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EL FRUTO DEL ESPÍRITU

La Biblia nos dice que el pueblo de Dios será guiado por el Espíritu de Dios, y que el Espíritu produce evidencia específica en nuestras vidas en forma de “fruto”. ¿En qué consiste este “fruto”?

¿Somos los seres humanos básicamente buenos de corazón? Quizás deseamos o nos gustaría pensar que es así, pero ¿lo es? ¿Qué dice la Biblia al respecto?

¿Has estudiado lo que la Biblia realmente revela acerca del corazón humano? ¡Es posible que te sorprenda leer cómo ella lo describe y define!

El profeta Jeremías escribió: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?” (Jer 17:9).

El Señor dice: “Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez” (Mr 7:21-22).

El apóstol Pablo escribió: “No hay justo, ni aun uno; no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno” (Ro 3:10-12).

Otras escrituras describen la naturaleza humana de maneras similares. No obstante, estas escrituras no pretenden describir el carácter total de cada individuo. Hay muchas personas buenas en el mundo y muchas otras que se encuentran en algún punto entre los dos extremos. Existen varios factores que contribuyen a la formación del carácter y la personalidad de cada uno de nosotros: familia, amigos, profesores, religión, leyes, el medio ambiente y todo lo que permitimos que entre a nuestras mentes.

Pero los seres humanos no somos inherentemente buenos. Si lo fuésemos, solo necesitaríamos algunas “mejorías” de parte de Dios. El Señor Jesús comparó tal idea con la insensatez de poner vino nuevo en odres viejos (Lc 5:36-39). Cada ser humano debe llegar a convertirse completamente en un “nuevo hombre” (Ef 2:15; Ef 4:24).

La Biblia advierte frecuentemente sobre las malas influencias de Satanás el diablo y sus demonios, el “mundo” y “este presente siglo malo” (Gl 1:4). Pero si bien debemos resistir a nuestros enemigos en el exterior, nuestro peor enemigo está dentro de nosotros: el corazón humano. ¡Necesitamos un trasplante espiritual de corazón!

Nuestros corazones necesitan una transformación radical.

Lo que más necesitamos entender es el plan de salvación revelado en la Biblia. Dicho plan comprende el proceso de reemplazar nuestras mentes y corazones innatos con la mente y el corazón de Dios, ¡para que podamos ser admitidos en su familia! Este milagro puede llevarse a cabo principalmente por medio del poder del Espíritu Santo de Dios que opera dentro de nosotros.

Dios dice: “Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos” (Is 55:8). Nuestros pensamientos y caminos deben conformarse a los de Dios, por lo cual Pablo escribió, “transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento” (Ro 12:2). ¡Esta es en realidad una transformación radical!

En Filipenses 2:5 Pablo escribió: “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús”. ¡Eso es lo que necesitamos! Podemos tener la mente de Cristo mediante el Espíritu Santo que mora en nosotros.

Pero ¿cómo se manifiesta exactamente el santo, justo, puro y perfecto carácter de Dios a medida que se desarrolla en una persona? ¿Cuáles son las virtudes y atributos, características y cualidades que expresan la naturaleza de Dios? Él inspiró a Pablo a mencionar nueve virtudes fundamentales del carácter divino en Gálatas 5:22-23: “Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza”.

La palabra griega traducida como “fruto” en Gálatas 5:22 es singular porque se refiere colectivamente a nueve virtudes, es decir, al producto del Espíritu o lo que el Espíritu produce en la vida del cristiano en el cual mora. Sin embargo, a veces nos referimos a “los frutos del Espíritu” en plural cuando nos enfocamos en las virtudes de manera individual.

¿Puede la gente tener esas virtudes sin el Espíritu Santo? Hasta cierto punto, la gente sí puede tener amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza sin la ayuda del Espíritu Santo. Anteriormente mencionamos las variadas influencias que forjan el carácter y la personalidad de cada persona, sea para bien o para mal.

Sin embargo, sin la ayuda del Espíritu Santo esas buenas cualidades son más superficiales, más débiles, menos confiables y menos consecuentes. Y aunque ciertas personas tienen algunas de esas virtudes, es mucho menos probable que tengan las nueve desarrolladas.

El pasaje de Gálatas 5:22-23 es muy inspirador, ya que “el fruto del Espíritu” se refiere a las virtudes producidas por el Espíritu Santo y no solamente a nuestro propio esfuerzo. Con el Espíritu Santo, uno puede tener muchas más de estas virtudes que las que tendríamos solo por medio de nuestro propio esfuerzo. 

