Pero las preguntas
más importantes, las fundamentales, son acerca de Dios y nuestra relación con
él. En la vida no hay nada más importante que esto.
Es natural que
queramos tener una buena salud, estabilidad financiera, un empleo seguro, una
familia contenta y un futuro auspicioso. Pero aún estas cosas son triviales si
no tenemos una relación real y viva con Dios.
En las siguientes
páginas trataremos de responder por qué es importante que tengamos dicha
relación, y cómo es posible comenzarla.
Las siguientes
preguntas son las más serias e importantes que podamos preguntarnos. Y las
respuestas son las que todos necesitamos saber.
¿HAY ALGUIEN AHÍ?
Si Dios no existe,
no tiene ningún sentido buscarlo: porque
es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay (He 11:6).
Aunque es imposible ‘probar’ que existe, en un sentido matemático, la evidencia
de que Dios está ahí es bastante convincente.
Pensemos en la
existencia del universo. Decir que este es el resultado de un ‘accidente’
suscita más interrogantes de las que responde. Lo mismo sucede con la teoría
del ‘Big Bang’. Por ejemplo, ¿de dónde provinieron los materiales en bruto? Ni
siquiera un ‘big bang’ puede producir algo de la nada. La idea de la evolución
ha sido ampliamente difundida, pero es igualmente débil; ¿cómo puede ‘nada’
evolucionar hasta convertirse en ‘algo’ tan complejo como las extraordinarias
formas de vida que habitan la tierra?
Todas las otras
teorías son igualmente frágiles. La única explicación satisfactoria es esta: En el principio creo Dios los cielos y la
tierra (Gn 1:1). Nuestro mundo no es el resultado de un accidente
cósmico con ingredientes que ‘siempre han estado ahí’. En vez de esto, por la palabra de Dios ha sido constituido el universo, de modo que lo
que se ve fue hecho de lo que no se veía (He 11:3). La creación tuvo
un principio, y fue Dios quien la llevó a cabo. Porque él dijo, y fue hecho; él mandó, y existió (Sal 33:9).
Esto es corroborado
por el sorprendente orden y diseño que se ve en la naturaleza, y por las leyes
que rigen el universo, desde el inconmensurable espacio exterior hasta los
organismos microscópicos. El diseño implica la existencia de un diseñador, y
las leyes demandan la existencia de un dador de leyes – y Dios es ambos. Dios hizo el mundo y todas las cosas que en él
hay, siendo Señor del cielo y de la tierra (Hch 17:24).
Pero la más grande
‘evidencia de la creación’ es el hombre mismo. A diferencia de otras criaturas
vivientes, el hombre posee algo que llamamos ‘personalidad’. El hombre toma
decisiones racionales, tiene una consciencia y puede distinguir entre el bien y
el mal; es capaz de amar y de demostrar compasión. Sobre todo, tiene una
inclinación natural hacia la adoración. ¿De dónde obtuvo estas cualidades? Ni
la evolución ni una avalancha de accidentes cósmicos podrían haberlas
producido. La mejor respuesta es esta:
Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su
nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente (Gn 2:7). El
hombre no es un accidente; el mismo reconoce que Dios lo creó diciéndole tú formaste mis entrañas; tú me hiciste en
el vientre de mi madre (Sal 139:13).
¿ESTÁ DIOS HABLANDO?
Esta pregunta es
vital. Abandonados a nuestra propia suerte, no sabemos nada acerca de Dios. ¿Descubrirás tú los secretos de Dios?
¿Llegarás tú a la perfección del Todopoderoso? (Job 11:7) Dios está más
allá de nuestro entendimiento; es necesario que él se revele a nosotros.
La creación es uno
de los principales medios a través de los que Dios se revela al hombre. Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el
firmamento anuncia la obra de sus manos (Sal 19:1). El tamaño del
universo y su sorprendente balance, variedad y belleza revelan bastante acerca
del Dios que lo hizo. En la creación Dios exhibe su estupendo poder, su
sorprendente inteligencia y su brillante imaginación. Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen
claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de
las cosas hechas, de modo que no tienen excusa (Ro 1:20).
Cuando los seres
humanos nos comunicamos lo hacemos por medio de palabras. Dios también se
comunica con el hombre por medio de palabras: las palabras que están
registradas en la Biblia. Sólo en el Antiguo Testamento hay aproximadamente
4.000 registros (500 en los cinco primeros libros) que dicen ‘habló Dios’,
‘mandó Jehová Dios’ y ‘Dijo Jehová’. Esta es la razón por la que está escrito
que nunca la profecía fue traída por
voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados
por el Espíritu Santo (2 P 1:21).
No existe ninguna
otra literatura en la que podamos encontrar tantas y tan claras profecías (que
se cumplieron literalmente) hechas por hombres que aseguran hablar de parte de
Dios. Que esto ocurra por casualidad es impensable.
Además, está el
impacto que la Biblia ha tenido en la vida de las personas. Ningún otro libro
ha tenido tal poder para cambiar vidas. Millones de personas, durante miles de
años, han comprobado por experiencia personal que La ley de Jehová es perfecta, que convierte el alma; el testimonio de
Jehová es fiel, que hace sabio al sencillo. Los mandamientos de Jehová son
rectos, que alegran el corazón; el precepto de Jehová es puro, que alumbra los
ojos (Sal 19:7-8).
