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7. LA GARANTÍA Y EL TESTIMONIO DEL ESPÍRITU

Antes de estudiar esta lección lee 2 Corintios 1:22; 5:5; Efesios 1:14; Hebreos 10:15; Romanos 8:16; 1 Juan 5:10.

En la última lección consideramos la unción y el sello. En esta consideraremos las arras y el testimonio.

3. LAS ARRAS

Tal como encontramos tres pasajes en el Nuevo Testamento que hablan del sello, así veremos que sólo hay tres que nos hablan de las arras. Sería bueno volver a leerlos antes de seguir adelante. Son 2 Corintios 1:22; 5:5 y Efesios 1:14.

Notemos que en estos pasajes el sello está estrechamente vinculado con las arras, esto último relacionado a la herencia del creyente. El sello es lo primero que recibe el creyente, la herencia lo último (1 P 1:4) El Espíritu une a los dos.

¿Qué se debe entender por “las arras del Espíritu”? Según W.E. Vine, la voz “arrabon” (arras) se refiere a un depósito monetario hecho por un comprador, lo cual se pierde si la venta no es consumada. En uso general esta palabra llegó a significar una promesa o prenda o garantía en cualquier asunto. En griego “arrabona” es el anillo de compromiso matrimonial.

El anillo de compromiso es a la vez la garantía de un contrato y un anticipo de posesiones futuras. Tal como sucede entre jóvenes que se casan, así el que ama nuestras almas nos ha dado una prenda anticipando el día de bodas.

El siervo de Abraham dio a Rebeca, la prometida de Isaac, joyas y vestidos (Gn 24:53). José, príncipe en Egipto, envió un gran cargamento de cosas buenas a su padre Jacob (Gn 4:21-28). Los espías israelitas regresaron de Cades-barnea trayendo uvas de Escol (Nm 13:24,27).

Las joyas y vestidos dados a Rebeca eran las arras de lo que recibiría al ser mujer de Isaac. El cargamento que envió José era para el anciano Jacob las arras de lo que recibiría al llegar ante José en Egipto. Las uvas de Escol y otras frutas eran arras de lo que gozarían los israelitas siempre y cuando fueran obedientes al mandato de Dios y entraran a Canaán bajo su bandera.

Las arras, aunque menos en cantidad, no son diferentes en sustancia de aquello que anticipan. (El discípulo debe memorizar esta definición).

Es de importancia comprender la gran verdad de que las arras no solamente nos aseguran, por medio del Espíritu que mora en nosotros, el futuro glorioso que nos espera, sino que son positivamente un anticipo del mismo que nos permite saborear lo que nos espera.

Supongamos que un hombre compra unas ovejas y las entrega a su mano derecha para que las lleve a su fundo. Mételas en el corral”, le dice, “y córtales varios manojos del pasto tierno del campo que está atrás de la casa para que coman esta noche. Mañana las soltaremos en el campo”. ¿No describen estas palabras la situación nuestra? Nosotros somos las ovejas, compradas y encomendadas al cuidado del Espíritu quien nos conduce al hogar. En el futuro glorioso que esperamos seremos introducidos a un campo de delicados pastos, por decirlo así. Pero el Espíritu, como arras de nuestra herencia, nos permite desde ahora saborear estos pastos delicados. Nos brinda abundantes manojos para nuestro deleite presente.

4. EL TESTIMONIO

Muchos creyentes están confusos sobre este asunto. Para comprender lo que Dios nos quiere decir sobre esto debemos leer detenidamente y con oración Hebreos 10:15-18; Romanos 8:16 y 1 Juan 5:6-12. El estudiante se dará cuenta que hay dos preposiciones relacionadas al testimonio del Consolador. Testifica A nosotros y EN nosotros.

A. A Nosotros

1. Acerca del Perdón. “Porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados y nos atestigua lo mismo el Espíritu Santo; porque después de haber dicho: Este es el pacto que haré con ellos. . . añade: Y nunca más me acordaré de sus pecados y transgresiones” (He10:14,17).

Pensemos del Espíritu Santo como testigo. He aquí Uno mayor que Gabriel, mayor que toda la multitud de los ángeles, cuya palabra sobrepasa la de ellos en la medida que el Creador es mayor que la criatura. Si Él da testimonio, podemos recibirlo sin reserva. Pero, ¿cuál es el testimonio del Espíritu?

