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6. ATRAPADOS EN LA TRAMPA DEL TENTADOR—La historia de David y Betsabé

Si la Biblia fuera un libro humano, escrito para exaltar al hombre, la historia que estamos a punto de estudiar habría sido cuidadosamente editada o eliminada por completo. Pero la Biblia es un libro divino, escrito para glorificar a Dios, y por sorprendente que sea para algunos, esta historia exalta al Señor. Es por eso que no podemos pasarla por alto en nuestro estudio de las relaciones matrimoniales en la Biblia.

La historia se refiere a David, el héroe más grande de la historia hebrea, y por el testimonio de Dios, un hombre conforme a Su propio corazón (1 S. 13:14; Hch. 13:22). Pero los hombres tenemos debilidades y somos pecadores, incluso los hombres conforme al corazón de Dios. Y Dios no se avergüenza de compartir con nosotros las debilidades de sus mayores santos. Aprendemos algunas lecciones indispensables de sus errores, como la absoluta vileza de nuestro corazón, las horribles consecuencias de nuestro pecado y las insondables profundidades de la gracia perdonadora de Dios. Así que aprendamos ahora de David y Betsabé.

David ganó prominencia nacional por primera vez cuando era adolescente. Cuando un adolescente mata a un gigante que tiene a todos los valientes soldados israelitas acobardados por el miedo, la gente le pondrá atención. Mujeres de todo Israel cantaban sus alabanzas: “Saúl mató a miles, y David a diez miles” (1 S. 18:7). Además de eso, la Biblia indica que era extremadamente guapo, un atleta extraordinario, un músico consumado y un poeta brillante. Y se decía que él sería el próximo rey de Israel (1 S. 16:13). Es como si hoy día estuviéramos hablando sobre un ídolo adolescente de la TV o Hollywood: todas las adolescentes de Israel estaban enamoradas de David. De hecho, la Escritura dice: “Todo Israel y Judá amaba a David” (1 S. 18:16).

¿Y quién debería ganárselo como marido sino la hija de Saúl, Mical? Ella tenía los ojos puestos sobre él desde el inicio. Después de todo, ella era la hija del rey y David pasaba mucho tiempo en el palacio. Y además de eso, Mical había hecho saber que estaba enamorada de David (1 S. 18:20). Pero las Escrituras implican que David se casó con ella más por un desafío que por un amor genuino de su parte. En una ocasión después de su matrimonio, Mical ayudó a David a escapar de la ira de su padre (1 S. 19: 11-17). Ella obviamente no podía estar de acuerdo con él en esas circunstancias angustiosas, por lo que Saúl se aprovechó de la situación y se la entregó a otro hombre (1 S. 25:44). El matrimonio adolescente de David fracasó. Demasiados lo hacen. Casarnos antes de que estemos completamente preparados para asumir las responsabilidades de la vida adulta tiene un factor de riesgo demasiado alto para que tenga sentido. No hay ningún daño en esperar un tiempo prudente antes de casarse, para estar seguros.

Fue durante los años de David como fugitivo de Saúl que conoció a una mujer encantadora llamada Abigail. La Biblia dice: “Era aquella mujer de buen entendimiento y de hermosa apariencia” (1 S. 25:3). La sabiduría, la madurez, la belleza y el encanto de Abigail desarmaron por completo a David, y cuando Dios eliminó a su ignorante y grosero marido, Nabal, David no perdió tiempo en proponerle matrimonio (1 S. 25:39). Fue una buena elección. Y ahora que Mical era la esposa de otro hombre por causas ajenas a él, muchos pensarían que era aceptable para el Señor.

Pero lo siguiente que leemos en las Escrituras claramente no fue aceptable. “También tomó David a Ahinoam de Jezreel, y ambas fueron sus mujeres” (1 S. 25:43). David sabía que Dios lo había elegido para ser el próximo rey de Israel, y también sabía lo que Dios había dicho acerca de los reyes de Israel. Antes de que la gente entrara a la tierra, Dios les advirtió que algún día querrían un rey como las naciones a su alrededor. Les permitiría nombrar a uno de sus compatriotas a quien Él eligiera, pero el rey debía tener cuidado de no multiplicar mujeres para él, no fuera a ser que desviarán su corazón del Señor (Dt. 17:14-17). Sin embargo, aprendemos muy pronto en el registro bíblico que David tomó cuatro mujeres más: Maaca, Haggith, Abital y Eglah (2 S. 3:2-5). ¡Ya tenía seis mujeres! Y apenas podemos creer lo que ven nuestros ojos cuando poco después leemos: “ Y tomó David más concubinas y mujeres de Jerusalén, después que vino de Hebrón, y le nacieron más hijos e hijas” (2 S. 5:13).

