Buscar este blog

4. NUNCA SATISFECHA—La Historia de Jacob y Raquel

La última vez que vimos a Jacob, estaba huyendo de  Beerseba  (Gn 26:23-33; 27:41-46) hacia Padan-aram (Gn. 28:2, 5) para salvar su vida; huyendo de la venganza de su hermano Esaú. No llegó muy lejos antes de enterarse de que Dios iba con él. El mensaje llegó en forma de sueño sobre una escalera que se extendía del cielo a la tierra. El Señor se paró sobre la escalera y le dijo a Jacob: “He aquí, yo estoy contigo, y te guardaré por dondequiera que fueres, y volveré a traerte a esta tierra; porque no te dejaré hasta que haya hecho lo que te he dicho” (Gn. 28:15). Jacob llamó el nombre del lugar Betel, que significa casa de Dios.

Armado con esa preciosa promesa de la presencia de Dios, Jacob se dirigió a Harán, la tierra de la familia de su madre. Fue un viaje largo y solitario. Llegó a las inmediaciones de la ciudad cansado, adolorido en los pies, nostálgico y sin saber exactamente a dónde ir. Vio un pozo y se detuvo a descansar. Había unos pastores sentados alrededor del pozo, así que Jacob comenzó una conversación con ellos: Hermanos míos, ¿de dónde son?. Ellos respondieron: Somos de Harán. Jacob probablemente exhaló un suspiro de alivio. El Señor lo había llevado sano y salvo a su destino. Continuó: ¿Conoces a Labán, hijo de Nacor? “Lo conocemos”, dijeron. Una vez más, su corazón debió de dar un vuelco en su interior al darse cuenta de la fiel dirección de Dios. ¿Le va bien? cuestionó. Y ellos respondieron: “Bien está, y he aquí, su hija Raquel viene con las ovejas” (Gn. 29:4-6).

Jacob volvió la cabeza, echó una mirada fatídica, y sin duda fue amor a primera vista. Ella era una chica encantadora, de lindo semblante y de hermoso parecer (Gn. 29:17). Y sus ojos, ¡qué ojos tan hermosos! Dado que se contrastan con los de su hermana mayor Lea, que no tenían brillo ni destellos, debían de ser oscuros y lustrosos, cautivadoramente hermosos.

Jacob estaba impresionado, probablemente demasiado impresionado. Tenemos la idea de que estaba tan fascinado por la belleza de Raquel, y tan anonadado por su encanto, que no reconoció sus defectos ni siquiera consideró la voluntad de Dios en su relación con ella. Y siendo el astuto manipulador que era, se puso manos a la obra de inmediato. Les recordó a los pastores que se estaban perdiendo el tiempo de pastoreo y que debían dar de beber a sus rebaños y llevarlos a pastar mientras aún había luz, probablemente una estratagema para deshacerse de ellos y poder hablar a solas con Raquel. Pero los pastores tenían algún tipo de acuerdo en que no retirarían la piedra de la boca del pozo hasta que todos los rebaños estuvieran reunidos (Gn. 29:7,8).

Mientras él aún hablaba con ellos, Raquel vino con el rebaño de su padre, porque ella era la pastora. Y sucedió que cuando Jacob vio a Raquel, hija de Labán hermano de su madre, y las ovejas de Labán el hermano de su madre, se acercó Jacob y removió la piedra de la boca del pozo, y abrevó el rebaño de Labán hermano de su madre” (Gn. 29:9, 10)Jacob era un tipo hogareño, pero no era un debilucho. Movió una piedra que normalmente requería varias personas para mover y dio de beber a todas las ovejas de Raquel. ¿Podría haberse estado luciendo un poco?

Continuamos leyendo: “Y Jacob besó a Raquel, y alzó su voz y lloró” (Gn. 29:11). La emoción del momento lo abrumó. El milagro de la guía y el cuidado de Dios, la emoción de conocer a su linda prima, la perspectiva de lo que le depararía el futuro, todo eso llenó su corazón de tal manera que lloró de gozo. Nuestra cultura desaprueba que un hombre exprese sus emociones de esta manera, pero expresar honestamente los sentimientos de uno podría promover una mayor salud emocional y una mayor estabilidad marital.

