En todos los tratamientos populares sobre el
arrebatamiento, en libros, charlas y películas, el arrebatamiento es un gran
misterio para el mundo incrédulo. Repentinamente, millones de personas a través
del mundo desaparecen. Los autos chocan, los aviones caen del cielo, esposos y
esposas se encuentran sentados a la mesa solos, sin sus cónyuges ni hijos. En
medio de la devastación, estas pobres almas son dejadas para que se froten sus
ojos llorosos en total perplejidad, buscando respuestas que son proporcionadas
por el falso Anticristo.
Esta trama sirve para las novelas y las películas,
pero no es lo que la Escritura enseña. La Escritura enseña que el Señor Jesús
regresará a la tierra de la misma manera en que ascendió al cielo – en forma física
-- , con el toque de trompeta que atraerá nuestra atención hacia el cielo,
desde donde Él será visible para todos.
Este hecho es descrito en varias partes de la
Escritura, pero en ninguna de ellas es tan clara como en el libro de Hechos.
Después de la ascensión del Señor Jesús al cielo, el ángel da este mensaje a
los atónitos discípulos, que continuaban mirando hacia el cielo: “Varones
galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido
tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo” (Hechos
1:11).
Así vendrá. Los discípulos contemplaron el ascenso del Señor
Jesús (físicamente, en su cuerpo resucitado) al cielo. Cuando los creyentes lo
vean de nuevo, también lo verán físicamente, en su cuerpo resucitado.
Apocalipsis 1:7 añade un detalle muy importante a este
evento: Él será visto por todas las
personas. “He aquí que viene con las nubes, y todo ojo le verá, y los que
le traspasaron; y todos los linajes de la tierra harán lamentación por él”. El
Señor Jesús confirmó este detalle en Mateo 24:30: “Entonces aparecerá la señal
del Hijo del Hombre en el cielo; y entonces lamentarán todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del Hombre viniendo
sobre las nubes del cielo, con poder y gran gloria”.
Difícilmente estos pasajes podrían ser tachados de estar describiendo
un descenso silencioso y secreto, dejando la remoción de la Iglesia como un
gran misterio para los incrédulos. La Iglesia será arrebatada al cielo, pero el
mundo entero lo verá.
Hay además otro evento sobrenatural que le
añade dramatismo al ya mencionado: la resurrección de los muertos. Considérese
lo que pasó después de la muerte del Señor en la cruz: “Y he aquí, el velo del
templo se rasgó en dos, de arriba abajo; y la tierra tembló, y las rocas se
partieron; y se abrieron los sepulcros, y muchos cuerpos de santos que habían
dormido, se levantaron; y saliendo de los sepulcros, después de la resurrección
de él, vinieron a la santa ciudad, y aparecieron a muchos” (Mateo 27:51–53).
Tanto Pablo como el profeta Daniel nos dicen que algo similar ocurrirá al
momento del arrebatamiento. Esto es descrito en tres pasajes separados:
“Pero en aquel tiempo será libertado tu pueblo, todos
los que se hallen escritos en el libro. Y muchos de los que duermen en el polvo
de la tierra serán despertados” (Daniel 12:1–2).
“Porque se tocará la trompeta, y los muertos serán
resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados” (1 Corintios 15:52).
“Por lo cual os decimos esto en palabra del Señor: que
nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor, no
precederemos a los que durmieron. Porque el Señor mismo con voz de mando, con
voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en
Cristo resucitarán primero” (1
Tesalonicenses 4: 15–16).
¡Qué sorpresa para los incrédulos! La
tierra se rasga, los ataúdes se abren y los muertos resucitan. ¿Cuánto tiempo
transcurrirá entre este evento y el arrebatamiento de todos los creyentes?, no
lo sabemos. Sin embargo, es casi cierto que, si el mundo tiene tiempo de ver al
Señor Jesús viniendo en las nubes, también tendrá tiempo de ver a los
resucitados adorando a su Rey.