No es que los deseos físicos de David fueran tan diferentes de los de cualquier otro hombre normal; es sólo que la mayoría de los otros reyes orientales tenían harenes para mostrar su riqueza y poder, y David dejó que la filosofía del mundo reemplazara la voluntad revelada de Dios. Pero nos reafirma que David era muy, muy humano, y nos expone una de sus principales áreas de debilidad. Lamentablemente, David era lo que hoy llamaríamos un mujeriego. Algo que de ninguna manera es aceptable ante Dios.

Ahora estaba en algún lugar de los cincuenta, la edad vulnerable, nos dicen. Había logrado algunas hazañas militares notables, extendiendo las fronteras de Israel y asegurándolas contra todas las principales naciones circundantes. Se debía un descanso, o eso pensaba, y ahí es donde comienza la historia que nos atañe.

Echemos un rápido vistazo a los portillos de pecado en la vida de David a esta edad.  “Aconteció al año siguiente, en el tiempo que salen los reyes a la guerra, que David envió a Joab, y con él a sus siervos y a todo Israel, y destruyeron a los amonitas, y sitiaron a Rabá; pero David se quedó en Jerusalén” (2 S.11:1).

Los reyes salían a la batalla en primavera porque los meses de invierno reducían el movimiento de tropas. Esta campaña de los amonitas fue un asunto de limpieza sobrante de la anterior temporada de lucha. Israel ya había derrotado a los sirios que los amonitas habían contratado contra ellos, por lo que probablemente David pensó que terminar el trabajo con los amonitas sería fácil. Mientras que su lugar apropiado era proporcionar liderazgo a sus hombres en el campo de batalla, dejó que la fiebre primaveral se apoderara de él y se quedó en casa, eludiendo su deber. Después de todo, él era el rey. Podía hacer cualquier cosa que quisiera.

Evadir la responsabilidad es a menudo el primer paso hacia el declive espiritual. Percibimos un sentimiento creciente, especialmente entre los jóvenes, de que podemos hacer prácticamente todo lo que queramos. Y no tenemos que hacer nada que no queramos hacer. Esta es la era de hacer lo que te plazca. Es cierto que podemos hacer lo que queramos, pero no sin pagar el precio espiritualmente. Dios tiene un plan para nuestras vidas. Él nos ha impuesto ciertas responsabilidades, y cuando las evitamos con excusas o racionalizaciones, abrimos una Caja de Pandora de tentaciones variadas que debilitan nuestra voluntad de caminar con Dios.

Este parece ser justo el estado mental de David cuando se abre esta escena. “Y sucedió un día, al caer la tarde, que se levantó David de su lecho y se paseaba sobre el terrado de la casa real; y vio desde el terrado a una mujer que se estaba bañando, la cual era muy hermosa” (2 S.11:2). ¿Tenemos la imagen? Era el atardecer y David acababa de levantarse de la cama. Si tuviéramos alguna duda sobre por qué se quedó en casa, ya no existe. Y no fue para ponerse al día con su papeleo. ¡David estaba babeando por una joven mujer casada llamada Betsabé! Si hubiera usado su cabeza, habría salido de esa terraza en un dos por tres. Pero se ofuscó y dejó que sus ojos se deleitaran con cada centímetro de los encantos corporales de Betsabé, hasta que no pudo pensar en nada más que tenerla para él.

Ser tentado no es pecado. Pero deleitarse en ello, jugar con el pecado, coquetear con él, eso es imperdonable, como en el caso de Eva. Podemos tentarnos a nosotros mismos hasta tal punto que resistir el pecado ya no se considera una opción posible. La única pregunta que queda es cómo lo vamos a hacer. Dios dice que debemos huir de la tentación (2 Ti. 2:22). Esta Palabra nos ayudará a manejar la tentación si la obedecemos. Pero si nos entretenemos con la tentación, estamos condenados a la muerte espiritual. Cuando un hombre se siente atraído por una mujer, por ejemplo, y cualquiera de los dos está casado, necesita salir de esa situación rápidamente. Cuanto más tiempo nutra la relación, más difícil será romperla, hasta que finalmente se escuche a sí mismo diciendo cosas estúpidas como: “Pero no puedo vivir sin ella”. Y antes de que se dé cuenta de las implicaciones de lo que está diciendo, su vida y su familia estarán en ruinas.

