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miércoles, 1 de octubre de 2014

LA SEPARACIÓN BÍBLICA


La doctrina de la separación Bíblica es una doctrina que corre a lo largo de todas las Escrituras como una senda de roja grana. La razón es simple: la santidad de Dios. Esta doctrina nos enseña a distinguir entre lo santo y lo profano,
  lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto, entre la verdad y el error.

La práctica de esta doctrina es lo que determina la diferencia entre la santidad y la mundanalidad, entre amar a Dios con todo el corazón o simplemente olvidar nuestro primer amor. El verdadero entendimiento del propósito de las convicciones o principios que rigen la vida santa es lo que puede marcar la diferencia entre ser un fariseo, o un santo. La doctrina de la separación tiene que ser vivida, no impuesta, sino nacida en un corazón puro. Esta diferencia debe ser mantenida por el pueblo de Dios al vivir en contraste con el mundo no regenerado. Debe ser mantenida en medio del pueblo santo para así evitar la infiltración del error (2 Corintios 6:17, Levítico 10:10-11).

La doctrina de la separación es una doctrina entendida y vivida por la nación santa a lo largo de las edades. Desde Israel siendo llamado fuera de Egipto, a través de los primeros creyentes en el libro de Hechos, a los santos que dieron su vida como mártires por no querer adorar a Cesar, cruzando la edad media, en el testimonio de los anabaptistas y pre-reformadores, en el resurgir de la reforma, en las vivencias de los primeros misioneros. Generación tras generación cruzando las barreras culturales, étnicas o sociolingüísticas, la santidad es la joya de la corona de la gracia.

Hoy, sin embargo, la doctrina Bíblica de la separación es cuestionada, menospreciada, redefinida, abandonada. Algunos intentan defender que la tolerancia del error en el vínculo del amor es mucho más agradable a Dios que la confrontación contra el error y la denuncia del pecado. Tampoco faltan aquellos que creen que por sus buenas obras serán justificados y confunden la santidad con la justicia, la salvación con la unidad, la regeneración con reformarse, o llaman pecado a aquello que no lo es. Hoy vivimos en los días en que es políticamente incorrecto estar en contra de algo, es más apropiado ser condescendiente, respetuoso ante todo aquello que hasta hace algún tiempo atrás no sólo era condenado por Dios mismo sino también aún la sociedad poseía suficiente entendimiento como para denunciarlo.

Eso era antes que el espíritu de la era diera a luz la nueva manera de entender el cristianismo evangélico (que aquí llamamos: neo-evangelicalismo), el cual se caracteriza por acallar la consciencia bíblica histórica, la práctica de la amoralidad y el permisivismo liberal que se opone militantemente a todo lo que evoca a una vida santa. Hoy es difícil aún para los creyentes querer marcar la diferencia, ser la luz y la sal de este mundo.

En medio de este tiempo peligroso (2 Timoteo 3:1-9) es necesario una vez más levantar el estandarte del separatismo. Es necesario que el creyente del siglo XXI se atreva a permanecer firme en su fe sin pedir disculpas por ello, sin tener que dejar aquello por lo cual una vez combatieron ardientemente las generaciones pasadas. La alternativa a esto es la apostasía, cuando se tiene apariencia de piedad pero se niega la eficacia de ella. La fe genuina en su práctica requiere obediencia a la Biblia.

La Doctrina Bíblica de la Separación Encuentra su inicio en la Persona de Dios

La doctrina de la separación, que es una doctrina Bíblica, le debe su origen al Autor de la Biblia, esto es, a Dios mismo. Se encuentra en el corazón de Dios que mediante la revelación especial y la inspiración de las Escrituras la trasmitió al hombre. Toda verdad encuentra su origen en Dios y por lo tanto el hombre que le sigue debe andar bajo la luz de esa verdad. El hombre de Dios debe ser santo (separado), porque Dios es santo (separado). Dios practica la santidad. Y por lo tanto Él requiere que aquellos que le siguen la practiquen también.

Mucho antes de que Dios separase la luz de las tinieblas, Dios ya se había separado a Sí Mismo del caos de la oscuridad. Dios es luz. Luz perfecta en la cual no hay sombra de variación. Dios se separó de aquellos ángeles que se rebelaron contra Él arrojándolos de Su misma presencia. Dios mostró consistencia en Su manera de obrar y existir al pronunciar las palabras “sea la luz…” y fue la luz, aún antes de haber creado las estrellas y la lumbrera mayor. Dios marcó una línea de separación en el firmamento eterno entre la inmensidad del firmamento en expansión; y todo el orden cósmico se basa justo en esa separación. Dios creó luego la tierra y el mar, Dios creó un huerto, Dios creó un hombre, una mujer… y todo ello unido por la separación y la distinción de los mismos elementos que lo componían (agua, tierra, aire, fuego).

Pero la primera separación entre la criatura y su Creador no aconteció en Edén. Mucho antes de ese momento del inicio del tiempo, antes que el primer segundo del reloj estelar iniciara su primer tic-tac, justo en el lugar más santo de todo cuanto existía, allí en la misma presencia de Dios se inició la separación entre criatura y Creador. Isaías 14:13-14 nos narra la rebelión de Satanás y su expulsión de la presencia del Eterno. Fue una separación Bíblica basada en el entendimiento de la doctrina de la Trinidad. Satanás quiso ser como el Padre, ocupar el trono del Hijo y subir sobre las nubes, símbolo del raj, o Espíritu de Dios. Dios puso una línea de demarcación dando ejemplo a aquellos que le seguirían de que la verdad no puede mezclarse con el error y que hay asuntos que no son simples tendencias de puntos de vista o diferencias menores: cuando la verdad es menospreciada por el error, separarse del mismo es la única salvaguarda.

Dios se separó de su criatura angelical, expulsándola de delante de Su presencia. Dios fue intolerante y Su postura antagónica nació, no de una naturaleza de ira incontrolada sino del más alto concepto de la justicia que jamás haya existido.

Adán y Eva corrieron esa misma suerte. Sufrieron el peor sino que pueda existir en la providencia: la separación entre la criatura y el Creador. En el decreto Divino aquel jardín de deleite se convirtió en el testigo silencioso de la mayor hecatombe. El primer hombre creyó en el error, abrazó una falsa doctrina que invalidaba la Palabra de Dios, añadía a las palabras Eternas, distorsionaba la revelación del amor divino poniendo sobre Él la duda de la desconfianza. El hombre abrazó el error. Su pecado fue originalmente su “falta de oír”, el no atender, el no querer escuchar. El fruto de la desobediencia fue la muerte, la eterna separación de Dios. Ese primer pecado no fue un acto de grosera inmoralidad, o cruel asesinato, tan siquiera fue el hurto o la borrachera. Fue simplemente abrazar el error y creerlo rechazando la verdad.

¿No podía Dios haberse sentado a hablar con ellos? ¿Tal vez pasear de nuevo en la frescor de la tarde y hacerle comprender a esa joven criatura inexperta la gravedad de su error? ¿Tal vez dialogar, no ser tan dogmático y tener una perspectiva más amplia sobre la manera de ver las cosas; considerar el punto de vista de Sus criaturas? ¿No podía Dios haber sido más complaciente, más amable, más sensible a las necesidades y derechos de aquellos seres que se movían bajo su libre albedrío?

No, Dios fue implacable. El pecado entró en el mundo por un hombre y con el pecado la muerte. Una vez más Dios se había separado de Su criatura y dicha separación estaba basada en el más alto y sublime sentir de la justicia, del amor a la verdad, de la misericordia, ya que Dios seguía viviendo en la hermosura de la Santidad.

Dios fue consistente. Dios actuó de la misma manera que había hecho con Satanás, alejándole, separándole, apartándole de aquello que la criatura había hollado con sus pies. Dios estaba demostrando que abrazar la mentira y el error rechazando la Palabra verdadera de Dios trae horrendas consecuencias. Pero a diferencia de la primera ocasión, Dios iba ahora a introducir un camino de regreso, una puerta abierta, una voz que pondría de nuevo en su vaina la espada del ángel protector. Esa voz sonaría desde el Calvario, ese camino se abriría nuevo y vivo, hasta el mismo Trono de la Gracia. La misericordia de Dios proveería a la humanidad con un medio de redención. El hombre, separado de Aquél que le había dado la vida, podía volver a tener comunión con Él. Su mirada baja y fúnebre, sus pasos toscos y torpes, su andar a ciegas podía ahora ser cambiado de nuevo en una relación de comunión mediante la Sangre del pacto eterno. Dios buscaba al hombre de nuevo. Y aún más, Dios buscaba a un pueblo celoso de buenas obras, un pueblo santo (separado), una nación adquirida, una gente muy especial. Pero desde un primer momento Dios iba a instruir a dicha nación que el primer paso de acercamiento era en dirección a la separación. Entonces Dios escogió a una familia. El primer paso de Abraham para poder acercarse a Dios fue dejar a su padre, a su ciudad, a su tierra… el camino de regreso al Edén empezaba con un paso en dirección contraria. Dios le enseñó a Abraham que sus descendientes no podrían mezclarse con gente de otras naciones, con otros pueblos. Tenían que separarse. Tenían que distinguirse, diferenciarse del resto de los hombres. Esta separación era necesaria para que se convirtieran en el especial tesoro de Dios. En esto no había injusticia de parte de Dios.

El elemento esencial de la fe es justificar a Dios en todos Sus dichos. Es decir, Dios no se equivoca, no comete errores, nada hace por accidente o por capricho. Cuestionar la sabiduría de Dios es el primer error doctrinal que un hombre abraza. Las directrices y decisiones de Dios están justificadas en base a Su perfecta justicia que iguala Su eterno amor. Dios quiso a una nación, y la hizo una nación santa (separada).

Cuando Dios nos enseña que Su pueblo debe ser un pueblo separado del error y del pecado, un pueblo santo apartado para Sus servicio, Dios está siendo consecuente en Su manera de obrar como lo hizo en la eternidad pasada con Su criatura angelical o en el inicio del tiempo con el hombre.

Dios quiere por lo tanto que Su pueblo se separe también del error, de la falsa doctrina. La obediencia a Dios no puede ser a medias, no podemos obedecer con reservas, escuchar a medias. Esa separación es un mandato del Cielo, no una opción que tengamos.