Contrastes en Gálatas

El libro de Gálatas es una de las epístolas o cartas de Pablo que contienen más exhortaciones (llamados a hacer o buscar algo). Muy decepcionado y alarmado porque muchos miembros que habían entendido y respondido correctamente el llamado de Dios se habían dejado llevar por falsos maestros, él señala varias diferencias entre la verdad de Dios y las enseñanzas erróneas que los habían contaminado.

Pablo hace un gran contraste entre “las obras de la carne” en Gálatas 5:19-21 y “el fruto del Espíritu” en los versículos 22-23. La palabra griega para “carne” es sarx. Pablo utiliza una forma de esta palabra para referirse a la naturaleza corrupta y pecadora del corazón humano. Tal vez él podría haber utilizado la palabra “fruto” (karpos en griego) en lugar de “obras” (erga en griego), porque en este contexto ambos términos se refieren a productos, resultados o efectos.

No obstante, puede que Pablo esté señalando sutilmente un problema relacionado: la herejía que infectaba las iglesias en Galacia y que decía que una persona podía ser justificada (convertirse en inocente y justa espiritualmente) por medio de obras en vez de la gracia y fe en Dios (Gl 2:16-17; Gl 3:11,24; Gl 5:4).

Lee cuidadosamente los versículos 19-21 y medita sobre ellos para apreciar mejor el contraste con el maravilloso fruto del Espíritu Santo en los versículos 22-23. A continuación se presentan breves resúmenes de cada uno de los frutos que Pablo describe.

El amor

El amor obviamente debe encabezar la lista. El amor a la manera de Dios abarca tanto, que puede incluir todos los otros frutos.

“Dios es amor; y el que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él” (1 Jn 4:16). Los dos “grandes” mandamientos son amar a Dios y amar a nuestro prójimo, lo que incluye a todos los seres humanos (Mt 22:35-39). Esto significa que los Diez Mandamientos nos dicen exactamente cómo amar a Dios y a nuestro prójimo.

El amor es uno de los temas principales en la Biblia, la cual es “el libro de instrucciones” de Dios para la humanidad. En la versión Reina-Valera 1960, la palabra “amor” aparece unas 250 veces.

Cuando en la Biblia se usa la palabra “amor” (ágape), ya sea como verbo o sustantivo, se hace énfasis en la acción o en hacer, no en los sentimientos y emociones. Amamos a Dios al obedecerle, adorarle y servirle. Por ejemplo, 1 Juan 5:3 nos dice: “Pues este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos”.

Amamos a la gente según cómo la tratamos. Dios dice que debemos amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos, que significa que debemos tratar a otros tan bien como nos tratamos a nosotros mismos. La regla de oro está descrita en Mateo 7:12: “Haz a los demás todo lo que quieras que te hagan a ti” (NTV).

El amor divino (ágape) es resumido en 1 Corintios 13:2, el hermoso “capítulo del amor”. Pablo dice aquí que si “no tengo amor, nada soy” (v. 2).

Si lees este pasaje en una Biblia Reina-Valera de 1909, verás que la palabra para ágape se traduce en esta versión como CARIDAD. Esta es la palabra correcta, porque demuestra que lo que Dios define como amor no es un sentimiento o emoción, si no una acción por el bienestar del otro. Y, en el contexto en que la Biblia la vincula con el prójimo, la idea es preocupación por el bien ESPIRITUAL (ETERNO) del otro.

El gozo

Algunos tienden a pensar que el gozo no es algo importante, especialmente si lo relacionan solo con pasarlo bien o con los agradables efectos secundarios de alguna experiencia placentera. Pero el verdadero gozo es mucho más que eso.

De hecho, Dios desea que el verdadero gozo sea una de nuestras metas principales. Dios le ordena a su pueblo que goce. “Gozar” significa pensar en el gozo y expresarlo. En la versión Reina-Valera 1960, la palabra “gozo” y sus derivados aparecen más de 160 veces.

Una vez que comprendemos la verdad de Dios, debemos tener la sensación de que “mi copa está rebosando” de gratitud por todo lo que Dios ha hecho, está haciendo, y hará por nosotros (Sal 23:5). Regocijarse es una manera de expresar gratitud.

Una persona alegre anima a quienes le rodean y hace del mundo un lugar mejor. Por lo tanto, expresarnos alegremente es una responsabilidad fundamental sin importar como nos sintamos por dentro.

