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jueves, 2 de agosto de 2012

LA SEGURIDAD DE LA SALVACIÓN


El Señor Jesús dice: “No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda (cada) palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4:4). Si tomamos sólo un versículo de la Biblia sin compararlo con otros pasajes de la Escritura podemos llegar a conclusiones erróneas y terminar creyendo, y enseñando, una falsedad. Muchos expositores de la Biblia han engañado a una innumerable cantidad de personas al darle falsas esperanzas tras citarles un solo versículo de la Biblia, ignorando todos los otros pasajes sobre el mismo tema.

En el Salmo 119:160, el Señor nos dice que: “La suma de tu palabra es verdad”. Esto es así porque la verdad de Dios sobre un tema a menudo se encuentra diseminada por toda Su palabra. Esto nos lo dice el Señor en Isaías: “¿A quién se enseñará ciencia, o a quién se hará entender doctrina?…La palabra, pues, de Jehová les será mandamiento tras mandamiento, mandato sobre mandato, renglón tras renglón, línea sobre línea, un poquito allí, otro poquito allá” (Is 28:9,13).

Nuestra responsabilidad, como estudiosos de la Biblia, no solo es hacer todo lo posible por interpretar su lenguaje en el sentido más normal, natural y acostumbrado, sino también el de ser cuidadosos en examinar todos los otros pasajes que tratan el tema que estamos estudiando. No hemos encontrado la verdad hasta no haber encontrado el común denominador que hace que todos los pasajes concernientes al tema que nos ocupa armonicen entre sí, sin contradicción, tal como encajan las piezas de un rompecabezas cuando se las pone en el lugar correcto.

El equivocado entendimiento de las doctrinas bíblicas se produce, principalmente, por no comparar la Escritura con la Escritura. Cuando Satanás le citó la Escritura al Señor diciéndole: “Está escrito”, el Señor Jesús le replicó: “Escrito está también” (Mt 4: 6, 7), colocando en armonía la cita del Tentador con “la ley y el testimonio” (Is 8:20).

Dios creó al hombre con dos piernas para que se equilibre y pueda caminar recto. De igual manera, la verdad bíblica es perfecta en su equilibrio y recta en su dirección.

Al considerar la doctrina de la seguridad eterna del creyente, debemos buscar el equilibrio entre las dos grandes verdades de la soberanía de Dios, y el libre albedrío del hombre.

Dios le ha dado al hombre libre albedrío, y nunca fuerza a nadie a recibirlo como Señor y Salvador. Pero Él sabe desde la eternidad quién lo recibirá y quién no. Así que Su elección de algunas personas para convertirse en Sus hijos se basa en Su presciencia (como se nos dice en 1 P 1:1-2)–y no en alguna especie de arbitraria decisión Divina.

Dios creó a los planetas sin libre albedrío. Y, aunque ellos han obedecido implícitamente la ley Divina por miles de años, no pueden ser ni santos ni impíos, ni hijos de Dios. A los animales, sin embargo, Dios los creó con libre albedrío. Pero ellos no tienen consciencia, así que tampoco pueden ser ni santos ni impíos, ni hijos de Dios.

Solo el hombre fue creado por Dios con libre albedrío y consciencia. Por lo tanto, solo el hombre puede ser santo o impío, y puede escoger convertirse en hijo de Dios.

Si Dios nos quitara nuestra conciencia seríamos como los animales–incapaces de tomar alguna decisión moral, y por ende incapaces de ser santos o impíos.

Si Dios nos quitara nuestro libre albedrío, seríamos como robots–de nuevo incapaces de tomar alguna decisión moral, y por ende incapaces de ser santos o impíos. Por eso es que Dios nunca nos quita, ni nos quitará, nuestro libre albedrío. Incluso después de convertirnos en creyentes, continuamos siendo libres para tomar nuestras propias decisiones.

Debemos reconocer esta verdad para poder entender correctamente la doctrina de la seguridad eterna. La enseñanza de que es imposible que los creyentes caigan de la gracia de Dios nos reduce a robots que no tienen libertad para decidir por sí mismos.

“Dios ama al dador alegre” (2 Co 9:7), en todos los aspectos, sobre todo en nuestra ofrenda de obediencia. Dios no desea una obediencia forzada. Por eso es que Dios nunca nos quita, ni nos quitará, nuestro libre albedrío. Podemos escoger obedecer a Cristo ahora; y después podemos escoger desobedecerlo, si así lo decidimos.

