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46. SAFIRA—UNA MUJER TRAMPOSA

El relato que vamos a examinar ahora es tal vez uno de los más conocidos del libro de los Hechos. Trata de un matrimonio de la iglesia encabezado por Ananías. Aunque se menciona a su mujer, Safira, no se dice nada más acerca de ellos.

Oro para que esta lección nos sirva como un solemne recordatorio sobre la gravedad del pecado. Estudiaremos los pecados de engaño, intriga, mentira e hipocresía, a los que la Biblia llama “abominación ante Dios” en Proverbios 12:22

Antecedentes

El incidente ocurrió poco después de que la iglesia de Jerusalén saliera de la persecución que se había desatado con motivo de la sanidad del cojo en el templo (Hechos 4). La iglesia surgía de aquel ataque más fuerte que nunca (4:31–33). Hechos 4:32–37 narra los esfuerzos de los cristianos primitivos por satisfacer las necesidades sociales de sus miembros. El pasaje presenta a un cuerpo de creyentes unidos que se amaban y se preocupaban unos por otros. Los más prósperos vendían con gusto algunas de sus propiedades para ayudar a suplir las carencias de sus hermanos más pobres. ¡Qué grupo tan maravilloso para asociarse!

Para poner la situación en un contexto apropiado, necesitamos leer Hechos 4:32, 34-35:

32 Y la multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma; y ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común. 

34 Así que no había entre ellos ningún necesitado porque todos los que poseían heredades o casas, las vendían y traían el precio de lo vendido. 

35 Y lo ponían a los pies de los apóstoles y se repartía a cada uno según su necesidad.

Es en este contexto más amplio de unidad, amor y compasión en el que nos encontramos con este matrimonio cristiano que no lo era del todo (Hechos 5:1s). No pretendo afirmar que Ananías y Safira no fueran creyentes verdaderos. No hay nada que indique que no lo fueran. En un contexto semejante se espera que los consideremos como verdaderos cristianos a menos que se nos diga que no lo son. Cuando expreso que no lo eran “del todo”, quiero decir que en el incidente que nos ocupa no se comportaron como creyentes. Mientras sus hermanos estaban atareados con las necesidades reales de los demás, a Ananías y Safira les preocupaban las suyas.

El contexto inmediato de la historia es el elogio que se hace a Bernabé, quien, fiel a su estilo de vida de “hijo de consolación”, había vendido una propiedad “y trajo el precio y lo puso a los pies de los apóstoles” (Hechos 4:36, 37). Evidentemente, la atención que aquel gesto sacrificial le había merecido a Bernabé turbó a Ananías y a Safira.

Aunque Pedro trata tanto con el marido como con Safira, culpa del asunto principalmente a Ananías (Hechos 5:3, 4). El versículo 2 expresa que aquello había ocurrido “sabiéndolo también su mujer”; lo cual implica que era Ananías quien había concebido el plan y lo había dado a conocer a Safira, la cual le había seguido el juego. La responsabilidad mayor recae sobre el marido como cabeza de familia y luego sobre la mujer por no haber denunciado la hipocresía de su marido. Nótese que los primeros cristianos de Jerusalén habían acordado compartir todo lo que poseían. También habían acordado abrir un fondo común para distribuir a los necesitados. Nadie obligaba esto a los miembros del grupo; la participación era completamente voluntaria. Es importante recordar esto.

Su pacto diabólico

Ahora que conocemos los antecedentes, comencemos a leer la historia de Ananías y Safira como la encontramos en Hechos 5:1-4. Al final de Hechos 4, encontramos el relato sobre Bernabé, quien vendió sus tierras y entregó el dinero a los apóstoles. Como contraste, el capítulo 5 comienza con la palabra “Pero...”

1 Pero cierto hombre llamado Ananías, con Safira su mujer, vendió una heredad,

2 y sustrajo del precio, sabiéndolo también su mujer, y trayendo solo una parte, la puso a los pies de los apóstoles. 

3 Y dijo Pedro: Ananías ¿por qué llenó Satanás tu corazón para que mintieses al Espíritu Santo, y sustrajeses del precio de la heredad? 

4 Reteniéndola, ¿No se te quedaba a ti? y vendida ¿no estaba en tu poder? ¿Por qué pusiste esto en tu corazón? No has mentido a los hombres, sino a Dios.

