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8. ORACIÓN Y ADORACIÓN EN EL ESPÍRITU

Antes de estudiar esta lección lee Efesios 2:18;6:18; Romanos 8:26-27; Filipenses 3:3; Judas 20.

En esta lección abordamos otras dos facetas del ministerio del Espíritu hacia el creyente, a saber: en la oración y la adoración.

5. EN ORACIÓN

Tanto Pablo como Judas nos aconsejan a “orar en el Espíritu”. ¿Qué significa esta expresión?

A. Negativamente. Primero consideraremos lo que no significa:

1. No lo puede hacer quien no es salvo (Jn 14:17). (Debemos notar, sin embargo, que la gracia de Dios es sin límites y en la Biblia hay casos cuando Dios contestó el clamor de quienes no eran sus hijos: Hagar en el desierto y los marineros paganos en el libro de Jonás son ejemplos de esto).

2. No es oración en el Espíritu la que consiste en mera “repeticiones vanas” (Mt 6:7).

B. Positivamente. “Por medio de Él (Cristo) los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre” (Ef 2:18). En este gran pronunciamiento vemos a las tres benditas Personas de la Trinidad. “Los unos y los otros se refiere a judíos y gentiles, quienes por el Hijo tienen entrada al Padre. ¿Por qué se menciona aquí el Espíritu? La respuesta está en el significado de la palabra que se traduce “entrada” que significa: “libertad para entrar por la ayuda y el favor de otro” (Vine). No sólo hay una puerta abierta sino que el Espíritu nos conduce por ella.

Es Cristo quien al derramar Su sangre hizo posible que hubiera acceso al Padre. Es el Espíritu Santo quien nos guía al aprovechamiento de esta posibilidad. Cristo abrió la puerta; el Espíritu nos toma de la mano y nos conduce a través de ella.

Es saludable para nosotros detenernos para hacer un autoexamen. No es necesario preguntar cuántas veces hemos dado gracias a Dios que la puerta está abierta y que nada nos impide allegarnos a su presencia, pero preguntémonos: ¿Cuánto tiempo permanezco diariamente en el lugar donde conduce esa puerta? ¿Con cuánta frecuencia uso esa puerta? ¿Qué sé de los inmensos tesoros de amor y sabiduría que hay tras su umbrales?

¡La reina Ester temía entrar a la presencia de su marido! Cuando al fin se decidió a hacerlo, se daba cuenta de que corría riesgo su vida.

“Y si perezco, que perezca” dijo finalmente ella. Nosotros no tenemos tal temor al acercarnos a Dios porque Él es nuestro Padre. Por medio del Espíritu Santo que mora en nosotros somos capaces de gozar de Su amor y conocer lo que Él nos ha revelado de Sus pensamientos.

Consideremos los tres grandes pasajes que relacionan al Espíritu Santo con nuestras oraciones: 

“Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles. Mas el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos” (Ro 8:26-27). En este importante capítulo vemos que hay dos personas que interceden a favor del creyente: Cristo en el cielo (Ro 8:34) y el Espíritu de Dios en la tierra (Ro 8:27).

Tal vez no hay ejercicio en el que más necesitamos de la gracia del Espíritu que en nuestra vida de oración. El texto que hemos citado nos dice: “Qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos”.

No solo hay ignorancia acerca de la oración, sino debilidad en la práctica de ella, la cual sólo podremos vencer con la ayuda del Espíritu que nos hace perseverar.

La ayuda del Espíritu nos es dada cuando el mismo que intercede a nuestro favor. “Por nosotros”, aunque no en el original, es correcto siempre y cuando recordemos que el Espíritu intercede “en nosotros” y no como Cristo que intercede “por nosotros” a la diestra de Dios.

La intercesión del Espíritu es en, con y por nosotros. Los gemidos indecibles son nuestros, pero producidos por Su obra, en nosotros.

“Porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Fil 2:13). Estos deseos implantados en nosotros por el Espíritu frecuentemente son inexpresables aparte suspiros, lágrimas, ansias y suspiros anhelantes.

“Pero vosotros amados . . . orando en el Espíritu Santo” (Jud 1:20).

En el pasaje anterior se nos asegura la ayuda del Espíritu. Aquí tenemos lo que nos da estabilidad. Judas esboza el caos doctrinal y el desorden que impera en los últimos días de esta era. En medio de todo esto el cristiano debe mantenerse firme “edificando”, “orando” y “esperando”. Para orar en el Espíritu es menester andar en el Espíritu, con la vida controlada por la Palabra de Dios. Aun más, todo pecado conocido debe ser juzgado y desechado. El creyente debe estar consciente de su comunión con el Padre y el Hijo. Un cristiano carnal no puede orar con la energía y efectividad que da el Espíritu. Tenemos un hermoso ejemplo de oración en el Espíritu en Génesis 18:23-33. Frecuentemente se critica a Abraham por terminar sus peticiones al llegar a diez justos (Gn 18:32-33). Preferimos pensar que su alma disfrutaba tan íntima comunión con Dios que pudo discernir la mente de Dios al concluir su intercesión al llegar a diez justos.

La tercera y última cita es Efesios 6:18: “Orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos”.

El contexto tiene que ver con nuestro conflicto: guerra contra enemigos invisibles que buscan hacernos tropezar, debilitarnos y deprimirnos. ¿Cuáles son nuestros recursos? La espada del Espíritu que es la Palabra de Dios y la oración. El Espíritu Santo produce ambos.

En conclusión, pues, podemos definir como oración en el Espíritu aquella sincera petición hecha al Padre, en el nombre del Señor Jesús, de acuerdo con Su voluntad, ofrecida por aquel que no carga pecados no confesados sobre la conciencia. Esta oración será en realidad la del Espíritu mismo.

6. ADORACION

“Dios es Espíritu; y los que le adoran, en Espíritu y en verdad es necesario que adoren” (Jn 4:24). Consideraremos el significado, el lugar y la poder para la adoración.

A. El Significado. La adoración puede describirse como el desbordamiento del corazón que medita y aprecia lo que Dios es en Cristo. Es más que alabanza y acción de gracias. La palabra ocurre por primera vez en Génesis 22:5, donde vemos que un hijo único está por ser ofrecido sin reservas a Dios. Cuando Abraham dijo: “Yo y el muchacho iremos hasta allí y adoraremos” bien sabía que iba a sacrificar al objeto más preciado de su corazón. Iba a devolverle a Dios lo que Él le había dado primero.

La verdadera adoración consiste en presentar a Dios lo que Él nos ha dado: a Cristo, confesando que nosotros también hemos encontrado en Él “toda complacencia”.

B. El Lugar. La adoración de Israel se ofrecía en un edificio terrenal, y los sacrificios eran materiales. El Creyente cristiano tiene su lugar de adoración “dentro del velo”, en la presencia inmediata de Dios y ya no sobre la tierra (lee con cuidado Hebreos 10:19-22). Los sacrificios que nosotros ofrecemos son a la vez materiales y espirituales (Ro 12:1; He13:15-16).

C. El Poder. La adoración no es el resultado de un ambiente religioso tal como el producido por algún ritual, iluminación especial o música sacra. La adoración es fragante incienso producido por el Espíritu Santo quien se goza al alejar nuestros pensamientos de nosotros mismos y dirigirlos a la contemplación de la gloria de Dios en Cristo Jesús.

Sin duda que nos queda mucha tierra que conquistar en esta área, pero es un asunto tan práctico y personal que sumar más palabras sin que el discípulo tenga su propia experiencia, es en vano. Al fin lo que cuenta, es que cada uno de nosotros experimente el poder de la adoración al Señor a puerta cerrada, en el secreto de nuestra recámara, donde sólo el Señor nos vea y escuche.

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