Después de 2.000
años, ningún experto en el área que sea ha podido demostrar que alguna
afirmación de la Biblia sea falsa. La razón es esta: Toda la Escritura es inspirada por Dios (2 Ti 3:16). Por eso
es que debemos aceptarla no como palabra
de hombres, sino según es en verdad, la palabra de Dios (1 Ts 2:13).
¿CÓMO ES DIOS?
Reconocer en forma
general que Dios existe, es una cosa; reconocer que Dios nos habla por medio de
su creación y a través de las páginas de la Biblia, es otra cosa completamente
diferente. Para aceptar esto último necesitamos saber más de Dios. Por ejemplo,
¿cómo es él?
La Biblia da muchas
respuestas a esta importantísima pregunta. A continuación veremos algunas de
ellas.
Dios Es Personal. Dios no es una ‘cosa’, ni un poder, ni una energía o
influencia. Tampoco es ‘el hombre de allá arriba’ o algún tipo de
‘superhombre’. Mas Jehová es el Dios
verdadero; él es Dios vivo y Rey eterno (Jer 10:10). Él piensa,
siente, desea y actúa de maneras que demuestran que es un Ser vivo y personal.
Dios Es Uno.
Hay un solo Dios verdadero. Él declara: Yo
soy el primero, yo soy el postrero, y fuera de mí no hay Dios (Is 44:6). Sin embargo Dios se ha revelado a sí mismo como una ‘trinidad’ (tres
Personas): el Padre, el Hijo (Jesucristo) y el Espíritu Santo; cada uno de los
cuales es total e igualmente Dios. La Biblia habla de la gloria de Dios Padre (Fil 2:11); dice que el Verbo (Jesucristo) era Dios (Jn 1:1); y habla del Espíritu del Señor (2 Co 3:18).
Aunque hay un solo Dios, este está conformado por tres Personas.
Dios Es Espíritu. Dios es espíritu;
y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que le adoren
(Jn 4:24). Esto significa que Dios es invisible. A Dios nadie le vio jamás (Jn 1:18). También significa que no
está confinado a un solo lugar a la vez, sino que está en todos los lugares
todo el tiempo: ¿No lleno yo, dice
Jehová, el cielo y la tierra? (Jer 23:24). Dios está totalmente
consciente de todo lo que pasa en todas partes. Esto incluye no sólo todo lo
que hacemos y decimos, sino también cada pensamiento que pasa por nuestra
mente.
Dios Es Eterno.
Dios no tiene principio ni fin. Es el
eterno Dios (Dt 33:27). Nunca hubo un tiempo en el que Dios no
existiera y nunca habrá un tiempo en el que Dios no exista. Él se describe a sí
mismo como el que es y que era y que ha
de venir (Ap 1:8). Y permanece eternamente inmutable: Porque yo Jehová no cambio (Mal 3:6). Todo lo que Dios fue, todavía es y siempre será.
Dios Es Independiente. Todos los seres vivientes dependemos de otros seres
vivientes, de otras cosas y, por ende, de Dios. Pero Dios es absolutamente
independiente de su creación. Él puede vivir solo. La Biblia dice que no es honrado por manos de hombres, como si
necesitase de algo; pues él es quien da a todos vida y aliento y todas las
cosas (Hch 17:25).
Dios Es Santo.
Moisés lo describe como magnífico en
santidad (Éx 15:11). No hay comparación con la santidad de Dios. No hay santo como Jehová (1 S 2:2),
quien es absolutamente sin falta ni defecto. La Biblia dice de él: Muy limpio eres de ojos para ver el mal, ni
puedes ver el agravio (Hab 1:13). Y este Dios santo demanda santidad de
cada uno de nosotros. Su mandamiento para nosotros hoy día es: Sed santos, porque yo soy santo (1 P 1:16).
Dios Es Justo.
La Biblia dice que Jehová es Dios justo (Is 30:18); y que justicia y juicio son el
cimiento de su trono (Sal 97:2). Dios no solo es nuestro creador y
sustentador; él también es nuestro Juez, quien nos premia y nos castiga, aquí y
en la eternidad, con una justicia que es perfecta y que está más allá de
cualquier apelación.
Dios Es Perfecto. Su conocimiento es perfecto. Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes bien
todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos
que dar cuenta (He 4:13). Dios lo sabe todo acerca del pasado, el
presente y el futuro, incluso todos nuestros pensamientos, palabras y acciones.
Su sabiduría es perfecta y absolutamente más allá de nuestro entendimiento. ¡O profundidad de las riquezas de la
sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e
inescrutables sus caminos! (Ro 11:33)
Dios Es Soberano. Él es el único y el supremo gobernador del universo,
y no hay nada que esté fuera de su control. Todo
lo que Jehová quiere, lo hace, en los cielos y en la tierra (Sal 135:6).