Dios insiste en Su Palabra vez tras vez que Su pueblo tiene que ser un pueblo separado. Un grupo exclusivo y excluyente. En el pasaje citado, la perspectiva divina es presentada claramente. Los creyentes (la iglesia) deben apartarse, no tener comunión con la injusticia, con las tinieblas, no pueden tener concordancia con Belial, participar con las obras de los injustos y con los ídolos. La palabra “concordia” proviene de un término que nos habla de armonía. De la unión de dos voces en una melodía. ¿Podéis imaginaros a Cristo cantando un dúo con el diablo? ¿Qué concordia, qué armonía tiene Cristo con Belial?

De la misma manera que Dios pidió a los Israelitas que no se unieran en yugo desigual con las naciones paganas, los seguidores de Cristo no pueden estar bajo el mismo yugo de unión con aquellos que tienen en poco una salvación tan grande y que menosprecian la sangre del pacto eterno. La razón de esta separación debe ser obvia, hace que el creyente en la verdad sea influenciado por la creencia en el error y esto haga colapsar su fe. No estamos hablando de una relación interpersonal en el diario vivir dentro de la sociedad de la que formarnos parte (en nuestros trabajos, escuelas, etc.), sino en una asociación en un mismo patrón de estilo de vida que nos haga comprometer nuestras convicciones para llegar a mezclar la verdad con el error, la luz con las tinieblas. A esto dice Dios: “salid de en medio de ellos y no toques lo impío… y yo os recibiré”. La aplicación de esta separación bíblica, de esta forma entendida sugiere un peligro muy serio para el creyente que no obedece a este mandato y se enlaza en asociaciones con errores bíblicos aún por causas socialmente justas. Dios no quiere la unión de Cristo con Belial. Aún por causas que pueden ser justificadas socialmente.

La separación bíblica es sumamente importante en los asuntos de doctrina. De hecho debemos entender que la separación de otros debe ser más por lo que uno cree que por lo que uno hace, ya que lo que uno hace es el resultado de su creencia. Deben haber paredes de separación entre nosotros en base a lo que creemos doctrinalmente. Nuestra postura marca una diferencia. La teología de Satanás marcó su destino. Su entendimiento de Dios era erróneo. El creía que Dios era vulnerable, creía que podía ser expulsado de Su trono de majestad, no creía que Dios fuera omnipresente. La teología de Adán y Eva marcó una diferencia. Su entendimiento teológico era erróneo. Creían que la Palabra de Dios podía ser cuestionada y contenía errores. Así lo que uno cree determina su destino. Los hombres actúan de forma inmoral porque rechazan la ley divina, no creen que tengan que dar cuenta a Dios por sus hechos, rechazan la revelación del Creador y adoran a las criaturas teniendo sus mentes cauterizadas y sus conciencias oscurecidas por la incredulidad que en ellos hay.

La separación de aquellos que se oponen a la ley de Dios y a Su Palabra revelada no es una opción sino un mandato. Dios nos dio Su ejemplo demostrando su importancia mediante Su propio comportamiento. La separación bíblica, correctamente entendida, es seguir el corazón de Dios. Dios es puro, es santo. Eso quiere decir que Él es un Dios exclusivo, apartado. La separación Bíblica es pues una doctrina fundamental.

La separación bíblica abarca dos aspectos diferentes, y ambos encuentran su razón de ser en la santidad de Dios. El primer aspecto es el de la separación personal. Esta es una separación de las obras de la carne en vista a que el fruto del Espíritu se manifieste en nosotros. El segundo aspecto es el de la separación a nivel eclesiástico. Esto implica cierta toma de posición, tal como la separación de los incrédulos, de las iglesias y denominaciones apóstatas y de aquellos que llamándose hermanos andan desordenadamente. Fijémonos que ambos aspectos son necesarios y están intrínsicamente unidos. Algunos presumen de su “separación” de grupos o hermanos que andan “desordenadamente” pero olvidan la separación personal hacia Dios, y como resultado manifiestan en su carácter un agrio sabor a orgullo religioso que les hace culpables ante Dios. No olvidemos que la separación Bíblica nos mantendrá en una posición de humildad, temor y temblor delante de Dios.

La enseñanza de la separación se podría bosquejar de la siguiente manera y con las siguientes citas bíblicas:

•  Las Escrituras nos impiden comunión con la incredulidad.

“Porque muchos engañadores han salido por el mundo, que no confiesan que Jesucristo ha venido en carne. Quien esto hace es el engañador y el anticristo. Mirad por vosotros mismos, para que no perdáis el fruto de vuestro trabajo, sino que recibáis galardón completo. Cualquiera que se extravía, y no persevera en la doctrina de Cristo, no tiene a Dios; el que persevera en la doctrina de Cristo, ése sí tiene al Padre y al Hijo. Si alguno viene a vosotros, y no trae esta doctrina, no lo recibáis en casa, ni le digáis: ¡Bienvenido! Porque el que le dice: ¡Bienvenido! participa en sus malas obras” (2 Juan 7- 11).

•  Las Escrituras nos enseñan que debemos apartarnos de la incredulidad.

“Y no participéis en las obras infructuosas de las tinieblas, sino más bien reprendedlas” (Efesios 5:11).

•  Las Escrituras nos enseñan que debemos separarnos de hermanos desobedientes. (Comparar Mateo 18:15-17 con 1 Corintios 5:11, 1 Timoteo 6:3-5, 2 Tesalonicenses 3:6, Romanos 16:17). Pero no debemos tratarles como a enemigos.

 “De cierto se oye que hay entre vosotros fornicación, y tal fornicación cual ni aun se nombra entre los gentiles; tanto que alguno tiene la mujer de su padre. Y vosotros estáis envanecidos. ¿No debierais más bien haberos lamentado, para que fuese quitado de en medio de vosotros el que cometió tal acción? Ciertamente yo, como ausente en cuerpo, pero presente en espíritu, ya como presente he juzgado al que tal cosa ha hecho. En el nombre de nuestro Señor Jesucristo, reunidos vosotros y mi espíritu, con el poder de nuestro Señor Jesucristo, el tal sea entregado a Satanás para destrucción de la carne, a fin de que el espíritu sea salvo en el día del Señor Jesús. No es buena vuestra jactancia. ¿No sabéis que un poco de levadura leuda toda la masa? Limpiaos, pues, de la vieja levadura, para que seáis nueva masa, sin levadura como sois; porque nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros. Así que celebremos la fiesta, no con la vieja levadura, ni con la levadura de malicia y de maldad, sino con panes sin levadura, de sinceridad y de verdad. Os he escrito por carta, que no os juntéis con los fornicarios; no absolutamente con los fornicarios de este mundo, o con los avaros, o con los ladrones, o con los idólatras; pues en tal caso os sería necesario salir del mundo. Más bien os escribí que no os juntéis con ninguno que, llamándose hermano, fuere fornicario, o avaro, o idólatra, o maldiciente, o borracho, o ladrón; con el tal ni aun comáis. Porque ¿qué razón tendría yo para juzgar a los que están fuera? ¿No juzgáis vosotros a los que están dentro? Porque a los que están fuera, Dios juzgará. Quitad, pues, a ese perverso de entre vosotros” (1 Corintios 5:1-13).

•  Las Escrituras nos enseñan que creyentes e incrédulos no pueden estar bajo un mismo yugo en el esfuerzo espiritual.

“No os unáis en yugo desigual con los incrédulos; porque ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas? ¿Y qué concordia Cristo con Belial? ¿O qué parte el creyente con el incrédulo? ¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos? Porque vosotros sois el templo del Dios viviente, como Dios dijo: Habitaré y andaré entre ellos, Y seré su Dios, Y ellos serán mi pueblo. Por lo cual, Salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, Y no toquéis lo inmundo; Y yo os recibiré, Y seré para vosotros por Padre, Y vosotros me seréis hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso” (2 Corintios 6:14-18).

•  El trabajo para Dios, realizado según el método de Dios, no produce otra cosa que buenos resultados. El trabajo para Dios, realizado según los métodos humanos, produce a la vez buenos y malos resultados. (El caso de los grupos neo-evangélicos, modernistas, o ecuménicos). Obtener resultados no significa forzosamente estar en lo correcto. Considérese el ejemplo de Moisés en Números 20 golpeando la roca.

•  No debemos afiliar nuestra iglesia con otra iglesia, misión, movimiento o esfuerzo evangelístico que no esté plenamente basado en la Palabra de Dios.

“Y le salió al encuentro el vidente Jehú hijo de Hanani, y dijo al rey Josafat: ¿Al impío das ayuda, y amas a los que aborrecen a Jehová? Pues ha salido de la presencia de Jehová ira contra ti por esto” (2 Crónicas 19:2).

•  No podemos afiliar nuestra iglesia con otra iglesia, misión, movimiento o esfuerzo evangelístico que no practique la separación bíblica.

“Oyendo los enemigos de Judá y de Benjamín que los venidos de la cautividad edificaban el templo de Jehová Dios de Israel, vinieron a Zorobabel y a los jefes de casas paternas, y les dijeron: Edificaremos con vosotros, porque como vosotros buscamos a vuestro Dios, y a él ofrecemos sacrificios desde los días de Esar-hadón rey de Asiria, que nos hizo venir aquí. Zorobabel, Jesúa, y los demás jefes de casas paternas de Israel dijeron: No nos conviene edificar con vosotros casa a nuestro Dios, sino que nosotros solos la edificaremos a Jehová Dios de Israel” (Esdras 4:1-3).

•  No se puede preservar una posición sin ser militante a su favor.

•  Ante la duda, no unirse.

“¿Andarán dos juntos, si no estuvieren de acuerdo?” (Amos 3:3).

•  La separación no es la respuesta a todo desacuerdo entre hermanos. Debemos entender que aunque tengamos que separarnos de hermanos que andan desordenadamente no por ello debemos tratarles como a enemigos (2 Tesalonicenses 3:15). Mateo 18:15-18 es el pasaje clave para resolver conflictos entre hermanos.  

•  El Espíritu Santo jamás guía a un cristiano en contra de lo que Dios ha expresado en Su Palabra.

•  Dios es más severo con aquel que está usando en el presente. 

La importancia y trascendencia de estos dos últimos puntos no se puede enfatizar sino con una ilustración bíblica.