Cuando fue escrita la epístola a los Hebreos el gran sacrificio ya se había ofrecido. La sangre preciosa cuya eficacia propiciatoria jamás menguará ya había sido derramada. ¿No resultarán mejores cosas de este sacrificio que de los ofrecidos por los judíos anteriormente? ¿Sufrirán aun intranquilidad e incertidumbre y una carga en la conciencia los que se amparan bajo la sangre de Cristo? ¡Imposible! “Porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados y nos atestigua lo mismo el Espíritu Santo” (He10:14,15). ¡Perfectos! El pecado nunca más se enseñoreará de nosotros. Todo ha sido arreglado, la cuenta está saldada. Hemos sido librados de ella para siempre. Tal es el testimonio que hallamos en este pasaje. 

A continuación viene el testimonio claro y confirmativo del Espíritu Santo, un testimonio que se da en palabras maravillosamente comprensibles. Son de Jeremías 31:33-34 y se citan especialmente por razón de la frase final. ¿Cuáles son estas palabras? ¿Cuál es el testimonio de este testigo divino? Es este: “Y nunca más me acordaré de sus pecados y transgresiones”. ¿Acaso hubo testigo en algún juzgado terrenal que diera un testimonio tan claro y terminante como este?

2. Acerca de la Adopción. “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios” (Ro 8:16). 

Los que han recibido el perdón han sido hechos hijos de Dios, nacidos de Él. Habiendo puesto su fe en Cristo son reconocidos por Dios como hijos. En la magna carta de los privilegios del creyente el hecho de su adopción como hijo está plenamente asentado. ¿Debe saber esto el creyente? Seguramente que sí, y debe estar bien seguro de ello.

Al saber que es hijo de Dios el creyente siente afectos filiales en su nueva naturaleza hacia Dios su Padre. Pero no es solamente el testimonio de su espíritu renovado, sino que también el Espíritu Santo que mora en Él le confirma que es en verdad hijo de Dios. Antes de llegar a esta parte de la epístola a los Romanos no vemos al creyente en este parentesco. Le vemos como santo, como siervo, pero nada se ha dicho de Él como hijo. Ahora se anuncia lo que es y el Espíritu le ayuda a clamar diciendo: ¡Abba, Padre! Este es el testimonio del Espíritu en Romanos 8:16.

A pesar de lo mucho que sea contristado el Espíritu y que por ello tenga que dirigir la atención del creyente a sus faltas, las cuales debe confesar pues han sido causa de interrupción de la comunión con Dios, el Espíritu nunca hace que el creyente dude de la posibilidad de perdón como hijo de Dios. ¿Podrá el Espíritu hacernos dudar del valor de la sangre de Cristo? ¿Podrá desacreditar el testimonio que Él mismo da, y el parentesco del cual Él mismo es la prueba? ¡JAMÁS!

B. En nosotros. “El que cree en el Hijo de Dios tiene el testimonio en sí mismo” (1 Jn 5:10).

Aquí el Espíritu no nos atestigua que nuestros pecados nunca más serán recordados, ni da testimonio a nuestro espíritu que somos hijos de Dios. Aquí el testimonio es a la inmensa verdad que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en Su Hijo.

“Y tres son los que dan testimonio en la tierra; el Espíritu, el agua y la sangre; y estos tres concuerdan” (1 Jn 5:8). Tres testigos, pero un solo testimonio: Tenemos vida eterna. El que cree en el Hijo de Dios, tiene el testimonio en sí mismo. ¿Qué significan estas palabras? Ciertamente quieren decir que el Espíritu Santo mismo mora en el cuerpo del creyente. “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros?” (1 Co 6:19). Habiendo nacido otra vez y siendo lavados por la sangre preciosa de Cristo, el creyente es sellado con el Espíritu Santo de la promesa, y el Espíritu que así le es dado le atestigua que tiene vida eterna y que también son suyas las arras de la herencia que recibirá en un día venidero de gloria (Ef 1:13).

En 1 Juan 5: 6-12 encontramos algo muy interesante. El testimonio se refiere tanto a la Persona del Espíritu Santo como a aquello de lo cual testifica. En otras palabras, el Espíritu Santo ES el testimonio y DA testimonio. Su testimonio es que Dios nos ha dado vida eterna, la cual “tiene” todo aquel que cree en el Hijo. El Espíritu mora en nuestros corazones (1 Jn 5:10) y desde allí nos asegura que porque tenemos a Cristo, tenemos vida eterna; todo gracias a la obra del Salvador en la cruz.

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