Para Dios no hay accidentes ni sorpresas. Él conoce de antemano toda la
historia de la humanidad y hace todas las
cosas según el designio de su voluntad (Ef 1:11). Dios no necesita
ningún consejo o consentimiento para nada que él decide realizar; y nadie puede
impedirle llevar a cabo lo que él desea: no
hay quien detenga su mano, y le diga: ¿Qué haces? (Dn 4:35).
Dios Es Omnipotente. Él Dios Todopoderoso declara: He aquí que yo soy Jehová, Dios de toda carne; ¿habrá algo que sea
difícil para mí? (Jer 32:27) Esto no significa que Dios puede hacer
cualquier cosa. Por ejemplo, él no puede mentir, ni cambiar, ni cometer
errores, ni pecar, ni negarse a sí mismo; sólo puede realizar todo deseo que
sea consistente con su carácter.
Estos son solo
bosquejos de algunas de las cosas que Dios nos ha revelado en la Biblia acerca
de su propia naturaleza y carácter. Hay otras verdades acerca de Dios en la
Biblia, muchas de las cuales son difíciles de entender o aceptar. Él hace cosas grandes e inescrutables, y maravillas
sin número (Job 5:9). En ese sentido, no
lo alcanzamos (Job 37:23) a comprender; y ninguna inteligencia o esfuerzo
de razonamiento puede cambiar eso. Esto no debería sorprendernos. Si pudiéramos
entender a Dios fácilmente no necesitaríamos que él se manifieste a nosotros.
¿QUIÉN SOY?
Las presiones y los
problemas de la vida moderna llevan a muchas personas a iniciar una inquietante
búsqueda por hallar sentido, significado y propósito para sus vidas. Hemos
visto algo acerca de quién es Dios, ¿pero qué hay de nosotros? ¿Por qué
existimos? ¿Por qué, para qué estamos aquí? ¿Qué significado o propósito tiene
la vida para el ser humano?
Lo primero que
debemos aclarar es que el hombre no sólo ‘existe’. Somos más que una
acumulación accidental de átomos que se juntaron dentro de un envoltorio
conveniente que llamamos ‘un ser humano’. La Biblia nos dice que fuimos
específicamente creados por un Dios sabio y santo. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y
hembra los creó (Gn 1:27). El hombre es mucho más que un animal
altamente desarrollado o un simio refinado. Somos tan diferentes de las demás
criaturas como los animales lo son de los vegetales y estos de los minerales.
En tamaño, el hombre es diminuto comparado con el sol, la luna y las estrellas;
aún así Dios le ha dado un lugar de honor en el universo.
Esto se ve en uno
de los primeros mandamientos que Dios le dio al hombre: Señoread en los peces del mar,
en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra
(Gn 1:28). El hombre se convirtió en el representante personal de Dios
en la tierra, teniendo autoridad sobre todas las demás criaturas vivas.
Al hombre también
se le dio una dignidad especial. Ser creado ‘a imagen de Dios’ no significa que
fue hecho del mismo tamaño o forma que tiene Dios, ni que fue hecho como una
miniatura de Dios, poseyendo todas sus cualidades, sólo que en menor cantidad.
Ser creado ‘a imagen de Dios’ significa que el hombre fue creado como un ser
espiritual, racional, moral e inmortal; con una naturaleza perfecta. En otras
palabras, el hombre fue hecho como el reflejo perfecto del carácter santo de
Dios.
Y lo que es más, el
hombre voluntariamente escogió obedecer todos los mandamientos de Dios, y como
resultado de esto vivió en perfecta armonía con él. El hombre no tenía entonces
ninguna ‘crisis de identidad’; sabía exactamente quién era y por qué estaba en
el mundo, y con obediencia y humildad ocupaba el lugar que Dios le había
designado.
Pero no era sólo el
hombre quién estaba completamente satisfecho con su posición en el mundo, Dios
estaba satisfecho con el hombre también. Sabemos que era así porque la Biblia
nos dice que cuando Dios completó su creación, con el hombre como la corona de
esta, vio Dios todo lo que había hecho, y
he aquí que era bueno en gran manera (Gn 1:31). En ese momento de la
historia, seres perfectos vivían en un ambiente perfecto gozando de una
relación perfecta entre ellos y Dios.
Lamentablemente,
esa no es la situación actual. ¿Qué pasó?
¿QUÉ SALIÓ MAL?
El
pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte
(Ro 5:12).
Al primer hombre y
a la primera mujer (Adán y Eva) Dios les dio gran libertad, pero también una
seria advertencia: mas del árbol de la
ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres,
ciertamente morirás (Gn 2:17). Esta era una prueba ideal para que el
hombre obedeciera lo que Dios había dicho simplemente porque Dios lo había
dicho. Pero el diablo tentó a Eva a dudar de lo que Dios había dicho y a
desobedecerlo, y fue engañada. Y vio la
mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y
árbol codiciable para alcanzar la sabiduría, y tomó de su fruto y comió; y dio
también a su marido, el cual comió así como ella (Gn 3:6).