5 Al oír Ananías estas palabras, cayó y expiró. Y vino un gran temor sobre todos los que lo oyeron. 

6 Y levantándose los jóvenes, lo envolvieron, y sacándolo, lo sepultaron

Unas tres horas más tarde, Safira se presentó a la asamblea de los creyentes. El apóstol Pedro la confrontó con el tema del dinero. Safira mintió, y también cayó muerta instantáneamente. Hechos 5:7-10 declara:

7 Pasado un lapso como de tres horas, sucedió que entró su mujer, no sabiendo lo que había acontecido.

8 Entonces Pedro le dijo: Dime, Vendisteis en tanto la heredad? Y ella dijo: Si, en tanto.

9 Y Pedro le dijo: ¿Por qué convinisteis en tentar al Espíritu del Señor? He aquí a la puerta los pies de los que han sepultado a tu marido, y te sacarán a ti. 

10 Al instante ella cayó a los pies de él, y expiró; y cuando entraron los jóvenes, la hallaron muerta; y la sacaron, y la sepultaron junto a su marido.

La trágica situación del matrimonio

Quisiera hacer tres comentarios. Primero, como ya he dicho, no hay apoyo bíblico para interpretar que Ananías y Safira fuesen inconversos. Su pecado de hipocresía ha sido cometido por millones de cristianos, quizá por todos los creyentes, incluso quien lee y escribe aquí, alguna vez.

En segundo lugar, la historia debería interpretarse a la luz del contexto más amplio. Utilizando una expresión moderna, lo que “se llevaba” en aquel momento era vender las propiedades de uno y entregar las ganancias a la iglesia local (vv. 1–2; 4:34–37). Eso era lo que hacían todos los cristianos prósperos y “comprometidos”. “Si no lo hacemos”, razonaron tal vez Ananías y Safira, “no seremos considerados espirituales”. Ya que el don sacrificial de Bernabé estaba en boca de todo el mundo y la pareja quería que los hermanos hablaran bien de ellos, se propusieron hacer algo impresionante. Así entraron a formar parte del movimiento de su iglesia local cuyo lema era “Vende tus propiedades y entrega los beneficios a la iglesia poniéndolos a los pies de los apóstoles”.

El problema era que no creían poder pagar el precio requerido para formar parte del grupo de moda, así que acordaron vender la propiedad y entregar sólo una parte del importe de dicha venta a la iglesia, diciendo que era el precio total de lo vendido (vv. 1, 2).

En tercer lugar, siempre ha habido Ananías y Safiras en nuestras iglesias. Es gente que quiere formar parte del grupo de moda. Si todo el mundo habla de la vida del cuerpo, de eso hablan ellos. Si el énfasis se pone en la oración conversacional, ellos son los mayores exponentes de la misma en la congregación, por lo menos en público. Si el Espíritu Santo está despertando a su pueblo a la realidad de los dones espirituales, tratan de dichos dones. Si se destaca el discipulado, hablan de cuántos discípulos están haciendo. Si el asunto es “caer bajo el poder”, lo experimentarán más que los otros. Y si se pone el énfasis en la guerra espiritual irán a la iglesia vestidos con la armadura de Dios. Pero no son sinceros. No son auténticos en su comportamiento, ya que no están dispuestos a vivir a plenitud bajo el señorío divino. Cuando los Ananías y las Safiras logran abrirse camino hasta el liderazgo de nuestras iglesias, tenemos graves problemas. La gente problemática en muchas de nuestras congregaciones no son tanto los cristianos que se saben carnales como aquellos que siéndolo quieren aparentar espiritualidad. Estos son los equivalentes funcionales de aquel Ananías y aquella Safira del primer siglo.

El don de discernimiento de espíritus en acción

Ananías y Safira cometieron el error de no reconocer que la iglesia pertenece a Jesucristo y que Él sabe incluso los pensamientos y las intenciones del corazón de las personas. Para proteger a su iglesia de la actividad engañadora, el Espíritu de Cristo concede el don de discernimiento de espíritus” (1 Corintios 12:10).

Este parece ser el don protector otorgado a la iglesia. ¿Y qué sucede cuando dicho don no se reconoce ni se ejerce? ¿Qué hubiera pasado si en la iglesia de Jerusalén no se hubiese reconocido o aceptado el don de discernimiento?

Tal vez fue durante una de esas reuniones de la iglesia en las que los creyentes ponían el producto de la venta de sus propiedades “a los pies de los apóstoles” cuando Ananías hizo su jugada pública.

