El Señor Jesús dice: “No sólo de
pan vivirá el hombre, sino de toda (cada) palabra que sale de la boca de Dios”
(Mt 4:4). Si tomamos sólo un versículo de la Biblia sin compararlo con otros
pasajes de la Escritura podemos llegar a conclusiones erróneas y terminar
creyendo, y enseñando, una falsedad. Muchos expositores de la Biblia han
engañado a una innumerable cantidad de personas al darle falsas esperanzas tras
citarles un solo versículo de la Biblia, ignorando todos los otros pasajes
sobre el mismo tema.
En el Salmo 119:160, el Señor nos
dice que: “La suma de tu palabra es verdad”. Esto es así porque la verdad de
Dios sobre un tema a menudo se encuentra diseminada por toda Su palabra. Esto
nos lo dice el Señor en Isaías: “¿A quién se enseñará ciencia, o a quién se
hará entender doctrina?…La palabra, pues, de Jehová les será mandamiento tras
mandamiento, mandato sobre mandato, renglón tras renglón, línea sobre línea, un
poquito allí, otro poquito allá” (Is 28:9,13).
Nuestra responsabilidad, como estudiosos
de la Biblia, no solo es hacer todo lo posible por interpretar su lenguaje en
el sentido más normal, natural y acostumbrado, sino también el de ser
cuidadosos en examinar todos los otros pasajes que tratan el tema que estamos
estudiando. No hemos encontrado la verdad hasta no haber encontrado el común
denominador que hace que todos los pasajes concernientes al tema que nos ocupa
armonicen entre sí, sin contradicción, tal como encajan las piezas de un
rompecabezas cuando se las pone en el lugar correcto.
El equivocado entendimiento de
las doctrinas bíblicas se produce, principalmente, por no comparar la Escritura
con la Escritura. Cuando Satanás le citó la Escritura al Señor diciéndole:
“Está escrito”, el Señor Jesús le replicó: “Escrito está también” (Mt 4: 6,
7), colocando en armonía la cita del Tentador con “la ley y el testimonio”
(Is 8:20).
Dios creó al hombre con dos
piernas para que se equilibre y pueda caminar recto. De igual manera, la verdad
bíblica es perfecta en su equilibrio y recta en su dirección.
Al considerar la doctrina de la
seguridad eterna del creyente, debemos buscar el equilibrio entre las dos
grandes verdades de la soberanía de Dios, y el libre albedrío del hombre.
Dios le ha dado al hombre libre
albedrío, y nunca fuerza a nadie a recibirlo como Señor y Salvador. Pero Él
sabe desde la eternidad quién lo recibirá y quién no. Así que Su elección de
algunas personas para convertirse en Sus hijos se basa en Su presciencia (como
se nos dice en 1 P 1:1-2)–y no en alguna especie de arbitraria decisión
Divina.
Dios creó a los planetas sin
libre albedrío. Y, aunque ellos han obedecido implícitamente la ley Divina por
miles de años, no pueden ser ni santos ni impíos, ni hijos de Dios. A los
animales, sin embargo, Dios los creó con libre albedrío. Pero ellos no tienen
consciencia, así que tampoco pueden ser ni santos ni impíos, ni hijos de Dios.
Solo el hombre fue creado por
Dios con libre albedrío y consciencia. Por lo tanto, solo el hombre puede ser
santo o impío, y puede escoger convertirse en hijo de Dios.
Si Dios nos quitara nuestra
conciencia seríamos como los animales–incapaces de tomar alguna decisión
moral, y por ende incapaces de ser santos o impíos.
Si Dios nos quitara nuestro libre
albedrío, seríamos como robots–de nuevo incapaces de tomar alguna decisión
moral, y por ende incapaces de ser santos o impíos. Por eso es que Dios nunca
nos quita, ni nos quitará, nuestro libre albedrío. Incluso después de
convertirnos en creyentes, continuamos siendo libres para tomar nuestras
propias decisiones.