Si es que todavía hay alguna duda entre
los incrédulos acerca de lo que está pasando al momento en que el Señor
regrese, esta será aclarada cuando vean a los creyentes recibir nuevos cuerpos
y transformarse en seres celestiales. Sabemos, por las manifestaciones físicas
del Señor Jesús y de sus ángeles, que los cuerpos celestiales pueden ser vistos
por el mundo natural (Génesis 19:1; Hebreos 13:2; Juan 20:27). De igual forma,
la transformación de los creyentes muertos y vivos será vista por aquellos
incrédulos que se queden atrás. El evento de los creyentes siendo transformados
y tomados al cielo será contemplado por el mundo incrédulo en perplejidad y
horror.
Esto hace que la comparación que el Señor Jesús hace
entre el arrebatamiento y los días de Noé sea aun más apremiante: “Mas como en
los días de Noé, así será la venida del Hijo del Hombre” (Mateo 24:37). Muchas
personas tienden a centrarse en las actividades descritas durante este tiempo:
“Porque como en los días antes del diluvio estaban comiendo y bebiendo,
casándose y dándose en casamiento…” (Mateo 24:38). Pero mientras esperaba el
diluvio, Noé era un “pregonero de justicia” (2 Pedro 2:5). La palabra griega
que aquí se traduce “pregonero” es kerux,
que significa uno que proclama o publica, especialmente las nuevas del
evangelio. Noé no estaba construyendo el arca en secreto, guardándose el asunto
para sí mismo. Estaba construyendo con una mano y predicando con la otra,
advirtiendo a los habitantes de la tierra acerca de su destrucción inminente.
Las personas de entonces no eran diferentes de las de
hoy en día. Sin duda alguna que Noé fue
ridiculizado. Probablemente sus vecinos pasaban cerca para ver la ridícula
construcción destinada a flotar que Noé construía en medio del desierto. La
gente debe de haber viajado de un lado a otro de la cuenca mediterránea sólo
para burlarse. Pero una cosa es segura, cuando las aguas vinieron y los
burladores se quedaron fuera del arca, ni uno sólo de ellos se preguntó qué
estaba pasando. Puede que no hayan creído las palabras de Dios acerca de Su
juicio antes de que comenzara a llover, pero apostamos a ganador si decimos que
las creyeron y recordaron todas cuando las aguas comenzaron a inundar la
tierra. Pero para el momento en que fue evidente que el juicio de Dios había
llegado, era demasiado tarde. Así será también cuando el Señor Jesucristo venga
a arrebatar a Su pueblo.
La venida física, corporal, del Señor Jesús, visible
para el mundo entero durante la Semana Septuagésima, juega el mismo papel que
jugó el diluvio. No habrá más excusas en las bocas de los que serán dejados
atrás. El evangelio habrá sido proclamado hasta el fin de la tierra. Los
incrédulos habrán visto al Cristo y sabrán que Él es el Señor. Habrán visto la
resurrección de los muertos y la transformación física de los que
experimentaron el arrebatamiento, y sabrán que se lo han perdido. Cuando el
Señor Jesús descienda del cielo, con el toque de trompeta y la voz del
arcángel, ni un sólo incrédulo se preguntará qué está pasando. Como sus
antepasados del tiempo de Noé, sabrán que es demasiado tarde para ellos.
Esta lección es tan importante que la Biblia hace la
comparación entre la Segunda Venida de Cristo y los días de Noé tres veces (Mateo
24:37; 1 Pedro 3:20–22; 2 Pedro 2:5). Afortunadamente, como el evangelio habrá
sido predicado a cada pueblo, lengua y nación, habrá muchas Biblias disponibles
en todos los idiomas después del arrebatamiento; sus dueños, llevados al cielo
en el arrebatamiento, no las necesitarán más.
La Señal en
el Cielo
Hay quienes creen que el Señor Jesús, cuando venga,
sólo será visto por los creyentes; creen que de alguna manera nuestra condición
espiritual nos da derecho de verlo en gloria mientras que otros no lo verán —
de ahí la teoría de la “desaparición secreta”. El lamento de las tribus judías,
sin embargo, claramente invalida esta posición.