Todo el fruto del Espíritu es el ingrediente más importante para ser “la luz de mundo” (Mt 5:14-15). Es mucho más probable que la gente tenga una buena impresión de nuestras creencias si ven gozo y otras virtudes del Espíritu en nuestro carácter y personalidad.

La paz

¡La palabra “paz” se encuentra 381 veces en la versión Reina-Valera 1960! Es imposible exagerar la importancia de la paz. El mundo se convertirá en un paraíso después de que el “Príncipe de Paz” regrese a la Tierra (Is 9:6).

Vivir en un ambiente pacífico es una gran bendición, pero tener el Espíritu de Dios dentro de nosotros puede brindarnos paz interior incluso cuando estamos sufriendo o estamos rodeados de conflictos. Pablo resume esto de forma muy hermosa en Filipenses 4:6-7: “No se preocupen por nada; en cambio, oren por todo. Díganle a Dios lo que necesitan y denle gracias por todo lo que él ha hecho. Así experimentarán la paz de Dios, que supera todo lo que podemos entender. La paz de Dios cuidará su corazón y su mente mientras vivan en Cristo Jesús” (NTV).

Las epístolas de Pablo y Pedro comienzan con alentadores saludos de “gracia y paz”. Es significativo que al quedar bajo la gracia de Dios cuando nos arrepentimos, podemos tener una paz profunda.

Debemos ser “pacificadores” (Mt 5:9; Ro 12:18). Si tenemos el Espíritu de Dios, estamos muy bien equipados para esta tarea.

La paciencia

Algunas Biblias en español traducen la palabra griega makrothumia como paciencia y otras como longanimidad. Sin embargo, su significado es mucho más profundo que el de palabra paciencia que se usa en el mundo actual.

La palabra griega makro (de la cual proviene macro) significa “grande” o “largo”. La raíz thumos significa “temperamento o ánimo”. Por lo tanto, makrothumia literalmente significa “ánimo largo”, lo opuesto de ánimo corto o mal genio. Compara esto con1 Corintios 13:4: “El amor es sufrido”.

El Señor Jesucristo es “paciente para con nosotros” (2 P 3:9). ¡Afortunadamente, él no pierde los estribos con nosotros!

“Todos ustedes deben ser rápidos para escuchar, lentos para hablar y lentos para enojarse” (Stg 1:19, NTV). Nuestras relaciones con otros deben ser “con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor” (Ef 4:2).

La benignidad

El apóstol Pablo predijo con gran exactitud un mundo egoísta, frío, sin misericordia y duro de corazón en “los postreros días” (2 Ti 3:1-3). ¡Mucha gente ha sido desamparada, rechazada, sometida a abusos, ridiculizada, intimidada y privada de la benignidad humana!

La benignidad incluye ser sensibles, misericordiosos y compasivos hacia otros. Practicarla con frecuencia exige algo de sacrificio propio y generosidad de nuestra parte, especialmente de nuestro tiempo. Pero sepas que Dios te bendecirá por ese sacrificio (Fil 2:3-4; Mt 5:7; Mt 10:42; Mt 25:34-40).

El Señor practicó una benignidad que revolucionaria para su tiempo y cultura. Respetó, amó, sanó y ayudó a todo tipo de persona, incluyendo mujeres, niños, minorías, pobres, enfermos y discapacitados. Cuando veía sufrimiento, “tuvo compasión” (Mt 9:36; Mt 14:14; Mt 18:27).

Algunos muestran benignidad solo hacia familiares y amigos, mientras que otros tratan a sus familias peor que a cualquier persona extraña. Ambos ejemplos son pecados (Lc 6:27-36; 1 Ti 5:8).

La bondad

En la Biblia, la “bondad” de Dios frecuentemente se refiere a su misericordiosa generosidad al proveer abundantemente para las necesidades de la humanidad (Sal 23:6; Sal 65:11). Cuando sabemos que hemos sido bendecidos por Dios, nos gusta decir, “¡Qué bueno es Dios!”

Pero la bondad de Dios es mucho más que esas cosas. Es la esencia misma de Su naturaleza: Su justicia y santidad. Mientras tengamos un cierto grado de la bondad de Dios, tenemos divinidad en nosotros.

La Biblia nos entrega instrucción “en justicia” (2 Ti 3:16-17). Para ser buenos debemos aprender lo bueno y luego hacer lo bueno.