Parece que este romance tuvo un comienzo espectacular. La belleza del vecindario y el chico nuevo en el pueblo se habían encontrado. Pero desde el principio tenemos algunas dudas sobre la pareja. Sabemos que una relación basada principalmente en la atracción física descansa sobre una base muy frágil. Hollywood nos ha dado una buena evidencia de esta tesis. Y las desgracias matrimoniales del proverbial héroe del fútbol y la reina de belleza también lo demuestran. Pueden hacer que su matrimonio tenga éxito, pero requerirá no poco esfuerzo adicional y necesitarán hacer que su relación crezca mucho más allá del magnetismo físico que la inició.

Pero cuando un hombre está encaprichado con una mujer, no quiere escuchar esas cosas. La va a tener y nada más importa. Sólo un mes después de que Jacob llegara a Harán, el tío Labán se le acercó para ver si podían llegar a un acuerdo salarial mutuamente aceptable. La Escritura dice que Jacob amaba a Raquel y se ofreció a servir a Labán siete años por su mano en matrimonio (Gn. 29:18). No tenía nada que ofrecer a Labán por su hija, por lo que le prometieron trabajo en lugar de una dote. Ahora tenemos aún más dudas. Un mes no es tiempo suficiente para conocer a alguien como para hacer un compromiso de por vida con esa persona, y seguramente no es tiempo suficiente para saber si estamos enamorados o no. El verdadero amor requiere un conocimiento largo y profundo. Profesar amar a alguien que no conocemos íntimamente es simplemente amar nuestra imagen mental de esa persona. Y si después resulta no está a la altura de nuestra imagen mental, entonces nuestro llamado amor se convierte en desilusión y resentimiento, y a veces hasta en odio.

Pero Jacob pensó que estaba enamorado. Cuando Raquel estaba cerca, su corazón latía más rápido y un sentimiento maravilloso lo invadió. Ella era la criatura más hermosa que jamás había visto, y sentía que la vida sin ella no valdría nada. Eso fue suficiente para él. “Así sirvió Jacob por Raquel siete años; y le parecieron como pocos días, porque la amaba” (Gn. 29:20). Esta es una declaración notable. De hecho, se trata de las palabras más hermosas jamás escritas sobre los sentimientos de un hombre por una mujer. Siete años es mucho tiempo de espera, y es evidente que Jacob realmente llegó a amar a Raquel durante esos años. La atracción física seguía ahí, pero no podía vivir en un contacto tan estrecho con ella durante un período de compromiso de siete años y no darse cuenta de todo sobre ella, tanto las cosas buenas como las malas. Este matrimonio iba a ver tiempos difíciles, pero si no hubiera sido por este largo compromiso y el amor cada vez más profundo y maduro de Jacob, probablemente no habría sobrevivido en absoluto.

Demasiadas parejas se casan apresuradamente y se arrepienten después. Los compromisos de siete años pueden parecer un poco excesivos, pero se necesita tiempo para conocer los rasgos deseables e indeseables de alguien, de modo que podamos decidir si podemos darnos desinteresadamente por el bien de la otra persona a pesar de sus características desagradables. Por tanto, una gran prueba del amor verdadero es la capacidad de esperar. El enamoramiento suele tener prisa porque es egocéntrico. Dice: Me siento bien cuando estoy contigo, así que quiero darme prisa y llevarte al altar antes de perderte y perder estos buenos sentimientos. El verdadero amor dice: Tu felicidad es lo que más quiero, y estoy dispuesto a esperar, si es necesario, para estar seguro de que esto es lo mejor para ti. Y si es real, resistirá la prueba del tiempo. Jacob esperó, y su amor romántico a primera vista creció hasta convertirse en un vínculo profundo de espíritu y un compromiso total de alma.