“Entonces aparecerá la señal del Hijo del Hombre en el
cielo; y entonces lamentarán todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del
Hombre viniendo sobre las nubes del cielo, con poder y gran gloria” (Mateo
24:30).“He aquí que viene con las nubes, y todo ojo le verá,
y los que le traspasaron; y todos los linajes de la tierra harán lamentación
por él” (Apocalipsis 1:7).
A lo largo y ancho del mundo entero, habrá miembros de
las 12 tribus de Israel que se unirán en asombro a los millones de incrédulos
cuando vean al mismísimo Señor Dios descender del cielo; entonces lamentarán
por el Mesías al que deberían haber reconocido hace tiempo atrás (Zacarías
12:10). ¡Qué triste día para el pueblo escogido de Dios!
Pero de una manera única y maravillosa, hay esperanza
de Dios aun en esto. Recuérdese que, desde el inicio de la Semana Septuagésima,
habrá una explosión evangelística. Los cristianos, sabiendo que el tiempo que
queda es corto, dejarán todo para difundir el evangelio. Después de todo, ¿de
qué les sirven sus hogares, sus finanzas y sus vidas, si el Señor con toda
seguridad vendrá por ellos en un lapso de meses o unos pocos años? La venida
del Señor Jesús validará todo los que los pregoneros del evangelio han dicho.
Para aquellos esperando por una, “la venida del Hijo del Hombre” será la prueba
indubitable. Y, a diferencia de aquellos que se perdieron abordar el arca de
Noé, aquellos que se pierdan formar parte del arrebatamiento recibirán una
segunda oportunidad para aceptar la gracia de Dios, aun si significa perder sus
vidas a manos del Anticristo.
Que Dios dará tal señal a los incrédulos es
ampliamente enseñado en la Biblia. Desde el comienzo de la humanidad, Dios le
ha dado al mundo señales como claros indicadores de Su poder, Su majestad y de
la inmutabilidad de Su palabra. Estas señales han sido evidentes, a menudo
sobrenaturales, y visibles tanto para creyentes como incrédulos. En el Éxodo,
por ejemplo, Dios le ordenó a Moisés que arrojará su vara al suelo para se
convirtiera en serpiente como una señal para los Israelitas de que Él lo había
designado para guiarlos en su salida de Egipto. Si ellos no le creían, Moisés
debía poner su mano en su pecho, primero para que se llenara de lepra, luego
para que fuera sanada. Si aun no le creían, Moisés debía tomar agua del río y
arrojarla sobre la tierra para que se convirtiera en sangre (Éxodo 4:1–9).
Israel requeriría las tres señales. Más tarde, Moisés realizaría señales aun
más grandes en presencia del Faraón.
Cientos de años después, Dios daría la señal más
grande de todas: Su Hijo, Jesucristo, nacería de una virgen (Isaías 7:14). El
Señor Jesús también haría uso de señales, validando así Su ministerio terrenal
resucitando muertos, dando vista a los ciegos, haciendo caminar a los cojos y
cumpliendo todas las profecías mesiánicas del Antiguo Testamento. Después de
todo esto, cuando los Israelitas demandaron aun otra señal, Él les dio la señal
del profeta Jonás, refiriéndose a Su muerte y a Su resurrección tres días
después (Mateo 12:39).
Así que, cuando el Señor Jesús dice que habrá una
señal de Su venida, ¿deberíamos esperar que esta fuera secreta, vista sólo por
los creyentes? O, al igual que Sus otras señales, esta será una manifestación
de Su gloria ante todo el mundo?
La
Condenación Eterna y la Marca
La visión física y corporal de Cristo juega un papel
importante en los eventos del Apocalipsis. Uno de estos eventos es la
advertencia de parte de Dios de que cualquiera que reciba la marca de bestia
sellará para siempre su condenación eterna. Por un lado, este parece ser un castigo
demasiado severo para un solo error. Sin embargo, si tomamos en cuenta que esto
dice relación con la anunciada venida del Señor Jesús y el fin del siglo,
parece muy justa. No habrá dudas acerca de quién es Señor del cielo y de la
tierra. Aquellos que reciban la marca estarán rechazando abiertamente el
señorío de Cristo.
