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8. AMOR ETERNO—La historia de Oseas y Gomer

Estos hechos ocurrieron aproximadamente 760 años antes del nacimiento de Cristo. Jeroboam II estaba en el trono del reino del norte de Israel, y sus hazañas militares habían extendido las fronteras de Israel más allá de lo que habían estado desde los días del glorioso reino de Salomón. El dinero de los tributos de las naciones sometidas se vertía en el tesoro de la ciudad capital de Samaria, y el pueblo de Israel disfrutaba de un período de prosperidad sin precedentes.

Como suele ser el caso, con la prosperidad vino la degeneración moral y espiritual. El secularismo y el materialismo capturaron los corazones de la gente y el pecado corrió desenfrenado. La lista se lee como la América del siglo XXI: jurar, mentir, matar, robar, adulterio, embriaguez, perversión, perjurio, engaño y opresión, por nombrar sólo algunos de los pecados prevalecientes. Pero lo que entristeció el corazón de Dios más que cualquier otra cosa fue el pecado de la idolatría de Israel (Os. 4:12, 13; 13: 2). Los becerros de oro instalados por Jeroboam I unos 150 años antes habían abierto las compuertas a toda la gama de expresión maligna de la idolatría cananea, incluida la embriaguez, la prostitución religiosa y los sacrificios humanos.

Dado que el Señor consideraba a Israel como su mujer, veía su adoración de otros dioses como adulterio espiritual. El Antiguo Testamento habla frecuentemente de Israel prostituyéndose o haciéndose la ramera con otros dioses (Dt. 31:16; Jue. 2:17). Jehová le había dicho a Israel desde el principio que no la compartiría con otros dioses. “No tendrás dioses ajenos delante de mí”, era el primero de los diez grandes mandamientos (Éx 20:3). Pero ella había ignorado persistentemente su mandato, y en los días de Jeroboam II la situación era intolerable. Dios estaba a punto de comunicar su decisión y eligió primero a un profeta llamado Amós. El ex boyero de Tecoa tronó la advertencia de Dios de un juicio inminente, pero la nación prestó poca atención. Así que Dios habló de nuevo, esta vez a través del profeta Oseas, cuyo nombre significa “Jehová es salvación”.

Lo primero que Dios le dijo a Oseas fue que llevara a cabo un matrimonio desafortunado: “Ve, tómate una mujer fornicaria, e hijos de fornicación; porque la tierra fornica apartándose de Jehová” (Os. 1:2). Estas instrucciones han sido entendidas de diversas maneras por diferentes estudiantes de las Escrituras a lo largo de los años. Algunos creen que Dios le estaba ordenando a Oseas que se casara con una mujer que anteriormente había sido una prostituta. Otros sostienen que tomar una esposa de prostitución se referiría simplemente a casarse con una mujer del reino del norte de Israel, una tierra que era culpable de abuso espiritual. En cualquier caso, es obvio que ella era una mujer que había sido profundamente afectada por la laxitud moral de su sociedad, y Dios tenía la intención de usar la relación personal del profeta con ella como una lección objetiva de su propia relación con su pueblo infiel, Israel. Cualquiera que haya sido su pasado, no es probable que haya habido alguna evidencia de arrepentimiento genuino ni de fe en Jehová en la mujer con la se casó el profeta, porque la ilustración que pretende describir justamente la falta de arrepentimiento de Israel se perdería. Era una mujer inmoral, aunque no haya sido una prostituta profesional—al menos, no era virgen. Y Dios le ordenó a Oseas que la tomara por esposa. Así fue como Gomer, la hija de Diblaim, se convirtió en la esposa del joven predicador.

Gomer quedó en cinta durante la luna de miel, y Oseas podría haber pensado que su matrimonio sería un buen matrimonio ahora que un bebé llegaría al joven hogar. Dios nombró al bebé, porque su nombre iba a tener un significado profético para la nación. Lo llamó Jezreel, porque fue en Jezreel donde el bisabuelo del rey Jeroboam, Jehú, subió al trono por primera vez mediante crímenes ambiciosos, derramamiento de sangre y violencia. Mientras su dinastía prosperaba en ese momento, su destrucción estaba en el horizonte y sucedería en el valle de Jezreel (Os. 1: 4,5).