El Profeta Anónimo

Abramos la Biblia en 1 Reyes 13:1-34. Viajemos de regreso a través de los pasillos mohosos de tiempo para volver a vivir tres escenas de la vida de un profeta a quien Dios le ha permitido permanecer en el anonimato.

Para situarnos en la escena del capítulo debemos retrotraernos a los días finales del reinado de Salomón. No eran sus mejores días, ya que había sucumbido a las tentaciones de la carne. En lugar de estar satisfecho con las abundantes riquezas que Dios le había dado, decidió reunir más poniendo una carga opresiva de impuestos sobre su pueblo. Mientras vivió Salomón, la rebelión permaneció escondida. A su muerte, los impuestos se convirtieron en el tema de la hora. Esta situación deja listo el escenario para que un joven oportunista llamado Jeroboam se asegure el liderazgo sobre diez de las doce tribus.

1 Reyes 13:1-34 nos lleva a Israel, al Reino del Norte, el nuevo reino de Jeroboam. Jeroboam no era desde ningún punto de vista un hombre piadoso, pero era un hombre astuto en lo que respecta a los caminos del mundo. Vio claramente que si su pueblo iba a continuar yendo a Jerusalén para participar en las fiestas religiosas históricas, la nación pronto se re-uniría, y él sería un rey sin reino.

Leemos cómo solucionó este problema en 1 Reyes 12:28-32:

“Y habiendo tenido consejo, hizo el rey dos becerros de oro, y dijo al pueblo: Bastante habéis subido a Jerusalén; he aquí tus dioses, oh Israel, los cuales te hicieron subir de la tierra de Egipto. Y puso uno en Bet-el, y el otro en Dan... Entonces instituyó Jeroboam fiesta solemne en el mes octavo, a los quince días del mes, conforme a la fiesta solemne que se celebraba en Judá; y sacrificó sobre un altar. Así hizo en Bet-el, ofreciendo sacrificios a los becerros que había hecho. Ordenó también en Bet-el sacerdotes para los lugares altos que él había fabricado”.

Su solución fue pergeñar una religión idolátrica parecida a la que su pueblo estaba acostumbrado a observar.

La respuesta de Dios al desafío fue la usual: un hombre. Lo vemos en 1 Reyes 13:1:

“He aquí que un varón de Dios por palabra de Jehová vino de Judá a Bet-el; y estando Jeroboam junto al altar para quemar incienso…”.

Una Escena de Victoria

Esto nos lleva a la primera de las tres escenas que veremos en esta lección (porque esta es una lección que debemos aprender). Vemos el profeta anónimo en una escena de victoria. El día en que esta escena tuvo lugar pudo haber sido el gran día de la dedicación del altar de Betel. El propio rey Jeroboam estaba presente para dirigir a su pueblo en la idolatría. Sin invitación, nuestro profeta aparece y se acerca al centro del escenario. Allí, hizo cuatro cosas.

Su primera acción fue hacer una predicción.

“…aquél clamó contra el altar por palabra de Jehová y dijo: Altar, altar, así ha dicho Jehová: He aquí que a la casa de David nacerá un hijo llamado Josías, el cual sacrificará sobre ti a los sacerdotes de los lugares altos que queman sobre ti incienso, y sobre ti quemarán huesos de hombres” (1 R 13:2).

La predicción fue muy definida. Prometió el nacimiento de un hombre, identificando a la familia en la que iba a nacer, dio su nombre y dijo exactamente lo que iba a hacer. Trescientos años más tarde la profecía se cumplió. Puede leerse en 2 Reyes 23:15-16.

Pero las personas difícilmente se dejarán conmover por predicciones que se cumplirán dentro de trescientos años. Así que la segunda acción del profeta fue la de dar una señal. Esta señal no tardaría años en cumplirse. Se cumplió de inmediato, como nos lo dicen los siguientes versículos:

“Y aquel mismo día dio una señal, diciendo: Esta es la señal de que Jehová ha hablado: he aquí que el altar se quebrará, y la ceniza que sobre él está se derramará. Cuando el rey Jeroboam oyó la palabra del varón de Dios, que había clamado contra el altar de Bet-el, extendiendo su mano desde el altar, dijo: ¡Prendedle! Mas la mano que había extendido contra él, se le secó, y no la pudo enderezar. Y el altar se rompió, y se derramó la ceniza del altar, conforme a la señal que el varón de Dios había dado por palabra de Jehová” (1 R 13:3-5).

Dios le dio a nuestro profeta algunas credenciales para presentarse ante su audiencia, y él no se las reservó. Se oyó un crujido aterrador, y la parte superior del altar se rompió y las cenizas se cayeron a través de la rotura. Casi en el mismo instante en que el rey gritó la orden para arrestar al profeta, el brazo con el que señaló a su víctima se paralizó en su ademán, y no lo pudo mover. Esto introduce la tercera acción de nuestro profeta: orar por la restauración de la mano del rey.

“Entonces respondiendo el rey, dijo al varón de Dios: Te pido que ruegues ante la presencia de Jehová tu Dios, y ores por mí, para que mi mano me sea restaurada. Y el varón de Dios oró a Jehová, y la mano del rey se le restauró, y quedó como era antes” (1 R 13: 6).

Esta es una de las partes decepcionante de la historia. Imaginémonos a Jeroboam de pie con el brazo a media asta mientras el profeta se va. Imaginémonos a Jeroboam, muchos años después de aquel día, cada vez que trata de darse vuelta en la cama por la noches, lamentando con lágrimas en los ojos haber amenazado con la mano a un profeta de Dios. Pero, Dios es más misericordioso que sus siervos. Restauró el brazo de Jeroboam.

La Negativa Triunfante

En este punto en el pasaje nuestro profeta hizo una cosa más, y es la clave de todo el capítulo. La cuarta acción del profeta fue rechazar una oferta. El rey Jeroboam, a estas alturas, le tenía miedo a la muerte. Dios había cumplido una predicción ante sus ojos. Su brazo había sido instantáneamente paralizado por Dios y luego curado por Su misericordia. Jeroboam ahora sabía que el profeta era un hombre de Dios. Habló con su adversario en un tono conciliador diciendo: “Ven conmigo a casa, y comerás, y yo te daré un presente”.

Aquí llegamos al mejor momento de este profeta: su clímax espiritual. Con evidente seguridad y solapado desprecio pronunció las palabras de los versículos 8 y 9.

“Pero el varón de Dios dijo al rey: Aunque me dieras la mitad de tu casa, no iría contigo, ni comería pan ni bebería agua en este lugar. Porque así me está ordenado por palabra de Jehová, diciendo: No comas pan, ni bebas agua, ni regreses por el camino que fueres” (1 R 13:8-9).

Luego, dando media vuelta, nuestro profeta salió del cuadro. Una gloriosa escena de victoria. Siempre es victoria en las cosas espirituales cuando un hombre obedece al Señor. Esperamos que el lector comprenda que nuestra cruzada es una de sencilla obediencia a la Palabra de Dios. El neo-evangelicalismo toma la Palabra de Dios y la mezcla con partes iguales de la razón humana y la cultura moderna para determinar el camino a seguir. Los cristianos de estos días necesitan que se les recuerde que sólo tenemos que tomar la Palabra de Dios literalmente y obedecerla. Ésa es la victoria.  

El lector deber tener mucho cuidado en recordar que en esta primera escena la tentación de desobedecer la Palabra del Señor vino del enemigo. Jeroboam representa la apostasía, la incredulidad, la religión falsa. En nuestros días, el Consejo Nacional (y Mundial) de Iglesias y el movimiento ecuménico son los enemigos jurados de los creyentes en la Biblia. Sin embargo, día tras día el enemigo nos canta los cantos de sirena de la cooperación. Nunca ha habido un momento como este en la historia de la cristiandad, cuando los enemigos del Evangelio han tratado tan activamente de obtener el apoyo del pueblo del Señor. Los falsos profetas del ecumenismo, con su desprecio por la doctrina bíblica, son los apóstoles respetados de nuestro tiempo. Ellos vienen a nosotros con invitaciones para que colaboremos en sus buenas causas, a compartir púlpitos en sus templos con la debida personalidad jurídica, para que los apoyemos en sus campañas con las cuales ellos puedan llegar a las comunidades y sacarse fotos junto a los concejales, los alcaldes, los diputados y senadores de la hora. Los neo-evangélicos han hecho caso a estos cantos de sirena y se han ido a dialogar con los falsos profetas del ecumenismo, a hacer lobby para ganarse el auspicio de los políticos. El cristiano bíblico, el separatista espiritual y doctrinal, como el profeta de nuestro pasaje, debe ver todas esas invitaciones como guiños del Diablo.

Acariciando Lobos

Algunos cristianos que les gusta considerarse a sí mismos como ortodoxos y bíblicos creen, sin embargo, que los biblistas conservadores han sido históricamente muy poco caritativos en su acercamiento a los liberales. Se quejan de que los biblistas nos hemos negado a dialogar con los liberales y no hemos podido demostrar amor cristiano hacia ellos. Ésa es la filosofía liberal. Así es como piensan los liberales, los neo-evangélicos, los ecuménicos y los apóstatas. Preguntamos, ¿Dónde en las Escrituras se encuentra la enseñanza que dice que debemos tratar a los falsos maestros con caridad y a los apóstoles de la apostasía con amor cristiano? Este pensamiento es exactamente lo contrario de la enseñanza de 2ª de Juan que ya hemos comentado. La Escritura llama “lobos rapaces” a los proveedores y promotores de toda falsa doctrina (Mt 7:15; Hch 20:29). Los pastores fieles de la historia no han dialogado jamás con los lobos rapaces.

Si nuestro profeta, después de su espectacular denuncia de la herejía de Jeroboam, hubiera aceptado la invitación del rey para ir a su casa a cenar, sus acciones habrían negado la legitimidad de su unción divina. Dios lo había protegido de antemano contra cualquier acercamiento amigable de parte del enemigo de la fe. Sus órdenes eran claras: “No comas pan, ni bebas agua, ni regreses por el camino que fueres”. Y las nuestras también lo son.

Qué maravilloso sería si este capítulo terminara en el versículo 10. No lo hace, lamentablemente. A medida que avanzamos vemos una segunda escena. Vemos al profeta anónimo en una escena de transigencia y derrota. Parecería imposible, después de tan triunfal desempeño.