Debemos reconocer esta verdad
para poder entender correctamente la doctrina de la seguridad eterna. La
enseñanza de que es imposible que los creyentes caigan de la gracia de Dios nos
reduce a robots que no tienen libertad para decidir por sí mismos.
“Dios ama al dador alegre” (2
Co 9:7), en todos los aspectos, sobre todo en nuestra ofrenda de
obediencia. Dios no desea una obediencia forzada. Por eso es que Dios nunca nos
quita, ni nos quitará, nuestro libre albedrío. Podemos escoger obedecer a
Cristo ahora; y después podemos escoger desobedecerlo, si así lo decidimos.
El perdón de nuestros pecados es
un regalo maravilloso de parte de Dios, pero debemos decidir aceptarlo para que
sea nuestro de manera efectiva. Dios no nos va a obligar a aceptar Su regalo.
Si Dios impusiera Su perdón sobre las personas entonces cada ser humano en el
mundo gozaría de perdón de pecados y sería salvo. Es lo mismo con la llenura
del Espíritu Santo. Dios no obliga a los creyentes a ser llenos con Su
Espíritu. Si lo queremos, los creyentes debemos pedir por Él (Mt 7:11; Jn
7:37-39).
Las promesas de Dios jamás se
cumplen automáticamente. Sus promesas están todas a nuestro alcance en Cristo
Jesús, pero debemos reclamarlas como nuestras ejerciendo nuestro libre albedrío
si es que queremos a recibirlas y experimentarlas como una realidad en nuestras
vidas (2 Co 1:20).
Dios les prometió a los ancianos
de Israel en Egipto dos cosas:
(1) que los sacaría de la
aflicción de Egipto; y
(2) que los llevaría a Canaán
(Éx 3:17).
Pero solo la primera de estas dos
promesas se hizo una realidad en la vida de aquellos ancianos, porque solo
creyeron en la primera y no en la segunda (Nm 14:22-23).
Las promesas de Dios no se
cumplirán automáticamente en nuestras vidas. Debemos creer en ellas, debemos
quererlas ver hechas realidad en nuestras vidas, y debemos pedir que esto sea
así; para que podamos recibirlas como respuestas, debemos reclamarlas en
oración. Como dice Santiago: “Pero pida[mos] con fe, no dudando nada; porque el
que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y
echada de una parte a otra. No piense, pues, quien tal haga, que recibirá cosa
alguna del Señor” (Stg 1:6-7).
Filipenses 2:12b-13 nos dice:
“Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en
vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad”.
Aquí vemos que es el Señor quien
primero pone en nosotros “el querer como el hacer, por su buena voluntad”. Esta
es una parte de la verdad. La otra parte es que nosotros debemos ocuparnos en
nuestra salvación, para experimentarla como una realidad en nuestra vida.
Algunos cristianos enfatizan una parte de esta verdad, y otros cristianos
enfatizan la otra. Ninguno de los dos grupos tiene toda la verdad sobre el
tema. Ambos grupos tienen sólo la mitad. Recuérdese: “La suma de tu palabra es
verdad” (Sal 119:160). Para aprehender toda la verdad sobre el tema debemos
aceptar las dos partes de la Escritura, de lo contrario no vamos a poder
caminar equilibrada y rectamente en nuestra vida cristiana.
Podemos experimentar la realidad de la salvación, solo si nos ocupamos
en ella.
En el siguiente versículo, se nos
dice “Haced todo sin murmuraciones y contiendas” (Fil 2:14). ¿Cuántos
cristianos pueden dar testimonio de que han sido salvados de toda murmuración y
contienda? Si no podemos dar este testimonio, no es porque el Señor no esté
trabajando en nosotros para salvarnos de estos pecados. Es porque no nos
estamos ocupando en nuestra salvación (cooperando con Su Espíritu) para ser
libres de estos pecados. El siguiente versículo nos dice que es solo cuando
somos salvos de toda murmuración y contienda que demostramos ante el mundo que
somos hijos de Dios (Fil 2:15).