Fue después del nacimiento de Jezreel cuando Oseas parece haber notado un cambio en Gomer. Se puso inquieta e infeliz, como un pájaro atrapado en una jaula. Él continuó predicando, llamando a la nación descarriada a volverse de su pecado y confiar en Dios para la liberación de la amenaza de las naciones circundantes. “¡Vuélvete al Señor!” era el tema de su mensaje, y lo predicó repetidamente con poder y convicción (Os. 6:1; 14:1). Pero Gomer parecía cada vez menos interesada en el ministerio de su marido. De hecho, es posible que haya comenzado resentirse en contra de él. Probablemente incluso acusó a Oseas de pensar más en su predicación que en ella o en las necesidades materiales del hogar. Comenzó a encontrar otros intereses en los que ocuparse y pasó cada vez más tiempo fuera de casa.

Los peligros son grandes cuando marido y mujer tienen pocos intereses en común. A veces él sigue su camino y ella el suyo. Cada uno tiene sus propias actividades y hay poca comunicación para unir sus dos mundos. La preocupación de un marido por su trabajo puede ser el principal factor que contribuya a la división. O puede ser la creciente participación de la esposa en actividades externas y el posterior descuido del hogar. Puede ser simplemente un desinterés por las cosas del Señor por parte de marido o mujer, pero prepara el escenario para una gran calamidad. Los matrimonios  deben hacer cosas juntos e interesarse en las actividades del cónyuge. En esta historia inspirada, la responsabilidad recae claramente sobre Gomer y no sobre Oseas. Ella no compartía el amor de su marido por Dios.

Eso nos lleva, en segundo lugar, a su incesante agonía. La Escritura no nos da los detalles de lo que sucedió, pero lo que sí dice nos permitirá especular sobre la tendencia progresiva que condujo a la trágica situación que finalmente descubrimos. Las ausencias de Gomer de casa probablemente se hicieron más frecuentes y prolongadas y pronto Oseas sintió punzadas de sospecha sobre su fidelidad a él. Permanecía despierto por la noche y luchaba con sus miedos. Predicaba con el corazón apesadumbrado durante el día. Y sus sospechas se confirmaron cuando Gomer volvió a quedar embarazada. Esta vez era una niña, y Oseas estaba convencido de que la niña no era suya. Bajo la dirección de Dios, la llamó Lo-ruhamah, que significa “desamparada” o “no amada”, lo que implica que la niña no disfrutaría del amor de su verdadero padre. De nuevo, el nombre simbolizaba el alejamiento de Israel del amor de Dios y el juicio que pronto experimentaría. Pero incluso ese mensaje espiritual no pudo calmar el alma atribulada del profeta.

Tan pronto como la pequeña Lo-ruhamah fue destetada, Gomer concibió de nuevo y dio a luz normalmente. Era otro niño. Dios le dijo a Oseas que lo llamara Lo-ammi, que significa “no es mi gente” o “no es mi familia”. Simboliza el alejamiento de Israel de Jehová, pero también expone las pecaminosas escapadas de Gomer y el dolor del profeta. Ese niño nacido en la casa de Oseas no era suyo.

Ahora todo estaba a la vista. Todo el mundo conocía los asuntos de Gomer. Si bien todo el segundo capítulo de la profecía de Oseas describe la relación de Jehová con su esposa infiel Israel, es difícil escapar del sentimiento de que surge de la relación de Oseas con Gomer, intercalada entre dos capítulos que describen claramente esa triste y sórdida historia. Él le suplicó (Os. 2:2) y amenazó con desheredarla (Os. 2:3). Pero aun así ella corrió fuera con sus amantes porque le prometieron prodigarle cosas materiales (Os. 2:5). Él trató de detenerla en ocasiones (Os. 2:6), pero ella continuó buscando a sus compañeros en el pecado (Os. 2:7). Oseas la aceptaría de nuevo con amoroso perdón y volvería a intentarlo en un par de ocasiones. Pero el arrepentimiento de Gomer  duraría poco y pronto se iría de nuevo con otro nuevo amante.

