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LA TRINIDAD EN UN VERSÍCULO INDISCUTIBLE


“Respondiendo el ángel, le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios(Lc 1:35).

Dios con nosotros

Antes del nacimiento de Jesús, un ángel se le apareció a José y le reveló que su prometida, María, había concebido un niño por medio del Espíritu Santo (Mt 1:20-21). María daría a luz a un Hijo, y lo llamarían Jesús. Entonces Mateo, citando a Isaías 7:14, nos dio esta asombrosa revelación: “Todo esto aconteció para que se cumpliese lo dicho por el Señor por medio del profeta, cuando dijo: He aquí, una virgen concebirá y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Emanuel, que traducido es: Dios con nosotros” (Mt 1:22-23).

Setecientos años antes, el profeta Isaías predijo el nacimiento virginal del Mesías prometido. Profetizó que Su nombre sería Emanuel, que significa Dios con nosotros. Haciendo referencia a las palabras de Isaías, Mateo reconoció a Jesús como Emanuel. El nombre Emanuel expresa el milagro de la Encarnación: ¡Jesús es Dios con nosotros! Dios había estado siempre con Su pueblo—en la columna de nube sobre el tabernáculo, en la voz de los profetas, en el arca del pacto—sin embargo, nunca estuvo Dios tan claramente presente con Su pueblo como lo estuvo a través de Su Hijo nacido de una virgen, Jesús, el Mesías de Israel.

En el Antiguo Testamento, la presencia de Dios con Su pueblo era más evidente cuando Su gloria llenaba el tabernáculo (Éx 25:8; 40:34-35) y el templo (1 R 8:10-11). Pero esa gloria fue superada ampliamente por la presencia personal del Dios Hijo, Dios hecho carne, Dios con nosotros en persona.

Tal vez el pasaje más significativo de la Biblia sobre la Encarnación de Jesús es Juan 1:1-14. Juan afirma que “el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios”. Este era en el principio con Dios (Jn 1: 1-2). Juan usa el término logos, o “el Verbo, como una clara referencia a Dios. Juan declara en el versículo 14, “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad”.

La noche de Su arresto, Jesús estaba enseñando a Sus discípulos. Felipe hizo una petición: “Señor, muéstranos el Padre, y nos basta. Era un anhelo perfectamente natural. Sin embargo, Jesús le respondió: “¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre? (Jn 14:8-9). Jesús les había estado mostrando el Padre todo el tiempo. Él era verdaderamente Dios con nosotros. Cada vez que Jesús hablaba, hablaba las palabras del Padre. Todo lo que hizo Jesús, lo hizo exactamente como lo haría el Padre.

Dios fue manifestado en carne (1 Ti 3:16). Este es el significado de la encarnación. El Hijo de Dios literalmente “tabernaculizó” entre nosotros como uno de nosotros; “levantó su tienda en nuestro campamento (Jn 1:14). Dios nos mostró Su gloria y nos ofreció Su gracia y verdad. Bajo el Antiguo Pacto, el tabernáculo representaba la presencia de Dios, pero ahora, bajo el Nuevo Pacto, Jesucristo es Dios con nosotros. No es sólo un símbolo de Dios con nosotros; Jesús es Dios con nosotros en persona. Jesús no es una revelación parcial de Dios; Él es Dios con nosotros en toda Su plenitud: Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad” (Col 2:9).

A través de Jesucristo, se nos da a conocer plenamente a Dios. Se revela como nuestro Redentor (1 P 1:18-19). Jesús es Dios con nosotros como el Reconciliador. Una vez estuvimos separados de Dios a causa del pecado (Is 59:2), pero cuando Jesucristo vino, nos trajo a Dios: “Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados” (2 Co 5:19; Ro 8:3).

Jesús no sólo es Dios con nosotros, sino también Dios en nosotros. Dios viene a vivir en nosotros a través de Jesucristo cuando nacemos de nuevo: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gl 2:20). El Espíritu de Dios vive en nosotros, y somos Su morada: “Porque vosotros sois el templo del Dios viviente, como Dios dijo: Habitaré y andaré entre ellos, y seré su Dios, y ellos serán mi pueblo'” (2 Co 6:16).

Jesús no está con nosotros temporalmente, sino eternamente. Dios el Hijo, que nunca dejó de ser divino ni por un momento, tomó una naturaleza enteramente humana y se convirtió en Dios con nosotros para siempre: “Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt 28:20; He 13:5).

Cuando llegó el momento de que Jesús regresara al Padre, les dijo a Sus discípulos: “Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre” (Jn 14:16). Jesús hablaba del Espíritu Santo, la tercera persona de la Divinidad, que continuaría trayendo la presencia de Dios para que habitara en la vida de los creyentes. El Espíritu Santo continúa ejerciendo la función de Jesús como maestro, revelador de la verdad, consolador, intercesor y Dios con nosotros.

Ahora que hemos refrescado nuestro conocimiento acerca de la divinidad del Señor Jesús, volvamos a nuestro versículo inicial:

“Respondiendo el ángel, le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios” (Lc 1:35).

Preguntémonos: Según este pasaje, ¿quién es el que engendró a Jesús en el cuerpo de María? ¿El Padre? ¡No! El texto dice claramente que fue el Espíritu Santo quien engendró al Señor Jesús. Técnicamente, el Espíritu Santo es el Padre del Señor Jesús. Y la ley de Dios nos dice que los seres se reproducen según su género... y según su especie (Gn 1:21,24,25). Esto es cierto en este caso también.

Ahora, si el Espíritu Santo no es también Dios, ¿cómo podría haber engendrado a Dios el Hijo? ¿Cómo podría Jesús ser llamado el Hijo de Dios, si el Espíritu que lo engendró no fuera Dios mismo?

Los Testigos de Jehová, varias denominaciones adventistas y sabatistas, y otras pseudo-evangélicas, enseñan que el Espíritu Santo no es una persona, sino un poder impersonal, una energía que emana de Dios-Padre. Sin embargo, este versículo nos dice que el Espíritu Santo es quien engendró a Jesús, y que este es el Hijo de Dios. Si el Espíritu Santo no es Dios, entonces tampoco puede serlo el Señor Jesús. Por eso es que luego estas sectas, como los Testigos de Jehová, terminan por declarar que Jesús tampoco es divino, sino que solamente Jehová lo es.

La palabra trinidad no aparece en la Biblia, pero la enseñanza de la Trinidad está claramente declarada en este pasaje. No necesitamos más que este versículo (Lc 1:35), cuando lo leemos a la luz de la divinidad del Señor Jesús, para creer y defender la doctrina de la Trinidad. La suma de tu palabra es verdad (Sal 119:160; Mt 11:25).