¿Qué es la marca de la bestia? Junto con la
identificación del Anticristo con el número 666, esta marca es una de las más
descriptivas características de la Semana Septuagésima. Aun las personas que
nunca han leído la Biblia o han ido a la iglesia saben que, junto con el
Armagedón, la marca tiene algo que ver con “el fin del mundo”, aun sino saben
exactamente cómo.
La marca de la bestia y el número “666” provienen de
Apocalipsis 13:1–18:
“Me paré sobre la arena del mar, y vi subir del mar una bestia que tenía siete cabezas y diez cuernos; y en sus cuernos diez diademas; y sobre sus cabezas, un nombre blasfemo. Y la bestia que vi era semejante a un leopardo, y sus pies como de oso, y su boca como boca de león. Y el dragón le dio su poder y su trono, y grande autoridad. Vi una de sus cabezas como herida de muerte, pero su herida mortal fue sanada; y se maravilló toda la tierra en pos de la bestia, y adoraron al dragón que había dado autoridad a la bestia, y adoraron a la bestia, diciendo: ¿Quién como la bestia, y quién podrá luchar [hacer guerra] contra ella?
“Me paré sobre la arena del mar, y vi subir del mar una bestia que tenía siete cabezas y diez cuernos; y en sus cuernos diez diademas; y sobre sus cabezas, un nombre blasfemo. Y la bestia que vi era semejante a un leopardo, y sus pies como de oso, y su boca como boca de león. Y el dragón le dio su poder y su trono, y grande autoridad. Vi una de sus cabezas como herida de muerte, pero su herida mortal fue sanada; y se maravilló toda la tierra en pos de la bestia, y adoraron al dragón que había dado autoridad a la bestia, y adoraron a la bestia, diciendo: ¿Quién como la bestia, y quién podrá luchar [hacer guerra] contra ella?
“También se le dio boca que hablaba grandes cosas y
blasfemias; y se le dio autoridad para actuar cuarenta y dos meses [tres años y
medio, desde la mitad de la Semana
Septuagésima hasta su término]. Y abrió su boca en blasfemias contra Dios, para blasfemar de su
nombre, de su tabernáculo, y de los que moran en el cielo. Y se le permitió
hacer guerra contra los santos, y vencerlos [la
Gran Tribulación]. También se
le dio autoridad sobre toda tribu, pueblo, lengua y nación. Y la adoraron todos los moradores de la tierra cuyos
nombres no estaban escritos en el libro de la vida del Cordero que fue inmolado
desde el principio del mundo.
“… Después vi otra bestia [el falso profeta] que subía de
la tierra; y tenía dos cuernos semejantes a los de un cordero, pero hablaba
como un dragón. Y ejerce toda
la autoridad de la primera bestia en presencia de ella, y hace que la tierra y
los moradores de ella adoren a la primera bestia, cuya herida mortal fue
sanada. También hace grandes señales, de tal manera que aun hace descender
fuego del cielo a la tierra delante de los hombres.
“Y engaña a los moradores de la tierra con las señales
que se le ha permitido hacer en presencia de la bestia, mandando a los
moradores de la tierra que le hagan imagen a la bestia que tiene la herida de
espada, y vivió. Y se le permitió infundir aliento a la imagen de la bestia,
para que la imagen hablase e hiciese matar a todo el que no la adorase.
“Y hacía que a todos, pequeños y grandes, ricos y
pobres, libres y esclavos, se les pusiese una marca en la mano derecha, o en la
frente; y que ninguno pudiese comprar ni vender, sino el que tuviese la marca o
el nombre de la bestia, o el número de su nombre. Aquí hay sabiduría. El que
tiene entendimiento, cuente el número de la bestia, pues es número de hombre. Y
su número es seiscientos sesenta y seis”.
¡Qué aterrador cuadro del mundo justo antes del regreso del Señor Jesucristo!
Durante este período, la fidelidad del pueblo de Dios será probada, y la
Palabra de Dios les proporcionará fuerza, ánimo y las advertencias necesarias
para no ser engañados por los milagros engañosos que se multiplicarán durante
la segunda parte de la Semana Septuagésima (Mateo 24:24; Apocalipsis 13:4).
