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martes, 25 de octubre de 2011

TODO OJO LE VERÁ


En todos los tratamientos populares sobre el arrebatamiento, en libros, charlas y películas, el arrebatamiento es un gran misterio para el mundo incrédulo. Repentinamente, millones de personas a través del mundo desaparecen. Los autos chocan, los aviones caen del cielo, esposos y esposas se encuentran sentados a la mesa solos, sin sus cónyuges ni hijos. En medio de la devastación, estas pobres almas son dejadas para que se froten sus ojos llorosos en total perplejidad, buscando respuestas que son proporcionadas por el falso Anticristo.

Esta trama sirve para las novelas y las películas, pero no es lo que la Escritura enseña. La Escritura enseña que el Señor Jesús regresará a la tierra de la misma manera en que ascendió al cielo – en forma física -- , con el toque de trompeta que atraerá nuestra atención hacia el cielo, desde donde Él será visible para todos.

Este hecho es descrito en varias partes de la Escritura, pero en ninguna de ellas es tan clara como en el libro de Hechos. Después de la ascensión del Señor Jesús al cielo, el ángel da este mensaje a los atónitos discípulos, que continuaban mirando hacia el cielo: “Varones galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo” (Hechos 1:11).

Así vendrá. Los discípulos contemplaron el ascenso del Señor Jesús (físicamente, en su cuerpo resucitado) al cielo. Cuando los creyentes lo vean de nuevo, también lo verán físicamente, en su cuerpo resucitado.

Apocalipsis 1:7 añade un detalle muy importante a este evento: Él será visto por todas las personas. “He aquí que viene con las nubes, y todo ojo le verá, y los que le traspasaron; y todos los linajes de la tierra harán lamentación por él”. El Señor Jesús confirmó este detalle en Mateo 24:30: “Entonces aparecerá la señal del Hijo del Hombre en el cielo; y entonces lamentarán todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del cielo, con poder y gran gloria”.

Difícilmente estos pasajes podrían ser tachados de estar describiendo un descenso silencioso y secreto, dejando la remoción de la Iglesia como un gran misterio para los incrédulos. La Iglesia será arrebatada al cielo, pero el mundo entero lo verá.

Hay además otro evento sobrenatural que le añade dramatismo al ya mencionado: la resurrección de los muertos. Considérese lo que pasó después de la muerte del Señor en la cruz: “Y he aquí, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo; y la tierra tembló, y las rocas se partieron; y se abrieron los sepulcros, y muchos cuerpos de santos que habían dormido, se levantaron; y saliendo de los sepulcros, después de la resurrección de él, vinieron a la santa ciudad, y aparecieron a muchos” (Mateo 27:51–53). Tanto Pablo como el profeta Daniel nos dicen que algo similar ocurrirá al momento del arrebatamiento. Esto es descrito en tres pasajes separados:

“Pero en aquel tiempo será libertado tu pueblo, todos los que se hallen escritos en el libro. Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados” (Daniel 12:1–2).

“Porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados” (1 Corintios 15:52).

“Por lo cual os decimos esto en palabra del Señor: que nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor, no precederemos a los que durmieron. Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero” (1 Tesalonicenses 4: 15–16).

¡Qué sorpresa para los incrédulos! La tierra se rasga, los ataúdes se abren y los muertos resucitan. ¿Cuánto tiempo transcurrirá entre este evento y el arrebatamiento de todos los creyentes?, no lo sabemos. Sin embargo, es casi cierto que, si el mundo tiene tiempo de ver al Señor Jesús viniendo en las nubes, también tendrá tiempo de ver a los resucitados adorando a  su Rey.

Si es que todavía hay alguna duda entre los incrédulos acerca de lo que está pasando al momento en que el Señor regrese, esta será aclarada cuando vean a los creyentes recibir nuevos cuerpos y transformarse en seres celestiales. Sabemos, por las manifestaciones físicas del Señor Jesús y de sus ángeles, que los cuerpos celestiales pueden ser vistos por el mundo natural (Génesis 19:1; Hebreos 13:2; Juan 20:27). De igual forma, la transformación de los creyentes muertos y vivos será vista por aquellos incrédulos que se queden atrás. El evento de los creyentes siendo transformados y tomados al cielo será contemplado por el mundo incrédulo en perplejidad y horror.