Utilizando la imaginación casi podemos ver la sonrisa de felicidad en su rostro mientras la gente de la congregación responde al don de amor sacrificial presentado por aquel destacado cabeza de familia. Tal vez estaba a punto de volver a su sitio cuando Pedro lo llama de vuelta. Y al mirar a Ananías, el apóstol sabe lo que ha sucedido. Ejerciendo el don de discernimiento de espíritus, Pedro señala el doble origen del pecado de Ananías (vv. 3, 4).

Primero le dice que su pecado procede de Satanás, del adversario (v. 3). Y en segundo lugar, que sale de su corazón (v. 4). Aquella era la combinación que había producido el problema de pecado con el que Pedro trató en la vida de Ananías y más tarde en la de Safira (vv.3–11).

Al pecar contra la iglesia de Cristo, dice Pedro, ha pecado contra Dios (vv. 3, 4, 9). La iglesia local es parte del cuerpo de Cristo y pecar contra su cuerpo es hacerlo contra Él. Esto debería servirnos de advertencia en nuestras relaciones con otros creyentes.

Por último, todos los cristianos nos enfrentamos al mismo adversario cada día y éste puede destruirnos si no andamos en obediencia al Señor Jesús (Santiago 4.6–11; 1 Pedro 5.8–11). La experiencia de Ananías es un aviso para todos nosotros. Sin duda alguna, muchos cristianos desobedientes han sido entregados “a Satanás para destrucción de la carne, a fin de que el espíritu sea salvo en el día del Señor Jesús” (1 Corintios 5:5; 1 Timoteo 1:18–20 con 1 Corintios 11:23–32; Santiago 5:19, 20; 1 Juan 5:16–19).

El resultado del juicio divino

A continuación se explica en detalle el séxtuple resultado del juicio de Dios sobre este pecaminoso matrimonio cristiano. En primer lugar, tenemos la muerte física de Ananías (v. 5) y de Safira, que muere con él por participar en la confabulación (v. 10).

En segundo lugar, un gran temor viene sobre toda la iglesia y sobre el público en general (vv. 5, 11); un temor sano que produjo reverencia hacia Dios y estimuló a los creyentes a la santidad y a apartarse de una vida descuidada e hipócrita.

En tercer lugar, al incidente siguieron manifestaciones extraordinarias del poder de Dios por medio de los apóstoles (vv. 12, 15, 16). Una vez más esto sucedió como respuesta directa a sus oraciones en Hechos 4.29–31. En cuarto lugar, se produjo una reacción en apariencia contradictoria de parte del público (vv. 13, 14). Aquellos que habían pensado hacerse cristianos pero no querían tener nada que ver con un compromiso completo se apartaron de la iglesia atemorizados (v. 13a). Por el contrario, los que experimentaban un hambre sincera de Dios y de realidad espiritual se regocijaron por lo que vieron y escucharon y se sumaron a la congregación en números cada vez mayores (vv. 13b, 14).

En quinto lugar, se registró el crecimiento numérico más grande hasta esa fecha (v. 14). Este es el único ejemplo en el Nuevo Testamento donde se utiliza el plural “multitudes”, que indicaría muchedumbres superiores a aquellas de Hechos 2–4. Para entonces el tamaño de la iglesia de Jerusalén debía ser asombroso. La respuesta al evangelio se extendía incluso a “las ciudades vecinas” (v. 16).

Una vez más los esfuerzos de Satanás por detener el crecimiento de la iglesia fracasaron.

Por primera vez se declara específicamente que se estaban añadiendo a la iglesia mujeres en grandes números (v. 14). Como ya hemos mencionado, Hechos 4:4 habla sólo de hombres y Hechos 2:41 de “tres mil personas”. La presencia de mujeres significa quizás que la iglesia estaba ahora centrada en unidades familiares. La verdadera liberación de la mujer tiene sus raíces en el cristianismo bíblico.

Y en sexto lugar, se produjo un movimiento de evangelización de poder dirigido por el apóstol Pedro que incluía sanidades y liberaciones en masa (vv. 15, 16). Este fue el resultado más importante de todos.

Manipulación satánica en vez de demonización

Este relato de la hipocresía de un matrimonio de la iglesia se ha convertido en un punto de considerable polémica en nuestros días. Mucho del problema tiene que ver con la cuestión de la posible demonización de algunos cristianos. Cuando se suscita este asunto cada uno enfoca la historia partiendo de diferentes presuposiciones teológicas.

