“Del fruto de su boca el hombre comerá el bien; mas el alma de los prevaricadores hallará el mal” (Pr 13:2).
El habla determina tu éxito en la vida. Las buenas palabras te traerán bendición y favor. Las malas palabras te traerán dolor y destrucción. Tu boca tiene mucho potencial para el bien o el mal en los negocios y las relaciones interpersonales. Si crees que puedes hablar como quieras, vas a caer pronto.
¡Qué forma más sencilla de avanzar en la vida! ¡Qué regla fácil para el éxito! Dios inspiró a Salomón para que te contara un secreto sobre la vida: las palabras llenas de gracia te ayudarán a salir adelante; las palabras crueles o necias traerán tu ruina. Puedes cambiar tu vida para mejor hoy gobernando tu lengua.
¿Cómo pasó José de la prisión al trono? Por las palabras que revelaban su excelente espíritu (Gn 41:38-45). ¿Cómo ascendió David del redil a ser el favorito del rey? Por sus palabras llenas de gracia (1 S 18:1-5). ¿Cómo gobernó Daniel en Babilonia con muchos reyes? Por un espíritu y palabra excelentes (Dnl 6:1-3). La regla es fácil: el habla amable ganará incluso a los reyes (Pr 22:11). Si nadie ha elogiado recientemente tu manera de hablar, necesitas prestarle atención a este proverbio.
Tu manera de hablar puede traer el bien a tu vida, o puede traer el mal. Dios y los hombres buenos aman a los que hablan bien, pero desprecian a los que hablan mal. ¿Qué producen tus palabras en la vida de los demás? Porque eso es lo que recibes. “La muerte y la vida están en poder de la lengua, y el que la ama comerá de sus frutos” (Pr 18:21). El habla es así de importante: ¡muerte o vida! Úsala bien para tu beneficio, o abusa de ella para tu castigo.
Tu boca no es tuya, no importa lo que diga tu corazón engañoso (Sal 12:4; Jer 17:9). Dios creó la capacidad de hablar y te dio la boca, y espera que obedezcas sus reglas con respecto a la conversación. Él conoce cada palabra que dices, así como cada palabra que retienes. Serás responsable ahora y más tarde por tus palabras (Mt 12:36-37).
El proverbio tiene muchas figuras retóricas. Comer el bien es recibir la bendición de Dios y la alabanza de los hombres. Obtienes el bien por el fruto de tu boca, que es hablar de manera clemente y sabia. En el extremo opuesto están los transgresores verbales, los que hablan con dureza y presunción. Ellos comerán el mal, porque tanto Dios como los hombres los castigarán. ¿Cuál es la lección? Una manera fácil de crecer en el favor de Dios y de los hombres es mejorar tu manera de hablar (Pr 3:4; 1 S 2:26; Lc 2:52).
Tu palabra traerá bien o mal a tu alma: a tu vida (Pr 12:14; 13:3; 18:20). Las buenas palabras ganan las bendiciones y el favor de Dios y de los hombres buenos (Pr 15:23; 22:11; 24:26), porque las buenas palabras revelan un buen corazón (Mt 12:34-37; Stg 3:8-12). Las malas palabras incurren en la ira y el juicio de Dios y de los hombres (Pr 18:6; 22:10; Sal 52:1-5; 140:11), porque las malas palabras revelan un corazón engañoso y malvado (Mt 12:34-37; Stg 3:8-12).
Considera ocho tipos de discurso. Un hombre piadoso nunca difunde informes dañinos sobre los demás, los calumnia o murmura acerca de ellos. Caridad y misericordia están en su boca (Pr 17:9; 31:26; Ec 10:12). Pero el malvado peca contra los demás con calumnias, maledicencia, chismes y murmuraciones, todo lo cual Dios y los hombres buenos aborrecen (Pr 6:16-19; 10:18; 16:28; 25:23).
