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21. FALTA DE AMOR

Lo más grande, en el tiempo en que vivimos y en la eternidad, es el amor. Por eso, no hay culpa mayor que la que se adquiere por pecar contra el amor. Fuimos creados a imagen de Dios, quien es Amor, y después de la caída, fuimos redimidos para amar por medio de nuestro Señor Jesucristo. Nada traspasa más el corazón de Dios que el hecho de que no reflejemos su imagen de amor. Sí, el apóstol Pablo declara en 1 Corintios 13, que somos nada y que nuestras supuestas obras de amor como “repartir todos nuestros bienes”, o el “entregar nuestros cuerpos para que sean quemados, tampoco son nada”. Todas nuestras palabras y acciones, todo nuestro ser tienen que estar llenos de amor; de otro modo, no importa lo que hagamos, constantemente somos culpables hacia los demás.

¿Qué se incluye en eso que se llama falta de amor? Incluye no tener en cuenta las necesidades del prójimo ni su amable petición; es el comienzo de la falta de misericordia. No estamos acompañando con un corazón misericordioso al otro, no preguntamos por él, y no tenemos tierna compasión para con él, no nos regocijamos y lloramos con nuestro prójimo. No pensamos mucho en hacerle el bien, ni ser generosos con él, ni colmarle con cosas buenas – o no le ayudamos cuando otros lo pasan por alto o cuando es humillado. Algunas veces con nuestro olvido tratamos de excusarnos diciendo que teníamos mucho que hacer, y no es otra cosa que una gran falta de voluntad para amar a otros. Aunque parezca que estamos trabajando a favor de otros, y muy ocupados en ayudarles, nuestro motivo puede ser sólo la satisfacción de nuestro propio ego. Es entonces cuando podemos faltar mucho en el amor por no haber percibido la tierna amonestación del Espíritu Santo en un momento decisivo cuando otros nos necesitaban.

No hay suficientes palabras para expresar todo el daño que puede causar la falta de amor. Sin darnos cuenta, pudiéramos llevar a personas tristes y desanimadas a la desesperación; pudiéramos abrumarles el alma al quitarles la última esperanza. Y sin embargo, pensamos que no hemos hecho nada malo. Simplemente fuimos “poco amables”.

Pero si tratamos de hacer que el pecado de la falta de amor parezca inocuo, nos estamos engañando. No hemos juzgado nuestra conducta a la luz de Jesús, ni hemos oído lo que Él dice acerca de dicho pecado. Eso es lo único que importa, y algún día seremos juzgados según ello. Una de las más sorprendentes palabras de juicio que Jesús pronunció, que nos llega hasta lo profundo del corazón, la dirigió a aquellos que carecían de amor, que pasaban por alto las necesidades de los demás: “Apártense de mí, ustedes que están bajo maldición…váyanse al fuego eterno” (Mateo 25:41). Sólo si hemos sido sacudidos por estas palabras, ya no podremos perseverar ciegamente en el pecado de falta de amor.

Por el hecho de que es muy fácil para nosotros engañarnos por medio de nuestra propia justicia, debemos anhelar ver nuestras palabras y acciones hacia nuestros prójimos a la luz de Dios. Él tiene que mostrarnos nuestra falta de amor para que podamos pelear contra ella. Al fin de nuestras vidas seremos juzgados según el amor. Entonces no tendrá ningún valor el probar que no hemos cometido ningún pecado grosero como traición, blasfemia o calumnia. Porque las Sagradas Escrituras incluyen el pecado de falta de amor en la lista de pecados serios (Romanos 1:31; 2 Timoteo 3:3). El veredicto que algún día pronunciará Jesús: “Apártense de mí, ustedes que están bajo maldición” significa: “váyanse al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles” (Mateo 25:41).

Cualquiera que no quiera que Dios dicte esta sentencia contra él, tiene que ir hasta el mismo fondo de su falta de amor para poder juzgar allí ese pecado. La raíz de la falta de amor es el amor propio. Nos amamos tanto a nosotros mismos y estamos tan absortos en nosotros, que no nos queda ningún interés ni tiempo para otros. ¿Por qué nos amamos tanto a nosotros mismos? Porque estamos separados de Dios, el Amor eterno. “En esto conocemos que

amamos a los hijos de Dios, cuando amamos a Dios” (1 Juan 5:2). La razón real de nuestra falta de amor es que no amamos a Dios.

Eso es lo primero que tenemos que reconocer: no está bien nuestra relación con Dios. No le hemos dado nuestro primer amor; no estamos en concordancia con Él. Por esa razón, el amor no puede fluir de nuestros corazones hacia otros. En vez de ello, somos indiferentes, o lo que es peor, bruscos con ciertas personas. Estamos viviendo separados de Jesús, pasando por alto su mandamiento de amar a otros.

Es allí donde tenemos que comenzar a arrepentirnos. Tenemos que pedirle a Dios que nos dé arrepentimiento de corazón, porque no amamos a Dios ni a nuestro prójimo. Dios, que ha prometido contestar la oración sincera, permitirá que nos arrepintamos contra el pecado del primer mandamiento, el pecado de no amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos. Si acudimos a la cruz de Jesús con un corazón arrepentido, oiremos estas palabras: “consumado es”. “¡No temas porque yo los redimí!” Él también nos redimió nuestra falta de amor para que podamos amar. Sí, las palabras de Jesús, “Consumado es”, abrieron una nueva fuente. Su amor fluirá hacia nosotros a través de Su preciosa sangre.

El amor fue comprado para nosotros. Cualquiera que lo pida, lo recibirá. Recibirá ojos para ver las necesidades y sufrimientos de otros, manos bondadosas y generosas y sobre todo un corazón que arda y rebose de amor. ¿Podría existir otro deseo mayor en Jesús que contestar la oración por el amor, del que las Escrituras dicen que es lo más grande de todo? Él nos ha redimido para que podamos ser transformados a su imagen, para que podamos llevar la imagen del amor, la más bella imagen que una persona puede tener. Amando, aprenderemos a amar. Entonces, al fin de nuestra vida, cuando tengamos que comparecer ante el tribunal de Cristo, recibiremos la gracia. Entonces, en vez de oír las devastadoras palabras: “Apártense de mí, ustedes que están bajo maldición”, oiremos la palabra de gracia: “Vengan ustedes, los que han sido bendecidos por mi Padre; reciban el reino” (Mateo 25:34).

Oh Jesús, puesto que Tú eres perfecto amor, Te pido: no toleres en mí nada que vaya contra Tu amor. Ayúdame a odiar mi falta de amor Y concédeme arrepentimiento de corazón que Me conduzca a una nueva vida.

Concédeme ojos que puedan ver cuando he Pasado por alto a otros, cuando los he herido. Dame tu luz, y muéstrame cuando he dejado Que otros esperen en vano que les dirija una mirada compasiva, o que les dirija una palabra o que haga algo a favor de ellos. Por cuanto Tú derramaste tu sangre para redimirme por Amor, tienes que encargarte de que Tú redención se manifieste en mi vida. No Abandonaré esta plegaria hasta que ocurra en mí este cambio, que Tu amor descienda a morar en mí y fluya de mí. Para la gloria de Tu nombre, Tú cumplirás esto, y condúceme A la eterna salvación en Tu reino.

Amén.