Los que afirman que los verdaderos creyentes no pueden bajo ninguna circunstancia de pecado llegar a estar endemoniados, declaran dogmáticamente que Ananías y Safira no eran cristianos de verdad, o si acaso que lo habían sido en el pasado pero no seguían siéndolo, habían “caído de la gracia”. Otros que no aceptan la posibilidad de que los verdaderos creyentes puedan jamás perder su salvación afirmarán quizás que en primer lugar la pareja no se había convertido nunca de veras.

Aquellos a quienes no les preocupa la cuestión de si algunos creyentes entregados al pecado pueden llegar a estar endemoniados o no, afirman por lo general que eran cristianos. A la verdad, habían pecado contra el Espíritu de Dios, pero no hay nada en el relato que indique que no fueran creyentes.

Sin embargo, ese no es el énfasis de la historia. Lucas no nos está dando, ni un ejemplo de verdaderos creyentes que llegaron a estar endemoniados, ni el de cristianos falsos que lograron cierta prominencia en la iglesia de Jerusalén. Se trata sólo de un matrimonio de la iglesia manipulado por Satanás para poder introducirse en la vida de la comunidad cristiana de Jerusalén y revela lo terribles que son los pecados de hipocresía, engaño, mentira e intriga para alguien que forma parte del cuerpo de Cristo.

Este episodio demuestra, otra vez, que Cristo es la cabeza de su iglesia. Él sabe con precisión lo que sucede en sus congregaciones (Apocalipsis 2 y 3), sea bueno o malo, y cuando quiere interviene y juzga directamente a los creyentes que pecan por voluntad propia. Incluso les quita la vida si lo estima necesario. ¡Se trata de un relato muy serio! No hay por qué intentar demostrar que Ananías y Safira perdieron la salvación. Ya supone bastante que perdieran la vida por abrir sus corazones a la mentira del enemigo sin que se precise mandarlos también al infierno.

Las principales razones por las que algunos comentaristas y predicadores afirman que al menos Ananías no era un verdadero creyente, tienen que ver con las palabras que le dirige Pedro y las acciones que Dios ejecuta contra él. Pedro le pregunta: “¿Por qué llenó Satanás tu corazón para que mintieses al Espíritu Santo?” (v. 3). Y es el hecho de que el diablo hubiera llenado el corazón de Ananías lo que causa tales problemas.

“Llenar” es el término griego pleróo, el cual según Vine significa “completar, llenar hasta arriba”. Entre sus distintos usos, sigue diciendo, está ese figurado de llenar “los corazones de los creyentes como sede de las emociones y la voluntad: Juan 16:6 (tristeza); Hechos 5:3 (engaño)”.

Esta palabra, ciertamente, indica un fuerte control del corazón de la persona en el momento en cuestión y es la misma que se utiliza en Efesios 5:18 para indicar la llenura del Espíritu Santo.

Los verdaderos creyentes pecan y a veces de un modo terrible, como sucedió con Ananías y Safira. Pueden mentir, engañar, robar, cometer adulterio, enfurecerse, actuar con desdoro, rechazo e incluso amargura y odio. No deben actuar de esa forma, pero lo hacen. Se trata de una anormalidad bíblica y al mismo tiempo de una vívida realidad.

Que el que siempre esté libre del pecado de Ananías y Safira sea el primero en enviarlos al infierno. ¿Nadie se adelanta?

La Biblia nunca presenta un cuadro idealizado de nada. Este relato es en cierto modo estimulante, ya que nos muestra que incluso en los días más grandes de la Iglesia había una mezcla de bueno y malo. Haremos bien en recordar que si la Iglesia fuese una sociedad de gente perfecta no existiría en absoluto.

Tenemos el problema del juicio de Dios sobre la pecadora pareja (vv. 5–10). Algunos expresan: “Dios no haría nunca eso a uno de sus hijos, sólo a aquellos que no le aman”. ¿Quién ha dicho tal cosa? En 1 Corintios 11:30, 31 Pablo nos cuenta que Dios lo hacía con regularidad, si podemos expresarlo de ese modo, en la iglesia de Corinto. En palabras del apóstol, el Señor utiliza a menudo a Satanás para ejecutar ese juicio fatal (1 Corintios 5:5; 1 Timoteo 1:18). 