El perdón de nuestros pecados es un regalo maravilloso de parte de Dios, pero debemos decidir aceptarlo para que sea nuestro de manera efectiva. Dios no nos va a obligar a aceptar Su regalo. Si Dios impusiera Su perdón sobre las personas entonces cada ser humano en el mundo gozaría de perdón de pecados y sería salvo. Es lo mismo con la llenura del Espíritu Santo. Dios no obliga a los creyentes a ser llenos con Su Espíritu. Si lo queremos, los creyentes debemos pedir por Él (Mt 7:11; Jn 7:37-39).

Las promesas de Dios jamás se cumplen automáticamente. Sus promesas están todas a nuestro alcance en Cristo Jesús, pero debemos reclamarlas como nuestras ejerciendo nuestro libre albedrío si es que queremos a recibirlas y experimentarlas como una realidad en nuestras vidas (2 Co 1:20).

Dios les prometió a los ancianos de Israel en Egipto dos cosas:

(1) que los sacaría de la aflicción de Egipto; y
(2) que los llevaría a Canaán (Éx 3:17).

Pero solo la primera de estas dos promesas se hizo una realidad en la vida de aquellos ancianos, porque solo creyeron en la primera y no en la segunda (Nm 14:22-23).

Las promesas de Dios no se cumplirán automáticamente en nuestras vidas. Debemos creer en ellas, debemos quererlas ver hechas realidad en nuestras vidas, y debemos pedir que esto sea así; para que podamos recibirlas como respuestas, debemos reclamarlas en oración. Como dice Santiago: “Pero pida[mos] con fe, no dudando nada; porque el que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra. No piense, pues, quien tal haga, que recibirá cosa alguna del Señor” (Stg 1:6-7).

Filipenses 2:12b-13 nos dice: “Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad”.

Aquí vemos que es el Señor quien primero pone en nosotros “el querer como el hacer, por su buena voluntad”. Esta es una parte de la verdad. La otra parte es que nosotros debemos ocuparnos en nuestra salvación, para experimentarla como una realidad en nuestra vida. Algunos cristianos enfatizan una parte de esta verdad, y otros cristianos enfatizan la otra. Ninguno de los dos grupos tiene toda la verdad sobre el tema. Ambos grupos tienen sólo la mitad. Recuérdese: “La suma de tu palabra es verdad” (Sal 119:160). Para aprehender toda la verdad sobre el tema debemos aceptar las dos partes de la Escritura, de lo contrario no vamos a poder caminar equilibrada y rectamente en nuestra vida cristiana.

Podemos experimentar la realidad de la salvación, solo si nos ocupamos en ella.

En el siguiente versículo, se nos dice “Haced todo sin murmuraciones y contiendas” (Fil 2:14). ¿Cuántos cristianos pueden dar testimonio de que han sido salvados de toda murmuración y contienda? Si no podemos dar este testimonio, no es porque el Señor no esté trabajando en nosotros para salvarnos de estos pecados. Es porque no nos estamos ocupando en nuestra salvación (cooperando con Su Espíritu) para ser libres de estos pecados. El siguiente versículo nos dice que es solo cuando somos salvos de toda murmuración y contienda que demostramos ante el mundo que somos hijos de Dios (Fil 2:15).

Considérese otra área: Es el Señor quien nos concede a todos los seres humanos la capacidad de arrepentirnos (Hch 11:18). Y el Señor quiere que todos nos arrepintamos (2 P 3:9). Obviamente, Él está dispuesto a concedernos a todos el arrepentimiento. Pero la mayoría de los seres humanos (incluidos los creyentes) no responden al llamado al arrepentimiento que el Espíritu Santo está haciendo. No se ocupan en lo que el Señor se ocupa.

Otro ejemplo: El Señor puede salvarnos a todos. Él quiere que todos seamos salvos (1 Ti 2:4). Así que si las personas no se salvan es porque no quieren responder a la obra que Dios está tratando de hacer en sus vidas. Se resisten a recibir la gracia de Dios. No les preocupa lo que al Señor le preocupa: la salvación de sus almas.

