“Hay quienes pretenden ser ricos, y no tienen nada; Y hay quienes pretenden ser pobres, y tienen muchas riquezas” (Pr 13:7).
Un hombre pobre puede ser rico en otras cosas además del dinero. Moisés cambió riquezas y placer por aflicción y oprobio (He 11:24-26). ¿Por qué? La recompensa de Dios era mejor para él que los tesoros de Egipto. Eligió a los pobres de Dios sobre la familia rica de Faraón. Él conocía este proverbio.
Considera a Moisés (Hch 7:20-23). Fue muy privilegiado desde su nacimiento. Aprendió toda la sabiduría de los egipcios, y fue poderoso en palabras y hechos en Egipto. Tuvo todas las oportunidades de la casa real de la nación más grande de la tierra. Pero a la edad de cuarenta años, tomó una decisión importante en su vida. Escogió el reino de Dios sobre el mundo.
¿Perdió? ¡De ninguna manera! Pasó 80 años caminando con Dios, escuchó Yo Soy El Que Soy desde una zarza ardiente, vio la espalda de Dios, habló con Dios cara a cara y sacó a Su pueblo de Egipto. ¡Sus riquezas aquí y en la eternidad excedieron con creces el cuerpo anegado de Faraón en el Mar Rojo, su nación demolida y la tesorería vacía en Egipto!
¿Qué decisiones costosas has tomado tú para seguir a Jesucristo? ¿Ninguna? Entonces no eres Su discípulo (Lc 14:25-33). Si no has contado el precio y no lo has pagado, no eres Su discípulo. Si no estás dispuesto a contar y pagar un precio, ni siquiera lo conoces.
El proverbio describe a dos hombres o a dos tipos de personas. El pronombre “quienes” debe entenderse así en este versículo. La figura retórica llamada elipsis omite palabras para darle más belleza y fuerza al texto. Con todas las palabras en su lugar, el versículo se leería así:
“Hay personas que pretenden ser ricas, y no tienen nada; Y hay personas que pretenden ser pobres, y tienen muchas riquezas”.
La primera persona pretende ser rica, pero en realidad no tiene nada de valor. La segunda persona pretende ser pobre, pero tiene verdadera riqueza.
La lección es la diferencia entre las riquezas mundanas y las riquezas celestiales. Hay dos clases de riquezas bajo consideración. La primera persona escogió las riquezas mundanas; la segunda, escogió las riquezas celestiales. El primer hombre pierde y el segundo hombre gana. Las riquezas celestiales son la verdadera riqueza. ¿Qué elegirás tú?
¿Qué son las riquezas celestiales? Jesús las llama “verdaderas riquezas” (Lc 16:11). Son la presencia de Dios, el fruto del Espíritu en tu alma, la sabiduría y la verdad por revelación, y la vida eterna. ¿Estas cosas significan algo para ti? ¿Son las cosas más importantes para ti? Satanás no quiere que sepas acerca de ellas, y mucho menos que las experimentes y las ames.
Considera solo algunas de las comparaciones en el libro de Proverbios, donde Salomón le enseña a su hijo que algunas cosas son mejores que otras. ¡Le muestra a su hijo las verdaderas riquezas!
La sabiduría es mejor que el dinero (Pr 3:14; 8:11,19; 16:16). Mejor es lo poco con el temor del Señor que los tesoros con angustia (Pr 15:16). Mejor es una ensalada con amor que un filete con odio (Pr 15:17). Mejor es poco con justicia que mucho con iniquidad (Pr 16:8). La humildad con los humildes es mejor que la riqueza con los soberbios (Pr 16:19). Mejor es tortilla de rescoldo con quietud que filet mignon con contienda (Pr 17:1). Retén estas comparaciones.
Considera otras ilustraciones. El supremo y eterno peso de gloria supera aquí con mucho a la corta y ligera tribulación (2 Co 4:17). Los placeres de esta vida se pueden ver, oír y considerar fácilmente, pero Dios ha preparado cosas que están más allá de los sentidos (1 Co 2:9).
David, con riquezas y placeres reales, pensó que ser portero en la casa de Dios por un día era más grande que vivir durante años con los ricos y famosos (Sal 84:10). ¿Estaba loco? ¿O era muy sabio? Se decidió por una cosa para su vida: el reino de Dios (Sal 27:4).
Pablo, cuya estrella ascendía rápidamente en Jerusalén, lo dejó todo para seguir a Jesucristo (Fil 3:4-11). Aunque sufrió horriblemente por elegir a Cristo (2 Co 11:22-28), confiaba en ser coronado en el cielo (2 Ti 4:7-8). ¡No podía esperar a llegar allí!
¡Debes elegir un camino! No puedes tener riquezas mundanas y celestiales a la vez. Jesús dijo: “Ninguno puede servir a dos señores” (Mt 6:24). No puedes ser amigo del mundo y de Dios (Stg 4:4). Si amas al mundo, no amas a Dios (1 Jn 2:15).
Ningún hombre que haya dejado las cosas de esta vida no ha recibido más cosas de aquí, y recibirá la vida eterna en el cielo (Mc 10:28-31). Dios Todopoderoso ha prometido todas las cosas que otros desean, si pones Su reino y Su justicia primero (Mt 6:33).
¡Adelante! ¡Elige las riquezas mundanas! Salomón describió al hombre que pone su mirada en las riquezas y las obtiene (Ec 5:10-17). No estás satisfecho; los gastos aumentan tan rápido como los ingresos, por lo que solo puedes ver los ingresos, no disfrutarlos; te preocupas por eso todo el tiempo; tratas de preservarlo, pero lo pierdes de todos modos; terminas sin nada que darle a tu hijo; vas a la tumba como llegó, desnudo; en efecto, has trabajado para el viento; y toda tu vida es oscuridad, tristeza y angustia. ¿Sabes cómo llamó a esa vida el Predicador? ¡Enfermedad!
Si tratas de salvar tu vida mundana, la perderás junto con tu vida espiritual (Mt 16:24-25). Si pierdes tu vida mundana, ganarás ambas. La elección es sencilla. Pero la carne es débil. El mundo es tentador. Y Satanás no quiere que elijas las verdaderas riquezas.
¿Qué has dejado para obtener las verdaderas riquezas? ¿Abandonas el placer y el ocio del sábado por la noche para prepararte para la asamblea del domingo por la mañana? ¿Abandonas el entretenimiento pasivo de la televisión para mantener tus ojos alejados del pecado? ¿Abandonas a los amigos que roban tu alma de la justicia? ¿Abandonas a los miembros de tu familia que se oponen a tu fe? ¿Dejarías un trabajo con muchas oportunidades para ser un mejor cristiano?
El Señor Jesús dejó las riquezas de la gloria para hacerse pobre en este mundo. ¿Por qué lo hizo? Porque Su Padre le pidió que lo hiciera, y vio la enorme recompensa que le esperaba en el cielo (Sal 16:8-11; Is 53:12; Lc 24:26; Fil 2:9-11; He 12:2) . Viene un día en el que todos los sacrificios de esta vida serán recompensados infinitamente. ¡Créelo! Amén.
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