Hay un viejo refrán en inglés que dice: El amor verdadero nunca funciona sin problemas. Así fue con Jacob y Raquel. Vemos el amor bajo una gran tensión. El tío Labán fue quien tiró la llave inglesa a la maquinaria. Como era un viejo tramposo y astuto, sustituyó a Lea por Raquel en la noche de bodas de Jacob. Con un pesado velo sobre su rostro y largas vestimentas que cubrían su cuerpo, pasó la ceremonia sin ser detectada. Al hablar en susurros en la tienda a oscuras, logró pasar la noche. Pero, ¿podemos imaginarnos la absoluta consternación de Jacob cuando la luz de la mañana expuso las argucias de Labán? Probablemente estaba furioso con toda la familia por su doble fraude.

Esa no fue exactamente la forma más feliz para que Lea comenzara su vida de casada, ¿verdad? Uno intuye que ella amaba a Jacob desde el principio y deseaba que él le correspondiera. Ella cooperó de buena gana con el plan de su padre (quien sin duda sabía que Lea amaba a Jacob—más sabe el diablo por viejo que por diablo), pero encontró muy poca satisfacción en el marido que había ganado con el engaño. Engañar a alguien para que se case es un asunto peligroso, pero todavía se hace hoy. Algunas mujeres intentan comprar a un hombre con sexo, o atraparlo con un bebé, o atraerlo con la fortuna familiar. Un hombre también puede atrapar a una mujer prometiéndole riqueza, o engañar a una mujer fingiendo ser algo que no es, enmascarando sus faltas hasta después de la ceremonia. Puede que su esposa no tarde más que la luna de miel en descubrir que se casó con un monstruo que nunca conoció. Las consecuencias del engaño suelen ser dolorosas y angustiosas.

Pero Labán, de gran corazón, también se ofreció a darle Raquel a Jacob si trabajaba durante siete años más. “Cumple la semana de ésta, y se te dará también la otra, por el servicio que hagas conmigo otros siete años” (Gn. 29:27). La semana se refiere a la semana de las festividades nupciales. Jacob no tuvo que esperar siete años más por Raquel, sólo una semana. Pero tuvo que trabajar siete años más sin paga después de casarse con ella. “Y se llegó también a Raquel, y la amó también más que a Lea; y sirvió a Labán aún otros siete años” (Gn. 29:30).

Así que tenemos al primero de los patriarcas temerosos de Dios entrando en una relación bígama. No fue la perfecta voluntad de Dios. Dios hizo una mujer para un hombre (Gn. 2:24, véase también Lv. 18:18; 1 Ti. 3: 2). Aunque engañaron a Jacob, había alternativas. Algunos comentaristas insisten en que Jacob debería haber rechazado a Lea ya que no la aceptó voluntariamente. Pero hay otra alternativa: Jacob pudo haber aceptado su matrimonio con Lea como la voluntad de Dios para su vida y aprender a amarla sólo a ella. Isaac, el padre de Jacob, aceptó las consecuencias del engaño de su hijo cuando se hizo pasar por su hermano Esaú y le robó la bendición familiar, e Isaac fue elogiado por ello en el Nuevo Testamento (Ro. 9:7; Gl. 4:28He. 11:18,20)

Quizás Jacob hubiera sido elogiado también si hubiera aceptado estas circunstancias como provenientes de la mano soberana de Dios; si tan sólo hubiera ejercido ese grado de fe y hubiera aceptado que un engañador de su padre merecía ser engañado a cambio. Además, Lea era la verdaderamente favorecida por Dios. Recordemos que fue a Lea, no a Raquel, a quien Dios bendijo como madre de la mitad de los líderes de las doce tribus de Israel (Rubén, Simeón, Leví, Judá, Isacar y Zabulón). Lea sobrevivió a su hermana, y finalmente tuvo su lugar como única esposa de Jacob. Y el Señor la siguió bendiciendo. De su hijo Judá vino la línea Mesiánica del rey David de la cual nació el Señor Jesús. Otro de los hijos de Lea dio origen a la tribu sacerdotal de Levi, de donde descendían Moisés y Aarón. Pero Jacob no estaba dispuesto a creer que Dios tenía el control de estas circunstancias. Iba a tener lo que quería a pesar de la voluntad de Dios. Y los eventos que siguen deberían ser evidencia suficiente de que la bigamia nunca fue parte del plan de Dios para la raza humana.