Considérese otra área: Es el
Señor quien nos concede a todos los seres humanos la capacidad de arrepentirnos
(Hch 11:18). Y el Señor quiere que todos nos arrepintamos (2 P 3:9).
Obviamente, Él está dispuesto a concedernos a todos el arrepentimiento. Pero la
mayoría de los seres humanos (incluidos los creyentes) no responden al llamado al
arrepentimiento que el Espíritu Santo está haciendo. No se ocupan en lo que el
Señor se ocupa.
Otro ejemplo: El Señor puede
salvarnos a todos. Él quiere que todos seamos salvos (1 Ti 2:4). Así que
si las personas no se salvan es porque no quieren responder a la obra que Dios
está tratando de hacer en sus vidas. Se resisten a recibir la gracia de Dios.
No les preocupa lo que al Señor le preocupa: la salvación de sus almas.
Gran parte del mal entendimiento
que abunda acerca de la seguridad de la salvación proviene de imaginar que vida
eterna significa vivir por siempre. Pero de acuerdo a la Escritura la expresión
vida eterna no se refiere a una vida que nunca termina, porque aquellos que se
van al infierno también viven por siempre – y ciertamente ellos no tienen vida
eterna. Fíjese el lector cómo define el Señor Jesús la vida eterna: “Y esta es
la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo,
a quien has enviado” (Jn 17:3). Puesto que la expresión vida eterna se refiere
a una vida que no tiene ni principio ni fin, sólo puede referirse a la vida
(existencia) de Dios. Nosotros, en esta vida, podemos comenzar a ser partícipes
de esa vida Divina en Cristo (2 P 1:4).
Esta vida eterna es ciertamente
una dádiva de Dios (Ro 6:23). Pero el versículo anterior (Ro 6:22)
nos dice que esta vida eterna la poseen (la conservan) solo aquellos que han
“sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios”. De tal manera que,
aunque la vida eterna es una dádiva, hay condiciones para conservarla. ¿Puede
alguien creer que es salvo porque una vez recibió a Cristo como Salvador aunque
ahora vive como esclavo del pecado (“practica el pecado”, según 1 Jn 3:8), y
por lo tanto no es “siervo de Dios”? La cristiandad está llena de personas que
dicen ser salvas, aun cuando son esclavos del pecado. El decir que se es
cristiano, o el creer que se es salvo, porque se reconoce de labios que Jesús
es el Señor, no hace a alguien poseedor de la vida eterna (véase Mt 7:
21-23; Lc 6:46-49; 13:25-27).
Los siguientes pasajes de la
Escritura deben considerarse con cuidado y mucha oración para llegar a la
conclusión correcta en cuanto al tema de la seguridad de la salvación. Es
esencial, al estudiar estos pasajes, que dejemos de lado nuestras ideas
preconcebidas. Estudiémoslos con una mente totalmente abierta, queriendo de
veras saber lo que el Señor nos quiere decir a través de ellos, como verdaderos
buscadores de la verdad, como bereanos genuinos (Hch 17:11).
1) Mateo 6:14,15: “Porque si
perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro
Padre celestial; mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro
Padre os perdonará vuestras ofensas”.- El Señor es muy exacto al escoger Sus
palabras. El hecho de que dice “vuestro Padre celestial” indica que está
dirigiéndose a los hijos del Padre y no a incrédulos. Todo el Sermón del Monte
(de donde tomamos este versículo) está dirigido a los hijos de Dios. El Señor
nos dice que no seremos perdonados si no perdonamos a otros. ¿Qué le pasa a una
persona “salva” si muere sin ser perdonada por Dios porque no perdonó a otros?
¿Puede entrar a la presencia de Dios con pecado que no ha sido perdonado?