En ese momento ‘el
pecado entró en el mundo’. Por su desobediencia el hombre se separó de Dios. En
vez de amar a Dios, Adán y Eva sintieron temor de él: el hombre y su mujer se escondieron de la presencia de Jehová Dios
entre los árboles del huerto (Gn 3:8). En vez de sentirse seguros,
confiados y felices, su pecado los hizo sentirse avergonzados, culpables y
temerosos.
Dios había dicho
que el hombre moriría si le desobedecía, y así fue. La muerte significa
separación, y en el momento terrible en que el hombre eligió separarse de Dios,
murió espiritualmente. Pero también comenzó a morir físicamente. Ahora tenía un
alma muerta y un cuerpo que estaba muriendo. Y eso no fue todo: los hijos de
Adán y Eva heredaron la naturaleza corrupta de sus progenitores y su carácter
pecaminoso. A partir de ahí, el veneno del pecado se ha traspasado a todos los
descendientes de Adán, así la muerte pasó
a todos los hombres, por cuanto todos pecaron (Ro 5:12).
Nótese la
importancia de la palabra ‘todos’, la cual obviamente incluye tanto al redactor
como al lector de estas páginas. Puede ser que nunca nos conozcamos en esta
tierra, pero tenemos esto en común: somos pecadores, y estamos muriendo. Si decimos que no tenemos pecado, nos
engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros (1 Jn 1:8);
y si decimos que no estamos muriendo, somos ridículos. Tomar livianamente los
hechos no los hace desaparecer ni los cambia.
Muchos de los
titulares de la prensa escrita, la televisión y la radio nos recuerdan a diario
que el mundo está hecho un desastre. Es fácil condenar la violencia, la
injusticia, la anarquía y el desorden en la sociedad; pero antes de criticar
preguntémonos si nosotros somos perfectos y si estamos viviendo una vida
agradable a los ojos de Dios. ¿Somos honestos, puros, generosos y
desinteresados? Dios conoce las respuestas a estas preguntas: ¡y nosotros
también! Por cuanto todos pecaron, y
están destituidos de la gloria de Dios (Ro 3:23). La verdad es que
nacimos pecadores. Somos pecadores por naturaleza, por práctica y por elección;
urgentemente necesitamos enfrentar tanto los hechos como las consecuencias de
esta condición.
¿ES GRAVE EL PECADO?
Cuando se
diagnostica una enfermedad, es de suma importancia preguntar: ‘¿Es grave?’
Cuando se trata de la enfermedad espiritual llamada pecado, debemos hacer la
misma pregunta. Muchas personas admitirán de manera frívola que son pecadores,
porque no tienen idea de lo que realmente significa. Otros se justifican
argumentando que es ‘la naturaleza humana’, o que ‘todos lo son’. Actuar así es
esquivar el verdadero problema personal: ¿Es grave el pecado? Aquí hay algunas
de las cosas que la Biblia dice acerca de nosotros, los pecadores.
Somos Depravados.
Esto no significa que somos tan malos como podamos serlo, ni que cometemos
constantemente todos los pecados. Tampoco significa que no podamos distinguir
el bien del mal; o que no seamos capaces de hacer cosas agradables y útiles.
Significa que el pecado ha invadido cada parte de nuestra naturaleza y
personalidad: nuestra mente, voluntad, consciencia, disposición, imaginación y
nuestros afectos. Engañoso es el corazón
más que todas las cosas, y perverso (Jer 17:9). La raíz del problema
no es lo que hacemos, sino lo que somos. Pecamos porque somos pecadores.
Estamos Contaminados. El Señor Jesucristo no escatima palabras aquí: Porque de dentro, del corazón de los
hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los
homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la
envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez (Mr 7:21-22).
Nótese que la lista incluye pensamientos, palabras y acciones. Esto demuestra
que ante los ojos de Dios, cualquier pecado es igualmente grave. Algunas
personas limitan su noción del pecado a cosas tales como el asesinato, el
adulterio y el hurto; pero la Biblia aclara que no tenemos base alguna para
pensar de esta manera. El pecado es todo aquello que falla en alcanzar el
perfecto estándar de Dios. Cualquier cosa que digamos, pensemos o hagamos, y
que sea inferior a lo divinamente perfecto, es pecado. La pregunta es: ¿Quién podrá decir: Yo he limpiado mi
corazón, limpio estoy de mi pecado? (Pr 20:9) ¿Podemos responder
afirmativamente? Si no es así, es que estamos contaminados.
Somos Rebeldes. La Biblia enseña que el pecado es infracción de la ley (1 Jn 3:4); es decir, pecado es
la rebelión deliberada contra la autoridad y la ley de Dios. Ninguna ley civil
nos obliga a mentir, o a hacer trampas, o a tener pensamientos impuros, o a
pecar de cualquier otra manera. Escogemos pecar. Escogemos actuar contra la
santa ley divina. Desobedecemos deliberadamente contra Dios, y esto es muy
grave, pues Dios es justo, y Dios está
airado contra el impío todos los días (Sal 7:11). Dios nunca puede ser
‘blando’ cuando se trata del pecado, y podemos estar seguros que ni siquiera
uno solo de nuestros pecados quedará sin castigo. El castigo de algunos se hará
evidente durante esta vida, pero el castigo final vendrá después de muertos,
cuando en el Día del Juicio cada uno de
nosotros dará a Dios cuenta de sí (Ro 14:12).