Bajo la presión de esa relación bígama, el verdadero carácter de Raquel comenzó a aflorar. Cuando se dio cuenta de que Lea estaba dando a luz hijos a Jacob y ella no, se puso intensamente celosa de su hermana y le dijo a Jacob: “Dame hijos, o si no, me muero” (Gn. 30:1). Ella estaba diciendo esencialmente, “Si no puedo hacer lo que quiero, prefiero estar muerta. Aquí está una mujer que tenía casi todo en la vida: gran belleza física, todas las cosas materiales que necesitaba y la devoción de un marido amoroso. ¿No valía el amor de Jacob más que cualquier número de hijos? No, no lo valía, no para Raquel. Tenía que tener todo lo que quería o no valía la pena vivir la vida. Era envidiosa, egoísta, irritable, irritante, descontenta y exigente. Y Jacob perdió la calma: Y Jacob se enojó contra Raquel, y dijo: ¿Soy yo acaso Dios, que te impidió el fruto de tu vientre? (Gn. 30:2).

Su enojo podría no estar bien, pero su evaluación de la situación sin duda lo estaba. El milagro de la concepción está sólo dentro del poder de Dios.

El pecado del descontento ha arruinado innumerables relaciones desde la época de Jacob. Algunas parejas se enojan con Dios por no darles hijos, mientras que otras que sí tienen hijos esperan el día en que los niños crezcan y se vayan y puedan tener algo de paz y tranquilidad. Las amas de casa quieren ser mujeres trabajadoras y las esposas trabajadoras quieren ser amas de casa de tiempo completo. Hay cristianos que no están insatisfechos con los lugares donde viven, los trabajos que tienen, el dinero que ganan y las casas en las que habitan. Algo más siempre les parece mejor. Algunas esposas están descontentas con sus maridos. Se quejan y regañan porque los hombres no les prestan suficiente atención, no pasan suficiente tiempo con los niños, no hacen pequeños trabajos en la casa, se quedan fuera demasiado tarde o piensan más en sus trabajos, en sus autos, sus pasatiempos, la televisión o los deportes de lo que piensan de ellas. Algunos maridos están descontentos con sus mujeres. Las critican por la forma en que visten, la forma en que se arreglan el cabello, la forma en que cocinan, la forma en que se ocupan de la casa o la forma en que tratan a los niños. Se molestan porque duermen demasiado tarde, comen demasiado, pierden demasiado tiempo o gastan demasiado dinero. No importa cuánto lo intenten algunas mujeres, nunca podrán complacer a sus maridos. Y no importa cuánto lo intenten algunos hombres, nunca podrán complacer a sus esposas.

Algunas de estas cosas son importantes y deben hablarse. No estamos sugiriendo que las ignoremos totalmente y suframos en silencio. Pero un espíritu de descontento que nos hace quejarnos, regañar, discutir, argumentar y reprochar es un gran obstáculo para las relaciones matrimoniales felices. Dios quiere que estemos contentos con lo que tenemos. “Pero gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento” (1 Ti. 6:6). Las palabras de Pablo son las que el Señor quiere oír de nuestros labios: “No lo digo porque tenga escasez, pues he aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación” (Fil. 4:11). Cuando podamos reconocer la presencia del descontento en nuestras vidas y reconocerlo como pecado, podremos buscar la gracia de Dios para vencerlo y encontrar un nuevo gozo en la vida.

El descontento de Raquel la llevó al mismo tipo de plan carnal que Sara intentó. Le dio su sierva Bilha a Jacob para que pudiera tener un hijo con ella, y lo hizo dos veces (Gn. 30:3-8). Técnicamente, los hijos de esa unión serían los hijos de Raquel en su cultura. Pero tenemos otro vistazo de la naturaleza egoísta de Raquel cuando nace el segundo hijo de Bilhah. Ella dijo: “Con luchas de Dios he contendido con mi hermana, y he vencido. Y llamó su nombre Neftalí” (Gn. 30:8). Llamó al niño Naphtah, que significa lucha libre. Se vio a sí misma en una pelea cuerpo a cuerpo con su hermana por el primer lugar en la estimación de Jacob.

