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6. CALUMNIA—LA MALEDICENCIA

La Sagrada Escritura dice que los calumniadores merecen la muerte (Ro 1:24, 30-32). Los cristianos ni siquiera deben comer en compañía de los calumniadores (1 Co 5:11). El apóstol Pablo nos dice: “Quiten a ese pecador de en medio de ustedes” (1 Co 5:13). Eso nos indica cuán serio es el pecado de la calumnia. Pero Satanás está dispuesto a pagar cualquier precio para hacernos pecar a fin de que algún día seamos condenados. Quiere que ni siquiera estemos conscientes de que nos hemos entregado a ese pecado; él quiere que pensemos que la calumnia no se aplica a nosotros. Pero es un hecho que este pecado está ampliamente difundido entre los cristianos. Es uno de los rasgos de nuestra hipocresía. Nosotros no mentiríamos intencionalmente. Somos demasiado piadosos para hacer eso. No obstante, mentimos al condenar y acusar a otros, aun sin conocerlos personalmente, sino por haber oído lo que otra persona nos ha dicho acerca de ellos. Por el hecho de que creemos tener una posición elevada y poderosa, porque nos justificamos y somos críticos, pensamos que podemos murmurar sin probar los hechos y de ese modo difundimos las falsas suposiciones. Tal vez comencemos difundiendo falsedades acerca de algunos miembros de nuestra iglesia o de otros grupos cristianos sin estar conscientes de esto.

De este modo, el pecado de la murmuración se arrastra hacia nuestros corazones sin que nos demos cuenta. Comienza con el espíritu de crítica, con el hecho de juzgar a otro, con la murmuración, del chisme. Con orgullo pensamos que podemos juzgar todo. Tenemos que asumir la tarea del vigilante. Pero estamos equivocados, no los somos pues ni siquiera hemos vigilado la verdad de nuestras propias vidas y aun así nos atrevemos a juzgar a otros y a hacer declaraciones sin haber examinado los hechos. En caso de que estén equivocados, nos convertimos en murmuradores que difundimos falsos rumores, los cuales podrían arruinar la reputación de otra persona o de un grupo cristiano.

¿Hicieron algo los fariseos (religiosos de la época de Jesús) que no fuera juzgar las acciones de Jesús como si tuvieran el mejor conocimiento de ellas, y tal como los dirigentes espirituales del pueblo les habían advertido con respecto a Él? Sin embargo, eran hipócritas, calumniadores y mentirosos. ¿Cómo llegó a esto? Porque sus juicios no eran puros. No estaban libres de emociones personales, aunque no comprendían este hecho. Eran orgullosos y no querían ser humillados en presencia de Jesús, quien les llamó la atención con respecto a su pecado y a su necesidad de redención. También tenían envidia en sus corazones, porque Jesús tenía muchos seguidores entre el pueblo y había desplazado a los fariseos a un segundo plano. Para ellos era difícil soportarlo. Ellos veían con malos ojos su popularidad. Por esa razón el juicio contra Jesús surgió en sus corazones. Un corazón orgulloso, lleno de envidia y celos, nos ciega y nos hace incapaces de comprender la verdad respecto a los demás. Al mismo tiempo da origen a otro pecado: la murmuración o calumnia. Así ocurre con los cristianos que a menudo por causa de la envidia calumnian a sus hermanos y a otros grupos cristianos. Dicen cosas desfavorables acerca de ellos para despojarlos de su buena reputación, en tanto que quieren mejorar la propia como supuestos vigilantes y buenos dirigentes de la iglesia. Pero nunca admitirían que dieron tales veredictos a causa de la envidia.

Con respecto a esta actitud, dice Jesús: “Y aún llegará el momento en que cualquiera que los mate creerá que así presta un servicio a Dios” (Jn 16:2). ¡Si sólo comprendiéramos que la más hábil astucia de Satanás consiste en no permitir que reconozcamos que nuestras mentiras lo son! Por el orgullo que nos hace ciegos ante el pecado de la envidia, nos convencemos de que estamos sirviendo a Dios cuando le damos advertencias a la gente con respecto a otros y así minamos la reputación de aquellos de quienes hacemos el comentario. No hay ninguno que esté en tanto peligro de vivir en mentira y llegar a ser hipócrita como nosotros los cristianos. Pero, por el hecho de que todos tendremos que comparecer ante el tribunal de Dios para responder por lo que hayamos hecho (2 Co 5:21), es prudente examinar detenidamente nuestros juicios acerca de otras personas y de otros grupos cristianos y pedirle a Dios que nos dé la luz para que podamos comprender que hemos caído en el pecado de la calumnia.