Entonces vino el golpe final. Tal vez fue una nota, tal vez una palabra enviada por un amigo, pero la esencia parece haber sido, “Me voy para siempre esta vez. Encontré mi verdadero amor. No volveré nunca más”. ¡Cuánto debió haber sufrido Oseas! La amaba profundamente y se afligía por ella como si la hubieran llevado a la muerte. Le dolía en lo profundo del corazón que ella eligiera una vida que seguramente la llevaría a la destrucción. Los amigos y familiares de Oseas probablemente le decían: “Déjala que se vaya. Por fin estás libre de esa adúltera”. Pero no era eso lo que Oseas sentía. Él anhelaba que ella recapacitara y volviera a casa.

No podemos obviar el mensaje del amor eterno. Oseas quería ver a Gomer restaurada a su lado como su fiel esposa. Y creía que Dios era lo suficientemente grande para hacerlo. Un día le llegó la noticia de que Gomer había sido abandonada por su amante. Se había vendido a sí misma en esclavitud y había tocado fondo. Esta fue la última gota. Sin duda, ahora Oseas la olvidaría, pensaron sus familiares. Pero su corazón dijo “No”. Él no podía renunciar a ella. Y entonces Dios le habló: “Ve, ama a una mujer amada de su compañero, aunque adúltera, como el amor de Jehová para con los hijos de Israel, los cuales miran a dioses ajenos, y aman tortas de pasas” (Os. 3:1).

Oseas todavía amaba a Gomer a pesar de que ella era una adúltera, y Dios quería que él la buscara y le demostrara su amor. ¿Cómo podría alguien amar tan profundamente? La respuesta estaba en las instrucciones de Dios a Oseas, “como el Señor ama” (como el amor de Jehová para con los hijos de Israel—Os. 3:1). Sólo quien conoce el amor y el perdón de Dios puede amar así . Y quien ha experimentado Su amoroso perdón no puede evitar amar y perdonar a los demás. A los maridos cristianos el Señor les manda amar a sus esposas como Cristo amó a la Iglesia (Ef. 5:25), y Oseas es un ejemplo bíblico sobresaliente de este tipo de amor.

Así que Oseas comenzó su búsqueda, impulsado por ese amor divino indestructible; amor que todo lo soporta, todo lo cree, todo lo espera, amor que no se acaba nunca. Y la encontró, harapienta, desgarrada, enferma, sucia, despeinada, desamparada, encadenada a un bloque de subastas en un sucio mercado de esclavos, con el pecho descubierto, una repugnante sombra de la mujer que una vez fue. Nos preguntamos cómo alguien podría amarla ahora. Pero Oseas la quitó de su esclavitud por quince siclos de plata y un homer y medio de cebada (Os. 3: 2). Luego le dijo: “Tú serás mía durante muchos días; no fornicarás, ni tomarás otro varón; lo mismo haré yo contigo” (Os. 3: 3). Él pagó por ella, la compró, la trajo a casa y finalmente la devolvió a su posición de esposa y madre de sus hijos. Si bien no encontramos nada más en las Escrituras sobre la relación entre ellos, asumimos que Dios usó el acto supremo de amor perdonador de Oseas para derretir el corazón de Gomer, y cambiar su vida.

¿Cuántas veces debe perdonar un marido a su mujer, y la mujer a su marido? Algunos sostienen: “Si sigo perdonando, simplemente lo afirmo en su patrón de conducta”. O, “Si la perdono, ella pensará que puede salirse con la suya en todo lo que quiera”. Otros dicen: “Si perdono, es como poner mi sello de aprobación en su comportamiento”. O, “No puedo soportar otro dolor como ese. Si lo hace una vez más, me voy”. Esas son respuestas humanas. Escucha la respuesta del Señor Jesús. Pedro le hizo al Señor esta pregunta: “Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete? Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete” (Mt. 18:21-22). Eso es mucho perdón. De hecho, Cristo simplemente estaba diciendo de manera figurada que el perdón no tiene fin. ¿Cuántas veces has pecado tú contra el Señor? ¿Cuántas veces te ha perdonado Él? Y, ¿acaso no estás seguro(a) de que si pecas mañana Él te perdonará de nuevo si te arrepientes? Pues así como Él nos perdona, debemos perdonar nosotros a quienes nos piden perdón. Si no lo hacemos así, entonces el Señor tampoco nos perdonará más a nosotros. Y volveremos a estar condenados, como antes de conocerlo. “Así también mi Padre celestial hará con vosotros si no perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas” (Mt. 18:35).