Gran parte del mal entendimiento que abunda acerca de la seguridad de la salvación proviene de imaginar que vida eterna significa vivir por siempre. Pero de acuerdo a la Escritura la expresión vida eterna no se refiere a una vida que nunca termina, porque aquellos que se van al infierno también viven por siempre – y ciertamente ellos no tienen vida eterna. Fíjese el lector cómo define el Señor Jesús la vida eterna: “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (Jn 17:3). Puesto que la expresión vida eterna se refiere a una vida que no tiene ni principio ni fin, sólo puede referirse a la vida (existencia) de Dios. Nosotros, en esta vida, podemos comenzar a ser partícipes de esa vida Divina en Cristo (2 P 1:4).

Esta vida eterna es ciertamente una dádiva de Dios (Ro 6:23). Pero el versículo anterior (Ro 6:22) nos dice que esta vida eterna la poseen (la conservan) solo aquellos que han “sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios”. De tal manera que, aunque la vida eterna es una dádiva, hay condiciones para conservarla. ¿Puede alguien creer que es salvo porque una vez recibió a Cristo como Salvador aunque ahora vive como esclavo del pecado (“practica el pecado”, según 1 Jn 3:8), y por lo tanto no es “siervo de Dios”? La cristiandad está llena de personas que dicen ser salvas, aun cuando son esclavos del pecado. El decir que se es cristiano, o el creer que se es salvo, porque se reconoce de labios que Jesús es el Señor, no hace a alguien poseedor de la vida eterna (véase Mt 7: 21-23; Lc 6:46-49; 13:25-27).

Los siguientes pasajes de la Escritura deben considerarse con cuidado y mucha oración para llegar a la conclusión correcta en cuanto al tema de la seguridad de la salvación. Es esencial, al estudiar estos pasajes, que dejemos de lado nuestras ideas preconcebidas. Estudiémoslos con una mente totalmente abierta, queriendo de veras saber lo que el Señor nos quiere decir a través de ellos, como verdaderos buscadores de la verdad, como bereanos genuinos (Hch 17:11).

1) Mateo 6:14,15: “Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas”.- El Señor es muy exacto al escoger Sus palabras. El hecho de que dice “vuestro Padre celestial” indica que está dirigiéndose a los hijos del Padre y no a incrédulos. Todo el Sermón del Monte (de donde tomamos este versículo) está dirigido a los hijos de Dios. El Señor nos dice que no seremos perdonados si no perdonamos a otros. ¿Qué le pasa a una persona “salva” si muere sin ser perdonada por Dios porque no perdonó a otros? ¿Puede entrar a la presencia de Dios con pecado que no ha sido perdonado? ¿Puede recibir el perdón después de muerta? No hay perdón de pecados para nadie después de esta vida. Así que una persona que no ha sido perdonada por Dios en esta vida se perderá por toda la eternidad. Aunque una vez haya sido salva, perderá su salvación por negarse a perdonar a otros. El Señor deja esto claro como el cristal en la parábola de Mateo 18:23-35. Aquí vemos que la deuda entera que el rey le había perdonado a su siervo fue puesta de nuevo en vigencia porque este se negó a perdonar a su consiervo. El Señor concluye la parábola diciendo: “Así también mi Padre celestial hará con vosotros si no perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas” (Mt 18:35). Esta parábola nos demuestra que todos los pecados que nuestro Padre celestial nos ha perdonado serán puestos de nuevo en vigencia si nosotros no perdonamos a quien nos haya ofendido. Y si morimos en ese estado, sin perdón del Padre, estaremos perdidos por toda la eternidad.

2) Mateo 24:11-13: “Y muchos falsos profetas se levantarán, y engañarán a muchos; y por haberse multiplicado la maldad, el amor de muchos se enfriará. Mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo” (comparar con Mt 10:22). El Señor nos dice aquí que para conservar nuestra salvación debemos perseverar en ella hasta el fin. Debemos tomar las palabras del Señor literalmente si es que queremos conocer la verdad sobre la salvación eterna. El hecho de que algunos no se conformen con la inequívoca enseñanza del Señor, y buscan “caprichosas interpretaciones”, demuestra que no están dispuestos a seguirlo hasta el fin.