El diablo puede conseguir un control parcial de los corazones de aquellos creyentes que pecan por voluntad propia. Tal vez lo que vemos en este relato sea un pecado continuo, planeado y voluntario. Todos los que se ocupan de aconsejar a creyentes afligidos tienen que enfrentarse continuamente con  este problema.

No estoy afirmando que los demonios hubieran entrado en el cuerpo de Ananías o Safira. Eso no lo sé. Tampoco importa en realidad. Los demonios se vinculan a la vida de las personas. En ocasiones están claramente dentro de ellas y en otras parecen entrar y salir, como sucedía con Saúl en el Antiguo Testamento. A menudo da la impresión de que sólo cubren a la gente. Allá donde va el individuo, una “nube” demoníaca parece seguirle.

Las Escrituras no se preocupan por definir estas cuestiones. No están obsesionadas por el asunto de la espacialidad; es decir, en dónde exactamente están los demonios, si dentro o fuera del cuerpo humano.

Otra vez se trata de un problema de cosmovisión. Los occidentales tenemos una lista de presuposiciones filosóficas y teológicas las cuales imponemos a la Escritura siempre que nos encontramos con alguna dificultad manipulando determinados conceptos o experiencias desagradables, aunque no tengamos ninguna palabra clara de Dios para apoyar nuestros prejuicios.

Pensamientos finales

¿Qué de nosotras hoy día? ¿Pensamos que los pecados de la mentira, el engaño, la hipocresía y la intriga son hoy juzgados por el Señor menos severamente que antes? No lo son. Ananías y Safira murieron físicamente, pero nosotras hoy morimos espiritualmente al pecar, y eso es peor. Debemos examinar nuestras vidas para ver si somos siempre honestas o no. La verdad es que no hay términos medios en este asunto. O hablamos la verdad, o no la hablamos. Y si lo que decimos no es verdad, entonces es una mentira.

Debemos darnos cuenta de que aquellos que viven con nosotros saben cuán honestos somos en realidad. Como madre, ¿alguna vez has permitido que tus hijos hagan algo que su padre les ha prohibido? Como madre, ¿alguna vez has hecho algo y después le has dicho a tu hijo: “No le digas al papá; este va a ser un pequeño secreto entre nosotros dos”?

¿Cómo hablas cuando nadie te escucha excepto tú misma y los niños? ¿Hablas mal de su marido ante tus familiares, pero después hablas dulcemente de él cuando estás con personas que lo aprecian a él? 

Hay formas sutiles de mostrarles a nuestros niños y a los que nos rodean que la mentira y el engaño son aceptables. ¿Damos buenos ejemplos que enseñan a nuestros hijos a decir la verdad? O, ¿nos ven tratando de arreglar, con engaños, las cosas para poder lucir bien cuando nos ven los demás?

Pidámosle a Dios que nos de verdadero arrepentimiento para que pueda perdonarnos y nos ayude a vivir vidas honestas. Medita en los siguientes versículos para ver lo que Dios dice acerca de la mentira:

  • “Los labios mentirosos son abominación a Jehová; pero los que hacen verdad son su contentamiento”  (Proverbios 12:22). 
  • “Libra mi alma, oh Jehová, del labio mentiroso, y de la lengua fraudulenta” (Salmo 120:2).
  • “Por lo cual desechando la mentira, hablad verdad cada uno con su prójimo” (Efesios 4:25).

Temas de discusión

  • Explica cómo se ayudaban unos a otros los miembros de la iglesia primitiva.
  • ¿En qué tema específico se puso de acuerdo Safira con su marido? 
  • ¿Alguna vez te has puesto de acuerdo, digamos, con tu hijo o con familiares para engañar a tu marido? (Como Rebeca y Jacob lo hicieron.)
  • ¿Pecaron Safira y su marido por haberse quedado con algo del dinero para sí mismos, o por haber engañado a la iglesia en cuánto al monto que estaban dando?
  • ¿Por qué crees tú que Dios castigó este asunto de una manera tan severa y tan rápida?
  • ¿Crees tú que Dios pasa por alto hoy tu engaño, tu mentira, tu hipocresía y tu intriga porque no has caído muerta a los pies de un apóstol?
  • Discute la gravedad de estos pecados. ¿Cómo podemos enseñarles eso a nuestros hijos?
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