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MIL AÑOS COMO UN DÍA

Mas, oh amados, no ignoréis esto: que para con el Señor un día es como mil años, y mil años como un día” (2 P 3:8).

El contexto es la clave para determinar la comprensión correcta de este pasaje y cualquier pasaje en la Biblia. 

El contexto de 2 Pedro 3 es el regreso del Señor para liberar a Su pueblo. Pedro les dice a los creyentes perseguidos que vendrán burladores y se burlarán de la idea de que el Señor regresará. Dirán algo como: “Se fue hace mucho tiempo; Él nunca volverá” (2 P 3:4). A medida que los cristianos son perseguidos y continúan buscando al Señor para que los libere, parece que la venida está retrasada” o se retrasa demasiado.

Pedro les recuerda a los creyentes que no se desanimen porque Dios está trabajando con un calendario y con un reloj profético diferentes al nuestro. Para nosotros, si algo no sucede en cuestión de años, lo más probable es que nunca se haga realidad. Dios, sin embargo, no está limitado por las mismas mediciones de tiempo porque “para con el Señor un día es como mil años, y mil años como un día”. El tiempo simplemente no es un problema para Dios porque Él tiene una cantidad ilimitada de Él: es Eterno

Si la persona promedio ve algo en la super-tienda que quiere o necesita adquirir, no le importa si cuesta mil pesos o diez pesos, con tal que no sea diez veces más caro que eso. Si un multimillonario quiere comprar una propiedad, no le importa si cuesta 50 millones o 500 millones. La quiere, la necesita, el dinero no es un problema para él; la va a adquirir sí o sí. Esta es la idea del versículo: tanto un día como mil años son cantidades de tiempo tan minúsculas para Dios que realmente no le importan.

Si una persona promete hacer algo, hay una cantidad finita de tiempo disponible para cumplir esa promesa. Si un padre anciano promete comprarle una casa a su hijo, hay una cantidad limitada de tiempo disponible para él. A medida que pasa año tras año y no compra la casa, el hijo puede comenzar a preguntarse si alguna vez lo hará. En última instancia, si el padre muere antes de cumplir la promesa y no deja nada al hijo en su testamento, entonces la promesa ha expirado. No debemos mirar las promesas de Dios a través del lente del tiempo humano. Si Dios está trabajando en un plan que tardará diez mil años en desarrollarse, no es tan diferente para Él que si Su plan tardara 10 días. 

El punto de 2 Pedro 3 es que, no importa cuánto tiempo tome, Dios cumplirá Su palabra—“El Señor no retarda su promesa” (2 P 3:9). Es decir, Él regresará un día para juzgar al mundo y rescatar a Su pueblo. El hecho de que aún no haya sucedido no es en absoluto una indicación de que Él no lo hará. Como personas con vida eterna, los cristianos necesitamos adoptar una perspectiva eterna aún en la temporalidad en que vivimos. Tenemos toda la eternidad por delante para recibir las promesas de Dios. No debemos preocuparnos si parece que nuestras vidas pueden terminar antes de que obtengamos todo lo que se nos ha prometido. Si el Señor no regresa por otros 50.000 años, eso es menos de dos meses (60 “días”), usando un cómputo literal del versículo 8. El punto principal es que, dada la cantidad de tiempo disponible para Dios, el tiempo simplemente no es Su preocupación.

Algunos que sostienen el creacionismo de la tierra-vieja usan 2 Pedro 3:8 para reforzar su punto de vista de que los “días” de Génesis 1 no fueron días literales sino largos eones de tiempo. Si “un día es como mil años”, dice el razonamiento, entonces la palabra día en la narración de la creación no puede significar un día literal de veinticuatro horas. El problema es que Dios no está intentando redefinir nuestras palabras en 2 Pedro 3:8. Pedro no dice que un día son mil años; dice que un día es como mil años. En otras palabras, está usando un lenguaje figurado para expresar su punto. No es que debamos interpretar la palabra día como “mil años” dondequiera que la encontremos en las Escrituras; más bien, el punto es que el paso del tiempo no tiene nada que ver con la fidelidad de Dios a sus promesas. Él es “el mismo ayer y hoy y por los siglos” (He 13:8). Además, la teoría del día-era requiere mucho más de 6.000 años en la “semana” de la creación.

Algunos otros también se desvían en su interpretación de 2 Pedro 3:8 al tomarlo como una ecuación matemática literal. Sostienen el creacionismo de la tierra-joven, y estiman que la Tierra ha existido alrededor de 6.000 años o, según la ecuación matemática en 2 Pedro 3:8, alrededor de seis “días”. Siete es el número de la perfección y finalización, por lo que, según la especulación, toda la historia humana durará una semana, es decir, siete días (7.000 años). El reino de 1.000 años es el séptimo día de descanso. Dado que el séptimo día aún está por llegar y será inaugurado por el regreso del Señor, y dado que ya llevamos 6 días en la Tierra, entonces el Señor debe regresar pronto. Algunos van más allá en sus cálculos y establecen fechas específicas; esto siempre ha terminado en el ridículo. El Señor ya dijo que en cuanto a Su venida nadie conoce el día ni la hora (Mt 24:36), ni el año.

Si bien la teoría de los siete días parece atractiva dado nuestro punto particular en la historia, alrededor de 6.000 años o cerca del final del sexto día, va en contra del espíritu del versículo. El punto central del pasaje es que no podemos saber cuándo regresará el Señor porque Él está operando en un horario y calendario diferentes. Necesitamos esperar con paciencia, sabiendo que el Señor “es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 P 3:9). 

“Para con el Señor un día es como mil años, y mil años como un día” (2 P 3:8) no es una ecuación críptica que nos permita saber cuándo regresará el Señor. Si ese fuera el caso, parecería que Pedro habría sido capaz de averiguarlo y simplemente podría haberles dicho a los creyentes perseguidos que el Señor regresaría en unos 2.000 años. No hizo eso porque no sabía cuándo regresaría el Señor. Y nosotros tampoco. Necesitamos esperar en el Señor con tanta paciencia como lo hicieron los creyentes perseguidos del primer siglo y, como ellos, “andar en santa y piadosa manera de vivir, esperando y apresurando [con nuestras oraciones] la venida del día de Dios” (2 P 3:11-12).

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