Una Escena de Derrota

La tentación de transigir proviene de una nueva dirección. Prestemos atención a los versículos 11 y 12:

“Moraba entonces en Bet-el un viejo profeta, al cual vino su hijo y le contó todo lo que el varón de Dios había hecho aquel día en Bet-el; le contaron también a su padre las palabras que había hablado al rey. Y su padre les dijo: ¿Por qué camino se fue? Y sus hijos le mostraron el camino por donde había regresado el varón de Dios que había venido de Judá” (1 R 13:10-11).

Si tan solo pudiéramos correr las cortinas del tiempo y echarle un vistazo al ministerio de este “viejo profeta”. Lo más probable es que alguna vez había estado en el frente de la batalla luchando por Dios. Pero algo sucedió en su vida. La persecución había llegado con Jeroboam. Cualquiera que se opusiera a su reforma idolátrica podía perder, literalmente, su cabeza. El anciano profeta había decidido que ya era hora de que él descansara y viviera sus últimos días tranquilo. Se había retirado a la quietud de su hogar: había dejado de hablar en nombre de Dios. Esto tuvo un efecto en su familia. Vemos a sus hijos regresando de la fiesta idolátrica encabezada por Jeroboam: un lugar extraño para que estuvieran los hijos de un profeta de Dios. Su decisión de retirarse del frente de batalla espiritual tuvo un efecto en su corazón también. Cuando se desvinculó de la oposición, también se desvinculó de la comunión con los hombres fuertes de Dios. Su corazón estaba hambriento de esa comunión. Tenía ganas de hablar con un hermano creyente. Entonces sus hijos llegaron a casa de la fiesta y le contaron la formidable historia. Su corazón saltó dentro de él. Recordó los días en los que Dios lo había usado a él. Debía hablar con ese profeta anónimo, con ese hermano.

Es justo aquí donde nos encontramos con un nuevo tipo de tentación. En esta segunda escena la tentación de transigir proviene de un amigo, de un hermano en la fe. Cuando sabemos que nos enfrentamos a un enemigo tenemos la guardia en alto. Pero cuando creemos que dialogamos con un amigo bajamos la guardia. En este estado mental se encontraba nuestro profeta.

Los hijos del profeta viejo ensillaron el asno familiar para él y se fue a buscar al profeta anónimo tan rápido como el burrito podía ir. Lo encontró sentado bajo un árbol tomando un descanso de su viaje. La invitación fue simple: “Ven conmigo a casa y come pan”. El profeta anónimo reconoció a un hermano en el profeta viejo. No se trataba de Jeroboam. Sin embargo, declinó la invitación y explicó su negativa citando las mismas órdenes de Dios que le había citado a Jeroboam. Dios le había dado estas órdenes para protegerlo de la invitación de Jeroboam. Sin embargo, esas mismas órdenes lo protegían de la tentación de un amigo. Todo lo que tenía que hacer nuestro profeta era aplicar las órdenes de Dios ya fuera con un enemigo o con un amigo.

La senda de la transigencia espiritual es siempre hacia abajo. El anciano que había comenzado en el camino de compromiso con su silencio, caminó una milla con una mentira, como leemos en versículo 18:

“Y el otro le dijo, mintiéndole: Yo también soy profeta como tú, y un ángel me ha hablado por palabra de Jehová, diciendo: Tráele contigo a tu casa, para que coma pan y beba agua” (1 R 13:18).

La tragedia golpeó aquí. Nuestro profeta anónimo creyó la mentira y se fue a cenar en la casa del anciano.

¿Qué hizo que nuestro valiente profeta desobedeciera las órdenes de Dios?

Lo confundió el hecho de que la mentira vino de un amigo, de un hermano en la fe.

La historia de 1 de Reyes 13 sería muy sencilla si sólo tuviera dos hombres: en un extremo, el profeta anónimo; y en el otro Jeroboam, el idólatra. Sin embargo, esto no es lo que el relato nos muestra. Hay otro personaje en un punto intermedio. Esta es también la fiel ilustración de nuestro día. En un extremo tenemos el fundamentalismo espiritual y doctrinal. Y en el otro el liberalismo y la incredulidad. Pero, tragedia de tragedias, también existe un poderoso campo intermedio. Este es lo neo-evangelicalismo: los neo-evangélicos, los cristianos neutralistas. Son “cristianos” que han decidido ignorar, y por lo tanto, desobedecer las órdenes claras de la Palabra de Dios acerca de la separación, práctica y doctrinalmente. También, como el profeta viejo, han hecho caso omiso de la Palabra de Dios y se han retirado a sus oasis privados a vivir cómodamente de sus bendiciones mientras espiritualizan la Escritura. Creen que no le hacen daño a nadie, y no ven cómo la historia del profeta anónimo se repite, con ellos como los protagonistas del engaño.

¿Mienten los Cristianos?

¿Es posible que los “hermanos en la fe” mientan? . Lo es. A lo largo de los años hemos visto a muchas personas que tras actuar abiertamente en contra de lo que la Biblia dice, se han justificado diciendo: “Hemos orado al respecto, y el Señor nos abrió esta puerta”.

Dejemos esto en claro aquí: El Espíritu Santo jamás guía a un cristiano en contra de lo que Dios ha expresado en Su Palabra.

Los neo-evangélicos vienen a nosotros como “hermanos en la fe”. Tienen un ministerio que apela a la carne. Sus argumentos a menudo suenan muy lógicos a la razón humana. Pero ignoran las más simples y claras órdenes de la Palabra de Dios, tales como: “No lo recibáis en vuestra casa”, “Salid de en medio de ellos”, “apartaos”, y “no toquéis lo inmundo”. Cuando nos dicen que es el Espíritu de Dios quien los ha llevado a tomar la dirección que están tomando, debemos reconocer que nos están mintiendo porque el Espíritu de Dios nunca ha llevado a nadie en una dirección contraria a lo que ya está escrito en la Palabra de Dios.

La Desviación Más Peligrosa

La desviación más peligrosa es la más cercana a nuestra posición. El neo-evangelicalismo nació del  fundamentalismo. Es un movimiento de “hermanos en la fe”. La mentira del neo-evangelicalismo ha engañado a más cristianos bíblicos que los cantos de sirena del ecumenismo han engañado a los liberales. En los últimos años muchos que todavía se creen fieles a la Palabra de Dios han negado (en la práctica) todas las advertencias de la Biblia en cuanto a los falsos profetas y la apostasía de los últimos días, viviendo sus “vidas cristianas” como si en realidad no hubiera diferencia entre los cristianos bíblicos y los neo-evangélicos. Su ingestión de la mentira del neo- evangelicalismo ha llevado a un gran número de los que se creen cristianos fieles al nebuloso y ambiguo terreno del compromiso y la transigencia doctrinal y espiritual.

No bajemos la guardia. ¿Es correcto permitir que los hermanos desobedientes dirijan palabras amables desde el púlpito? ¿Es correcto permitir que los hermanos desobedientes entren a nuestras casas y se hagan amigos de nuestros hijos? ¿Es correcto permitir que los hermanos desobedientes tengan la flor y nata de nuestros jóvenes para educarlos y utilizarlos en sus compromisos con la incredulidad? Respondamos: “No”. Tronemos: “¡No!”, si es necesario. Pero, sobre todo, no digamos “Sí”.

Una Escena de Derrota

Hay una tercera escena en este capítulo. Es una advertencia solemne. Vemos al profeta anónimo en un escenario de total derrota. En esta última sección hay dos cosas: una predicción y un cuadro.

El profeta viejo que mintió no había tenido una profecía que declarar de parte del Señor en muchos años. (Esto lo sabemos por el hecho de que el adjetivo “viejo”, que en castellano se utiliza después del sustantivo, para describirlo, en la versión bíblica que utilizamos—RV1960—aparece antes, para resaltar la condición espiritual del profeta retirado.) Pero cuando se sintió en comunión con su hermano más joven, el Señor lo obligó a dar una predicción que debe haberle costado sacar de la garganta. Está en los versículos 21 y 22:

“Y clamó al varón de Dios que había venido de Judá, diciendo: Así dijo Jehová: Por cuanto has sido rebelde al mandato de Jehová, y no guardaste el mandamiento que Jehová tu Dios te había prescrito, sino que volviste, y comiste pan y bebiste agua en el lugar donde Jehová te había dicho que no comieses pan ni bebieses agua, no entrará tu cuerpo en el sepulcro de tus padres” (1 R 13:21-22).

Cuando terminaron de comer el profeta viejo le dio al profeta anónimo su cabalgadura y lo envió por su camino. No pasó mucho tiempo hasta que alguien llamó a la puerta del anciano. Un vecino le trajo la trágica noticia que leemos en los versículos 24 y 25:

“Y yéndose, le topó un león en el camino, y le mató; y su cuerpo estaba echado en el camino, y el asno junto a él, y el león también junto al cuerpo. Y he aquí unos que pasaban, y vieron el cuerpo que estaba echado en el camino, y el león que estaba junto al cuerpo; y vinieron y lo dijeron en la ciudad donde el viejo profeta habitaba” (1 R 13:24-25).

Le aseguramos al lector que la escena que se describe aquí es una de las escenas más sobrenaturales en toda la Biblia. Tenemos un león devorador de hombres que no se come al hombre al que ha matado. Tenemos un burro que no huye del león. Los burros no son famosos por su brillantez, pero siempre han sabido lo suficiente como para huir de los leones. Los leones asesinos de hombres comen burros de postre. En este extraño cuadro un león devorador de hombres y un burro aparecen respectivamente a cada lado de un profeta anónimo muerto en el camino. Los habitantes de la zona vinieron y miraron desde las rocas para ver la extraña escena. El aura de sobre-naturalidad que rodea esta escena tiene el sello de Dios en ella. Dios quería que todos los que pasaran por ahí supieran que aquello no era un hombre que fue muerto por un león: si no un profeta que fue ejecutado por su Dios por desobediente.

Nosotros siempre nos preocupados por lo que los hombres pensarán de nosotros si tomamos decisiones demasiado radicales en nuestras relaciones con los hermanos. Pero a Dios no le preocupa lo que los hombres piensen de Él. Le preocupa sólo que Su Palabra sea obedecida.