¿Puede recibir el perdón después de muerta? No hay perdón de pecados para nadie
después de esta vida. Así que una persona que no ha sido perdonada por Dios en
esta vida se perderá por toda la eternidad. Aunque una vez haya sido salva,
perderá su salvación por negarse a perdonar a otros. El Señor deja esto claro
como el cristal en la parábola de Mateo 18:23-35. Aquí vemos que la deuda
entera que el rey le había perdonado a su siervo fue puesta de nuevo en
vigencia porque este se negó a perdonar a su consiervo. El Señor concluye la
parábola diciendo: “Así también mi Padre celestial hará con vosotros si no
perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas” (Mt 18:35). Esta
parábola nos demuestra que todos los pecados que nuestro Padre celestial nos ha
perdonado serán puestos de nuevo en vigencia si nosotros no perdonamos a quien
nos haya ofendido. Y si morimos en ese estado, sin perdón del Padre, estaremos
perdidos por toda la eternidad.
2) Mateo 24:11-13: “Y muchos
falsos profetas se levantarán, y engañarán a muchos; y por haberse multiplicado
la maldad, el amor de muchos se enfriará. Mas el que persevere hasta el fin,
éste será salvo” (comparar con Mt 10:22). El Señor nos dice aquí que para
conservar nuestra salvación debemos perseverar en ella hasta el fin. Debemos
tomar las palabras del Señor literalmente si es que queremos conocer la verdad
sobre la salvación eterna. El hecho de que algunos no se conformen con la
inequívoca enseñanza del Señor, y buscan “caprichosas interpretaciones”,
demuestra que no están dispuestos a seguirlo hasta el fin.
3) Juan 10:27-29: “Mis ovejas
oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no
perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio,
es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre”. Al considerar la promesa en estos versículos,
debemos recordar que hay algunas condiciones mencionadas aquí que se deben
cumplir para que la promesa sea una realidad en la vida del creyente. La
mayoría de los cristianos tienen por hábito pasar por alto e ignorar las
condiciones: esta es la receta maestra de la falsa enseñanza, y de todas las
falsas enseñanzas. La promesa de seguridad eterna es dada solo a aquellos que
siguen al Señor hasta el fin. Nadie puede
cobrar un cheque si este no tiene su nombre en él; de igual manera nadie puede
reclamar como suya una promesa si no cumple con las condiciones que se le
imponen. Si seguimos al Señor hasta el fin de nuestras vidas, ciertamente
podemos gozar de la seguridad eterna. Pero si no lo seguimos, entonces nos
engañamos a nosotros mismos si creemos que estamos eternamente seguros. Nadie
puede arrebatarnos de la mano del Señor… si lo seguimos hasta el fin. Pero hay
quienes saltan, han saltado y saltarán de Su mano por sí mismos,
voluntariamente, haciendo uso de su libre albedrío. Suena ilógico, pero el
registro bíblico y la historia de la cristiandad a lo largo de los siglos dan
pruebas de que esto es, ha sido, y será así.
4) Juan 15:1-6: “Yo soy la vid
verdadera, y mi Padre es el labrador. Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo
quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto.
Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado. Permaneced en mí,
y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no
permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la
vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva
mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer. El que en mí no
permanece, será echado fuera como pámpano, y se secará; y los recogen, y los
echan en el fuego, y arden”. Todos y cada uno de los creyentes en Cristo Jesús
está incluido en esta ilustración. Si el creyente es fructífero, es limpiado
para que lleve más fruto. Si no da fruto será 1) echado fuera, y 2) se secará;
luego será 3) recogido para 4) ser
echado en el fuego, y allí 5) arderá. Todo esto lo hace el Padre. Si
decimos que el Padre no puede hacerle esto a un creyente descrito como una rama
que no da fruto, entonces limitamos a Dios, y hacemos a una rama sin fruto,
muerta e inútil, más poderosa que el Todopoderoso. ¿No tiene el Labrador (el
Padre, Dios mismo) ningún derecho para remover de la Vid (Cristo) a las ramas
(cristianos) que no dan fruto? Es absurdo y contrario al espíritu de la
parábola decir que las ramas (pámpanos) mencionadas aquí representan sólo a
cristianos profesantes (creyentes que no han nacido de nuevo). En el versículo
3 de este pasaje el Señor se dirige a las ramas diciéndoles: “Ya vosotros
estáis limpios por la palabra que os he hablado”, una alusión en tiempo
presente al nuevo nacimiento por fe en Cristo Jesús. Sólo el creyente que
“permanece” en el Señor puede llevar fruto. ¿Permanecen todos los cristianos en
el Señor? Estar en un estacionamiento no lo hace a uno un auto. El Señor
demanda de Sus redimidos participación activa, ferviente, efectiva; el que
estén totalmente identificados con Su Palabra (Persona) e involucrados en Su
obra para que se pueda decir de ellos que permanecen en Él. ¿Se puede decir esto
de todos los que se llaman cristianos? ¿No es más bien la tibieza, la
neutralidad y la transigencia doctrinal, moral y espiritual la característica
más evidente de los cristianos contemporáneos? ¿Y qué le dice el Señor al tibio
en Apocalipsis 3:15, 16?
5) Romanos 8:12,13: “Así que,
hermanos, deudores somos, no a la carne, para que vivamos conforme a la carne;
porque si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis
morir las obras de la carne, viviréis”. Esta advertencia es para los “hermanos”:
creyentes en el Señor Jesucristo. El Espíritu Santo nos dice aquí a los
creyentes (con términos bastante claros) que si vivimos conforme a la carne
moriremos. Sin embargo, muchos predicadores les dicen a los creyentes que una
vez que se es salvo siempre se será
salvo, que nunca un verdadero creyente morirá espiritualmente. Dios le advirtió
a Adán, en Génesis 2:17, que si desobedecía Sus órdenes: “ciertamente morirás”.
Lo mismo nos dice este pasaje de Romanos: “si vivís conforme a la carne, moriréis”.
Pero Satanás dijo: “No moriréis”, exactamente lo mismo que les dicen los
predicadores actuales a sus seguidores. ¿Quién estaba en lo correcto en el
Edén: Dios o Satanás? ¿Quién está en lo correcto hoy: Dios o estos falsos
maestros?
6) Hebreos 3:12-14: “Mirad,
hermanos, que no haya en ninguno de vosotros corazón malo de incredulidad para
apartarse del Dios vivo; antes exhortaos los unos a los otros cada día, entre
tanto que se dice: Hoy; para que ninguno de vosotros se endurezca por el engaño
del pecado. Porque somos hechos participantes de Cristo, con tal que retengamos
firme (si retenemos firme) hasta el fin nuestra confianza del principio”.- Aquí leemos que los “hermanos” (creyentes en
Cristo Jesús) pueden terminar teniendo un “corazón malo de incredulidad” que
los puede llevar a “apartarse del Dios vivo”.
También leemos que “somos hechos participantes de Cristo” solo si
retenemos “firme hasta el fin nuestra confianza del principio”. Estas palabras
no requieren interpretación para las mentes y los corazones sin prejuicios e
ideas preconcebidas, que quieren conocer sólo la verdad de Dios.
7) Hebreos 6:4-6: “Porque es
imposible que los que una vez fueron iluminados y gustaron del don celestial, y
fueron hechos partícipes del Espíritu Santo, y asimismo gustaron de la buena
palabra de Dios y los poderes del siglo venidero, y recayeron, sean otra vez
renovados para arrepentimiento, crucificando de nuevo para sí mismos al Hijo de
Dios y exponiéndole a vituperio”. Los que han sido “iluminados y gustaron del
don celestial, y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo” son claramente
creyentes. Y aquí se nos dice que estos creyentes pueden recaer (parapipto, según VINE, significa caer de
la adhesión y hechos de la fe; apostatar). También se nos dice que es imposible
que los tales sean “renovados para arrepentimiento, crucificando de nuevo para
sí mismos al Hijo de Dios y exponiéndole a vituperio”. Todos quienes toman al
pecado y el pecar como poca cosa porque dicen ser cristianos, desprecian en el
fondo de sus corazones la crucifixión del Señor Jesucristo. Mientras tales
“creyentes” tengan tal actitud, no pueden ser “renovados para arrepentimiento”.