Esto hace que la comparación que el Señor Jesús hace entre el arrebatamiento y los días de Noé sea aun más apremiante: “Mas como en los días de Noé, así será la venida del Hijo del Hombre” (Mateo 24:37). Muchas personas tienden a centrarse en las actividades descritas durante este tiempo: “Porque como en los días antes del diluvio estaban comiendo y bebiendo, casándose y dándose en casamiento…” (Mateo 24:38). Pero mientras esperaba el diluvio, Noé era un “pregonero de justicia” (2 Pedro 2:5). La palabra griega que aquí se traduce “pregonero” es kerux, que significa uno que proclama o publica, especialmente las nuevas del evangelio. Noé no estaba construyendo el arca en secreto, guardándose el asunto para sí mismo. Estaba construyendo con una mano y predicando con la otra, advirtiendo a los habitantes de la tierra acerca de su destrucción inminente.

Las personas de entonces no eran diferentes de las de hoy en día. Sin  duda alguna que Noé fue ridiculizado. Probablemente sus vecinos pasaban cerca para ver la ridícula construcción destinada a flotar que Noé construía en medio del desierto. La gente debe de haber viajado de un lado a otro de la cuenca mediterránea sólo para burlarse. Pero una cosa es segura, cuando las aguas vinieron y los burladores se quedaron fuera del arca, ni uno sólo de ellos se preguntó qué estaba pasando. Puede que no hayan creído las palabras de Dios acerca de Su juicio antes de que comenzara a llover, pero apostamos a ganador si decimos que las creyeron y recordaron todas cuando las aguas comenzaron a inundar la tierra. Pero para el momento en que fue evidente que el juicio de Dios había llegado, era demasiado tarde. Así será también cuando el Señor Jesucristo venga a arrebatar a Su pueblo.

La venida física, corporal, del Señor Jesús, visible para el mundo entero durante la Semana Septuagésima, juega el mismo papel que jugó el diluvio. No habrá más excusas en las bocas de los que serán dejados atrás. El evangelio habrá sido proclamado hasta el fin de la tierra. Los incrédulos habrán visto al Cristo y sabrán que Él es el Señor. Habrán visto la resurrección de los muertos y la transformación física de los que experimentaron el arrebatamiento, y sabrán que se lo han perdido. Cuando el Señor Jesús descienda del cielo, con el toque de trompeta y la voz del arcángel, ni un sólo incrédulo se preguntará qué está pasando. Como sus antepasados del tiempo de Noé, sabrán que es demasiado tarde para ellos.

Esta lección es tan importante que la Biblia hace la comparación entre la Segunda Venida de Cristo y los días de Noé tres veces (Mateo 24:37; 1 Pedro 3:20–22; 2 Pedro 2:5). Afortunadamente, como el evangelio habrá sido predicado a cada pueblo, lengua y nación, habrá muchas Biblias disponibles en todos los idiomas después del arrebatamiento; sus dueños, llevados al cielo en el arrebatamiento, no las necesitarán más.

La Señal en el Cielo

Hay quienes creen que el Señor Jesús, cuando venga, sólo será visto por los creyentes; creen que de alguna manera nuestra condición espiritual nos da derecho de verlo en gloria mientras que otros no lo verán — de ahí la teoría de la “desaparición secreta”. El lamento de las tribus judías, sin embargo, claramente invalida esta posición.

“Entonces aparecerá la señal del Hijo del Hombre en el cielo; y entonces lamentarán todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del cielo, con poder y gran gloria” (Mateo 24:30).“He aquí que viene con las nubes, y todo ojo le verá, y los que le traspasaron; y todos los linajes de la tierra harán lamentación por él” (Apocalipsis 1:7).

A lo largo y ancho del mundo entero, habrá miembros de las 12 tribus de Israel que se unirán en asombro a los millones de incrédulos cuando vean al mismísimo Señor Dios descender del cielo; entonces lamentarán por el Mesías al que deberían haber reconocido hace tiempo atrás (Zacarías 12:10). ¡Qué triste día para el pueblo escogido de Dios!

Pero de una manera única y maravillosa, hay esperanza de Dios aun en esto. Recuérdese que, desde el inicio de la Semana Septuagésima, habrá una explosión evangelística. Los cristianos, sabiendo que el tiempo que queda es corto, dejarán todo para difundir el evangelio. Después de todo, ¿de qué les sirven sus hogares, sus finanzas y sus vidas, si el Señor con toda seguridad vendrá por ellos en un lapso de meses o unos pocos años? La venida del Señor Jesús validará todo los que los pregoneros del evangelio han dicho. Para aquellos esperando por una, “la venida del Hijo del Hombre” será la prueba indubitable. Y, a diferencia de aquellos que se perdieron abordar el arca de Noé, aquellos que se pierdan formar parte del arrebatamiento recibirán una segunda oportunidad para aceptar la gracia de Dios, aun si significa perder sus vidas a manos del Anticristo.