¿HACIA
DÓNDE NOS ENCAMINAMOS?
Hay muchas ideas
acerca de qué es lo que pasa cuando morimos. Algunos dicen que desaparecemos en
la nada, otros dicen que todos vamos al cielo. Otros creen que vamos a un lugar
donde nuestras almas son purgadas de su pecado y preparadas para el cielo. Pero
en la Biblia no hay nada que apoye alguna de estas teorías.
En vez, encontramos
esto: está establecido para los hombres
que mueran una sola vez, y después de esto el juicio (He 9:27).
Aquellos que tienen una relación buena con Dios (basada en su justicia) son
bienvenidos en el cielo y pasarán la eternidad gozando de su gloriosa
presencia. Todos los demás sufrirán pena
de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su
poder (2 Tesalonicenses 1:9). Una palabra que comúnmente se usa como
sinónimo de esta ‘eterna perdición’ es ‘infierno’. Hay cuatro cosas importantes
que debemos aclarar sobre el infierno:
Es Bíblico.
No es algo ‘inventado por la iglesia’. La Biblia lo llama la condenación del infierno (Mt 23:33), y habla de los que serán
echados en el infierno (Mt 5:29),
revelando más sobre este lugar de lo que revela sobre el cielo, no dejando
lugar alguno para que se dude acerca de su realidad.
Es Horrendo.
Es descrito en la Biblia como un lugar de
tormento (Lc 16:28), un horno de
fuego (Mt 13:42), un lugar de llamas
eternas (Is 33:14) y de fuego que
nunca se apagará (Mt 3:12). El infierno es un lugar de sufrimiento, allí será el lloro y el crujir de dientes (Mt 22:13) y el humo de su tormento sube por
los siglos de los siglos (Ap 14:11). Estas son palabras espantosas,
pero verdaderas. Los que pueblan el infierno están separados para siempre de
todo bien y del consuelo que la presencia de Dios pueda darles; están
maldecidos por Dios y sin esperanza alguna de recibir de él ni siquiera la
ayuda más pequeña.
Es Eterno.
Todos los caminos al infierno son callejones sin salida. Entre el cielo y el
infierno hay una gran sima (Lc 16:26). El horror, la soledad y la agonía del infierno no son para purificar a
los pecadores, si no para castigarlos eternamente.
Es Justo.
La Biblia nos dice que Dios juzgará al
mundo con justicia (Hch 17:31). Es, pues, perfectamente justo de su
parte enviar a los pecadores al infierno. Después de todo, él sólo les está
dando lo que ellos han elegido: han rechazado a Dios aquí; por lo tanto él los
rechaza allá. Han escogido vivir vidas impías; por lo tanto él los confina para
siempre en el lugar que su estilo de vida elegido se merece. Dios no puede ser
acusado de injusticia o parcialidad por esto.
A la luz de esta
terrible verdad, necesitamos considerar seriamente la pregunta que una vez el
Maestro le formuló a un grupo de personas en el Nuevo Testamento: ¿Cómo escaparéis de la condenación del
infierno? (Mt 23:33)
¿PUEDE AYUDARNOS LA RELIGIÓN?
El hombre ha sido
llamado un animal religioso. Muchos libros se han escrito acerca de las formas
en que los hombres han tratado de satisfacer sus anhelos y sentimientos
religiosos. Los seres humanos, desde tiempos inmemoriales, han adorado al sol,
a la luna y a las estrellas; a la tierra, al fuego y al agua; a ídolos de madera, piedra y metal; a los peces, a los
pájaros y a otros (sino a todos los demás) animales. Han adorado a incontables
dioses y espíritus que no son otra cosa que productos de su pervertida
imaginación. Otros han intentado adorar al Dios verdadero a través de una
variedad de sacrificios, ceremonias, sacramentos y servicios. Pero la
‘religión’, sin importar cuán sincera sea, nunca podrá resolver el problema del
pecado del hombre; esto por al menos tres razones.
La Religión No Satisface A Dios. La religión es el intento del ser humano por hacer las paces con Dios. Tal
intento es inútil, pues como ya hemos visto aún el mejor esfuerzo del hombre
falla en alcanzar el perfecto estándar de Dios, y por lo tanto es inaceptable.
La Biblia no puede ser más clara en cuanto a esto: todas nuestras justicias son como trapo de inmundicia ante él
(Is 64:6). Dios demanda perfección: la religión no cumple tal demanda.
La Religión No Puede Quitar El Pecado. Nuestras virtudes no pueden anular
nuestros vicios. Nuestras buenas obras no pueden remover nuestras malas obras.
Una persona nunca podrá saldar su cuenta con Dios por medio de las buenas
obras. Está escrito que la
reconciliación con Dios no puede ser alcanzada por obras, para que nadie se gloríe (Ef 2:9). Ningún esfuerzo
o rito religioso –bautismo, votos,
confirmación, misas, asistencia a templos o parroquias, rezos, ofrendas,
sacrificios de tiempo y esfuerzo, lectura de la Biblia, etc.– puede cancelar
uno sólo de nuestros pecados.