Betsabé tampoco es una blanca paloma en la historia. Ella sabía muy bien lo que estaba haciendo: lo hizo a propósito, cualquiera puede darse cuenta de eso. Desvestirse y bañarse en un patio abierto a la vista de cualquier cantidad de patios en las azoteas del vecindario era buscar problemas. Fácilmente podría haberse bañado en el interior. Aun así, en nuestros días, algunas mujeres parecen no darse cuenta de lo que la vista de su cuerpo puede hacerle a un hombre. Se dejan empujar al molde de la moda del mundo y usan ropas reveladoras, o casi nada; luego se preguntan por qué los hombres que conocen no pueden pensar en otra cosa que en sexo. No debemos dejar de instruir a las niñas y jóvenes en estos asuntos, particularmente cuando entran en la adolescencia. Los padres cristianos deben enseñar a sus hijas sobre la naturaleza del hombre y el significado de la modestia en ellas, y luego acordar las normas para su vestimenta. Cuando una mujer oculta su cuerpo con modestia, no está escondiendo su atractivo de los hombres, les está revelando su dignidad.

Betsabé era nieta de Ahitofel, él consejero más destacado de David (2 S. 16:23). Su hijo fue uno de los valientes de David y, aparentemente, era el padre de Betsabé (2 S 23:34;11:13). Es decir, Betsabé estaba muy al tanto de la debilidad que David tenía por las mujeres, y sabía cómo tentarlo. Se ha sugerido, que una posible explicación de la conducta de Ahitofel contra David durante la rebelión de su hijo Absalón (2 S. 15:12), se debe a que él (Ahitofel) tenía un antiguo pleito con el rey por la forma en que había tratado a Betsabé, y a su marido, Urías.

David descubrió quién era la hermosa y joven bañista, envió a buscarla y la idea se convirtió en el hecho. No hay evidencia de que se tratara de una violación. Betsabé parece haber sido una socia dispuesta. Su marido se había marchado a la guerra y ella se sentía sola. El encanto de ser deseada por el atractivo rey significaba más para ella que su compromiso con su marido y su dedicación a Dios. Probablemente apreciaron esos momentos juntos; tal vez incluso se aseguraron a sí mismos de que era una experiencia tierna y hermosa. Pero a los ojos de Dios, era espantoso y abominable. Satanás había puesto el cebo en su trampa y ahora estaban en sus garras. Dios lo permitió todo porque quería castigar y disciplinar a David. Betsabé era la guinda en la torta que David había estado horneando por décadas, y el Señor había decretado el juicio. O se arrepentía en polvo y ceniza para nunca volver a ser el mismo, o Dios lo desecharía no sólo como rey sobre Israel sino como hijo en Su reino eterno.

Sucedió lo inevitable, y Betsabé le envió un mensaje a David comunicándole que estaba embarazada. Esto era una crisis, porque habría significado la muerte de ambos adúlteros por lapidación de acuerdo con la Ley de Moisés (Lv. 20:10). Ninguna crisis había sacudido tanto a David antes, y ciertamente no iba a permitir que ésta lo destruyera. Su plan era llevar al marido de Betsabé a casa después de la batalla durante unos días; entonces nadie sabría jamás de quién era el hijo que esperaba. Pero Urías era demasiado devoto de Dios y patriota para disfrutar de su mujer mientras sus compatriotas ponían en peligro sus vidas en el campo de batalla, así que durmió a las puertas del palacio del rey. Entonces David tuvo que poner en marcha el Plan B. Con calma, escribió la sentencia de muerte de Urías, la selló y se la envió al capitán Joab en el frente, entregada por la propia mano de Urías. Le ordenó a Joab que pusiera a Urías en la parte más cruenta de la batalla y luego se retirara de él. Así, David añadió homicidio a su adulterio. ¿Podía caer más bajo el hombre conforme al corazón de Dios (1 S. 13:14; Hch. 13:22)? Después de un breve período de duelo, Betsabé entró en la casa de David y se convirtió en su esposa, y los dos amantes finalmente se tuvieron el uno al otro para disfrutarse libre e ininterrumpidamente ... excepto por un detalle: “Mas esto que David había hecho, fue desagradable ante los ojos de Jehová” (2 S. 11:27).