Que Dios dará tal señal a los incrédulos es ampliamente enseñado en la Biblia. Desde el comienzo de la humanidad, Dios le ha dado al mundo señales como claros indicadores de Su poder, Su majestad y de la inmutabilidad de Su palabra. Estas señales han sido evidentes, a menudo sobrenaturales, y visibles tanto para creyentes como incrédulos. En el Éxodo, por ejemplo, Dios le ordenó a Moisés que arrojará su vara al suelo para se convirtiera en serpiente como una señal para los Israelitas de que Él lo había designado para guiarlos en su salida de Egipto. Si ellos no le creían, Moisés debía poner su mano en su pecho, primero para que se llenara de lepra, luego para que fuera sanada. Si aun no le creían, Moisés debía tomar agua del río y arrojarla sobre la tierra para que se convirtiera en sangre (Éxodo 4:1–9). Israel requeriría las tres señales. Más tarde, Moisés realizaría señales aun más grandes en presencia del Faraón.

Cientos de años después, Dios daría la señal más grande de todas: Su Hijo, Jesucristo, nacería de una virgen (Isaías 7:14). El Señor Jesús también haría uso de señales, validando así Su ministerio terrenal resucitando muertos, dando vista a los ciegos, haciendo caminar a los cojos y cumpliendo todas las profecías mesiánicas del Antiguo Testamento. Después de todo esto, cuando los Israelitas demandaron aun otra señal, Él les dio la señal del profeta Jonás, refiriéndose a Su muerte y a Su resurrección tres días después (Mateo 12:39).

Así que, cuando el Señor Jesús dice que habrá una señal de Su venida, ¿deberíamos esperar que esta fuera secreta, vista sólo por los creyentes? O, al igual que Sus otras señales, esta será una manifestación de Su gloria ante todo el mundo?

La Condenación Eterna y la Marca

La visión física y corporal de Cristo juega un papel importante en los eventos del Apocalipsis. Uno de estos eventos es la advertencia de parte de Dios de que cualquiera que reciba la marca de bestia sellará para siempre su condenación eterna. Por un lado, este parece ser un castigo demasiado severo para un solo error. Sin embargo, si tomamos en cuenta que esto dice relación con la anunciada venida del Señor Jesús y el fin del siglo, parece muy justa. No habrá dudas acerca de quién es Señor del cielo y de la tierra. Aquellos que reciban la marca estarán rechazando abiertamente el señorío de Cristo.

¿Qué es la marca de la bestia? Junto con la identificación del Anticristo con el número 666, esta marca es una de las más descriptivas características de la Semana Septuagésima. Aun las personas que nunca han leído la Biblia o han ido a la iglesia saben que, junto con el Armagedón, la marca tiene algo que ver con “el fin del mundo”, aun sino saben exactamente cómo.

La marca de la bestia y el número “666” provienen de Apocalipsis 13:1–18: 


“Me paré sobre la arena del mar, y vi subir del mar una bestia que tenía siete cabezas y diez cuernos; y en sus cuernos diez diademas; y sobre sus cabezas, un nombre blasfemo. Y la bestia que vi era semejante a un leopardo, y sus pies como de oso, y su boca como boca de león. Y el dragón le dio su poder y su trono, y grande autoridad. Vi una de sus cabezas como herida de muerte, pero su herida mortal fue sanada; y se maravilló toda la tierra en pos de la bestia, y adoraron al dragón que había dado autoridad a la bestia, y adoraron a la bestia, diciendo: ¿Quién como la bestia, y quién podrá luchar [hacer guerra] contra ella?

“También se le dio boca que hablaba grandes cosas y blasfemias; y se le dio autoridad para actuar cuarenta y dos meses [tres años y medio, desde la mitad de  la Semana Septuagésima hasta su término]. Y abrió su boca en blasfemias contra Dios, para blasfemar de su nombre, de su tabernáculo, y de los que moran en el cielo. Y se le permitió hacer guerra contra los santos, y vencerlos [la Gran Tribulación]. También se le dio autoridad sobre toda tribu, pueblo, lengua y nación. Y la adoraron todos los moradores de la tierra cuyos nombres no estaban escritos en el libro de la vida del Cordero que fue inmolado desde el principio del mundo.

“… Después vi otra bestia [el falso profeta] que subía de la tierra; y tenía dos cuernos semejantes a los de un cordero, pero hablaba como un dragón. Y ejerce toda la autoridad de la primera bestia en presencia de ella, y hace que la tierra y los moradores de ella adoren a la primera bestia, cuya herida mortal fue sanada. También hace grandes señales, de tal manera que aun hace descender fuego del cielo a la tierra delante de los hombres.

“Y engaña a los moradores de la tierra con las señales que se le ha permitido hacer en presencia de la bestia, mandando a los moradores de la tierra que le hagan imagen a la bestia que tiene la herida de espada, y vivió. Y se le permitió infundir aliento a la imagen de la bestia, para que la imagen hablase e hiciese matar a todo el que no la adorase.