3) Juan 10:27-29: “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre”.  Al considerar la promesa en estos versículos, debemos recordar que hay algunas condiciones mencionadas aquí que se deben cumplir para que la promesa sea una realidad en la vida del creyente. La mayoría de los cristianos tienen por hábito pasar por alto e ignorar las condiciones: esta es la receta maestra de la falsa enseñanza, y de todas las falsas enseñanzas. La promesa de seguridad eterna es dada solo a aquellos que siguen al Señor hasta el fin.  Nadie puede cobrar un cheque si este no tiene su nombre en él; de igual manera nadie puede reclamar como suya una promesa si no cumple con las condiciones que se le imponen. Si seguimos al Señor hasta el fin de nuestras vidas, ciertamente podemos gozar de la seguridad eterna. Pero si no lo seguimos, entonces nos engañamos a nosotros mismos si creemos que estamos eternamente seguros. Nadie puede arrebatarnos de la mano del Señor… si lo seguimos hasta el fin. Pero hay quienes saltan, han saltado y saltarán de Su mano por sí mismos, voluntariamente, haciendo uso de su libre albedrío. Suena ilógico, pero el registro bíblico y la historia de la cristiandad a lo largo de los siglos dan pruebas de que esto es, ha sido, y será así.

4) Juan 15:1-6: “Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador. Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto. Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado. Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer. El que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano, y se secará; y los recogen, y los echan en el fuego, y arden”. Todos y cada uno de los creyentes en Cristo Jesús está incluido en esta ilustración. Si el creyente es fructífero, es limpiado para que lleve más fruto. Si no da fruto será 1) echado fuera, y 2) se secará; luego será 3) recogido para 4) ser  echado en el fuego, y allí 5) arderá. Todo esto lo hace el Padre. Si decimos que el Padre no puede hacerle esto a un creyente descrito como una rama que no da fruto, entonces limitamos a Dios, y hacemos a una rama sin fruto, muerta e inútil, más poderosa que el Todopoderoso. ¿No tiene el Labrador (el Padre, Dios mismo) ningún derecho para remover de la Vid (Cristo) a las ramas (cristianos) que no dan fruto? Es absurdo y contrario al espíritu de la parábola decir que las ramas (pámpanos) mencionadas aquí representan sólo a cristianos profesantes (creyentes que no han nacido de nuevo). En el versículo 3 de este pasaje el Señor se dirige a las ramas diciéndoles: “Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado”, una alusión en tiempo presente al nuevo nacimiento por fe en Cristo Jesús. Sólo el creyente que “permanece” en el Señor puede llevar fruto. ¿Permanecen todos los cristianos en el Señor? Estar en un estacionamiento no lo hace a uno un auto. El Señor demanda de Sus redimidos participación activa, ferviente, efectiva; el que estén totalmente identificados con Su Palabra (Persona) e involucrados en Su obra para que se pueda decir de ellos que permanecen en Él. ¿Se puede decir esto de todos los que se llaman cristianos? ¿No es más bien la tibieza, la neutralidad y la transigencia doctrinal, moral y espiritual la característica más evidente de los cristianos contemporáneos? ¿Y qué le dice el Señor al tibio en Apocalipsis 3:15, 16?

5) Romanos 8:12,13: “Así que, hermanos, deudores somos, no a la carne, para que vivamos conforme a la carne; porque si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis”. Esta advertencia es para los “hermanos”: creyentes en el Señor Jesucristo. El Espíritu Santo nos dice aquí a los creyentes (con términos bastante claros) que si vivimos conforme a la carne moriremos. Sin embargo, muchos predicadores les dicen a los creyentes que una vez que se es salvo siempre se  será salvo, que nunca un verdadero creyente morirá espiritualmente. Dios le advirtió a Adán, en Génesis 2:17, que si desobedecía Sus órdenes: “ciertamente morirás”. Lo mismo nos dice este pasaje de Romanos: “si vivís conforme a la carne, moriréis”. Pero Satanás dijo: “No moriréis”, exactamente lo mismo que les dicen los predicadores actuales a sus seguidores. ¿Quién estaba en lo correcto en el Edén: Dios o Satanás? ¿Quién está en lo correcto hoy: Dios o estos falsos maestros?

6) Hebreos 3:12-14: “Mirad, hermanos, que no haya en ninguno de vosotros corazón malo de incredulidad para apartarse del Dios vivo; antes exhortaos los unos a los otros cada día, entre tanto que se dice: Hoy; para que ninguno de vosotros se endurezca por el engaño del pecado. Porque somos hechos participantes de Cristo, con tal que retengamos firme (si retenemos firme) hasta el fin nuestra confianza del principio”.-  Aquí leemos que los “hermanos” (creyentes en Cristo Jesús) pueden terminar teniendo un “corazón malo de incredulidad” que los puede llevar a “apartarse del Dios vivo”.  También leemos que “somos hechos participantes de Cristo” solo si retenemos “firme hasta el fin nuestra confianza del principio”. Estas palabras no requieren interpretación para las mentes y los corazones sin prejuicios e ideas preconcebidas, que quieren conocer sólo la verdad de Dios.