La vara de la disciplina de Dios estaba por dar su primer golpe sobre la espalda de David. Él sabía que había pecado. Normalmente lo hacemos, en el fondo. Pero trató de ignorarlo, trató de seguir viviendo como si nada hubiera pasado. Si su conciencia se volvía demasiado pesada, siempre podía racionalizar diciendo cosas como: “Yo soy el rey, puedo hacer lo que me plazca. De todos modos, fue realmente culpa de Betsabé; ella comenzó esto, lo quería. Además, ¿a quién estoy lastimando? Algunos hombres tienen que morir en la batalla, ¿por qué no Urías? Todo soldado sabe que puede morir en batalla cualquier día. Le tocó a él, podría haber sido otro”.  Las posibilidades disponibles para ayudarnos a excusar nuestro pecado son infinitas. Pero había algo que roía a David en lo más profundo de su consciencia, algo que no podía describir, acompañado de períodos de extrema depresión. Si hubieran existido antidepresivos, ansiolíticos y pastillas para dormir en ese tiempo, David ya se las habría autorecetado.

Más tarde escribió tres salmos que describen esos meses alejado de la comunión con Dios: Salmos 32, 38 y 51. Escuchemos su llanto quejumbroso: “Estoy encorvado, estoy humillado en gran manera, ando enlutado todo el día. Porque mis lomos están llenos de ardor, y nada hay sano en mi carne. Estoy debilitado y molido en gran manera; gimo a causa de la conmoción de mi corazón. Estoy encorvado y muy postrado; me paso todo el día de luto ... Estoy entumecido y muy destrozado; gimo por la agitación de mi corazón” (Sal. 38:6-8). David amaba a su Señor y trató de adorarlo, pero encontró una barrera allí; era la barrera de su propio pecado. Dios parecía muy lejano. “No me desampares, oh Señor; ¡Dios mío, no te alejes de mí!”(Sal. 38:21). Sus amigos sintieron su irritabilidad y lo evitaron. “Mis seres queridos y mis amigos se mantienen apartados de mi plaga; y mis cercanos se han alejado”(Sal. 38:11). David vivió así durante casi un año. Tenía a su preciosa y juvenil Betsabé, pero no tenía descanso en el alma. ¡Gran luna de miel para esta pareja de pecadores!

Hemos descrito con algún detalle la visita que el profeta Natán le hizo a David aquí. El sentimiento de culpa nos hace actuar así. Atacamos con más dureza y severidad los pecados del prójimo cuando más tenemos nosotros que esconder. Nuestra ira subconsciente contra nosotros mismos estalla contra el prójimo. Mientras más culpables somos nosotros, más fuerte queremos castigar al otro. Si tan sólo los que actúan así pudieran darse cuenta de cuán obvia es su reacción. Hasta la psicología tiene un nombre para este proceder.

“La paga del pecado es muerte” (Ro. 6:23). Y aunque David se arrepintió, las consecuencias de su pecado serían de largo alcance y duraderas. Primero, la espada nunca se apartaría de su casa (2 S. 12:10). La gente del palacio sabía lo que estaba pasando. Podían contar los meses y se dieron cuenta de que Urías no estaba en casa cuando Betsabé quedó en cinta. Tenía que ser hijo de David. Luego pensaron en la muerte de Urías, y todo fue demasiada coincidencia. En cumplimiento de la profecía de Natán, el primero en morir sería el hijo de David concebido en pecado con Betsabé (2 S. 12:14). Absalón, el hijo de David, sabía toda esta historia. Y cuando mató a su medio hermano Amnon por violar a su hermana (2 S. 13:28), probablemente justificó sus acciones pensando: “Papá lo hizo, ¿por qué no puedo yo?”. El capitán Joab lo sabía también. Él fue quien llevó a cabo la siniestra orden de David con respecto a Urías. Y probablemente lo usó para excusarse cuando asesinó a Absalón (2 S. 18:14) y después al capitán de Absalón, Amasa (2 S. 20: 9-10). Más tarde Salomón mandó a matar a su medio hermano Adonías y a su tío Joab (1 R. 2:13-37). La espada, en verdad, nunca se apartó de la casa de David. Nuestro pecado afecta sobre todo a las personas más cercanas a nosotros.

David tomó la esposa de otro hombre en secreto; sus propias mujeres fueron tomadas públicamente. Durante la rebelión de Absalón, sus seguidores levantaron una tienda en el techo del palacio, y Absalón tuvo relaciones con las mujeres de su padre a la vista de todo Israel, cumpliendo así la profecía de Natán (2 S. 21:11; 16:22).