El hombre noble siempre respeta la autoridad, dando honor donde se debe honor, y la mujer piadosa siempre reverencia a su marido, incluso llamándolo señor (Ro 13:7; Ef 5:33; 1 P 2:17; 3:6). Pero un hombre malo critica audazmente a los gobernantes y los insulta, como una bestia bruta e ignorante, la que la Biblia dice que debe ser destruida (Jud 1:8-10; 2 P 2:10-12).
Un hombre virtuoso es serio y sobrio, sabiendo que la vida es importante; sólo habla para edificar a los demás y evita las palabras ociosas (Pr 17:27; 29:11; Mt 12:36-37). Pero el malvado parlotea, habla cosas necias y obscenas, y bromea. Dios clasifica este tipo de discurso junto con la fornicación: Él viene a juzgar por ello (Pr 10:10; 26:18-19; Ef 5:3-6).
Un hombre piadoso es un pacificador: habla para consolar y calmar; usa respuestas blandas para apartar la ira; nunca para despreciar a su interlocutor (Pr 15:1; 25:15; 31:26). Pero el hombre malo usa palabras duras y soberbias que provocan la ira; insulta a los hombres con apodos; hiere usando palabras sarcásticas; y las mujeres que son así suelen ser esposas rencillosas (Pr 12:18; 21:19; 26:21; 27:15; Mt 5:21-22).
Un hombre justo ama la verdad y siempre dice la verdad, sin importar el costo; él es un testigo fiel en todos los asuntos; no exagera (Pr 12:17; 13:5; 14:5,25). Pero el impío tiene engaño en su corazón y en su lengua; no tiene miedo de acusar falsamente o mentir; y pasará la eternidad en el infierno (Pr 6:16-19; 12:19; 19:5,9; Ap 21:8).
El hombre virtuoso es agradecido por todo, dando gloria a Dios por todas las cosas; él sabe que no es digno de ninguna bendición, por lo que se regocija incluso en las pequeñas bondades (Ef 5:20; Col 3:17; 1 Ts 5:18). Pero el hombre malo se queja, rezonga y gime; solo ve lo negativo; y le encanta criticar (Nm 11:1-35; Dt 28:47-48; Jud 1:15-16).
Un hombre piadoso es humilde, afable y apacible; nunca se alaba a sí mismo, ni siquiera indirectamente; sólo se jacta de conocer a Dios, y pone a los demás en primer lugar (Pr 25:27; 27:2; Sal 34:1-3; Fil 2:3-4). Pero al malvado le gusta hablar de sí mismo y alabarse a sí mismo; se jactará, y con arrogancia menospreciará a los demás; es orgulloso en su manera de hablar (Pr 8:13; 14:3; 1 Sa 2:3; Sal 10:3).
El hombre agraciado es amistoso, gentil y amable; es cálido y alentador; es desinteresado y se preocupa genuinamente por los demás (Pr 11:16; 16:24; 22:11; Ec 10:12; Lc 4:22). Pero el hombre impío es brusco, arrogante, cruel y duro; es egoísta y envidia a los demás; es ruidoso, obstinado y grosero (Pr 12:18; Ec 10:12-14).
¡Bendito seas por tu bondad! ¡Elige la buena vida! Deja de hablar mal: así de sencillo (Sal 34:12-13). Lee y cree lo siguiente: “El que quiere amar la vida y ver días buenos, refrene su lengua de mal, y sus labios no hablen engaño” (1 P 3:10).
Llena tu boca de alabanza y acción de gracias (Sal 34:1). Habla a menudo a los demás del Señor: Él escribirá tu nombre en su libro especial (Mal 3:16). Que tu palabra sea siempre amable y edificante, alentando espiritualmente a los demás (Ef 4:29; Col 4:6). Entonces tendrás una buena vida y te salvarás del mal. Mejora tu manera de hablar hoy.
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“El que guarda su boca guarda su alma; mas el que mucho abre sus labios tendrá calamidad” (Pr 13:3).