7) Hebreos 6:4-6: “Porque es imposible que los que una vez fueron iluminados y gustaron del don celestial, y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo, y asimismo gustaron de la buena palabra de Dios y los poderes del siglo venidero, y recayeron, sean otra vez renovados para arrepentimiento, crucificando de nuevo para sí mismos al Hijo de Dios y exponiéndole a vituperio”. Los que han sido “iluminados y gustaron del don celestial, y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo” son claramente creyentes. Y aquí se nos dice que estos creyentes pueden recaer (parapipto, según VINE, significa caer de la adhesión y hechos de la fe; apostatar). También se nos dice que es imposible que los tales sean “renovados para arrepentimiento, crucificando de nuevo para sí mismos al Hijo de Dios y exponiéndole a vituperio”. Todos quienes toman al pecado y el pecar como poca cosa porque dicen ser cristianos, desprecian en el fondo de sus corazones la crucifixión del Señor Jesucristo. Mientras tales “creyentes” tengan tal actitud, no pueden ser “renovados para arrepentimiento”. Y si permanecen en tal estado, se perderán eterna e irremediablemente. El pecado es un asunto serio, de vida o muerte eternas. No podemos andar por ahí pensando que podemos re-crucificar a Cristo para que nos salve de nuevo, cuando lo queramos. (Compárese con He 10:26-31)

8) 1 Juan 5:16-17: “Si alguno viere a su hermano cometer pecado que no sea de muerte, pedirá, y Dios le dará vida; esto es para los que cometen pecado que no sea de muerte. Hay pecado de muerte, por el cual yo no digo que se pida. Toda injusticia es pecado; pero hay pecado no de muerte”. Aquí el Señor nos demuestra que un “hermano” (un cristiano) puede cometer un “pecado de muerte”. En Mateo 12:31 el Señor nos dice que el pecado que jamás será perdonado es el de blasfemar contra el Espíritu Santo. Una blasfemia es una maldición o cualquier comentario insultante contra el Espíritu Santo, como también lo es el atribuirle a Satanás las obras del Espíritu Santo. Es imperdonable si es hecho con malicia y conocimiento, tal como en el pasaje en que el Señor menciona la advertencia y en Hebreos 6:4-6 y 10:26-31. No queda claro si este es el pecado del cual habla Juan en su epístola. Lo que sí queda claro es que un cristiano puede morir por pecar. Y la muerte referida aquí es la muerte espiritual, ya que la muerte física como consecuencia del pecado es más correctamente llamada juicio y “destrucción de la carne” (1 Co 5:3, 5).

9) Apocalipsis 3:5: “El que venciere será vestido de vestiduras blancas; y no borraré su nombre del libro de la vida, y confesaré su nombre delante de mi Padre, y delante de sus ángeles”.- Esto es lo que el Señor Jesús le dice al apóstol Juan que le escriba a la iglesia de Sardis. Es para todos los creyentes de esa y de todas las iglesias. ¿Puede aquí, el Señor Jesús, estar amenazando a los creyentes sólo como juego? Leamos esta advertencia del Señor con una mente abierta, y preguntémonos: “¿Puede ser borrado el nombre de una persona del libro de la vida?” El Señor Jesús sabe más del libro de la vida que todos los teólogos juntos. No vamos a ponernos a discutir con Él acerca de lo que puede o no puede hacer con los nombres que están escritos en el libro de la vida, ¿o sí? O aceptamos Sus palabras, o las rechazamos; eso es todo. Dios conoce el fin desde el comienzo: Él sabe quién vencerá y quién no. Pero aquí Él nos está hablando en términos humanos, de tal manera que sepamos que para Él es tan fácil escribir nuestros nombres en el libro de la vida, como borrarlos - así de fácil es que nos deslicemos y nos perdamos por no ser cuidadosos con nuestra salvación. Está escrito sobre el juicio ante el gran trono blanco: “Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego” (Ap 20:15). Dios esconde los tesoros de la vida eterna de los teólogos y de los entendidos según la carne – es decir, de aquellos que quieren encasillar a Dios con sus doctrinas dispensacionalistas de “Esto puede hacer Dios, y esto no”–y se los da a los que están dispuestos a recibirlos con la sencilla actitud de los niños (Mt11:25).