La Religión No Puede Cambiar La Naturaleza Pecaminosa Del Hombre. El
comportamiento de una persona no es el problema, sólo es el síntoma. El
problema del ser humano es su corazón, y por naturaleza el corazón del hombre
es corrupto y depravado. Asistir a un templo o parroquia y participar en alguna
que otra ceremonia religiosa (o en todas) puede hacer que alguien se sienta
bien, pero estas cosas no pueden hacer que ese alguien sea bueno. ¿Quién hará limpio al inmundo? Nadie
(Job 14:4).
Algunas de las
actividades religiosas mencionadas son obviamente ‘buenas’ en sí mismas. Por
ejemplo, esta bien asistir a la iglesia, es bueno leer la Biblia y orar, lo
sabemos porque Dios mismo nos dice en su Palabra que debemos hacer estas cosas.
Pero no debemos confundirnos y creer que con estas obras saldamos nuestra
cuenta con Dios y nos reconciliamos con él. Ellas no sólo no nos sirven
para esto, si no que confiar en ellas como medio para hacer las paces con Dios
le añade a nuestro pecado y nos confirma en nuestra condenación.
¿HAY ALGUNA SOLUCIÓN?
Sí, la hay: Dios la
ha proporcionado. El mensaje central de la Biblia está contenido en estas
palabras: Porque de tal manera amó Dios
al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree,
no se pierda, mas tenga vida eterna (Jn 3:16).
Mencionamos
anteriormente que un Dios justo y santo debe castigar el pecado. Pero la Biblia
también nos dice que Dios es amor (1 Jn 4:8). Aunque es cierto que Dios odia el pecado, también es cierto que ama
al pecador y ansía perdonarlo. Pero, ¿cómo puede un pecador ser perdonado con
justicia si la ley de Dios demanda tanto su muerte física como espiritual? Dios
solucionó tal problema en la persona de Jesucristo. El Padre ha enviado al Hijo, el Salvador del mundo (1 Jn 4:14).
Dios el hijo tomó la
naturaleza humana y se hizo totalmente un hombre. Pero aun así permaneció
siendo totalmente Dios. La Biblia dice que en
él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad (Col 2:9).
Jesucristo permaneció siendo totalmente Dios como si no se hubiera hecho
hombre; y se hizo totalmente un hombre como si no fuera Dios. Jesucristo es,
por lo tanto, único; la Biblia confirma esto de muchas maneras. Su concepción
fue única; él no tuvo un progenitor humano: fue concebido en el vientre de una
virgen por medio del poder milagroso del Espíritu Santo. Sus palabras fueron
únicas: los que lo oían se admiraban de
su doctrina, porque su palabra era con autoridad (Lc 4:32). Sus milagros
fueron únicos: recorrió toda su tierra sanando
toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo (Mt 4:23); y en varias
ocasiones incluso resucitó muertos. Su carácter era único: fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado
(He 4:15); de tal forma que Dios el Padre pudo decir de él: Este es mi Hijo amado, en quien tengo
complacencia (Mt 3:17).
Nótese la última
frase. Esto significa que, como hombre, Jesús cumplió la ley de Dios en todos
sus aspectos y que, por lo tanto, no estaba sujeto a la doble pena de muerte
que merece el pecado. Sin embargo, fue arrestado bajo cargos falsos,
sentenciado a pesar de que la evidencia era también falsa, y finalmente fue
crucificado en Jerusalén. Pero su muerte no fue un accidente extraño e
inevitable; fue parte del determinado
consejo y anticipado conocimiento de Dios (Hch 2:23). El Padre envió al
Hijo con el propósito de que este pagara con su muerte la pena que merece el
pecado, y voluntariamente Jesús vino. En sus propias palabras, el propósito de
su venida al mundo fue para dar su vida
en rescate por muchos (Mt 20:28). Su muerte, al igual que su vida, fue
única.
Esto hace que sea
vital que entendamos que pasó cuando Jesús murió, y qué puede significar su
muerte para nosotros.
¿POR QUÉ LA CRUZ?
El tema principal
de la Biblia no es la vida perfecta que Jesús llevó, ni su enseñanza
maravillosa ni sus sorprendentes milagros, sino su muerte. Por encima de todo
lo que mencionan las Escrituras, está el hecho de que Jesús vino al mundo a
morir. ¿Qué es lo que hace que su muerte sea tan importante? La respuesta es que
él murió como un Substituto, como el que llevó nuestros pecados, como el
Salvador.
Jesús El Substituto. Esto demuestra el amor de Dios. Ante la santa ley de
Dios, la cual demanda que cada pecado sea castigado, los pecadores somos
culpables, estamos perdidos y somos impotentes. ¿Cómo podemos escapar de la
justa ira de Dios? La respuesta de la Biblia es esta: Mas Dios muestra su amor para
con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros (Ro 5:8). Como parte de un sorprendente plan de rescate, Dios el Hijo se ofreció a
tomar el lugar de los pecadores para sufrir él el castigo que nosotros
merecemos por nuestro pecado. El santo Hijo de Dios voluntariamente sufrió y
murió por nosotros, el justo por los
injustos (1 P 3:18).