El perdón no significa necesariamente que debamos sufrir en silencio. La necesidad de una comunicación abierta y honesta exige que compartamos lo que pensamos y cómo nos sentimos, lo que nos ha hecho mal y cómo nuestro cónyuge puede ayudarnos a superarlo. Dios nos dice cuánto lo aflige nuestro pecado. Gomer ciertamente sabía cómo sus devaneos estaban desgarrando el corazón de Oseas. Lo que decimos debe ser dicho con amor y amabilidad, pero tenemos tanto la necesidad como la obligación de compartir lo que hay en nuestro corazón.

Sin embargo, el perdón también significa que pagaremos por las ofensas de la otra persona. Asumiremos el costo. Nos negaremos a tomar represalias de alguna manera para que la persona culpable pague. La absolveremos de toda culpa. Dios puede usar ese amor perdonador para derretir corazones endurecidos y cambiar vidas encallesidas más rápido que cualquier otra cosa en este ancho y ajeno mundo. Esta es la lección de Oseas y Gomer, la lección del perdón. El amor y el perdón de Dios impregnan toda la profecía de Oseas. 

Por favor, no lo malinterpretes. Dios odia el pecado; aflige Su corazón; no puede tolerarlo; Su perfecta santidad y justicia exigen que se ocupe de ello con juicio implacable. Pero aun así todavía ama a los pecadores y los busca con diligencia y les ofrece Su perdón amoroso.

El antiguo pueblo de Dios, Israel, siguió volviendo a sus pecados. “¿Qué haré a ti, Efraín? ¿Qué haré a ti, oh Judá? La piedad vuestra es como nube de la mañana, y como el rocío de la madrugada, que se desvanece” (Os. 6: 4). Pero Dios nunca dejó de amarlos. “Cuando Israel era joven lo amé, y de Egipto llamé a mi hijo” (Os. 11:1). “Con cuerdas humanas los atraje, con cuerdas de amor; y fui para ellos como los que alzan el yugo de sobre su cerviz, y puse delante de ellos la comida” (Os. 11: 4). “¿Cómo podré abandonarte, oh Efraín? ¿Te entregaré yo, Israel? ¿Cómo podré yo hacerte como Adma [1], o ponerte como a Zeboim [2]? Mi corazón se conmueve dentro de mí, se inflama toda mi compasión” (Os. 11:8). Y como nunca dejó de amarlos, nunca dejó de suplicarles: “Vuelve, oh Israel, a Jehová tu Dios; porque por tu pecado has caído” (Os. 14:1).

Necesitamos amar así. Necesitamos perdonar así. Necesitamos arrastrar las heridas enconadas que hemos estado albergando en nuestros corazones a la cruz de Cristo, donde un día depositamos nuestra propia carga de culpa y donde encontramos el perdón amoroso de Dios, y debemos dejarlas todas allí. Cuando perdonemos por completo, nuestras mentes se liberarán de la esclavitud del resentimiento que ha estado construyendo un muro entre nosotros, y seremos libres para crecer en nuestra relación con nuestra mujer, con nuestro marido.

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De la serie: MATRIMONIOS DE LA BIBLIA

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[1] Adma y  [2] ZeboimCiudades de la llanura que se rebelaron contra Quedorlaomer y sus aliados (Gn. 10:19; 14:2, 8). Más tarde, junto con Sodoma y Gomorra, fueron destruidas por su maldad (Dt. 29:22-23; Os. 11:8) cuando Dios envió la lluvia de fuego y de azufre sobre ellas.