Muchos dicen creer que la Biblia es la palabra infalible de Dios. Pero escogen de antemano qué es lo que van a creer de ella, y qué no.  Prefieren creer en los razonamientos de sus falibles mentes, y no quieren aceptar lo que la Palabra enseña claramente. Demuestran, de esa manera, que son arrogantes y orgullos; y pierden así la oportunidad de recibir verdadera luz celestial en cuanto a los asuntos de la vida eterna.

Estos son temas de extrema importancia, debido a que tienen el poder de afectar para bien o para mal nuestro destino eterno. No podemos darnos el lujo de creer lo que los hombres enseñan, debemos investigarlos por nosotros mismos. Debemos creer solo lo que la Palabra de Dios enseña, y debemos creerle sólo a aquellos que nos presentan los pasajes referentes al tema sin intereses denominacionales ni fidelidades a grupos religiosos (aunque sean estos evangélicos o protestantes). Cualquier lectura que le demos a cualquier otro versículo del Nuevo Testamento, no puede cancelar las verdades evidentes presentadas en los pasajes citados aquí.

Una de las últimas promesas de las epístolas es la de que el Señor “es poderoso para guardarnos sin caída” (Jud 24). Esto es verdad–el Señor ciertamente puede guardarnos de caer. Pero si no nos sometemos completamente a Él, no podrá guardarnos de caer–porque no nos obligará a nada.

Una de las figuras que describen nuestra relación como creyentes con el Señor es la de una virgen comprometida en matrimonio (2 Co 11:2; Ap 19:7). En el siguiente versículo (2 Co11:3), Pablo dice que él teme que Satanás nos engañe y descuidemos nuestra devoción a Cristo, tal como Eva fue desviada. Eva estaba en el paraíso y fue engañada por Satanás; y por esto fue expulsada del paraíso por Dios mismo. Hoy, los que estamos comprometidos con Cristo nos encaminamos hacia el paraíso. Pero si de alguna manera Satanás nos engaña en el tema de la salvación, nunca entraremos al paraíso.

Si la novia se prostituye con el mundo y el pecado, Su novio no la tomará por esposa. Esto es lo que le pasa a la iglesia prostituida descrita en Apocalipsis 17:1-18 es rechazada por el Señor y destruida por el sistema con el cual se prostituyó.

Si amamos al Señor nos mantendremos puros en doctrina y vida para Él, aún si no encontramos muchos otros creyentes con los que nos podamos reunir. El Señor nos advierte diciéndonos que en los últimos días: “el amor de muchos se enfriará”. Este versículo tiene en mente a los cristianos, porque los cristianos somos el único pueblo en la tierra que ama al Señor. Y a continuación, el Señor añade: “Mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo” (Mt 24:11-13).

Satanás trata de engañarnos a todos nosotros, todo el tiempo. Y la Biblia nos advierte que Dios permitirá que seamos engañados para que creamos la mentira si no recibimos el amor de la verdad para ser salvos (2 Ts 2:10,11).

Si aceptamos la verdad tal y como está escrita en la Palabra de Dios, y aceptamos la verdad acerca de los pecados que hay en nuestras vidas, y colaboramos con el Espíritu Santo para ser salvos de esos pecados, nunca seremos engañados ni por Satanás ni por sus ministros.

Pero si no aceptamos la verdad tal y como está escrita en la Palabra de Dios, o si no deseamos ser libres de nuestros pecados, entonces Dios permitirá que seamos engañados y que creamos lo que queramos - no sólo en cuanto al tema de la seguridad de la salvación, si no en otros temas y doctrinas también.

Amamos al Señor porque Él nos amó primero y perdonó nuestros pecados. Por lo tanto, por Su gracia, mantendremos nuestras conciencias limpias siempre y lo seguiremos obedeciendo Su Palabra hasta el fin–así nuestra salvación estará segura. Cada discípulo del Señor Jesús que guarda Su Palabra tiene la seguridad de su salvación.

“Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan” (Mt 7:13,14).

“Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga” (1 Co 10:12).

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