Jesús El Que Llevó Nuestros Pecados. Esto demuestra la santidad de Dios. No
hay nada falso acerca de la muerte de Jesucristo. Él pagó de forma real y
completa el castigo que merece nuestro pecado. Cuando colgaba del madero, él
clamó: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me
has desamparado? (Mr 15:34). En ese momento terrible Dios el Padre le
volvió la espalda a su amado Hijo, quien experimentó el castigo de la
separación de Dios. Nótese como esto manifiesta la perfecta santidad de Dios.
Todo pecado, cada pecado, debe ser castigado; y cuando Jesús tomó el lugar de
los pecadores él se hizo responsable por nuestros pecados como si él mismo los
hubiera cometido. El hombre que vivió una vida perfecta sufrió la doble pena de
muerte que merecemos nosotros, los culpables.
Jesús El Salvador. Esto demuestra el poder de Dios. Tres días después de
su muerte, Jesucristo fue declarado Hijo
de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por la resurrección de entre
los muertos (Ro 1:4). Se
presentó vivo con muchas pruebas indubitables (Hch 1:3); y ya no muere; la muerte no se enseñorea más de él (Ro 6:9). Al resucitar a
Cristo de entre los muertos, Dios demostró que había aceptado su muerte en
lugar de los pecadores como un pago total y perfecto, y que la aceptaba también
como la base sobre la cual Cristo ahora pude ofrecer un perdón total
(salvación) a aquellos que de otra manera estaríamos condenados a pasar la
eternidad en el infierno.
¿Se aplica esto a
ti? ¿Cómo puedes reconciliarte con Dios? ¿Cómo puede Cristo convertirse en tu
Salvador?
¿CÓMO SER SALVO?
¿Quieres, de verdad
ser salvo? ¿Quieres reconciliarte con Dios, cualquiera sea el costo o las
consecuencias? Si no es así, es porque no has comprendido la importancia de
estas páginas que has estado leyendo. Tal vez deberías leerlas de nuevo, lenta
y cuidadosamente, pidiéndole a Dios que te muestre la verdad.
Si Dios te ha
mostrado tu necesidad, y quieres recibir la salvación de Dios, entonces debes
mostrar arrepentimiento para con Dios, y
fe en nuestro Señor Jesucristo (Hch 20:21).
Debemos Arrepentirnos. Esto significa cambiar de actitud en cuanto al
pecado. Debemos cambiar nuestra forma de pensar. Debemos admitir que somos
pecadores, rebeldes contra un Dios santo y lleno de amor. Debemos cambiar de
corazón, con pena y vergüenza genuinas a causa de la vileza e inmundicia de
nuestro pecado. Debemos estar dispuestos a darle un giro de 180º grados a
nuestra vida. Dios nos desafía a hacer obras
dignas de arrepentimiento (Hch 26:20). Debemos hacerlas, si nuestro
arrepentimiento es sincero. Dios no perdonará ningún pecado que no estemos de
verdad dispuestos a abandonar. Arrepentirse es cambiar de dirección, buscando
de todo corazón vivir de una forma que le agrade a Dios.
Debemos Tener Fe En Cristo. Primero que todo, esto significa aceptar
que Jesús es el Cristo, el Hijo del Dios
viviente (Mt 16:16) y que él murió
por los impíos (Ro 5:6). Segundo, significa creer que en su poder y
amor Cristo es capaz de y está dispuesto a salvarnos. Tercero, significa poner
nuestra confianza en Cristo, depender de él y solo de él para que nos
reconcilie con Dios. Nuestra naturaleza pecaminosa no nos dejará abandonar
fácilmente la confianza que hemos puesto en nuestra propia ‘bondad’ o religión.
Pero no tenemos otra alternativa. Debemos dejar de confiar en nosotros mismos y
en todo lo demás y confiar solo en Cristo, quien puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios
(He 7:25).
La Biblia dice que si
confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios
le levantó de los muertos, serás salvo (Ro 10:9), porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo
(Ro 10:13). Si verdaderamente confiamos en Cristo como nuestro Salvador y
lo reconocemos como nuestro Señor, estas promesas son para nosotros.
¿Y AHORA QUÉ?
Cuando confiamos en
Cristo según sus términos, hacemos las paces con Dios. La Biblia llama a este
estar en paz con Dios ‘justificación’. Dice: Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de
nuestro Señor Jesucristo (Ro 5:1). A través de Cristo, todos nuestros pecados son perdonados: todos los que en él creyeren, recibirán
perdón de pecados por su nombre (Hch 10:43). Al aceptar a Cristo como
nuestro Salvador personal somos hechos miembros de la familia de Dios: Mas a todos los que le recibieron, a los que
creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios (Jn 1:12). Estamos seguros en
esta salvación: ninguna condenación hay
para los que están en Cristo Jesús (Ro 8:1). Dios mismo ha venido a
nuestra vida en la persona del Espíritu Santo: el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en
vosotros (Ro 8:11). ¡Qué grandes verdades son estas!