Su descontento celoso se volvió a ver poco tiempo después. El pequeño Rubén, el primogénito de Lea, que podía tener unos cuatro años en ese momento, estaba en el campo siguiendo a los segadores recogiendo unas plantas llamadas mandrágoras o manzanas del amor, como haría cualquier niño de esa época. Cuando las trajo a casa y se las presentó a su madre, Raquel las vio y decidió que también ella quería algunas. Ella siempre parecía querer lo que alguien más tenía. Así que vendió los afectos de Jacob a Lea por esa noche, por un par de esas manzanas del amor (Gn. 30:14-15).

El mismo espíritu de descontento vuelve a aparecer en su vida. Dios finalmente le dio un hijo propio, y ahora esperamos que esté satisfecha. Pero ella lo llamó José, que significa que él añada. Y ella dijo: “Añádame Jehová otro hijo” (Gn. 30:24). ¡Más, más, más...! Raquel nunca estuvo completamente feliz con lo que tenía.

Pero el final aún no ha llegado. Dios le dijo a Jacob que era hora de dejar al tío Labán y regresar a Canaán. Había prosperado hasta tal punto que Labán ya no se sentía muy bondadoso con él. Entonces Jacob reunió a sus mujeres e hijos y sus pertenencias y se escabulló mientras Labán estaba esquilando sus ovejas. Pero Raquel tomó algo que no le pertenecía a ninguno de ellos; tomó los ídolos de su padre, los dioses domésticos llamados terafines (Gn. 31:19). El poseedor de esas imágenes paganas era aceptado como el principal heredero de la familia, aunque sólo fuera un yerno.

Una vez más, se mostraba la codicia de Raquel. Quería que su marido, en lugar de sus hermanos, tuviese la mayor parte de la herencia familiar para que ella también pudiera beneficiarse de ella. Cuando Labán finalmente los alcanzó y registró sus pertenencias en busca de sus terafines, Raquel le mintió y lo engañó para evitar que los encontrara (Gn. 31:33-35). ¡Esta pequeña y encantadora Raquel era en realidad una verdadera arpía! Y ese acto de idolatría fue la última gota que rebalsó la copa en la mano del Señor. Raquel pagaría la transgresión con su vida, dejándonos a nosotros aprender la lección de que el Señor no está dispuesto a tolerar la idolatría.

Excepto por la única vez que Jacob se enojó con ella por culparlo de su falta de hijos, no hay indicios de que alguna vez la haya amado menos por sus faltas. De hecho, hay indicios de que mantuvo su devoción por ella hasta el final de su vida. Por ejemplo, la puso en la posición privilegiada al final del grupo cuando fueron a encontrarse con Esaú y sus vidas pudieron haber estado en peligro (Gn. 33:2). Jacob estuvo lejos de ser perfecto, pero es un ejemplo para nosotros de cómo un marido debe tratar a su esposa cuando ella no es todo lo que debería ser.

Algunos maridos dicen: Podría amarla más si ella fuera más tierna. El amor que funciona sólo cuando ella es dulce no es realmente amor. Pero Dios quiere que las mujeres sientan el intenso amor de sus maridos por ellas incluso cuando actúan mal (Ef. 5:25). La mayoría de nosotros tenemos que aprender esta lección.

Quizás los hombres deberíamos hacernos esta pregunta periódicamente, especialmente en medio de un desacuerdo: “¿Está mi esposa consciente de mi amor por ella en este momento? ¿Está sintiendo mi amor o está sintiendo ira, hostilidad y rechazo de mi parte? Dios hizo a una mujer con la necesidad de descansar segura en el amor de su esposo en todo momento. Y eso dependerá en gran medida de la actitud que tenga su marido ante cosas tan pequeñas como la expresión de su rostro y el tono de su voz, especialmente cuando ella anda malhumorada y desagradable.