La calumnia corresponde al pecado de la mentira, y los mentirosos, según la Biblia tendrán su parte en el reino de Satanás. Además la calumnia se encuentra entre los peores pecados contra el quinto mandamiento porque cuando destruimos la buena reputación de una persona, podemos perjudicarla más que si la hubiéramos herido físicamente. ¡Y qué terrible juicio con el cual Jesús amenaza a los que traspasan el quinto mandamiento al manifestarse disgustados con sus hermanos! Repito que Jesús nos indica claramente que este pecado, si no nos apartamos de él, nos llevará al reino del tormento.

De modo que nuestro destino en la eternidad depende de si nos libramos de la murmuración y de la calumnia. ¡Cuán airado tiene que estar Dios contra los calumniadores cuando nos prohíbe comer junto con ellos! Nunca tendrán comunión con los demás creyentes en Cristo en el reino de Dios; serán echados en tinieblas.

Ante estos severos juicios que esperan a los calumniadores, tenemos que permitir que se opere en nosotros un cambio radical y prometerle a Dios: “Aa menos que sea absolutamente necesario, no difundiré comentarios negativos acerca de otros ni acerca de grupos cristianos y no lo haré sin examinar primero esos comentarios”. Sí, eso significa suplicarle que nos dé el arrepentimiento por las veces en que actuamos erradamente y al mismo tiempo apartarnos de tal forma de actuar.

Luego tendremos que orar diariamente: “Nuestros pecados y maldades quedan expuestos ante Ti” (Sal 90:8). “Muéstrame los motivos escondidos que tengo para juzgar a otros tan agudamente”. Sí, tenemos que pedir a Dios diariamente que nos muestre la raíz de nuestros pecados, que nos enseñe por qué tenemos cierta aversión hacia alguna persona de la cual sólo podemos hacer comentarios desfavorables. A menudo la causa está en el orgullo, los celos escondidos, la amargura y la envidia. Pero no basta con que esto se nos revele y lo confesemos a nuestro consejero espiritual. El arrepentimiento tiene que impulsarnos a ir ante aquellos a quienes hemos difamado con nuestra crítica y difamación, para pedirles perdón por lo que hemos hecho. Luego debemos aclarar a los demás la verdad de lo que dijimos y convertir las falsedades que divulgamos en cosas correctas.

¡Arrepentíos! Ese era el contenido de los sermones de Jesús. Apartaos de las malas palabras y de las malas acciones. Si hemos calumniado a otros, debemos permitir que tales palabras de Jesús sean nuestro lema, para que no volvamos a ser instrumentos de Satanás. Él es el "padre de mentira" que hace todo esfuerzo para seducirnos a calumniar. Si no nos arrepentimos, pertenecemos a él, y él podrá venir por nosotros para llevarnos a su reino de horror.

Jesús quiere ayudarnos a ser libres de los pecados de murmuración y calumnia. Él dijo: “Yo nací y vine al mundo para decir lo que es la verdad” (Jn 18:37). Él nos redimió para que seamos hijos de luz y de verdad. Si Él como Cabeza es la Verdad, ¿no hará todo esfuerzo para que también los miembros de su Cuerpo lleven los rasgos de la verdad?

Por tanto, “¡Pidan y se les dará!” Él quiere darnos su Espíritu de verdad. Nos lo ha prometido si se lo pedimos con fe. Él nos exhorta a hacer esto para redimirnos del pecado de hablar mal de otros. Por medio de su redención podremos decir cosas buenas acerca de los demás, con humilde amor y hacer todo esfuerzo para practicar el canto del amor, que se encuentra en 1 Corintios 13:1-13.