“Y hacía que a todos, pequeños y grandes, ricos y pobres, libres y esclavos, se les pusiese una marca en la mano derecha, o en la frente; y que ninguno pudiese comprar ni vender, sino el que tuviese la marca o el nombre de la bestia, o el número de su nombre. Aquí hay sabiduría. El que tiene entendimiento, cuente el número de la bestia, pues es número de hombre. Y su número es seiscientos sesenta y seis”.

¡Qué aterrador cuadro del mundo justo antes del regreso del Señor Jesucristo! Durante este período, la fidelidad del pueblo de Dios será probada, y la Palabra de Dios les proporcionará fuerza, ánimo y las advertencias necesarias para no ser engañados por los milagros engañosos que se multiplicarán durante la segunda parte de la Semana Septuagésima (Mateo 24:24; Apocalipsis 13:4).

Según algunos intérpretes, Apocalipsis 13 nos dice, por ejemplo, que una vez que el Anticristo esté en el ojo público (a partir de la confirmación del pacto de siete años con Israel, cuando es catapultado a fama mundial), recibirá una herida mortal en la cabeza. Por medio del poder de Satanás, milagrosamente volverá a la vida y el mundo se asombrará por este suceso, y lo alabará diciendo: “¿Quién como la bestia, y quién podrá luchar [hacer guerra] contra ella?” (Apocalipsis 13:4).

Con este evento sobrenatural a su favor, el Anticristo se presentará en el templo de Jerusalén y se declarará Dios (o en lugar de Dios -de ahí Anticristo- o contra Cristo). Este suceso es el que el Señor Jesús llamó “la abominación desoladora de que habló el profeta Daniel”. A partir de aquí, el Anticristo, cuyas conquistas de varias naciones le habrán dado poder mundial, exigirá que todos los pueblos sobre los que él gobierna le adoren. El castigo por la desobediencia será la muerte. El falso profeta, quien también recibirá su poder de Satanás, podrá ejecutar toda clase de milagros en el nombre del Anticristo, lo cual fortalecerá su declaración de divinidad.

Ahora “bajo el poder de Dios”, el Anticristo hará que todas las personas, niños y adultos, reciban una marca en sus manos derechas o en sus frentes; sin esta marca nadie podrá comprar ni vender. Esta marca, como la stigmata del Señor Jesús sobre los creyentes, identificará eternamente a quienes la reciban con el Anticristo. Dios ha advertido que recibir la marca del Anticristo significará que una persona está perdida para siempre:

“Y el tercer ángel los siguió, diciendo a gran voz: Si alguno adora a la bestia y a su imagen, y recibe la marca en su frente o en su mano, él también beberá del vino de la ira de Dios, que ha sido vaciado puro en el cáliz de su ira; y será atormentado con fuego y azufre delante de los santos ángeles y del Cordero; y el humo de su tormento sube por los siglos de los siglos. Y no tienen reposo de día ni de noche los que adoran a la bestia y a su imagen, ni nadie que reciba la marca de su nombre” (Apocalipsis 14:9–11).

Muchos cuestionan la justicia de esta advertencia, considerándola demasiado severa. ¿Cómo puede una decisión significar que estés separado de Dios por toda la eternidad? Con relación a la venida del Señor Jesús, sin embargo, el castigo es justo. No hay posibilidad de decir “No lo sabía”. Todos conocerán la identidad del Creador de los cielos y la tierra. Todos sabrán que Él no tolera el pecado. Verán al engañador, el Anticristo, quien ejecuta milagros por el poder de Satanás y se exalta poniéndose en lugar de Dios. Cara a cara de los dos poderes opuestos — el Dios verdadero y el dios falso —los habitantes de la tierra de este período estarán obligados a escoger de qué lado ponerse.

Aun después de que haya ocurrido el arrebatamiento, por gracia de Dios, el evangelio será oído. Dios preservará a los 144.000 de las tribus de Israel, quienes serán como predicadores para el mundo anonadado (Apocalipsis 7:3, 14:1). Dios enviará a los Dos Testigos a predicar la justicia desde el Muro de los Lamentos (Apocalipsis 11:6–7). Dios enviará, también, a un ángel para predicar el evangelio a cada criatura sobre la tierra, diciendo: “Si alguno adora a la bestia y a su imagen, y recibe la marca en su frente o en su mano, él también beberá del vino de la ira de Dios, que ha sido vaciado puro en el cáliz de su ira; y será atormentado con fuego y azufre delante de los santos ángeles y del Cordero” (Apocalipsis 14:9–10).

Dios es verdaderamente misericordioso, pero tiene límites también. La marca de la bestia es uno de esos límites. El que recibe la marca, no puede decir que no fue advertido.