Las temporadas de caos y tormentas son inevitables en la vida. Estas estaciones pueden hacerte sentir como si todo estuviera perdido y abandonado, porque los restos de lo que queda de la tormenta parecen irreparables.
Pero la belleza de Cristo es que Él no solo es el Señor de la restauración, sino que Él es el Dios que hace nuevas todas las cosas en Su tiempo y obra.
A lo largo de las Escrituras, está claro que cuando Dios busca restaurar, el arrepentimiento va unido a esa intención. Jeremías dice: “Por eso, así ha dicho el Señor: Si te vuelves a mí, yo te restauraré, y tú estarás delante de mí. Si entresacas lo precioso de lo vil, serás como mi boca” (Jr 15:19).
Es el corazón de Dios para Su pueblo escogido no solo restaurar, sino restaurar compasivamente al que se arrepiente. No es fácil ni indoloro. Al igual que Juan 15 cuando comparte acerca de podar incluso el buen fruto, a veces las cosas serán eliminadas o cortadas de nuestras vidas con dolor para que Él pueda hacer crecer algo aún mejor en su lugar.
El Señor nos advierte: “El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Jn 10:10).
Las fuerzas de este mundo, dirigidas por Satanás mismo, buscarán robar, matar y destruir todo lo que puedan en nuestras vidas, pero el Señor ha venido para que tengamos victoria sobre esas fuerzas. No es por nuestro diseño o voluntad que Él viene a dar esta victoria y plenitud, sino por Su poder y voluntad. Dios ve la batalla no solo en los detalles (como nosotros lo hacemos), sino el panorama completo, final (algo que nosotros no podemos hacer). Confiar en Él para restaurarnos en Su tiempo y manera es tener fe en que, en última instancia, es por esa abundancia que es Él.
Nuestro Dios es fiel para reconstruir y restaurar.
El legado de la fidelidad del Señor es el testimonio de Sus acciones en la vida de Sus hijos. Dios se regocija sobre nosotros con gran amor y compasión a través de Sus planes. Isaías 61 e Isaías 62 son la historia de Dios restaurando lo que estaba perdido y roto y en su lugar dando algo más glorioso y nuevo que antes en su lugar.
Isaías nos dice:
“Nunca más te llamarán Desamparada, ni tu tierra se dirá más Desolada; sino que serás llamada Hefzi-bá [Mi deleite está en ella] y tu tierra, Beula [Desposada] porque el amor de Jehová estará en ti [se complacerá en ti], y tu tierra será desposada [casada]” (Is 62:4).
Cuando el Padre busca reconstruir, no es como esperaríamos. Él no simplemente reemplaza el artículo roto en el estante: Él lo restaura.
La mayoría de las veces, a través de las ruinas de nuestras vidas, puede ser fácil usar esas heridas como parte de nuestra identidad. Incluso tácitamente, comenzamos a llamarnos a nosotros mismos por el nombre Desamparada, Desolada. Pero el Señor busca darnos en cambio Su Nombre, el cual derrama protección, deleite y establece un pacto entre Dios y nosotros de una nueva y gloriosa reforma en nuestras vidas.
Que Dios te recuerde este día que Él está obrando en todas las cosas juntas para Su gloria y para tu beneficio (Ro 8:28). Que tengas el coraje de estar firme en la fe de que Él cumplirá estas promesas para ti en Su tiempo y manera, y que en Su amor compasivo volveremos a recuperar todo lo que una vez perdimos. Tenemos victoria en Él, y vida en abundancia. Pero debemos primero cumplir la condición impuesta por el Señor:
“Si te vuelves a mí, yo te restauraré... Si entresacas lo precioso de lo vil” (Jer 15:19).
La restauración es algo hermoso, ya sea en una casa o en un corazón. Si tomas la palabra “restauración” y la desglosas, tienes re que significa “de nuevo” y staurar, que conlleva la idea de volver a alinear algo a su estado o propósito original. Restaurar es devolver un alma, una persona, un entorno, una comunidad o una cosa a su plan original de paz y plenitud con el Dios Creador.
Estrechamente relacionado con el concepto de restauración, la sanidad es un tema común en las Escrituras. Si observas la palabra hebrea shalom, que significa paz y plenitud, verás la belleza restauradora del evangelio. La plenitud duradera y la sanación que este mundo anhela, solo viene a través del Señor Jesús. Pedro dice:
“Él mismo llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados [restaurados]” (1 P 2:24).