Pero necesitamos
crecer en nuestra vida espiritual. Para esto, hay cuatro cosas importantes a
las que debemos prestarle mucha atención.
Oración. Cuando
no éramos creyentes, no podíamos dirigirnos a Dios; ahora podemos adorarlo por
su gloria, poder, santidad y amor. Podemos pedirle diariamente que nos perdone
nuestros pecados. Los que se convierten en hijos de Dios no son perfectos, pero
si confesamos nuestros pecados, él es
fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad (1 Jn 1:9). Podemos agradecerle diariamente a nuestro Padre celestial por su
bondad. Hay tantas cosas por las que debemos agradecerle, como por ejemplo,
todos aquellos pequeños beneficios de nuestra vida diaria que solemos dar por
sentado. Pero, de una manera especial, debemos agradecerle que nos haya salvado,
que nos haya aceptado como hijos, que nos haya dado vida eterna. Nunca debería
parecernos difícil hacer esto; y si lo parece, podemos pedirle su ayuda con
toda honestidad; él no sólo nos ayudará en nuestras oraciones personales, si no
que nos guiará a orar por otros, especialmente por aquellos que sabemos que aún
están muy lejos de Dios, tan lejos como lo estuvimos nosotros una vez.
Estudio De La Biblia. Cuando oramos, nosotros hablamos con Dios; cuando
leemos y estudiamos la Biblia, Dios nos habla a nosotros. Es, por lo tanto, muy
importante que la leamos diariamente comprobando
lo que es agradable al Señor (Ef 5:10). Cuando estudiemos la Biblia,
pidámosle a Dios que nos haga capaces de entender su significado y de obedecer
su enseñanza, para que así crezcáis para salvación (1 P 2:2).
Necesitaremos ayuda para comenzar a estudiar la Biblia. En el libro de Hechos
leemos sobre un alto funcionario etíope que había ido a adorar a Dios a
Jerusalén. Volvía sentado en su carro, leyendo al profeta Isaías. Cuando Felipe
le preguntó si entendía lo que leía, el etíope le respondió: ¿Y cómo podré, si alguno no me enseñare?
(Hch 8:31). Este era un hombre con una gran educación y conocimiento, pero
reconoció que esto no era suficiente para ayudarle a comprender las Escrituras.
Necesitaba un creyente en la Biblia que lo ayudara a entenderla. Hay un enlace a Cursos Bíblicos, y un Formulario de Contacto disponible en este blog para hacer preguntas y consultas.
Comunión. Dios
quiere que nos reunamos regularmente con otros hermanos y hermanas en la fe: no dejando de congregarnos (He 10:25). Pero, ¿cuáles son las marcas de una congregación correcta? Crucial para
responder esta pregunta son las palabras del Señor Jesús sobre el tema: Porque donde están dos o tres congregados
en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos (Mt 18:20). El Señor mismo
debe ser el centro y la razón de la congregación – no un pastor, no un sermón,
no un programa musical o de otra clase, no una denominación o templo. Un
ferviente amor por la Persona de Cristo y una adoración sentida de Su Persona
debe ser la primera marca de una congregación correcta. La segunda marca es la
doctrina. No podemos servir correctamente al Señor, a los hermanos ni a los
inconversos si no conocemos las enseñanzas de la Palabra de Dios. Si creemos
que una doctrina es correcta, y la enseñamos como tal pero no lo es,
terminaremos como falsos profetas, como propagadores del error. Muchos han
comenzado bien la carrera cristiana, y se han desviado luego por adherirse a la
iglesia que mejor les pareció sin considerar los errores que allí enseñaban. Antes de adherirte oficialmente a una congregación u iglesia, toma el tiempo que necesites para leer y estudiar en detalle los libros del Nuevo Testamento sugeridos en este artículo. Enfatizamos el que los estudies. El último libro es el más importante, y puedes encontrar un comentario versículo por versículo de él aquí. Sólo después de estudiar este material y orar pidiendo la guía del Señor sobre el asunto, podrás aventurarte a buscar alguna congregación.
Servicio. Ahora
que somos creyentes, ¿qué nos exige Dios? Que
andes en todos sus caminos, y que lo ames, y sirvas a Jehová tu Dios con todo
tu corazón y tu alma (Dt 10:12). Debemos recordar siempre que
Dios nos salvó y llamó con llamamiento santo (2 Ti 1:9). Debemos
apartarnos de nuestras antiguas costumbres mundanas (santificación); pues la voluntad de Dios es vuestra
santificación (1 Ts 4:3). Debemos, también, procurar servir a
Dios con nuestras aptitudes: Porque somos
hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios
preparó de antemano para que anduviésemos en ellas (Ef 2:10).
Finalmente, debemos estar listos para aprovechar las oportunidades que tengamos
de contarle a otros cuán grandes cosas el
Señor ha hecho con nosotros (Mr 5:19). Contarle a otros acerca de
Cristo no es sólo el deber de los que hemos creído en Él, si no que es una
experiencia emocionante.
Desde ahora en
adelante, como verdaderos creyentes, debemos procurar vivir de tal manera que
anunciemos siempre las virtudes de Aquel que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable (1 P 2:9).
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