Esta historia obliga a cualquier lector perspicaz a hacer una pregunta obvia. ¿Por qué fue Dios tan severo con el profeta anónimo que habló tan bien con Jeroboam, pero el profeta viejo que perpetró la mentira escapó ileso?

Dios es más Severo con Aquel que Está usando en el Presente 

El profeta viejo de nuestra historia había sido puesto en el estante de Dios durante muchos años. Dios no lo estaba usando a él en Israel. Si moría o vivía, no llamaría la atención, puesto que ya era viejo y el siguiente evento en su existencia era la muerte. El profeta joven, en cambio, era el hombre de la hora; todos los ojos estaban puestos sobre él. Debido a que Dios le había encargado tan claramente su comisión, se vio obligado a tratar el incumplimiento de sus responsabilidades con la muerte. Dios tenía que enseñarnos a todos Sus hijos una lección eterna. Él no ha cambiado.

Somos biblistas conservadores, separatistas bíblicos: no carismáticos, ni pentecostales, ni reformados, ni liberales, ni denominacionales, ni interdenominacionales, ni ecuménicos. Los cristianos bíblicos creemos en la Biblia, y nos separamos de los cristianos transigentes y neutralistas (neo-evangélicos) porque queremos ser usados por Dios en esta hora apóstata. Por esto es que no podemos permitirnos el lujo del compromiso y la transigencia. Al observar el fundamentalismo de esta hora, vemos cómo cada día se metamorfosea en un movimiento neo-evangélico más. Cada reunión conservadora tiene menos protesta y franqueza que la anterior. Cada día más cristianos bíblicos toleran a los grandes oradores de neo-evangelicalismo y los apoyan. El deseo de los conservadores por ganar almas y el consiguiente crecimiento espiritual de los convertidos cede paso ante los métodos neo-evangélicos. El éxito, en lugar de la Escritura, se ha convertido en la medida de la obra de un hombre. Los amantes de la música cada vez cantan más notas neo-evangélicas. Cada día más cristianos bíblicos  adoptan la postura silenciosa y amigable que le permitió al neo- evangelicalismo tomar control de los grandes centros de la difusión de la Palabra.

Dios no nos tiene sólo a nosotros. Si vendemos nuestro derecho a la obediencia por un plato de lentejas neo-evangélica, Él nos puede dejar tirados en medio del camino entre el león y el burro, sin preocuparse por el qué dirán.

El Peligro de Nuestros Días
Es nuestra profunda convicción, basada en años de investigación y montañas de evidencia, que la cristiandad y el mundo secular están en las últimas etapas de sucumbir al mismo engaño que el Señor Jesús y los apóstoles predijeron que precederá inmediatamente a la Segunda Venida:
“Pero el Espíritu dice claramente que en los postreros tiempos algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios” (1 Ti 4:1).
Estamos profundamente preocupados por los millones de cristianos profesantes que son víctimas de este engaño.
Los creyentes de hoy, especialmente los nuevos, necesitan saber que la Biblia nos advierte que en “los últimos días” la cristiandad estará plagada de falsos maestros y falsos profetas que intentarán extraviar a muchos creyentes sinceros de la sencillez de la verdad evangélica:
“Mirad que nadie os engañe. Porque vendrán muchos en mi nombre, diciendo: Yo soy el Cristo; y a muchos engañarán…Y muchos falsos profetas se levantarán, y engañarán a muchos…Porque se levantarán falsos Cristos, y falsos profetas, y harán grandes señales y prodigios, de tal manera que engañarán, si fuere posible, aun a los escogidos (Mt 24:4b-5,11,24).

También las Escrituras nos advierten que muchas personas que se llaman a sí mismas “cristianas” sucumbirán a este engaño y que una gran apostasía se producirá antes del regreso del Señor Jesucristo:
“Pero con respecto a la venida de nuestro Señor Jesucristo, y nuestra reunión con él… Nadie os engañe en ninguna manera; porque no vendrá sin que antes venga la apostasía, y se manifieste el hombre de pecado, el hijo de perdición” (2 Ts 2:1,3).
El engaño arrasará a través de la iglesia profesante sin compasión, así como a través de la sociedad secular. Ésta es una verdad bíblica que muchos se niegan a aceptar, y que pocos se atreven a enseñar.
Los cristianos se sienten muy cómodos identificando como falsificaciones del cristianismo a sectas que existen fuera de la iglesia tradicional, como los mormones, los testigos de Jehová, la Ciencia Cristiana o Hare Krishna. Esto es lo que hizo el profeta anónimo cuando identificó a Jeroboam como enemigo de Dios.
Pero el engaño que predice el Señor y Sus apóstoles provendrá de adentro, desde la cristiandad misma. Y sabemos que es aquí adonde al profeta anónimo de nuestro ejemplo le falló el discernimiento.
Aparte de los males mencionados en este artículo [La Separación Bíblica], la cristiandad hace ya mucho tiempo que ha aceptado la psicoterapia, la visualización, la meditación, la confesión positiva o pensamiento positivo, la hipnosis (en su forma más suave y rebautizada con terminología religiosa), la sanidad interior, y toda una gama de técnicas de motivación, de auto-superación, prosperidad y éxito que en realidad provienen de la Nueva Era, de las religiones orientales, y de los movimientos o grupos místicos del catolicismo. El  criticar a cualquiera de estos métodos supuestamente “ortodoxos” es ofender a un gran número de “cristianos”, entre ellos muchos líderes eclesiásticos que sinceramente practican y promueven estas técnicas como válidas para los cristianos.
Es una tragedia de nuestro tiempo, que el cristiano promedio es demasiado fácil de persuadir o no se puede persuadir de ningún modo. Muy pocos parecen dispuestos a darse el tiempo para revisar a través de las Escrituras lo que les ha sido enseñado y comprobar por sí mismos la veracidad de lo que se predica hoy en la cristiandad. Los que quieran escapar del engaño seductor deben volver a la Biblia y ser capaces de entender qué es lo que en verdad creen y por qué, en lugar de sucumbir a la tentación de aceptar respuestas fáciles proporcionadas por “expertos” y “profesionales”. Durante la profetizada apostasía, incluso los líderes de la iglesia serán desviados, y aquellos que siguen sus enseñanzas van a sufrir la misma tragedia:  
“Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad (Mt 7:22,23).
Debemos estar seguros de que estamos siguiendo al Señor y no a los hombres. El Señor Jesús dice:

“Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen… Mas al extraño no seguirán, sino huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños” (Jn 10:14,5).
Para evitar el engaño que es el corazón de la apostasía, debemos ser capaces de distinguir la voz de Cristo a través de Su Palabra de la confusa mezcla de verdad y error que se habla en Su nombre. Para ayudar a hacer esa distinción es que hemos redactado este artículo y comenzado este blog. A algunos lectores les resultará difícil de aceptar la evidencia, ya que puede implicar algunos líderes cristianos prominentes. Sin embargo, la evidencia habla por sí misma.
Debe quedar claro que no estamos haciendo una condena general, ni cuestionamos los motivos de nadie. Sólo Dios puede juzgar los corazones de los hombres, y hay que dejar eso a Él. Es responsabilidad de todo cristiano, sin embargo, juzgar las enseñanzas y los frutos de los proclamados “pastores” en la cristiandad, y aceptar y seguir sólo lo que está claramente de acuerdo a la Palabra de Dios.  
También debe entenderse que aquellos que individualizamos y distinguimos de la mayoría no siempre son los peores, ni son los únicos ejemplos que se podrían dar de apostasía y desobediencia. Incluso las personas citadas se mencionan sólo para mostrar la extensión del engaño espiritual de nuestros días. No nos cansaremos de repetir a los lectores que tenemos la obligación de juzgar las enseñanzas y prácticas que existen hoy dentro de la cristiandad, por el bien eterno de aquellos que se pueden salvar del juicio de Dios, porque el Señor nos advierte que aquellos que no reciban Su Palabra y la pongan por obra, serán entregados por Él mismo al engaño y al error doctrinal, para ser juzgados juntamente con aquellos que los diseminaron:
“Y entonces se manifestará aquel inicuo, a quien el Señor matará con el espíritu de su boca, y destruirá con el resplandor de su venida; inicuo cuyo advenimiento es por obra de Satanás, con gran poder y señales y prodigios mentirosos, y con todo engaño de iniquidad para los que se pierden, por cuanto no recibieron el amor de la verdad para ser salvos. Por esto Dios les envía un poder engañoso, para que crean la mentira, a fin de que sean condenados todos los que no creyeron a la verdad, sino que se complacieron en la injusticia” (2 Ts 2:9-12).
La doctrina de la separación nos ha sido dada por el Señor como un manual de supervivencia espiritual, y se puede ilustrar como un cerco alrededor del jardín de nuestra fe.

“Pero nosotros debemos dar siempre gracias a Dios respecto a vosotros, hermanos amados por el Señor, de que Dios os haya escogido desde el principio para salvación, mediante la santificación por el Espíritu y la fe en la verdad, a lo cual os llamó mediante nuestro evangelio, para alcanzar la gloria de nuestro Señor Jesucristo. Así que, hermanos, estad firmes, y retened la doctrina que habéis aprendido, sea por palabra, o por carta nuestra. Y el mismo Jesucristo Señor nuestro, y Dios nuestro Padre, el cual nos amó y nos dio consolación eterna y buena esperanza por gracia, conforte vuestros corazones, y os confirme en toda buena palabra y obra” (2 Ts 2:13-17).

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lunes, 1 de septiembre de 2014

EL MENSAJE DEL APOCALIPSIS HOY

[Nota 1: Todas las citas numéricas en este artículo que no van precedidas por el nombre del libro o por su abreviación corresponden al Apocalipsis.]


La vigencia del libro del Apocalipsis no debe cuestionarse. A pesar de haber sido escrito hace mil novecientos años, este libro contiene un mensaje sumamente importante para el hombre moderno. Hay quienes creen que las profecías del Apocalipsis se cumplieron durante los primeros siglos del cristianismo. Otros piensan que el libro presenta simbólicamente la gran lucha cósmica entre el bien y el mal. También hay los que piensan que el Apocalipsis presenta una panorámica amplia de la historia de la iglesia, desde su nacimiento hasta la segunda venida de Cristo. La verdad central revelada en este libro es la de la segunda venida de Cristo a la tierra. El mensaje del Apocalipsis tiene que ver con los acontecimientos que preceden inmediatamente, los que son simultáneos con y los que siguen a la venida gloriosa del Señor Jesucristo a la tierra.