En la cruz, el Señor Jesús no solo murió para llevarnos al cielo, sino también para traernos el cielo al sanar [restaurar] nuestros corazones rotos. Cristo ofrece sanidad [restauración] real incluso para nuestras heridas más profundas. Debido a que Dios es perfecto en amor y poder, Él no rescata ni restaura parcialmente a Su pueblo redimido. Él nos restaura completamente [shalom] , de adentro hacia afuera. Toma los aspectos espirituales y emocionales de nuestro dolor y hace una revisión completa para restaurar incluso las piezas que pensamos que eran irredimibles.
Virtudes como paz, gozo y amor, el fruto del Espíritu, emanan el corazón de Dios para restaurar nuestro bienestar espiritual y emocional. Cuando las almas cansadas realmente encuentran este tipo de amor, gozo y paz que se ofrece en el evangelio, comienza la transformación interna a medida que Dios restaura gradualmente a la persona en su totalidad, no solo en partes.
La restauración es un tema atractivo, pero en última instancia, se trata de a Quién se nos restaura. El Señor Jesús no vino solo para crear una hermosa palabra o idea llamada restauración. Vino para restaurarnos de regreso a Dios (1 P 3:18). Dios es el Sanador y el Restaurador del alma. El Señor Jesús vino para restaurar nuestras almas. Él ha dado a los redimidos por Su sangre a una deliciosa medicina viva para el alma, medicina acompañada con pan vivo y agua viva. Y ahora podemos invitar a las almas hambrientas a probar y ver que el Señor es bueno (Jn 6:35). Y debería ser nuestra gran alegría invitar a todas las personas, desde nuestros vecinos hasta las naciones, a esta sanación y santa fiesta.
La restauración del evangelio es contagiosa, porque cuando has sido amado, rescatado, sanado, restaurado y satisfecho hasta en las reconditeces más profundas de tu alma, ¡te impulsa a invitar a otros a ello! Deberíamos hacer nuestra la oración para que el Señor envíe obreros a Su cosecha para otros, para que muchos, experimenten a este Jesús (Mt 9:35-38). El Buen Pastor que “confortará mi alma” (Sal 23:3) en el sentido más pleno, profundo y dulce de la palabra. ¡La forma en que Él ha satisfecho mi corazón me impulsa a invitar a otros a alabar y exaltar al Señor conmigo!
Bendeciré a Jehová en todo tiempo;
Su alabanza estará de continuo en mi boca.
En Jehová se gloriará mi alma;
Lo oirán los mansos, y se alegrarán.
Engrandeced a Jehová conmigo,
Y exaltemos a una su nombre
(Sal. 34:1-3)
El Salmo 23:1-6 es una hermosa imagen de la restauración: el Pastor y la oveja descarriada y cansada. Nuestro bondadoso Señor nos recuerda que Él es nuestro Pastor y que no necesitamos nada más: que Él es suficiente. Él nos llama a dejar de mordisquear otros pastos y placeres que son venenosos para nuestras almas y permanecer cerca de Él. ¡Es una gran misericordia tener un Dios que promete restaurar nuestras almas! El Buen Pastor dio Su vida por las ovejas (Jn 10:11), y se deleita en restaurar la plenitud, la paz y el gozo en la parte de nosotros que va a vivir para siempre: nuestra alma.
Y Él hace Su trabajo de pastoreo y restauración en nuestras vidas a través de su Palabra y su Espíritu: un alma, una casa, una cuadra, un país a la vez.
Una historia que solo Dios podría escribir
He experimentado personalmente mucha restauración en mi propia vida. Gran parte del quebrantamiento que encontramos en nuestro presente proviene del dolor familiar de nuestro pasado. Estoy tan agradecido de que cuando Dios redime a los pecadores quebrantados como yo, comienza a transformarlos espiritual, mental y emocionalmente. He experimentado el amor profundo de Dios curando cicatrices emocionales causadas por el dolor de la niñez.
Me separé de mi padre biológico cuando era niño, debido principalmente a sus problemas (que no mencionaré aquí). Y, sin embargo, cuando Dios me llamó a acercarme más a Él, la última persona que esperaba que reapareciera en mi vida era mi padre. No estoy hablando de una reaparición física, por él hace varias décadas que falleció. Tampoco estoy hablando de algún tipo de experiencia mística o esotérica, que no es de Dios. Estoy hablando de recuerdos e identificación.