Hemos visto el amor de Jacob a primera vista y su amor bajo una gran tensión. Veamos ahora, finalmente, su amor a través del profundo dolor. Dios permitió que Raquel tuviera su última petición. Ella dio a luz a otro hijo. Su trabajo de parto fue severo y se hizo evidente que iba a morir en el parto. Cuando la partera le dijo que había dado a luz a un hijo, soltó su nombre con su último aliento: Ben-oni, que significa Hijo de mi dolor. Jacob más tarde lo cambió por Benjamín, Hijo de mi diestra. Pero, ¿no es irónico? Un día, años antes, había gritado: Dame hijos, o me muero. Y murió dando a luz a su segundo hijo. El niño vivió. Pero enterraron a Raquel al lado del camino que va de Belén a Jerusalén. Todavía se puede visitar su tumba hoy (incluso por la internet): un monumento duradero al desastre del descontento.

Jacob nunca superó la pérdida de Raquel. A los 147 años reunió a sus hijos en Egipto para bendecirlos, y todavía pensaba en ella. “Porque cuando yo venía de Padan-aram, se me murió Raquel en la tierra de Canaán, en el camino, como media legua de tierra viniendo a Efrata; y la sepulté allí en el camino de Efrata, que es Belén” (Gn. 48:7). La amó hasta el final de su vida. Pero, ¿de qué le sirvió eso a Raquel? No podía disfrutar plenamente de su amor. Ese descontento mordaz le impedía disfrutar de cualquier cosa por completo, y evitaba que otros las disfrutaran también. La aisló en un mundo lúgubre de soledad. Luego murió, dejando a Jacob la hermana que tanto envidió en su vida. E incluso muerta, estaba sola. A pedido de Jacob, lo enterraron junto a Lea en la cueva de Macpela en Hebrón junto a Abraham, Sara, Isaac y Rebeca (Gn. 49:29-31; 50:13). Ni la muerte separó a Jacob y a LeaRaquel, en cambio, yace sola. 

Hay un dicho popular: La suerte de la fea, la bonita la desea. Físicamente, Lea parecía ser poco agraciada; pero Aquel que no repara en las apariencias sino que ve el corazón (1 S. 16:7), la eligió por encima de su hermana. Si tan sólo Jacob hubiera tenido esa misma visión al principio...

¿Podría ser que la soledad en nuestras vidas o los conflictos en nuestras relaciones sean el resultado de un espíritu subyacente de descontento? Nada cambiará mientras pensemos que se puede encontrar satisfacción en cualquier posesión material o circunstancia mejorada. Raquel lo demostró. La verdadera satisfacción sólo se puede encontrar en el Señor. Él es el que satisface al alma sedienta y llena de bienes el alma hambrienta (Sal. 107:9). Él nos ordena a estar contentos con lo que tenemos, porque aunque las circunstancias de la vida cambian a diario, Él es inmutable y siempre está con nosotros (He. 13:5). A medida que nuestro conocimiento de Él aumente mediante el estudio de Su Palabra y mediante períodos de oración en Su presencia, encontraremos la paz estable y el contentamiento que tanto anhelamos dentro de nosotros. Entonces podremos recibir con gratitud lo que Él nos da, y al mismo tiempo agradecerle lo que nos niega, confiando en que Sus caminos son perfectos. Y podremos cambiar lo que se puede cambiar, mientras aceptamos con gozo lo que no se puede cambiar, teniendo la seguridad de que es parte de Su plan perfecto para llevarnos a la madurez en Cristo.

------

De la serie: MATRIMONIOS DE LA BIBLIA

----

Tengo junto a mí la esquela que mi madre me dio un día, durante un período muy oscuro de mi vida, cuando vivíamos en ciudades diferentes, y ella luchaba para que yo conociera al Señor. Tiene 34 años y está ajada y descolorida, pero aún puedo leer lo que dice:

Señor, concédeme la serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar,

Valor para cambiar aquellas que puedo,

Y sabiduría para reconocer la diferencia.

Y mi madre también tiene 34 años más, y también está ajada y descolorida, pero yo aún puedo entender lo que dice.

viernes, 23 de julio de 2021