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8. COBARDÍA—MIEDO AL SUFRIMIENTO

¡Cobarde! Parece ser una palabra despectiva. Cobarde es la persona que siente miedo de manifestar su lealtad cuando le cuesta algo, le da miedo confesar su fidelidad a su clase social, a su nación o a cierto grupo y a sus principios, cuando éstos son despreciados, desdeñados o atacados. Pero la cobardía, aunque pensamos que es despreciable, existe en todos nosotros aunque esté escondida. El cobarde huye cuando se acerca el enemigo. Los discípulos manifestaron cobardía aquel día que huyeron cuando Jesús estaba en peligro. Cuando fue tomado prisionero. Los cobardes carecen de valor. ¿A qué clase de valor nos estamos refiriendo? Al valor para sufrir, para soportar el ser despreciado y desdeñado, al valor para perder la propia vida.

Los cobardes quieren cuidar su vida y aquello que la hace digna, lo que ellos piensan que es importante y de valor. Quieren salvar su felicidad, su reputación, sus ingresos y todo aquello que disfrutan. Por esa razón, evaden cualquier asunto en que su felicidad, su reputación o su vida estén amenazadas.

La cobardía no es otra cosa que temor de llevar la cruz. Ella usualmente anda de brazo con el temor al sufrimiento. Este temor, esta cobardía, a menudo conduce a reacciones de corto circuito en que llegamos a ser muy culpables, negando a las personas, una cosa, o aún a Jesús y su Iglesia. La cobardía a menudo nos hace mentirosos, inconsiderados e irresponsables. Aún podemos dejar que otros sufran para salvar nuestro pellejo. Por cobardía Pedro negó a su Señor; por cobardía los discípulos abandonaron a Jesús. La cobardía ha causado incontables desastres; por lo menos no ha hecho nada para impedirlos.

¡Qué consecuencias tan catastróficas tuvo la cobardía para el pueblo alemán durante el Tercer Reich! Y cuando llegue el tiempo del Anticristo y todos adoren su imagen y tengan que llevar su marca (Ap 13:15-16), la principal razón por la cual traicionarán a Jesús será la cobardía. Tendrá terribles consecuencias. Estas personas están amenazadas con castigo por parte de Dios: “Tendrá que beber el vino del terrible castigo que viene de Dios... y será atormentado con fuego y azufre delante de los santos ángeles y del Cordero. El humo de su tormento sube por todos los siglos, y no hay descanso ni de día ni de noche” (Ap 14:10-11) Nuestra cobardía puede traernos juicio en la eternidad, si no nos arrepentimos y comenzamos de nuevo.

Esa es la razón por la cual debemos odiar este pecado y emprender la batalla contra él hoy mismo. Sí, si confesar el nombre de Jesús y guardar sus mandamientos demanda valor en nuestros tiempos, tenemos que vencer absolutamente nuestra cobardía. En el futuro se nos demandará mucho más valor cuando la gente no sólo ridiculice a los creyentes en Cristo, sino que también ponga sus manos sobre ellos. Si toleramos nuestra cobardía y hacemos que parezca inofensiva, negaremos y traicionaremos al Señor Jesucristo y perderemos la gloria celestial por toda la eternidad.

La pregunta importante es ésta: ¿Cómo podemos vencer la cobardía? Una forma es el entregarnos al sufrimiento. También puede ser de mucha ayuda escribir nuestra entrega al Señor a estar dispuestos a tomar sobre nosotros las cosas difíciles a las cuales tememos que pudieran pasar. Entonces podemos venir al Padre y decir: “Padre mío, no sé cómo seré capaz de soportar las cosas difíciles si me llegan, pero cuento con tu ayuda. Tú me fortalecerás y me harás pasar por todo. PADRE, yo confío en tu amor, sabes de lo que soy capaz de soportar y no me dejarás ser tentado más allá de mis fuerzas. Si las cosas difíciles vienen realmente, sé que Tú, PADRE mío, me confortarás y me refrescarás por Tu presencia en medio del sufrimiento, aún en el martirio”.

Sí, tenemos que creer que experimentaremos el cielo en medio del sufrimiento. Y entonces, cuando seamos despojados de personas, de cosas de amor y de honor, nos sentiremos felices, porque Jesús vendrá hacia nosotros como Príncipe de gozo. Al experimentar su amor, nuestra tristeza se tornará en alegría, tal como pueden afirmarlo muchas personas que han estado en cárceles y en campos de concentración.

Como el sufrimiento no es la finalidad del plan de Dios, luego Él nos manifestará Su bondad en forma extraordinaria. El mismo Jesús confió en su Padre y experimentó que Él lo sostuvo a través del temor y del horror de Getsemaní.

Así que podemos entregarnos en las bondadosas manos de Dios, a la amante voluntad del Padre y sacarnos el aguijón de las cosas difíciles diciéndole al Señor: “Por fe, quiero marchar por el camino que Tú has trazado para mí, aunque sea difícil. Tú derramarás la luz en mi oscuro sendero y lo enderezarás delante de mí”. Luego estarán en paz nuestros corazones. El temor y la cobardía serán quebrantados, por cuanto nos hemos rendido a las cosas difíciles de las cuales quieren escapar los cobardes.

La segunda forma para vencer la cobardía—y si lo descuidamos, nunca estaremos libres—es confiar en la palabra de Jesús. Él dijo con compasión: “En el mundo, ustedes habrán de sufrir; pero tengan valor: yo he vencido al mundo” (Jn 16:33). Él puso el temor debajo de sus pies. Descubriremos, si aceptamos esta declaración de Jesús, que el temor ya no puede dominarnos. Su paz descenderá a nuestros corazones.

Jesús prometió: “Les doy mi paz...No se angustien ni tengan miedo” (Jn 14:27). Y Él cumplirá esta promesa, si así lo esperamos y si invocamos el victorioso nombre de Jesús, proclamando Su poder sobre el temor. Así como los cobardes discípulos llegaron a ser fuertes después de Pentecostés, nosotros también lo seremos, de tal modo que no le tengamos miedo a la humillación, ni a la desgracia, ni a la persecución, ni a poner nuestras vidas a la disposición de Dios. Jesús, que cambió poderosamente a sus discípulos por medio del Espíritu Santo, es el mismo Señor hoy. Él cambiará nuestra condición de cobardes en personas capaces de dar testimonio de sus convicciones y que sean verdaderos discípulos de Jesús. Nos hará fieles a Él y así lograremos la corona de la vida (Ap 2:10).