A través de este comentario se ha hecho notar el problema hermenéutico. Como literatura apocalíptica que es, este libro está saturado de símbolos, metáforas y una gran variedad de figuras de dicción. Esto constituye un reto para el intérprete. El camino más fácil sería hacer uso de la alegorización o de la espiritualización como método hermenéutico en la exposición del mensaje del Apocalipsis. Tal método aportaría muy poco a un estudio serio y equilibrado del mensaje del libro. El exégeta congruente tendrá que dedicarse al estudio del género literario del Apocalipsis, al análisis de las figuras de dicción y a los símbolos utilizados por el autor del libro. Es importante estudiar el contenido del Apocalipsis dentro de su propio ambiente o contexto. Las figuras de dicción generalmente son interpretadas en el propio libro por el mensajero celestial que los revela. No existe ninguna razón de fuerza que obligue al intérprete a alegorizar el contenido del Apocalipsis. Si se dejan a un lado los prejuicios teológicos, el Apocalipsis puede interpretarse siguiendo el método normal, natural, histórico-gramatical-contextual, es decir, literal. El método literal toma en cuenta el contexto del pasaje, tanto el mediato como el inmediato. También toma en cuenta la gramática y las figuras de dicción que deben interpretarse a la luz del texto en el sitio, donde aparecen. La cuestión hermenéutica es, sin duda, una de las más importantes y difíciles a la hora de estudiar el Apocalipsis. De ahí depende el rumbo que se tome y las conclusiones a las que el intérprete llegue.

El Apocalipsis es un libro profético (Apocalipsis 1:2; 10:11; 22: 18-19). Más concretamente aún, el contenido del Apocalipsis es primordialmente escatológico. Trata de los acontecimientos que precederán a la segunda venida de Cristo, así como los que tendrán lugar simultáneamente con ella. También revela las cosas que han de suceder durante y después de la venida en gloria de Cristo: El arrebatamiento de los elegidos y la resurrección de los santos que se durmieron en el Señor; el milenio; la derrota final de Satanás y sus seguidores; el juicio final; la creación de nuevos cielos y nueva tierra; y la majestuosa descripción del estado eterno. Pero hay otras muchas enseñanzas en el Apocalipsis.

Este libro es una fuente preciosa de las principales doctrinas bíblicas. Contiene enseñanzas importantes respecto a Teología Propia, es decir, la doctrina de Dios aparte de Sus obras. La doctrina de la Trinidad es claramente enseñada en el Apocalipsis (1:4-8). Los atributos de Dios, particularmente Su santidad (4:8; 6:10; 15:4), Su justicia (16:5, 7; 19:2) y Su omnipotencia (1:8; 4:8; 11:17: 15:3; 16:7, 14; 19:6, 15; 21:22). Jesucristo es el Alfa y la Omega (1:8; 21:6; 22:13). Él es el Santo (3:7), el Rey de reyes y Señor de señores (19:16). Comparte el trono celestial con el Padre (3:21; 22:3). Aunque no decisivamente clara, la referencia a “Los siete espíritus” que aparece en 1 :4; 4:5 y 5:6 podría referirse al Espíritu Santo, quien actúa en la presencia de Dios y tendrá un activo ministerio durante los años de la tribulación.

El Apocalipsis tiene mucho que decir respecto a la doctrina de la salvación. La salvación es un acto de la gracia de Dios efectuada mediante la muerte y la resurrección de Cristo (1:5). Cristo es presentado como el Cordero que fue inmolado, pero que ha resucitado (5 :6) y quien tiene todo poder para ejecutar los juicios divinos (5:7-14). La figura del cordero se usa en el Apocalipsis en 27 ocasiones. Es una figura tomada del Antiguo Testamento y se utiliza para hablar del sacrificio sustituto de Cristo en la cruz (7:14; 12:11). El inocente Cordero fue sacrificado por el pecado del mundo. Ese Cordero es Jesucristo, quien resucitó de los muertos y viene otra vez con poder y gloria.

El Apocalipsis expone también la doctrina de la inspiración y la autoridad de la Biblia. Hay 278 referencias a pasajes del Antiguo Testamento en el Apocalipsis. Es el libro del Nuevo Testamento con mayor apoyo veterotestamentario. El Apocalipsis contiene referencias a los libros de Génesis, Éxodo, Deuteronomio, Salmos, Isaías, Ezequiel, Daniel, Zacarías, Jeremías y a los libros históricos de Samuel y Crónicas. La sorprendente advertencia tocante a añadir o quitar de “las palabras de la profecía de este libro” ( Apocalipsis 22: 18, 19) es una clara indicación del santo respeto que el Autor del Apocalipsis tiene hacia el Canon Sagrado.

La doctrina de la iglesia ocupa un lugar muy importante en el Apocalipsis. El libro en su totalidad fue históricamente dirigido a siete iglesias locales ubicadas en el Asia Menor. Pero, además, los capítulos 2 y 3 tratan de manera específica cuestiones relacionadas con dichas asambleas. El mensaje particular dedicado a cada una de aquellas iglesias enfoca las virtudes y los defectos de cada congregación. Cada carta confronta a la congregación a la que va dirigida con su propia condición y la llama a prepararse de manera práctica para la venida del Señor. Las cartas a las iglesias del Asia Menor, en un sentido, contestan la pregunta: ¿En qué debe ocuparse la iglesia mientras aguarda la venida del Señor? Aunque esa venida no es inminente, no puede ocurrir en cualquier momento, sino que será anunciada por una serie de señales bosquejadas por el Señor mismo en Mateo 24, le incumbe a la iglesia estar siempre preparada para el encuentro con el Señor. Los mensajes o cartas no sólo van dirigidos a las congregaciones, sino también a los individuos dentro de cada congregación. Cada carta termina con la advertencia: “El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias…” (véase  Apocalipsis 2:7, 11, 17; 3:6, 13. 22).

Cada iglesia recibe una amonestación con la excepción de Esmirna y Filadelfia. A varias de ellas se les recrimina el comportamiento: (1) A Éfeso por dejar el primer amor; (2) a Pérgamo por tener a los que practicaban la doctrina de Balaam y a los nicolaítas; (3) a Tiatira por tolerar la inmoralidad de Jezabel; (4) a Sardis por creerse autosuciente; y (5) a Laodicea por su tibieza espiritual y por haber dejado su primer amor a Cristo. A varias de las congregaciones el Señor les advierte de Su venida (2:5, 16; 3:3, 11, 20). Esa advertencia tiene por objeto que cada una de esas asambleas se ocupe de cumplir la responsabilidad de dar testimonio de Jesucristo en medio de un mundo que es hostil al Evangelio, pero también apunta hacia el futuro anunciando de manera inequívoca que las condiciones espirituales y doctrinales de estas iglesias serán la marca más distintiva de los cristianos e iglesias de los últimos días.

Hay, además, una promesa de bendición para “el vencedor” en cada una de las iglesias. El vocablo “vencedor” se refiere a todos aquellos que han confiado en el Mesías como Salvador personal (véase  Apocalipsis 2:7, 11, 17, 26; 3:5, 12, 21). En Apocalipsis 21:7-8, el vencedor es contrastado con los inicuos (los cobardes, incrédulos, abominables, homicidas, etc.). Es lógico entender que la designación “vencedor” se aplica no a todos sino a algunos de los creyentes: los que tengan oídos para oír lo que el Espíritu dice a las iglesias. Las cartas de los capítulos 2 y 3 van dirigidas a siete asambleas de carácter mixto, donde había tanto salvos como inconversos. Es de esperarse, por lo tanto, que haya advertencias de juicio contra quienes sólo profesaban ser creyentes y promesas de bendición para quienes son genuinos hijos de Dios. Las mismas advertencias son aplicables a las iglesias de hoy día. Sólo los nacidos de nuevo son vencedores (Romanos 8:37). Se puede ser miembro de una iglesia local y no ser un creyente genuino. Los tales no participarán de las promesas hechas por el Señor a los vencedores.

Las promesas hechas al vencedor son las siguientes:

1.    “Le daré a comer del árbol de la vida, el cual está en medio del paraíso de Dios” (2:7).
2.    “No sufrirá daño de la segunda muerte” (2: 11).
3.    “Daré a comer del maná escondido, y le daré una piedrecita blanca, y en la piedrecita escrito un nombre nuevo, el cual ninguno conoce sino aquel que lo recibe” (2: 17).
4.    “Le daré autoridad sobre las naciones, y las regirá con vara de hierro” (2:26b-27a).
5.    “Será vestido de vestiduras blancas; y no borraré su nombre del libro de la vida, y confesaré su nombre delante de mi Padre, y delante de sus ángeles” (3:5).
6.    “Lo haré columna en el templo de mi Dios, y nunca más saldrá de allí; y escribiré sobre él el nombre de mi Dios, y el nombre de la ciudad de mi Dios, la nueva Jerusalén, la cual desciende del cielo, de mi Dios, y mi nombre nuevo” (3: 12).
7.    “Le daré que se siente conmigo en mi trono” (3:21).

A estas estupendas promesas podría añadírsele la que aparece en Apocalipsis 21:7: “El que venciere heredará todas las cosas, y yo será su Dios, y él será mi hijo”. Todos estos compromisos del Señor para los vencedores constituyen temas de indiscutible actualidad que deben ser proclamados y enseñados en las iglesias de hoy día con profunda convicción. El Apocalipsis no es un libro del pasado cuyo contenido debe ser simplemente recordado ni es una pieza de museo que sólo se contempla y se admira. Su mensaje trata temas sumamente importantes, tanto para el creyente en lo personal como para la congregación.

