“Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos?” (Mt 7:16)
La afirmación “por sus frutos los conoceréis” (Mt 7:16) forma parte de las enseñanzas del Señor Jesús sobre cómo reconocer a los verdaderos seguidores y evitar a los falsos profetas. A partir del versículo 15, leemos este contexto:
“Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos? Así, todo buen árbol da buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos. No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos. Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y echado en el fuego. Así que, por sus frutos los conoceréis” (Mt 7:15-20).
El séptimo capítulo del Evangelio de Mateo es una mina de oro de enseñanzas, desde el popular versículo 1 hasta la conocida parábola del sabio que construye su casa sobre la roca (Mt 7:24-27). En los versículos 21-23, el Señor hace un anuncio escalofriante a muchos que creían pertenecer a Él. Les advierte que en el Día del Juicio Final le oirán decir: “Nunca os conocí; apartaos de mí”. Justo antes de esa advertencia, el Señor Jesús había acusado a aquellos que pretendían seguirle, pero cuyas vidas indicaban otra cosa. Dijo a Sus seguidores que el “fruto” de sus vidas demostraba lo que había en sus corazones (Mr 7:20-23).
Cuando Él dice: “Por sus frutos los conoceréis”, ¿qué significa “frutos”?
El Señor Jesús apunta hacia las viñas y las higueras. Cuando vemos viñas, esperamos que produzcan uvas en la temporada. También esperamos que las higueras produzcan higos. Un agricultor que observa que uno de sus árboles frutales no da fruto lo cortará. Es inútil. De la misma manera, no nos acercaríamos a un campo de cardos y esperaríamos recoger algún fruto de allí. Los cardos y los arbustos espinosos no pueden producir ninguna clase de fruto debido a su naturaleza. Es imposible. No tienen capacidad para producir nada más que espinas (Mt 12:33).
En nuestra vida, cada palabra y cada acción es fruto de nuestro corazón. Los pecadores pecan porque eso es lo que hay en sus corazones. Los ladrones roban, los violadores atacan y los adúlteros engañan porque esos pecados son el fruto que produce un corazón malo. Los corazones malos producen malos frutos. Cuando el Señor Jesús dice: “Por sus frutos los conoceréis” con respecto a los falsos creyentes, nos está dando una manera para identificarlos. Los falsos creyentes, habladores de mentiras, realizarán acciones que corresponden a su palabras mentirosas. Así como su mensaje es anti-Dios, también lo serán sus obras. Se desviarán del camino de la justicia.
Cuando nos arrepentimos de nuestro pecado y recibimos a Jesús como Señor de nuestras vidas (Jn 1:12; Hch 2:38), Él cambia nuestros corazones (2 Co 5:17). Ahora el fruto que se produce es un buen fruto. Gálatas 5:22 enumera algunos de los frutos que produce un corazón en sintonía con Dios. Nuestras actitudes, acciones, palabras y perspectivas cambian a medida que caminamos en comunión con el Espíritu Santo (1 Jn 1:6-7). Cuando nuestros corazones cambian, nuestro fruto cambia.
Muchos falsos profetas han venido y se han ido, y muchos de ellos vivían en pecado flagrante mientras predicaban su mensaje. Los falsos maestros pueden mostrar el “fruto” de la inmoralidad sexual, la avaricia, el materialismo, la glotonería y otros pecados mientras justifican su comportamiento y se muestran como algo santo. Desafortunadamente, muchas personas a través de los años han sido engañadas para seguir a tales personajes y unirse a ellos para justificar el pecado. Si tan sólo hubieran prestado atención a la advertencia del Señor de que “por sus frutos los conoceréis”...
No importa cuán bueno o convincente suene alguien, si está dando un mal fruto en su vida, debemos evitar su mensaje, su ejemplo, su vida, su presencia e influencia en la nuestra.
Los maestros consagrados y los verdaderos creyentes mostrarán buen “fruto” en sus vidas, tales como preocuparse por hacer discípulos (Mt 28:19), usar sus dones para beneficiar a otros (Ro 12:4-8), llevar a las personas perdidas a Jesús (Stg 5:20), amar a sus hermanos creyentes (1 Jn 3:14) y buscar formas sencillas de hacer el bien en todas partes (Jer 29:7). Todas estas cosas son indicadores de un buen corazón.
Con frecuencia, la gente profesa la fe en Jesús como Salvador, pero es una mera profesión sin una verdadera fe. Algunos grupos religiosos fomentan el bautismo, la confirmación u otros ritos religiosos que supuestamente aseguran el futuro de una persona en el cielo. Pero a medida que pasa el tiempo, el fruto que se produce en esa vida no se parece en nada a lo que está claramente prescrito en la Biblia (1 P 1:16). Algunos asisten a los servicios de la iglesia, pero pasan el resto de su tiempo viviendo completamente para sí mismos. Algunos pueden llegar a ser famosos, incluso enseñando o predicando, escribiendo libros o dominando los medios de comunicación, pero el fruto de sus vidas desmiente sus palabras (Mt 24:24). La codicia, el engaño, la inmoralidad, el resentimiento, la maledicencia, el rencor, la amargura, la queja, la victimización, la justicia propia, el orgullo o la deshonestidad los caracterizan, convirtiéndolos en falsos profetas y falsos creyentes según el criterio del Señor Jesús (2 P 2:1-3).
Aunque nunca podremos conocer totalmente el corazón de alguien, podemos valorar sabiamente a otras personas observando el fruto habitual de sus vidas. Todos tropezamos de vez en cuando, y podemos pasar por épocas de poco fruto (1 Jn 1:8). Pero 1 Juan 3:4-10 deja claro que los que conocen a Dios no continuarán con un estilo de vida en el que den mal fruto. Hemos sido transformados, y el fruto de nuestras vidas es evidencia de esa transformación. Los manzanos no producen plátanos, y las plantaciones de fresas no producen higos. Este hecho de la naturaleza también es cierto en el ámbito espiritual. Podemos identificar a aquellos cuyos corazones han sido redimidos por el fruto que vemos en sus vidas.
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