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LA INMORTALIDAD DEL ALMA

El alma es la parte del ser humano que no es física. El alma es fundamental para la personalidad del ser humano. Es el “verdadero yo”, es decir, quién es realmente una persona. El alma es el centro de la vida, los sentimientos, los pensamientos y las acciones del ser humano.

Sin duda alguna el alma humana es inmortal, es decir, el alma no está sujeta a la muerte. Una vez creada, el alma nunca deja de existir, sino que es eterna. El alma es espiritual y por lo tanto tiene la cualidad de la inmortalidad. En cambio, el cuerpo es físico; el cuerpo terrenal que poseemos ahora está sujeto a la muerte.

La inmortalidad del alma se ve claramente en muchos lugares de las Escrituras. Por ejemplo, en el Salmo 23:6 David dice: “En la casa del Señor moraré por largos días”. En Eclesiastés 12:7 el Predicador menciona dos cosas que suceden al morir: “El polvo vuelve a la tierra de donde es, y el espíritu vuelve a Dios que lo dio”. En 2 Corintios 5:8 Pablo dice que estar “ausente del cuerpo” es estar “presente con el Señor”. Todos estos pasajes indican que el alma es inmortal.

¿Qué debemos hacer, entonces, con 1 Timoteo 6:16, que dice que “sólo Dios es inmortal”? Vemos este versículo como una enseñanza de que sólo Dios es inmortal en Sí Mismo y por Sí Mismo; es decir, sólo Él posee la inmortalidad como parte esencial de Su naturaleza. La inmortalidad de nuestra alma, por otra parte—y la de los ángeles—se deriva de Dios. Dios es inmortal en Su ser; nuestras almas son inmortales como resultado de la creación de Dios. Dios, en su propia naturaleza, disfruta de una exención perfecta y cierta de la muerte. Las criaturas tenemos inmortalidad sólo en la medida en que la derivamos de Él, y por supuesto dependemos de Él para ello. Él la tiene por su propia naturaleza, y en su caso no es derivada, y no puede ser privado de ella. Es uno de los atributos esenciales de su Ser, que siempre existirá, y que la muerte no puede alcanzarlo.

En Juan 5:26 Jesús dice: “El Padre tiene vida en sí mismo”. Esta es otra manera de decir que sólo Dios es inmortal. La inmortalidad del alma humana, es decir, su cualidad de continuar eternamente, es un reflejo de la naturaleza de Dios en nosotros. Sólo Dios no tiene principio ni fin. Todas sus criaturas, animales, humanos y angelicales, tuvimos un principio. Nuestras almas surgieron en un momento determinado de la historia, y hubo un tiempo en el que nuestras almas no existían. Sólo nuestro Creador es eterno.

Otros pasajes que indican la inmortalidad del alma humana incluyen Lucas 23:43, donde el Señor Jesús le promete a uno de los malhechores que está muriendo a su lado: “De cierto te digo que HOY estarás conmigo en el paraíso”. Obviamente, el Señor creía (y sabía) que el alma del malhechor arrepentido sobreviviría a la muerte física.

Daniel 12:2-3 dice: 

“Muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados: unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua. Los entendidos resplandecerán como el resplandor del cielo, y los que enseñan la justicia a la multitud, como las estrellas a perpetua eternidad”

Este pasaje promete una resurrección tanto de los justos como de los injustos. Cuando morimos, nuestros cuerpos vuelven al “polvo” (Gn 3:19). De ese polvo el cuerpo se levantará a la “vida eterna” o a la “confusión perpetua”. Debemos asumir que el alma se reunirá con el cuerpo en ese momento; de lo contrario, los cuerpos resucitados no tendrían alma y, por lo tanto, serían inhumanos.

En Mateo 25:46 el Señor Jesús dice que los impíos “irán al castigo eterno, pero los justos a la vida eterna”. La misma palabra griega, traducida “eterna”, se usa para describir tanto el “castigo” como la “vida”. Jesús enseña claramente que tanto los impíos como los justos existirán para siempre en una de las dos condiciones. Por lo tanto, cada ser humano tiene un alma inmortal y eterna.

La enseñanza inequívoca de la Biblia es que todas las personas, ya sean salvas o perdidas, existiremos eternamente. La parte espiritual de nosotros no deja de existir cuando nuestros cuerpos carnales mueren. Nuestras almas vivirán para siempre, ya sea en la presencia de Dios en el cielo o en castigo del infierno. La Biblia también enseña que nuestras almas se reunirán con nuestros cuerpos en la resurrección. Esta esperanza de una resurrección corporal está en el corazón mismo del evangelio de Cristo, la fe cristiana (1 Co 15:12-19).

Denominaciones sabatistas (entre las que están los Testigos de Jehová) que niegan la inmortalidad del alma predican un falso evangelio y están malditas por Dios por hacerlo. Dos veces Pablo pronuncia maldición sobre aquellos que tuercen el único y verdadero evangelio de Cristo:

“No que haya otro [evangelio], sino que hay algunos que os perturban y quieren pervertir el evangelio de Cristo. Mas si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema [maldito]. Como antes hemos dicho, también ahora lo repito: Si alguno os predica diferente evangelio del que habéis recibido, sea anatema [maldito] (Gl 1:7-9).

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