Según algunos intérpretes, Apocalipsis 13 nos dice,
por ejemplo, que una vez que el Anticristo esté en el ojo público (a partir de
la confirmación del pacto de siete años con Israel, cuando es catapultado a
fama mundial), recibirá una herida mortal en la cabeza. Por medio del poder de
Satanás, milagrosamente volverá a la vida y el mundo se asombrará por este
suceso, y lo alabará diciendo: “¿Quién como la bestia, y quién podrá luchar
[hacer guerra] contra ella?” (Apocalipsis 13:4).
Con este evento sobrenatural a su favor, el Anticristo
se presentará en el templo de Jerusalén y se declarará Dios (o en lugar de Dios
-de ahí Anticristo- o contra Cristo).
Este suceso es el que el Señor Jesús llamó “la abominación desoladora de que
habló el profeta Daniel”. A partir de aquí, el Anticristo, cuyas conquistas de
varias naciones le habrán dado poder mundial, exigirá que todos los pueblos
sobre los que él gobierna le adoren. El castigo por la desobediencia será la
muerte. El falso profeta, quien también recibirá su poder de Satanás, podrá
ejecutar toda clase de milagros en el nombre del Anticristo, lo cual
fortalecerá su declaración de divinidad.
Ahora “bajo el poder de Dios”, el Anticristo hará que
todas las personas, niños y adultos, reciban una marca en sus manos derechas o
en sus frentes; sin esta marca nadie podrá comprar ni vender. Esta marca, como
la stigmata del Señor Jesús sobre los
creyentes, identificará eternamente a quienes la reciban con el Anticristo.
Dios ha advertido que recibir la marca del Anticristo significará que una
persona está perdida para siempre:
“Y el tercer ángel los siguió, diciendo a gran voz: Si
alguno adora a la bestia y a su imagen, y recibe la marca en su frente o en su
mano, él también beberá del vino de la ira de Dios, que ha sido vaciado puro en
el cáliz de su ira; y será atormentado con fuego y azufre delante de los santos
ángeles y del Cordero; y el humo de su tormento sube por los siglos de los
siglos. Y no tienen reposo de día ni de noche los que adoran a la bestia y a su
imagen, ni nadie que reciba la marca de su nombre” (Apocalipsis 14:9–11).
Muchos cuestionan la justicia de esta advertencia,
considerándola demasiado severa. ¿Cómo puede una decisión significar que estés separado de Dios por toda la
eternidad? Con relación a la venida del Señor Jesús, sin embargo, el castigo es
justo. No hay posibilidad de decir “No lo sabía”. Todos conocerán la identidad
del Creador de los cielos y la tierra. Todos sabrán que Él no tolera el pecado.
Verán al engañador, el Anticristo, quien ejecuta milagros por el poder de
Satanás y se exalta poniéndose en lugar de Dios. Cara a cara de los dos poderes
opuestos — el Dios verdadero y el dios falso —los habitantes de la tierra de
este período estarán obligados a escoger de qué lado ponerse.
Aun después de que haya ocurrido el arrebatamiento,
por gracia de Dios, el evangelio será oído. Dios preservará a los 144.000 de
las tribus de Israel, quienes serán como predicadores para el mundo anonadado (Apocalipsis
7:3, 14:1). Dios enviará a los Dos Testigos a predicar la justicia desde el
Muro de los Lamentos (Apocalipsis 11:6–7). Dios enviará, también, a un ángel
para predicar el evangelio a cada criatura sobre la tierra, diciendo: “Si
alguno adora a la bestia y a su imagen, y recibe la marca en su frente o en su
mano, él también beberá del vino de la ira de Dios, que ha sido vaciado puro en
el cáliz de su ira; y será atormentado con fuego y azufre delante de los santos
ángeles y del Cordero” (Apocalipsis 14:9–10).
Dios es verdaderamente misericordioso, pero tiene
límites también. La marca de la bestia es uno de esos límites. El que recibe la
marca, no puede decir que no fue advertido.