Y si permanecen en tal estado, se perderán eterna e irremediablemente. El
pecado es un asunto serio, de vida o muerte eternas. No podemos andar por ahí
pensando que podemos re-crucificar a Cristo para que nos salve de nuevo, cuando
lo queramos. (Compárese con He 10:26-31)
8) 1 Juan 5:16-17: “Si alguno
viere a su hermano cometer pecado que no sea de muerte, pedirá, y Dios le dará
vida; esto es para los que cometen pecado que no sea de muerte. Hay pecado de
muerte, por el cual yo no digo que se pida. Toda injusticia es pecado; pero hay
pecado no de muerte”. Aquí el Señor nos demuestra que un “hermano” (un cristiano)
puede cometer un “pecado de muerte”. En Mateo 12:31 el Señor nos dice que el
pecado que jamás será perdonado es el de blasfemar contra el Espíritu Santo.
Una blasfemia es una maldición o cualquier comentario insultante contra el
Espíritu Santo, como también lo es el atribuirle a Satanás las obras del
Espíritu Santo. Es imperdonable si es hecho con malicia y conocimiento, tal
como en el pasaje en que el Señor menciona la advertencia y en Hebreos 6:4-6 y
10:26-31. No queda claro si este es el pecado del cual habla Juan en su
epístola. Lo que sí queda claro es que un cristiano puede morir por pecar. Y la
muerte referida aquí es la muerte espiritual, ya que la muerte física como
consecuencia del pecado es más correctamente llamada juicio y “destrucción de
la carne” (1 Co 5:3, 5).
9) Apocalipsis 3:5: “El que
venciere será vestido de vestiduras blancas; y no borraré su nombre del libro
de la vida, y confesaré su nombre delante de mi Padre, y delante de sus
ángeles”.- Esto es lo que el Señor Jesús le dice al apóstol Juan que le escriba
a la iglesia de Sardis. Es para todos los creyentes de esa y de todas las
iglesias. ¿Puede aquí, el Señor Jesús, estar amenazando a los creyentes sólo
como juego? Leamos esta advertencia del Señor con una mente abierta, y
preguntémonos: “¿Puede ser borrado el nombre de una persona del libro de la
vida?” El Señor Jesús sabe más del libro de la vida que todos los teólogos
juntos. No vamos a ponernos a discutir con Él acerca de lo que puede o no puede
hacer con los nombres que están escritos en el libro de la vida, ¿o sí? O
aceptamos Sus palabras, o las rechazamos; eso es todo. Dios conoce el fin desde
el comienzo: Él sabe quién vencerá y quién no. Pero aquí Él nos está hablando
en términos humanos, de tal manera que sepamos que para Él es tan fácil
escribir nuestros nombres en el libro de la vida, como borrarlos - así de fácil
es que nos deslicemos y nos perdamos por no ser cuidadosos con nuestra
salvación. Está escrito sobre el juicio ante el gran trono blanco: “Y el que no
se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego”
(Ap 20:15). Dios esconde los tesoros de la vida eterna de los teólogos
y de los entendidos según la carne – es decir, de aquellos que quieren
encasillar a Dios con sus doctrinas dispensacionalistas de “Esto puede hacer
Dios, y esto no”–y se los da a los que están dispuestos a recibirlos con la
sencilla actitud de los niños (Mt11:25).
Muchos dicen creer que la Biblia
es la palabra infalible de Dios. Pero escogen de antemano qué es lo que van a
creer de ella, y qué no. Prefieren creer
en los razonamientos de sus falibles mentes, y no quieren aceptar lo que la
Palabra enseña claramente. Demuestran, de esa manera, que son arrogantes y
orgullos; y pierden así la oportunidad de recibir verdadera luz celestial en
cuanto a los asuntos de la vida eterna.