¿Por qué Dios tomó la vida de un bebé inocente? Es necesario aclarar este punto. Fue porque porque el pecado de David había hecho “blasfemar a los enemigos de Jehová dado ocasión a los enemigos del Señor para blasfemar” (2 S. 12:14). Ahora entendemos una razón importante para la disciplina divina. Se administra para que los enemigos de Dios sepan que Él es infinitamente santo y justo, y que tratará con el pecado incluso en Sus hijos. Si Él aceptara el pecado en Sus hijos, se convertiría en el hazmerreír del mundo incrédulo. David tuvo que sufrir las consecuencias de su pecado, así como nosotros tenemos que sufrirlas también. Es triste y muy doloroso, pero necesario hara enseñarnos la santidad “sin la cual nadie verá al Señor” (He. 12:14).  (Ver también SABED QUE VUESTRO PECADO OS ALCANZARÁ).

Eso nos trae finalmente a la feliz certeza del perdón. La penetrante exposición de Natán del pecado de David y su poderosa exposición de la justicia de Dios pone a David de rodillas, reconociendo su pecado: “Pequé contra Jehová”. He pecado contra el Señor (2 S. 12:13). Estas eran las palabras que Dios quería escuchar, y que quiere escuchar hoy de nosotros también. El espíritu de David estaba quebrantado; su corazón estaba contrito y humillado (Sal. 51:17), el único sacrificio, la única ofrenda que le podemos ofrecer a nuestro santo y puro Padre celestial es un espíritu quebrantado y un corazón contrito y humillado. Y David escuchó las palabras más dulces, hermosas, tranquilizadoras y alentadoras conocidas por un hombre: “También Jehová ha remitido tu pecado; no morirás” (2 S. 12:13). El Señor también está listo para quitar ahora nuestro pecado, si nos arrepentimos y lo confesamos. Como añadió David después: “Mi pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré mis transgresiones a Jehová; y tú perdonaste la maldad de mi pecado” (Sal. 32: 5).

La Escritura no nos lo dice, pero podemos estar seguros de que Betsabé reconoció su pecado también, y Dios la perdonó. Si bien no pudieron borrar la mancha de sus vidas ni escapar de las consecuencias, David y ella pudieron vivir en la plena seguridad del completo perdón de Dios. Fue una gran mancha en la vida de David, la más grande (1 R. 15:5). Pero ni él ni Betsabé dejaron que arruinara el resto de sus vidas. Dios los perdonó, ellos se perdonaron a sí mismos y continuaron viviendo vidas productivas que glorificaron al Señor. Eso es exactamente lo que Dios quiere que hagamos nosotros. Él no quiere que nos torturemos con la culpa de nuestro pecado. Quiere que lo confesemos, lo abandonemos, nos perdonemos, y sigamos adelante sin olvidar las lecciones aprendidas.

Betsabé parece haber asumido el lugar más destacado entre las esposas de David. No hay registro de que David alguna vez tomara a otra mujer después de ella. Como indicación del perdón de Dios, les dio otro hijo al que llamaron Salomón, que significa “paz”. El profeta Natán lo llamó Jedidías, que significa “Amado del Señor”. Y Dios le aseguró a David que Salomón, hijo de Betsabé, reinaría en su lugar y construiría el templo (1 Cr. 22:9-10). Como evidencia adicional de la gracia de Dios, Betsabé fue elegida para ser una de las cuatro mujeres mencionadas en la genealogía de nuestro Señor Jesucristo (Mt. 1:6), aunque con la cláusula inviolable que siempre será recordada de que “fue mujer de Urías”. Al parecer, Urías era un siervo del Señor y un verdadero adorador del Dios único y verdadero (a pesar de ser heteo y no judío), razón por la cual también él es mencionado en la genealogía del Señor.

¿Quién es como Dios? ¿Quién es perdonador como nuestro Padre celestial? ¿O quién tiene una gracia tan rica y libre? Este gran Dios de gracia está listo para perdonarnos. Escucha al profeta Isaías: “Buscad a Jehová mientras puede ser hallado, llamadle en tanto que está cercano. Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar”(Is. 55:6-7). Escucha al apóstol Juan: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad” (1 Jn. 1:9). No importa cuán grave haya sido nuestro pecado. Dios está listo para borrarlo de su registro. Confiésalo, y luego acepta su amplio perdón.

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De la serie: MATRIMONIOS DE LA BIBLIA