El Apocalipsis destaca también la doctrina del pecado tanto en la experiencia humana como en el ámbito angelical. La maldad humana queda al descubierto en el hecho de que el hombre, tan necesitado de la gracia de Dios, se niegue a someterse bajo la autoridad del Único que puede perdonar su pecado. La frase “los moradores de la tierra” (Apocalipsis 3:10; 6:10; 8:13; 11:10; véase 14:6) se usa para describir a quienes no guardan ninguna afinidad con el Mesías y, por lo tanto, carecen de ciudadanía celestial. Toda su vida está centrada y arraigada en las cosas de la tierra. Su lugar de habitación, su corazón, honra, esperanza e interés están centrados en la tierra. Carecen de todo interés por las cosas celestiales y resisten a todo aquel que lo tiene. Resisten el mensaje del Evangelio y lo rechazan porque sus mentes están cegadas por el maligno (2 Corintios 4:3, 4; véase 2 Tesalonicenses 2:1 0-12). El Apocalipsis pone de manifiesto la magnitud del pecado humano mediante la actitud de los habitantes de la tierra durante los años de la tribulación. A pesar de la severidad de los juicios, una cantidad incalculable de personas se niegan a arrepentirse y poner su fe en el Mesías (véase Apocalipsis 9:18-21; 16:21). Los inicuos se regocijan sobre la muerte de los dos testigos de Apocalipsis 11 y la celebran enviándose regalos unos a otros (11:10).

La iniquidad humana alcanza su grado máximo en Apocalipsis 13. Ese capítulo tiene que ver con la manifestación del Anticristo y su gobierno satánico. Los moradores de la tierra aclaman a la bestia y van en pos de ella, diciendo: “¿Quién como la bestia, y quién podrá luchar contra ella?” (Apocalipsis 13:4, 8). Además, los hombres adorarán al mismo Satanás (13:4) y aceptarán que la marca del Anticristo les sea colocada en sus frentes o en su mano derecha (13: 15, 16).

El Apocalipsis enseña que Satanás y sus huestes están sumamente activos en la tierra. Esa actividad alcanzará su punto culminante durante los años de la tribulación. En primer lugar, tendrá lugar la apertura del pozo del abismo de donde saldrá una cantidad insospechada de seres demoniacos que afligirán a los hombres durante cinco meses (9:10). También tendrá lugar la expulsión de Satanás del cielo a la tierra (12:7-12). La presencia personal de Satanás en la tierra será motivo de gran aflicción para la humanidad. Debe decirse que Dios mantiene absoluto control de todos esos acontecimientos. El Soberano del universo es quien dirige todo lo que sucede. Lo que ocurre es la consumación de Su propósito eterno. El Apocalipsis enseña sin la menor sombra de duda que Dios es el Soberano del universo. Nada ocurre fuera de Su control.

Debe recordarse, una vez más, el hecho palpable de que, en medio de la ira, Dios no se olvida de la misericordia. Los terribles juicios descritos en el Apocalipsis no impiden que la gracia de Dios continúe funcionando. En el capítulo 7, se menciona la selección de 144.000 siervos, escogidos de las doce tribus de Israel. En el mismo capítulo 7, se destaca la presencia de una gran multitud de todos los pueblos de la tierra que han sido arrebatados de la tribulación por Cristo mismo. El Apocalipsis tiene, por lo tanto, un innegable énfasis evangelístico. Las naciones de la tierra pueden y deben ser evangelizadas. El plan de la salvación estará vigente en la tierra incluso en los tiempos de mayor rebeldía. No debe olvidarse que este libro termina con una solemne invitación: “Y el que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de vida gratuitamente” (22: 17). Quien proclame el contenido del Apocalipsis hoy día, no debe olvidar bajo ningún concepto predicar el Evangelio de la gracia de Dios y recordar a los pecadores que Dios les invita a tomar del agua de la vida gratuitamente. El llamado de Dios es totalmente sincero. Cristo es el agua de la vida. Quien beba de Él no tendrá sed jamás.

El Apocalipsis es fundamentalmente un libro profético-escatológico. Su tema central es la segunda venida de Cristo. Después de todo, ese es el tema central de toda la Biblia (véase 1:7; 11:15; 14: 14; 19:11-16; 22:7, 12, 20). La venida del Señor será visible, literal, judicial y gloriosa. Estas verdades se hacen evidentes a través del Apocalipsis. Tanto Satanás como los hombres inicuos han desafiado la soberanía de Dios. Dios ha revelado en el Apocalipsis cómo se propone reclamar lo que, en realidad, le pertenece, es decir, la absoluta soberanía sobre Su creación.

Dios intervendrá sobrenaturalmente mediante tres series de juicios consecutivos. En primer lugar, a través de los juicios de los sellos que son rotos para manifestar el contenido del rollo que es traspasado de la mano de Dios el Padre a las del Cordero, el Mesías. El rollo sellado contiene la totalidad de los juicios de la tribulación. Los cinco primeros sellos abarcan la tribulación (6: 1-11). El sexto sello (6:2-13) revela la misma señal en el sol, la luna y las estrellas que el Señor Jesús dijo anunciaría Su venida y el arrebatamiento de la tribulación de Sus escogidos (Mateo 24:29; Isaías 13:10; Ezequiel 32:7; Joel 2:31). El séptimo sello consiste de los juicios de las trompetas (8: 1- 9:21) y la séptima trompeta contiene los juicios de las siete copas que consuman la ira de Dios (10:7; 11: 15-19; 16:1-21).

De vital importancia en el desarrollo de los acontecimientos finales está el ministerio de los dos testigos o profetas que ministrarán en Jerusalén durante la segunda mitad de la tribulación (11: 1-14). De gran significación en el Apocalipsis es el papel desempeñado por la nación de Israel. El pacto davídico aparece en el hecho de que el único digno de romper los sellos del rollo es “el León de la tribu de Judá, la raíz de David” (véanse Génesis 49:10-11; ls. 11: 1). Los 144.000 sellados pertenecen a las doce tribus de Israel (7:4-11). Los dos testigos ministrarán en Jerusalén (11:8) y cumplen la profecía de Zacarías 4:3, 11 -14. El reinado del Mesías, profetizado en Daniel 7:14, 27, se cumplirá cuando Cristo venga tal como lo anuncia Apocalipsis 11:15. Israel aparece de nuevo perseguida por el Dragón, Satanás, pero protegida por el Señor en estricto cumplimiento de Su promesa en el pacto abrahámico (véanse Apocalipsis 12:1, 2, 5, 6; Génesis 17:4-8). El remanente judío será perseguido por Satanás durante la tribulación (12: 17). Jerusalén será el sitio desde donde el Mesías reinará durante Su reinado terrenal (Apocalipsis 14: 1-5; véanse Salmo 2; Zacarías 8: 1-8).

Uno de los cuadros proféticos más significativos del Apocalipsis es el que tiene que ver con la destrucción de la Ramera (Apocalipsis 17) y de Babilonia (Apocalipsis 18). La figura de la Ramera es un símbolo apropiado para Babilonia, pero son dos entidades diferentes. La Ramera representa a toda la falsa religión que alcanzará su cénit en los últimos días; su riqueza e influencia serán de tal magnitud que, por lo menos en teoría, llegará a controlar al mismo Anticristo hasta que este se vuelva contra ella y la destruya. La ciudad que fue tan importante en tiempos antiguos, notoria por sus riquezas y por su idolatría, volverá por sus fueros. Se convertirá en un gran centro comercial que incluirá en todo el mundo. Pero su ruina será total en cumplimiento de la profecía de Jeremías 50-51. La destrucción de tanto la Ramera como de Babilonia es necesaria para el establecimiento del reino del Mesías en la tierra. Babilonia ha sido y volverá a ser el cuartel general de Satanás en la tierra, el centro de su mundo de idolatría y blasfemia (La Babilonia Moderna). La destrucción de dicha ciudad produce regocijo en el cielo (19: 1-6) y el anuncio de la inminente revelación universal del Mesías como Rey de reyes y Señor de señores (19:7-9). La revelación gloriosa de Cristo como Rey de reyes y Señor de señores, tan esperada por tantos siglos, tiene lugar en Apocalipsis 19:11-21, y no debe confundirse con Su segunda venida, la que ocurre al abrirse el sexto sello (Apocalipsis 6:2-13) en cumplimiento a las profecías veterotestamentarias de Isaías 13:10, Ezequiel 32:7 y Joel 2:31; como asimismo Mateo 24:29. La revelación gloriosa de Cristo es victoriosa, real y como Rey de reyes y Señor de señores. Destruye a los ejércitos del Anticristo y confina a la bestia y al falso profeta al lago de fuego que arde con azufre (19: 17-21).

Los capítulos 6-19 del Apocalipsis ponen de manifiesto la manera como Dios implanta Su soberanía en la tierra. Mediante los acontecimientos de la tribulación, Dios purificará para Sí tanto un remanente de la cristiandad profesante como de la nación de Israel. En este remanente de la nación de Israel se cumplirán los pactos abrahámico, davídico y nuevo. El Mesías reinará sobre la casa de Jacob para siempre (Lucas 1:32). La gran tribulación para Israel consistirá primordialmente de las persecuciones del Anticristo contra dicho pueblo (véanse Jeremías  30:7; Daniel. 12:1; Mateo 24:3-51; Apocalipsis 12- 13), pero la cristiandad profesante no estará exenta de ella. Dios librará tanto a los escogidos gentiles como al remanente sobre el cual el Mesías reinará (Romanos 9:27-29; 11:25-36).

Pero Dios también actuará respecto a los incrédulos. Es cierto que Dios derramará Su ira sobre los incrédulos de todas las naciones rebeldes e incrédulas. También es cierto que durante los años de la tribulación habrá un vasto número de gentiles que nacerá de nuevo por la fe en el Mesías (véase Apocalipsis 7:9-17). El reino glorioso del Mesías en la tierra incluirá tanto a judíos como a gentiles (Mateo 25:31-40; Isaías 2:4; 60: 1-14; Zacarías 8:20-22; 14: 16-19). Apocalipsis 21:24, 26 muestra que en la nueva creación habrá naciones salvas que llevarán ricos regalos a la nueva Jerusalén. El Señor no sólo es el Dios de Israel sino también el Dios de las naciones. Esta enseñanza es aportada claramente por el libro del Apocalipsis.

Probablemente el tema más escabroso y controvertido del Apocalipsis es el relacionado con el milenio (20:1-10). Hay escritores que enseñan que Apocalipsis 20 recapitula el contenido de los capítulos 1-19. También enseñan que el milenio no se refiere al reinado terrenal del Mesías en el futuro, sino que tiene que ver con la era presente. Dicen que es el tiempo transcurrido entre la primera y la segunda venida de Cristo. Afirman que Satanás fue atado en la primera venida de Cristo y que lo ha estado durante toda la era del Evangelio.

