En las Sagradas Escrituras, la paciencia está enumerada entre los frutos del Espíritu (Gálatas 5:22). De modo que la impaciencia es un fruto de la carne, un pecado, y no podemos excusarnos de ella diciendo que pertenece a nuestra personalidad. Más bien tenemos que hacer un gran esfuerzo para dejar de ser personas impacientes y llegar a ser pacientes.
Vez tras vez la Biblia nos exhorta a ser pacientes. “Más vale ser paciente que valiente” (Proverbios 16:32). Con esto es expresado que los impacientes son débiles, y Proverbios incluso dice que hacen locuras (Proverbios 14:7). Porque la impaciencia es un pecado, y el pecado siempre nos hace infelices, tendremos que experimentar sus consecuencias. La impaciencia hace que tengamos derrotas y que seamos incapaces de superar nuestras dificultades. Hace que le peguemos con la cabeza a la pared. Con esto no logramos nada, sino que sólo nos causamos daño.
Las personas impacientes permanecen agitadas como si estuvieran cabalgando “sobre rápidos corceles”. Este es el cuadro que el profeta Isaías nos pinta luego de amonestar al pueblo: “En la tranquilidad y la confianza estará tu fuerza”. Pero la gente no oyó esta admonición., sino que dijo: “No, mejor huiremos a caballo”. Isaías les dio la respuesta del Señor: “Bueno, veloces serán los que los persigan” (Isaías 30:15-16). En la impaciencia no hay nada edificante, nada pacífico, ella sólo produce agitación y destruye. Sí, la impaciencia puede conducir a desastrosas reacciones falsas. Contra este cuadro de los rápidos corceles se nos presenta el cuadro de nuestro Señor Jesús, el cuadro del Cordero, que siempre es paciente. Él logró la victoria como Cordero paciente. ¿Cómo? Jesús, el Cordero de Dios, fue paciente porque estuvo entregado al sufrimiento. Jesús se nos presenta como el Varón de Dolores, quien quietamente como un cordero soportó la calumnia, la burla, la condenación de los hombres, las cadenas y los grilletes, los dolores del cuerpo y del alma.
De modo que los pacientes son los verdaderos discípulos de Jesús. El apóstol Pablo nos amonesta: “También les encargamos…que tengan paciencia con todos” (1 Tesalonicenses 5:14). Y Santiago escribe: “…consideramos felices a los que soportan con fortaleza el sufrimiento” (5:11). La revelación que Dios le dio a Juan confirma este hecho. Después que el ángel le informa con respecto al Anticristo, y cómo la mayoría de personas llegarán a ser presas de su dominio y tendrán que someterse al horrible castigo, él se vuelve a los que han permanecido fieles a Dios y les dice: “Aquí se verá la fortaleza del pueblo de Dios” (Apocalipsis 14:12).
¡Qué horribles consecuencias habrá, si no aprendemos a vencer nuestra impaciencia en las cosas pequeñas de la vida diaria! El que no puede esperar que se resuelvan los pequeños problemas, nunca podrá esperar hasta que llegue el tiempo de Dios para resolver los grandes. Cuando estamos en pruebas y aflicciones, buscamos medios que a menudo nos llevan al pecado. Cuando estamos enfermos o en necesidad, incluso hasta se intenta acudir a los curanderos, hechiceros o adivinadores de la suerte. Si la impaciencia nos hace meter en cuestiones del ocultismo, esto nos hará caer directamente en la trampa del diablo, así como muchos creyentes que no soportan con paciencia llegarán a estar atados al Anticristo en los últimos tiempos.
Hoy mismo tenemos que comenzar a aprender la paciencia, antes de entrar en las grandes pruebas de ella… El primer paso consiste en hacer un compromiso con el Señor de que hemos de ser pacientes y esperar la hora en que Dios llegue con su ayuda. Aun en cosas pequeñas, es difícil para nosotros, si no ocurren según nuestro modo, si no podemos lograr lo que queremos, o si las cosas no suceden como queremos en ese momento. Esto trae sufrimiento cuando tengamos que esperar por algo vez tras vez y quedemos desilusionados.
También envuelve sufrimiento el hecho de que las cadenas que nos atan no sean pronto quebrantadas, o si no logramos nuestras metas de fe tan pronto como quisiéramos. Eso se puede aplicar a nosotros mismos o a otros por los cuales oramos. Tenemos que tomar una posición contra esta impaciencia “espiritual”, que rápidamente puede desarrollarse hasta convertirse en desánimo y rebelión. De otro modo, podemos arruinar toda nuestra vida espiritual. Las Sagradas Escrituras hablan frecuentemente acerca del “crecimiento” en la vida espiritual. Así como interrumpimos el crecimiento de una planta al tratar impacientemente de apresurarla, así podemos perjudicar el crecimiento espiritual por causa de la impaciencia. En ese caso también depende todo de la entrega humilde de nuestra voluntad, manteniéndonos pacientemente en fe; y la fe nunca será avergonzada.
La clave para poder soportar pacientemente está en la fe segura de que Dios nunca llegará tarde. Cuando sea el momento de Él, su ayuda poderosa llegará. Dios es amor, y Su ayuda llegará con toda seguridad. Por tanto, puedo esperar pacientemente. El conocimiento de que la voluntad de Dios está detrás de todas las cosas, aun detrás de las circunstancias frustrantes que tratan de hacernos impacientes, nos ayudará a practicar la paciencia en la vida diaria. La voluntad de Dios también está detrás de todas las decisiones de nuestros superiores, a menos que ellos nos pidan que hagamos algo contra nuestra conciencia. En el momento en que rindamos nuestra voluntad y nos entreguemos a la voluntad de Dios, confiando en Su amor, podremos soportar la situación pacientemente.
En la práctica, eso significa entregar uno conscientemente la voluntad al Señor en todo lo relacionado con frustraciones, dificultades, demoras, etc., que traiga el día. Y todo el día, cada vez que la impaciencia trate de apoderarse de nosotros, en situaciones difíciles, tenemos que creer que toda situación proviene de Dios.
Pensemos nuevamente en Jesús, quien siempre se rindió completamente a la voluntad de Dios y, por tanto, pudo ser paciente en toda aflicción y sufrimiento. Su amor hacia el Padre lo capacitó para hacer esto y le permitió aceptar la voluntad de Él. Él, el Cordero, rindió Su voluntad al Padre y ganó la victoria sobre los poderes opositores. Por medio de la paciencia, Jesús probó que era el Señor fuerte, que dominó al infierno y a Satanás.
El amor y la confianza en el Padre nos hacen fuertes para seguir el camino de la paciencia. Sólo entonces probamos que somos verdaderos discípulos que seguimos al Cordero en Su camino. Este camino terminará en la gloria. Todos los que producen los frutos del Espíritu, entre los cuales se incluye la paciencia, heredarán el reino de Dios, en contraste con los que producen los frutos de la carne. Así que el fruto de la paciencia tiene que hallarse en nuestra vida. Y si somos impacientes por naturaleza, tenemos que pelear la batalla entre la carne y el espíritu (Gálatas 5:17) hasta que hayamos vencido, porque Jesús dice “El que salga vencedor recibirá todo esto como herencia” (Apocalipsis 21:7). Si siempre proclamamos el nombre del Vencedor y Redentor sobre el pecado de la impacienta llegaremos a ser más y más transformados a la imagen de Jesús, el paciente Cordero de Dios. Para esto nos redimió con Su preciosa sangre.