A propósito de mis amargas experiencias personales de los últimos años, me he sentido totalmente identificado con la serie de conflictos, vicisitudes, pruebas y tribulaciones que mi padre sufrió en su vida. Lo que por años fueron para mí excusas para tener un mal recuerdo de él y victimizarme, se transformaron en mis propias amargas experiencias y secretos dolores. Y a raíz de esta identificación con él, he recordado los pequeños detalles que marcan nuestra infancia. En realidad nada fue tan malo como yo lo imaginaba (más que recordaba). Él no fue tan mal padre. Mas bien yo fui un muy mal hijo. Él demostró amarme mucho más de lo que yo lo amé a él cuando necesitó de mi cariño y comprensión. Vive y aprende. El hijo no amó al padre tanto como este amó a su hijo. Amar, es algo que también debemos aprender. Un hijo no recuerda todo el tiempo que su padre pasó con él cuando era bebé. No recuerda cuando su padre le dio la primera mamadera, cuando lo tomó en brazos por primera vez para que eructara, cuando le cambió los pañales por primera vez, cuando lo subió al triciclo que le compró en la Multitienda y lo llevó a pasear en él por la calle amarilla. No recuerda las horas, los días, los meses, los años que surcó las mismas calles en ese triciclo con su padre atrás, o al lado, siempre atento para que nada malo le pasara. El hijo no recuerda cuando su padre lo llevaba a la carnicería del barrio y le leía el nombre de todos los cortes de carne en el mostrador, mientras el hijo señalaba las etiquetas con esos nombres, una por una, hasta el última, y luego quería volver a comenzar. No, sólo el padre recuerda esas cosas. Porque el hijo era demasiado pequeño aún para retenerlas en su memoria. Y, sin embargo, esos insignificantes recuerdos, esa memoria, es el fundamento del amor que el padre siente por el hijo. El hijo, en cambio, sólo entreteje excusas, exagera impresiones, inventa autojustificaciones que lo hagan salir oliendo a rosas de una situación que él mismo no quiso manejar noblemente cuando ya superaba los veinte años.
Pero...
“...sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados” (Ro 8:28).
Nunca anticipé la restauración de una relación rota entre padre e hijo, especialmente considerando que es una restauración en la memoria, pero no por eso menos real. Es una hermosa ilustración de la restauración del evangelio. Es verdaderamente una historia que solo Dios podría escribir… y oro para que Él continúe escribiendo en mi vida, familia, iglesia y ciudad. Ruego lo mismo por ti, ya que juntos alabamos al Dios que restaura, y tú, cualquiera sea tu situación, también necesitas esa restauración.
Pronto Él regresará para restaurar todas las cosas a Sí mismo. ¡Sí, ven Señor Jesús!
Una oración por la restauración
Señor,
Hemos visto y sentido de primera mano los daños que las tormentas pueden causar en nuestras vidas. Conocemos la destrucción, el dolor y la devastación que causan. Puede parecer imposible que algo hermoso o bueno pueda salir de tales penas. Pero sabemos en nuestros corazones que este no es el final de la historia, que tienes algo mucho más grande por venir.
Padre, te pedimos hoy tu mano sobre nuestras vidas. Oramos por la restauración de nuestras vidas por Tu proceso. Es posible que ese proceso no se parezca a lo que pensaríamos o planearíamos, pero sabemos que debido a que Tú ves todo lo que es, fue y está por venir... finalmente, harás lo que sea lo mejor. Padre, hoy venimos ante Tu Santo trono para pedir Tu restauración en nuestras vidas. Nos sometemos a Tu siempre amorosa voluntad y bondad en todo momento.
En el nombre del Señor Jesús,
Amen
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“Y os restituiré los años que comió la oruga, el saltón, el revoltón y la langosta, mi gran ejército que envié contra vosotros. Comeréis hasta saciaros, y alabaréis el nombre de Jehová vuestro Dios, el cual hizo maravillas con vosotros; y nunca jamás será mi pueblo avergonzado. Y conoceréis que en medio de Israel estoy yo, y que yo soy Jehová vuestro Dios, y no hay otro; y mi pueblo nunca jamás será avergonzado” (Jl 2:25-27).
“Para consolar a todos los que lloran, y proveer para los que están afligidos en Sión, para darles una corona de hermosura en lugar de ceniza, el óleo de gozo en lugar de luto, y un manto de alabanza en lugar de un espíritu de desesperación. Serán llamados robles de justicia, plantío del Señor para la exhibición de su esplendor. Reconstruirán las ruinas antiguas y restaurarán los lugares devastados durante mucho tiempo; renovarán las ciudades arruinadas que han sido devastadas por generaciones” (Is 61:3-4).
“Para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios. Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros, a él sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amén” (Ef 3:17-21).
Dios es el Dios de restauración y compasión. Ven ante Él hoy con el alma abierta a lo que Él hará no solo para restaurar, sino también para hacer algo mejor de lo que puedas pedir o imaginar completamente y arraigado en Él, el dador de todas las cosas buenas.