Vida o muerte están en tu lengua (Pr 18:21). Cómo hablas determina tu futuro. ¿Es el habla realmente tan importante? ¡Sí! El rey Salomón quiere tu atención para ayudarte. ¿Puedes gobernar tu boca para salvar tu vida? ¿O tu boca te dominará, y te destruirá?
Los grandes hombres y mujeres son fácilmente conocidos por su habla (Pr 11:16; 22:11; Ec 10:12; Lc 4:22; Jn 7:45-46). Los necios y los escarnecedores también son identificados por sus palabras (Pr 10:10,14; 18:6-7; Ec 10:12-14). Tu vida y tu futuro están en juego. ¿Examinarás tu forma de hablar?
¿Necesitas otro proverbio sobre el habla? ¡Sí! ¿Por qué? ¡Porque tu lengua es un mal rebelde, llena de veneno mortal, un mundo de iniquidad incendiado por el infierno! ¿Es esta crítica demasiado dura? Lee Santiago (Stg 3:2-12). Sus palabras fueron inspiradas por el Dios vivo, quien conoce cada palabra en tu lengua antes de que sea pronunciada (Sal 139:4). Santiago escribió sobre ti.
A menos que tontamente declares ser perfecto, tienes un problema con tu forma de hablar. Aunque los hombres han domado todo tipo de criaturas salvajes, nadie puede domar completamente su lengua. Salomón advirtió repetidamente a su hijo y a ti sobre el peligro del habla. Dios quiere que sepas que tu lengua no es tuya (Sal 12:4). Cada palabra que formes con ella debe agradarle.
Boca y labios en este proverbio son metonimias de habla. Usas la boca y los labios para hablar, por lo que el medio para hablar se utiliza para describir el habla misma. El hombre que guarda su boca gobierna su discurso; el hombre que abre todo el tiempo sus labios no lo hace. Cuidar tus palabras te salvará; hablar libremente te destruirá. La lección es simple; las consecuencias son grandes.
Tus palabras pueden ayudarte mucho o hacerte daño. Las palabras amables y sabias harán que incluso los reyes te amen (Pr 22:11; 24:26). Las palabras tontas o abundantes te marcarán como un necio y te costarán buenos amigos (Pr 9:6; 14:7; 17:27-28; 18:6). Las palabras desdeñosas harán que los sabios te odien (Pr 24:9; 22:10). Las palabras irrespetuosas harán que te castiguen (Pr 19:25; 20:20; 30:17). Las palabras contenciosas te costarán un buen matrimonio (Pr 19:13; 29:21).
Salomón conocía el grave peligro de hablar sin cuidado, por lo que advirtió a menudo (Pr 10:31; 12:13,18; 16:23; 17:20; 18:7,21; 20:15; 21:23). Tus palabras pueden meterte en serios problemas, así que ten mucho cuidado cada vez que abras la boca. Puedes salvar tu vida prestando atención a cada palabra que dices y asegurándote de que tenga la clara aprobación de Dios. O puedes destruirte a ti mismo hablando impulsivamente sin una prudencia cuidadosa y piadosa.
Para aprender con seriedad la lección, y para temer el peligro en tu boca, considera algunos pecados de la lengua: ser respondón (Tit 2:9); arrogancia (1 S 2:3); murmurar (Pr 25:23); jactarse (Sal 94:4); amargura (Ef 4:29-32); queja (Nm 11:1); contienda (Pr 18:6); discusión (Ro 1:29); desprecio de los demás (Pr 11:12); desprecio a los padres (Pr 20:20; Dt 27:16); extorsión (Pr 20:14); acusaciones falsas (Ex 20:16; Tit 2:3); halagos (Sal 12:3); títulos halagadores (Job 32:21-22); coqueteo (Pr 2:16); palabras necias (Ef 5:4); paternidad dura (Col 3:21); votos apresurados o rotos (Ec 5:1-7); adoración hipócrita (Is 29:13); irreverencia de la mujer (Ef 5:33; 1 P 3:6); bromear (Ef 5:4); tomar el nombre del Señor en vano (Ex 20:7); mentir (Pr 12:22); regaños de una esposa (Pr 27:15-16); insultos (Mt 5:22); oración ostentosa (Mt 6:5); cuestionar a Dios (Ro 9:20); oraciones repetitivas y rutinarias (Mt 6:7); discurso subido de tono (Col 3:8); calumnia (Pr 10:18); hablar contra un pastor (Ez 33:30; 3 Jn 1:9 -10); hablar mal de los dignatarios (Ec 10:20; Jud 1:8); hablar mal de un hermano (Stg 4:11); hablar sin estudio (Pr 15:28); fianza (Pr 11:15); jurar (Stg 5:12); calumniar (Pr 11:13 ); preguntas ignorantes (2 Ti 2:23); cuchicheo (Pr 16:28); y mujeres hablando en la iglesia (1 Co 14:34-35; 1 Ti 2:11-12).