Apocalipsis 20, sin embargo, no ofrece indicio alguno de que se trata de una recapitulación. Una exégesis del pasaje dentro de su contexto inmediato arroja que hay una progresión cronológica, comenzando por lo menos desde 19:11. Ahí aparece la expresión “y vi” (kaieldon). Dicha expresión se repite en 19:17, 19; 20: 1,4, 11, 12; 21:1 y se usa para indicar una secuencia cronológica de cuadros proféticos. De modo que el contexto inmediato del pasaje no apoya ningún tipo de recapitulación.

En segundo lugar, la enseñanza de que Satanás fue atado durante la primera venida de Cristo para que no interfiriese en la predicación del Evangelio no tiene sustentación exegética ni histórica. Los pasajes tomados para apoyar dicha creencia (por ejemplo Lucas 10: 18) no guardan relación directa con Apocalipsis 20. Es importante que el exégeta permita que todo texto de las Escrituras prevalezca sobre la base de sus propios méritos antes de intentar explicarlo a la luz de otro pasaje cualquiera. La enseñanza de las Escrituras, tanto en Hechos como en las epístolas, indica que Satanás está activo en la tierra y hace todo lo que puede para avanzar su obra maligna (véase 2 Corintios 4:3-4; 1 P. 5:8). De manera que la enseñanza de que Satanás está atado ya y que Apocalipsis 20:1 -3 habla de algo ocurrido en el pasado no es producto de un estudio inductivo del pasaje, sino de una deducción teológica.

Hay quienes enseñan que los “mil años” mencionados 6 veces en Apocalipsis 20:2-7 se refieren a un período indefinido de tiempo que se corresponde con la era presente, es decir, el tiempo entre las dos venidas de Cristo. Se pretende negar el cumplimiento del reinado milenial de Cristo. Generalmente se argumenta que los números mencionados en el Apocalipsis tienen un carácter simbólico, porque dicho libro está repleto de símbolos y figuras de dicción. Se dice, además, que Apocalipsis 20 es el único pasaje en toda la Biblia que menciona el milenio. La deducción es que en un libro lleno de símbolos, el milenio debe ser también simbólico.

Ambos argumentos son débiles. En primer lugar, como se ha demostrado en este comentario, todos los números usados en el Apocalipsis tienen sentido cuando se toman literalmente. Además, es evidente que la intención del autor del Apocalipsis fue que sus lectores tomasen las cifras en el sentido normal y natural. Cuando Juan desea indicar una cantidad numérica indefinida utiliza un “como” (véase 8:1; 16:21; también 7:9; 20:3; la multitud de 7:9 “que nadie podía contarla”; y después de los mil años, Satanás “debe ser desatado por un poco de tiempo”). Cuando Juan es guiado a expresar una cantidad indefinida lo hace usando las palabras adecuadas para comunicarlo.

No es correcto enseñar que Apocalipsis 20 es el único pasaje en la Biblia que habla del reino terrenal de Cristo. Tampoco es correcto decir que la enseñanza de un reino terrenal del Mesías es producto de la teología rabínica. Apocalipsis 20 es el único pasaje que enseña que el reino terrenal del Mesías durará mil años, pero no es el único pasaje que enseña la realidad de dicho reino. La realidad de un reino mesiánico terrenal no es un invento de los rabinos judíos, sino que es enseñanza clara de las Escrituras, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento (véanse lsaías 4:2-6; 11:1-16; 32:1-3; 35:1-10; 60:1-62:12; 65:17-26; Daniel 2:44; 7:13-28; Lucas. 1:32, 33; Mateo 19:28-30; 25:31-40; 1 Corintios 15:25-26; 2 Timoteo 4:1; Apocalipsis 5:10; 11:15; 20:4-6).

Decir que es el único pasaje de la Biblia que enseña el tema de un reinado terrenal de Cristo es una opinión abiertamente prejuiciada. El reto que el exégeta confronta y su tarea insoslayable es hacer un trabajo exegético que incluya los pasajes importantes de la escatología bíblica. Esos pasajes deben ser analizados cuidadosamente e interpretados sobre la base de una hermenéutica normal o natural que tome en cuenta el uso del lenguaje figurado dentro del contexto del pasaje. No es correcto utilizar una hermenéutica alegórica para interpretar la profecía bíblica y otra literal para interpretar el resto de la Biblia. Utilizar dos sistemas hermenéuticos para interpretar las Escrituras es incongruente e innecesario. El expositor bíblico debe ser congruente con el quehacer hermenéutico. La tarea hermenéutica requiere paciencia y objetividad. Exige equilibrio teológico e investigación cuidadosa. Mantener el rumbo correcto es la responsabilidad constante de todo buen expositor de las Escrituras. Finalmente, el intérprete tiene que aplicar el principio de la justificación o de la convalidación. El intérprete bíblico tiene la responsabilidad de dar razones claras y justificadas de por qué afirma que un pasaje enseña lo que él cree que enseña.

El Apocalipsis culmina con la maravillosa visión de la nueva creación. Dios ha prometido crear un nuevo cielo y una nueva tierra. Esa nueva creación será tan sobrenatural como la antigua creación. La nueva creación estará libre de toda contaminación. El pecado será destruido para siempre. Todos los enemigos de Dios estarán en el lago de fuego.

La nueva Jerusalén será la eterna habitación de los redimidos del Señor. La hermosura ele la ciudad es tal que el vocabulario humano es insuficiente para describirla. Dios el Padre y el Cordero estarán en medio de ella. Las naciones llevarán sus mejores regalos a la ciudad santa. Hay un río de agua de vida que sale del mismo trono de Dios y del Cordero. También estará en medio de la calle de la ciudad el árbol de la vida que produce una abundante cosecha cada mes. Las hojas del árbol son para el disfrute de las naciones. No habrá allí maldición ni noche. Los redimidos servirán al Señor y verán Su rostro. El Apocalipsis concluye con el mismo tema con el que comienza. Afirma de manera contundente que Cristo, el Señor de señores y Rey de reyes, viene otra vez a esta tierra (véase 22:7, 12, 17, 20). Dios cumplirá Su promesa. La soberanía de Dios será reconocida universalmente. El plan eterno de Dios para Su creación será realizado.

El mensaje del Apocalipsis es, por un lado, consolador. El libro enseña que el mal no continuará para siempre. Los redimidos del Señor entrarán en el descanso eterno cuando habiten en la casa del Padre. Todos los que se han identificado con el Mesías disfrutarán de las bendiciones de Dios en la nueva Jerusalén. Pero también hay un mensaje de advertencia en el Apocalipsis. El libro advierte a todos los que se rebelan contra Dios que las consecuencias serán terribles. Dios juzgará en santidad y justicia a todos los inicuos.

El predicador y evangelista debe exponer con toda claridad este mensaje. Debe hacerlo con sobriedad y sin excesos emocionales, pero debe hacerlo. Los juicios anunciados en el Apocalipsis no son ilusorios ni metafóricos, sino realidades sorprendentes. Evidentemente, la humanidad que ha de experimentar esos juicios no será ignorante de su naturaleza ni de su magnitud (véase 6: 15-17). El predicador debe advertir a sus oyentes que la gracia de Dios aún funciona en el mundo. Que el Dios de infinita misericordia perdona, recibe y salva a todo aquel que confía en el Mesías para su salvación. También debe advertirles que quien rechace la oferta de salvación se perderá para siempre. Este mensaje se deriva claramente del contenido del Apocalipsis. Además, el oyente debe entender que la gracia de Dios tendrá un límite. El día viene cuando el pecador no arrepentido tendrá que comparecer delante del tribunal de Dios. Quien no tenga su nombre inscrito en el libro de la vida se perderá para siempre (véanse Juan 3: 18; Apocalipsis 20.15).

Resumiendo

El Apocalipsis es un libro tanto teológico como práctico. No sólo expone toda la gama de doctrina bíblica sino que también trata cuestiones que tienen que ver con la vida cotidiana del hombre. El libro mira al pasado. Considera el plan eterno de Dios con Su creación. Destaca la obra redentora de Cristo mediante Su muerte en la cruz y Su gloriosa resurrección. También contempla el presente. Expone la responsabilidad de la iglesia y su misión en este mundo. También trata los problemas del hombre inconverso, su rebeldía, su orgullo, su autosuficiencia y le ofrece el Evangelio como la única solución para su problemática. El Apocalipsis, primordialmente, mira al futuro, a la realización del propósito de Dios. Esta realización pasa por la segunda venida de Cristo en gloria. Este es el centro del mensaje del Apocalipsis. La gloriosa manifestación de Cristo traerá consigo el reino de Dios prometido en las Escrituras del Antiguo Testamento. Hay un reino espiritual presente, pero éste no debe confundirse con el reino milenial o mesiánico. Tampoco debe confundirse el reino eterno en la nueva Jerusalén con el reino del Mesías en la tierra. El Apocalipsis pone de manifiesto estos temas. Son temas de actualidad para el hombre hoy y deben predicarse con equilibrio y fidelidad.

Finalmente, debe recordarse que el Apocalipsis fue escrito en un tiempo de serios problemas político-sociales y morales. El Imperio Romano era corrupto, dictatorial, injusto con los cristianos e indiferente al mensaje del Evangelio. La injusticia social y la discriminación eran evidentes cuando el Apocalipsis llegó a las manos de sus lectores originales. El predicador y el cristiano de hoy pueden identificarse con el mensaje del Apocalipsis porque también hoy existe la opresión, la injusticia social y la persecución contra los cristianos. También hoy hay opresores tan crueles o incluso peores que los que existieron cuando el Apocalipsis fue escrito. El creyente puede encontrar un dulce consuelo en el estudio de este libro al percatarse que Dios le hará justicia. Hay un futuro glorioso para el pueblo de Dios. De modo que el hombre de fe debe esperar con paciencia el día de la manifestación de esa justicia. Pero mientras aguarda ese día, debe dar activo testimonio en el mundo del mensaje del Apocalipsis: Cristo viene y sólo aquellos que hayan puesto su fe en Él para salvación podrán disfrutar de las eternas bendiciones que Él tiene preparadas. Los incrédulos e injustos de ninguna manera disfrutarán de dichas bendiciones.

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