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¿BENDICIÓN O MALDICIÓN?

Nuestra visión al nivel de la tierra de las circunstancias de la vida es comprensiblemente miope en comparación con el gran cuadro del buen plan de Dios. Al igual que mirar la parte trasera de un tapiz bellamente tejido, sabemos que hay algo allí, pero todavía estamos del lado del asombro y la especulación. Quizás tengamos un indicio de que algo hermoso todavía está por revelarse cuando le damos la vuelta a la tela.

Permítanme recordarles esta historia para enfatizar esto una vez más, con la esperanza de traer confianza en nuestro buen Dios y paz a nuestro corazón cuando ya sea que la adversidad haga una visita, o la buena fortuna nos bese en la frente.

Había una vez un anciano que vivía en un pequeño pueblo. Aunque pobre, todos lo envidiaban porque poseía un hermoso caballo blanco. La gente ofrecía precios fabulosos por el caballo, pero el anciano siempre se negaba. “Este caballo es un amigo, no una posesión”, respondía.

Una mañana el caballo no estaba en el establo. Todos los aldeanos dijeron: “Viejo tonto. Te dijimos que alguien robaría ese hermoso caballo. Al menos podrías haber recibido dinero por él. Ahora el caballo se ha ido y la desgracia te ha maldecido”. El anciano respondió: “Quizás. Todo lo que sé es que mi caballo se ha ido; el resto no lo sé. No puedo decir si será una maldición o una bendición”.

Al cabo de quince días el caballo regresó. No lo habían robado; había huido hacia las montañas. No sólo había regresado, sino que había traído consigo una docena de caballos salvajes. Una vez más, la gente del pueblo se reunió alrededor del anciano y le dijeron: “Tenías razón: lo que pensábamos que era una maldición era una bendición. Por favor perdónanos”. El anciano respondió: “Quizás. Una vez más han ido demasiado lejos. ¿Cómo saber si esto es una bendición o una maldición? A menos que podamos ver la historia completa, ¿cómo podemos juzgar?” Pero la gente sólo podía ver lo obvio. El anciano tenía ahora doce caballos más que podía domar y vender por una gran cantidad de dinero.

El anciano tenía un hijo, un hijo único. Él comenzó a domar a los caballos salvajes. Desafortunadamente, después de unos días, se cayó de un caballo y se rompió ambas piernas. Una vez más los aldeanos se reunieron alrededor del anciano y le dijeron: “Tenías razón. Los caballos salvajes no fueron una bendición; si no una maldición. Tu único hijo se ha roto las piernas y ahora, en tu vejez, no tienes a nadie que te ayude. Eres más pobre que nunca”. Pero el anciano dijo: “Quizás. No vayan tan lejos. Sólo puedo decir que mi hijo se rompió las piernas. Sólo tenemos un fragmento de toda la historia”.

Sucedió que unas semanas más tarde el país entró en guerra con un país vecino. Todos los jóvenes del pueblo debían alistarse en el ejército. Sólo el hijo del anciano fue excluido, porque tenía las dos piernas rotas. Una vez más la gente se reunió alrededor, llorando porque había pocas posibilidades de que sus hijos regresaran. “Tenías razón, viejo. El accidente de tu hijo era una bendición. Nuestros hijos se han ido para siempre”. El anciano volvió a hablar. “Ustedes siempre sacan conclusiones precipitadas. Sólo Dios conoce el final de la historia”.

Lo mismo ocurre con nuestras vidas. Lo que vemos como una bendición o una maldición puede ser simplemente parte de la preparación de Dios para lo que nos espera. Ten cuidado de no ver un desastre o una bendición en cualquier cambio. Simplemente reconócelo como un cambio, que abre la puerta tanto para el bien como para el mal, tanto para la ganancia como para la posible pérdida. La clave está en cómo reaccionas a él.

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