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1. LA PERSONALIDAD DEL ESPIRITU SANTO

 Antes de leer esta lección lee Juan 14:16-18,26;15:26;16:7-14.

Es interesante notar que hay mención del Espíritu Santo tanto al principio como al final de la Biblia. Acercándose al umbral del libro le vemos activo en la creación, moviéndose sobre la faz de las aguas (Gn1:2). Luego, llegando al fin del volumen oímos la voz del mismo Espíritu que, junto con la iglesia, dice “Ven” (Ap 22:17).

Al principiar este estudio debemos hacernos dos preguntas de importancia primordial y luego buscar la respuesta de las mismas:

(1) ¿Es el Espíritu Santo una Persona?

(2) ¿Es el Espíritu Santo Dios?

Responder a estas dos preguntas es el cometido de las dos primeras lecciones.

1. ¿ES UNA PERSONA?

A esta pregunta muchas sectas y herejías responden, “No”. Le niegan personalidad afirmando que el Espíritu Santo es una influencia impersonal, una mera emanación de Dios. Pero tal enseñanza contradice lo que afirma la Palabra de Dios. El hecho que el Espíritu nunca se ha encarnado (es decir, nunca ha asumido un cuerpo físico) de ninguna manera invalida Su personalidad. El Padre es Persona y nunca se ha encarnado.

La personalidad consiste de inteligencia, emociones y voluntad. Con la inteligencia sabemos, con las emociones sentimos, y con la voluntad hacemos.

¿Tiene inteligencia el Espíritu? 

La Biblia responde: “Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios. Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en El? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios. Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido” (1 Co 2:10-12).

Notamos que hay dos espíritus: uno humano (1 Co 2:11, primera parte) y otro divino. Porque tiene espíritu, el hombre es inteligente: puede razonar, juzgar, discernir; puede pensar y valorar las cosas; posee inteligencia para resolver los problemas que aparecen en el nivel humano.

Un animal no puede conocer las cosas del “hombre” porque no posee lo esencial, un espíritu humano.

Así el hombre no regenerado no puede apreciar las cosas divinas por carecer del Espíritu divino. Sólo Él puede iluminar la mente del creyente y darle inteligencia y apreciación de las realidades celestiales. Dios nos ha colmado en abundancia con Sus tesoros. El Espíritu Santo, conocedor de ellos, se deleita en conducirnos por esta herencia y nos asegura que todo es nuestro por los méritos de la sangre preciosa de Cristo. Es nuestro privilegio saber esto y gozarlo.

Como un abogado que se sienta a nuestro lado y nos explica el lenguaje técnico de un testamento en el cual hemos sido nombrados como beneficiarios, así el Espíritu de Dios nos enseña que somos herederos de Dios y co-herederos con Cristo en herencia eterna (Ro 8:16,17). Esto lo debemos disfrutar, no sólo en un futuro glorioso, sino que también en la actualidad, ahora mismo.

¿Tiene emociones? 

¿Ama, odia, anhela, se entristece? Sí, siente todo esto. En Efesios 4:30 vemos: “Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención.” Puede ser contristado y también puede amar: “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado” (Ro 5:5). Además, Pablo escribe: “Pero os ruego, hermanos, por nuestro Señor Jesucristo y por el amor del Espíritu, que me ayudéis orando por mí a Dios” (Ro15: 30).

Pero también reprende y amonesta. Esto lo vemos en los relatos de los viajes de los apóstoles, pues cuando se dirigían a ciertos lugares les fue prohibido por el Espíritu predicar el evangelio en Asia, “el Espíritu no se lo permitió” (Hch 16:6,7).

Como prueba que aborrece el pecado está el hecho que “contendió” para librar a los hombres de las garras mortíferas de sus rebeliones. (Gn 6:3).

¿ Tiene voluntad? 

Sí, porque guía. “Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, estos son hijos de Dios” (Ro 8:14). “Pero si sois guiados por el Espíritu, no estáis bajo la ley” (Gl 5:18).

Santifica y justifica 

“Ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios” (1 Co 6:11).

Enseña 

“Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, El os enseñará todas las cosas, y os recordará lo que yo os he dicho” (Jn 14:26).

Da testimonio con respecto al perdón del creyente por la ofrenda única de Cristo en la cruz. “Y nos atestigua lo mismo el Espíritu Santo; porque después de haber dicho: Este es el pacto que haré con ellos después de aquellos días, dice el Señor: Pondré mis leyes en sus corazones, y en sus mentes las escribiré, añade: Y nunca más me acordaré de sus pecados y transgresiones. Pues donde hay remisión de estos, no hay más ofrenda por el pecado” (He 10:15-18).

Que el Espíritu es una Persona, y no una influencia impersonal, se ve claramente en sus funciones. Habla (Gá 4:6; Ap.2:7); enseña (Jn14:26); vivifica (Ro 8:1l).

En Juan 14:16 el Señor se refiere al Espíritu como “Otro Consolador”, quien siendo distinto a Él mismo, estaría con ellos para siempre. La inferencia aquí es que nadie sino una Persona Divina podría describirse como “Otro”. En Juan 16:7 Cristo dice a los suyos que sería en beneficio de ellos que Él se fuera porque de otro modo el Consolador no vendría. Es completamente inconcebible que una mera influencia o energía impersonal pudiera reemplazarle.

La palabra “Consolador” no da todo el sentido de la palabra que usó el Salvador. Transcrita al castellano dicha palabra en griego es “Paracleto”. Este vocablo se traduce “abogado” en 1 Juan 2:1. Significa uno que cuida los intereses de otros, especialmente de aquellos que dependen de Él. Podemos con igual exactitud usar la palabra “Ayudante”, y considerar al Espíritu Santo como el mejor y más fiel Ayudante que tenemos en la tierra.

Hemos visto que la palabra “Consolador” puede también traducirse como Consejero, Abogado o Ayudante. Todas estas palabras nos ayudan a comprender la misión del Espíritu.

Actualmente el Señor Jesús es el Abogado del creyente en el cielo (1 Jn 2:l), mientras que el Espíritu es su Abogado en la tierra. ¡Qué provisión tan amplia ha hecho Dios para nuestro bienestar espiritual!

Cuando Cristo estaba en la tierra Él era todo para Sus discípulos. Contestaba sus preguntas, calmaba sus temores, cuidaba de sus necesidades. Pero regresó al cielo. Sí, pero Otro ha venido permanentemente como su Vicario, su Sustituto, para hacer todo esto durante su ausencia.

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