Estos son temas de extrema
importancia, debido a que tienen el poder de afectar para bien o para mal
nuestro destino eterno. No podemos darnos el lujo de creer lo que los hombres
enseñan, debemos investigarlos por nosotros mismos. Debemos creer solo lo que
la Palabra de Dios enseña, y debemos creerle sólo a aquellos que nos presentan
los pasajes referentes al tema sin intereses denominacionales ni fidelidades a
grupos religiosos (aunque sean estos evangélicos o protestantes). Cualquier
lectura que le demos a cualquier otro versículo del Nuevo Testamento, no puede
cancelar las verdades evidentes presentadas en los pasajes citados aquí.
Una de las últimas promesas de
las epístolas es la de que el Señor “es poderoso para guardarnos sin caída”
(Jud 24). Esto es verdad–el Señor ciertamente puede guardarnos de caer.
Pero si no nos sometemos completamente a Él, no podrá guardarnos de caer–porque no nos obligará a nada.
Una de las figuras que describen
nuestra relación como creyentes con el Señor es la de una virgen comprometida
en matrimonio (2 Co 11:2; Ap 19:7). En el siguiente versículo
(2 Co11:3), Pablo dice que él teme que Satanás nos engañe y descuidemos
nuestra devoción a Cristo, tal como Eva fue desviada. Eva estaba en el paraíso
y fue engañada por Satanás; y por esto fue expulsada del paraíso por Dios
mismo. Hoy, los que estamos comprometidos con Cristo nos encaminamos hacia el
paraíso. Pero si de alguna manera Satanás nos engaña en el tema de la
salvación, nunca entraremos al paraíso.
Si la novia se prostituye con el
mundo y el pecado, Su novio no la tomará por esposa. Esto es lo que le pasa a
la iglesia prostituida descrita en Apocalipsis 17:1-18 es rechazada por el Señor y destruida por el sistema con el cual se prostituyó.
Si amamos al Señor nos
mantendremos puros en doctrina y vida para Él, aún si no encontramos muchos
otros creyentes con los que nos podamos reunir. El Señor nos advierte
diciéndonos que en los últimos días: “el amor de muchos
se enfriará”. Este versículo tiene en mente a los cristianos, porque los
cristianos somos el único pueblo en la tierra que ama al Señor. Y a
continuación, el Señor añade: “Mas el que persevere hasta el fin, éste será
salvo” (Mt 24:11-13).
Satanás trata de engañarnos a
todos nosotros, todo el tiempo. Y la Biblia nos advierte que Dios permitirá que
seamos engañados para que creamos la mentira si no recibimos el amor de la
verdad para ser salvos (2 Ts 2:10,11).
Si aceptamos la verdad tal y como
está escrita en la Palabra de Dios, y aceptamos la verdad acerca de los pecados
que hay en nuestras vidas, y colaboramos con el Espíritu Santo para ser salvos
de esos pecados, nunca seremos engañados ni por Satanás ni por sus ministros.
Pero si no aceptamos la verdad
tal y como está escrita en la Palabra de Dios, o si no deseamos ser libres de
nuestros pecados, entonces Dios permitirá que seamos engañados y que creamos lo
que queramos - no sólo en cuanto al tema de la seguridad de la salvación, si no
en otros temas y doctrinas también.
Amamos al Señor porque Él nos amó
primero y perdonó nuestros pecados. Por lo tanto, por Su gracia, mantendremos
nuestras conciencias limpias siempre y lo seguiremos obedeciendo Su Palabra
hasta el fin–así nuestra salvación estará segura. Cada discípulo del Señor
Jesús que guarda Su Palabra tiene la seguridad de su salvación.
“Entrad por la puerta estrecha;
porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y
muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el
camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan” (Mt 7:13,14).
“Así que, el que piensa estar
firme, mire que no caiga” (1 Co 10:12).
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