Dios resume Sus normas de bondad en los Diez mandamientos. El rey David escribió: “Porque todos tus mandamientos son [o definen la] justicia” (Sal 119:172).

Algunas personas cometen el error de pensar que son buenas por tener mucho conocimiento bíblico. Pero si no están viviendo según ese conocimiento, Dios se disgusta más con ellas que con alguien que no tiene este conocimiento (Stg 4:17; Lc 12:47-48). Debemos ser “hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos” (Stg 1:22; Stg 1: 21-25).

La fe

Muchas versiones de la Biblia traducen la palabra griega pistis en Gálatas 5:22 como “fidelidad”, aunque en otros versículos la traducen como “fe”. Parece claro que Pablo quiso referirse principalmente a la fidelidad en este versículo, pero la fidelidad está estrechamente relacionada con la fe. Podríamos decir que la fidelidad es estar lleno de fe, la cual le permite a una persona perseverar y ser firme, leal, confiable, dedicada y sincera en a sus compromisos.

Cuando una persona nace de nuevo, entra en un pacto con Dios y promete mantenerse fiel a Él. “El que persevere hasta el fin, éste será salvo” (Mt 10:22). En una boda, tanto la novia como el novio prometen mantenerse fieles el uno al otro a lo largo de sus vidas.

El don del Espíritu Santo dentro de nosotros fortalece en gran manera la habilidad de una persona de mantenerse fiel a todos sus compromisos, especialmente a su compromiso con Dios.

Todos aquellos que hemos comprometido su vida al Señor Jesucristo esperamos oír estas palabras cuando sean resucitados a la vida eterna: “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor”(Mateo 25:21-23).

El dominio propio

Al traducir la última virtud en Gálatas 5:23, algunas versiones antiguas de la Biblia dicen “templanza”, pero el sentido de esta palabra ha cambiado un poco a través del tiempo, llegando a significar moderación.

Una buena traducción es “dominio propio”, que incluye la autodisciplina. Un verdadero discípulo debe tener esta característica, después de todo la palabra discípulo proviene de la palabra disciplina. Mucha gente come, toma y gasta demasiado, y se excede en muchos otros aspectos. Los desequilibrios emocionales que sufren algunas personas se deben a la falta de dominio propio.

Es apropiado que el dominio propio ocupe el último lugar de la lista, ya que esto implica que necesitamos esta virtud para mantener el resto.

De todas las cosas que tenemos que gobernar en esta vida, nuestro propio yo generalmente es el desafío más grande. Debemos gobernar nuestros apetitos, deseos, impulsos y reacciones. Mucha gente está gobernada por sus sentimientos y no puede controlar su ira. De hecho, una manera de medir la madurez es el control emocional. Debemos librar una guerra espiritual, “llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo” (2 Co 10:4-5).

No obstante, el dominio propio no depende de la fuerza de voluntad humana. En realidad, el dominio propio eficaz no significa que el yo, por cuenta propia, puede controlarse a sí mismo. Poco antes de que el Señor Jesús regresara al cielo, les dijo a sus discípulos que pronto recibirían “poder desde lo alto” (Lc 24:49). ¡Ese poder de Dios es lo que necesitamos para gobernar sobre nuestro yo! Y esto requiere que permitamos a Dios trabajar en nosotros.

En conclusión

Para conquistar “las obras de la carne” y manifestar el fruto del Espíritu en nuestra vida, necesitamos que el Espíritu Santo de Dios more en nosotros. 

En el siguiente capítulo de Gálatas se encuentra este inspirador mensaje de Pablo: “Los que viven solo para satisfacer los deseos de su propia naturaleza pecaminosa cosecharán, de esa naturaleza, destrucción y muerte; pero los que viven para agradar al Espíritu, del Espíritu cosecharán vida eterna. Así que no nos cansemos de hacer el bien. A su debido tiempo, cosecharemos numerosas bendiciones si no nos damos por vencidos” (Gl 6:8-9, NTV).

¿En qué nivel te encuentras? ¿Exhibes en tu vida el fruto del Espíritu de Dios? Si no es así, ¿qué te impide hacer lo que Dios dice para recibir las grandes bendiciones que resultan al hacerlo? 

Oremos pidiendo por el fruto del Espíritu Santo en nuestras vidas. Si somos sinceros en nuestro ruego, el Padre no nos dejará con las manos extendidas. “Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros, a él sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amén” (Ef 3:20-21).

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RECIBE EL ESPÍRITU SANTO