cómo es entonces, que
Dios les envía “un poder engañoso”? Mediante la aprobación
de sus mentiras; dicho de otra manera: mediante el permitirles realizar
milagros confirmatorios a su mentira. Dios ha predicho que Él mismo hará esto
durante la apostasía del fin de esta era, antes de que Nuestro Señor Jesucristo
regrese (2 Tesalonicenses 2:1-12).
Para algunos podría ser
más tarde de lo que piensan. Pero para el resto podría haber oportunidad si
toman a pecho estas palabras:
“Pero Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta
ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan;
por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por
aquel varón a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los
muertos” (Hechos 17: 30-31).
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