Si estos pecados no fueron suficientes para despertarte, considera las palabras del Señor Jesucristo: “ ¡Generación de víboras! ¿Cómo podéis hablar lo bueno, siendo malos? Porque de la abundancia del corazón habla la boca. El hombre bueno, del buen tesoro del corazón saca buenas cosas; y el hombre malo, del mal tesoro saca malas cosas. Mas yo os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio. Porque por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado” (Mt 12:34-37). No importa cuán religioso pueda afirmar ser un hombre, debe ser medido por cuán bien refrena su lengua (Stg 1:26).
Reduce el número de tus palabras a la mitad. Habla sólo la mitad de lo habitual. Di sólo la mitad de lo que quieres decir. Reduce el número de tus palabras a la mitad sabiamente. Limita tu habla y tus problemas, porque hay pecado en hablar mucho (Pr 10:19). Habla solo si es necesario. No dejes que una palabra ociosa escape de tus labios. Los hombres pronto pensarán que eres sabio (Pr 17:27-28). Tu reputación mejorará.
Desacelera. Sé pronto para oír, lento para hablar (Stg 1:19). Piensa antes de soltar palabras hirientes (Pr 12:18; Ro 3:13; Col 4:6). Escucha un asunto antes de responder (Pr 18:13; 25:8-10). Los hombres piadosos estudian antes de responder (Pr 15:28). Piensa conscientemente cada vez que abras la boca (o escribas un correo electrónico o un mensaje de texto). Enfatiza el agradecimiento (Ef 5:3-7).
Haz de la bondad tu meta constante (Ec 10:12; Col 4:6). Que la bondad gobierne cada palabra (Pr 16:24). Recuerda cómo el corazón puro de David y sus palabras llenas de gracia ganaron a Jonatán y a Israel (Pr 22:11; 1 S 18:1-5). Recuerda cómo el excelente espíritu de Daniel ganó a Darío el Medo (Pr 17:27-28; Dn 6:3). La mujer que habla con gracia siempre será honrada (Pr 11:16; 31:26). Sigue el ejemplo del Señor Jesús (Sal 45:2; Lc 4:16-22).
Ora como lo hizo Isaías cuando vio la gloria de Dios. “¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos” (Is 6:1-5)! Ora como David. “Pon guarda, oh Señor, delante de mi boca; guarda la puerta de mis labios” (Sal 141:3). Y también: “Sean gratos los dichos de mi boca y la meditación de mi corazón delante de ti, oh Jehová, fortaleza mía y redentor mío” (Sal 19:14).
Como David, teme a Dios y no peques con tu boca (Sal 4:4). Pídele a Dios que llene tu boca con Su alabanza todo el día (Sal 71:8). Recuerda que Jesucristo viene otra vez para juzgar a este mundo por sus malas palabras, sus necedades y sus bromas; Pablo advirtió a los hijos de Dios que reemplacen todos estas palabras con acciones de gracias (Ef 5:3-6).
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EXCEPCIONAL PLAN DE LECTURA BÍBLICA
LOS 7 MAGNÍFICOS—NUEVO TESTAMENTO
LOS 7 MAGNÍFICOS—ANTIGUO TESTAMENTO