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6. UNGIDOS Y SELLADOS POR EL ESPÍRITU

 Antes de leer esta lección lee 2 Corintios 1:21-22; Efesios 1:13-14; 4:30.

Ahora pasamos al estudio del gran ministerio del Espíritu con el creyente. En esta lección consideraremos la unción y el sello.

1. LA UNCIÓN

Como ya hemos mencionado este asunto (Lección 3, sección 3) sólo será necesario tratarlo aquí brevemente.

Vemos claramente en 2 Corintios 1:21 que esta unción es la porción de todo creyente y no sólo de unos cuantos que han alcanzado cierto grado de espiritualidad. La unción le pertenece a cada creyente. Si madurez espiritual fuera requisito indispensable para la unción, ciertamente no la tendrían los corintios carnales. Esta verdad se enfatiza en 1 Juan 2:20,27 donde vemos que aun los “hijitos” (personas recién convertidas) la gozan (1 Jn 2:18).

En 1 Juan 2:18-29 tenemos un gran peligro: maestros y doctrinas anticristianas; un gran porvenir: el regreso del Señor; y una gran provisiónla presencia y la unción del Espíritu Santo.

Esta unción nos permite “conocer todas las cosas” (1 Jn 2:20) y porque “permanece en nosotros” no tenemos necesidad de que nadie nos enseñe” (1 Jn 2:27). Pero, ¿qué significa esto? ¿Quiere decir que no necesitamos leer, estudiar o prestar atención a quienes nos enseñan las cosas de Dios? ¡Claro que no! Si así fuera vendríamos a ser orgullosos e indolentes, y los evangelistas, pastores y maestros enviados por Dios estarían de sobra.

Entonces, ¿qué significa? Es evidente que se refiere a la habilidad de discernir. El Espíritu provee, aun a los “hijitos”, una mente y un corazón que discierne entre la verdad y el error. El Señor dijo acerca de sus ovejas: “Mas al extraño no seguirán, sino huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños” (Jn 10:5).

Debemos añadir que esto exige de parte nuestra un espíritu dócil y sumiso pues es posible desechar la fe y la buena conciencia y naufragar en cuanto a la fe (1 Ti 1:19).

Cuando dice que el creyente “conoce todas las cosas” (1 Jn 2:27), se refiere a su capacidad para comprender toda la verdad de Dios. Cuando decimos que podemos ver todas las cosas, no decimos que todos los objetos que hay sobre la superficie de la tierra nos son visibles en ese momento. Damos a entender que podríamos ver cualquier cosa con tal que estuviera dentro del alcance de nuestra vista. Y es precisamente para poner verdades a nuestro alcance que el Espíritu usa a los maestros que Él ha capacitado (1 Co 12:7,8,28; Ef 4:11,12).

2. EL SELLO

El discípulo debe leer cuidadosamente los tres pasajes en el Nuevo Testamento que tratan este tema. Son 2 Corintios 1:22; Efesios 1:13-14, y Efesios 4:30. Estos versículos contienen tres grandes verdades. Vemos que el sello nos habla de seguridad, propiedad y de que la cosa sellada es secreta.

A. Seguridad. Un campesino compra unas ovejas. “Ahora”, dice él, “las voy a marcar con mis iniciales para que si se pierden por el monte las pueda yo identificar.”

Habiéndolas comprado, en seguida las marca. No las hace suyas por marcarlas, el dinero hizo eso. Las marca porque ya son suyas. Puedo ir al almacén y comprarme unas camisas. Al llegar a casa, escribo mis iniciales dentro del cuello de las mismas. ¿Por qué hago esto? ¿Para que sean mías? No, ya son mí propiedad porque las compré. Las marco para que se sepa que son mías en la lavandería o donde quiera que se hallen.

Así es con el creyente. Comprado con la sangre preciosa de Cristo, le pertenece a Dios y por eso Dios lo sella dándole el Espíritu Santo para que more en Él. Es así que somos “sellados con el Espíritu Santo de la promesa” (Ef 1:13).

En las Escrituras, la idea principal del sello es seguridad. El dueño sella lo que es suyo para asegurarlo. Una buena ilustración de esto se ve en los últimos versículos de Mateo 27.

Los sacerdotes y fariseos fueron ante el gobernador romano después de la muerte del Señor diciendo: “Señor, nos acordamos que aquel engañador dijo, viviendo aun: Después de tres días resucitaré. Manda, pues, que se asegure el sepulcro hasta el tercer día, no sea que vengan sus discípulos de noche, y lo hurten, y digan al pueblo: Resucitó de entre los muertos” (Mt 27:62-66).

Notemos con cuidado la respuesta de Pilato. Parece que ya estaba cansado de las tretas de estos hombres y que no se iba a molestar para complacerlos: “Ahí tenéis una guardia, id, aseguradlo como sabéis.”

Observamos cómo aseguraron el sepulcro para que ninguno robara el cuerpo del Señor: “Entonces fueron y aseguraron el sepulcro, sellándolo y poniendo la guardia” (Mt.27:66).

Con estas dos cosas pretendían dar absoluta seguridad al sepulcro: (1) sellándolo y (2) poniendo una guardia. De la misma manera Dios nos hace seguros: (1) sellándonos con su Espíritu y (2) poniéndonos guardia pues “no apartará de los justos sus ojos” (Job 36:7). Nos cuida de día y de noche.

¿Pudieron los sacerdotes y fariseos asegurar el sepulcro? No, porque un poder mayor que el suyo rompió el sello, alejó a los guardias y vació el sepulcro. ¿Puede algo semejante ocurrir a aquellos que Dios selló con el Espíritu Santo? ¡No, a Dios gracias! No hay poder externo en todo el universo que pueda romper Su sello o poner en peligro a quienes Él protege. Nos ha hecho lo más seguro posible. Nuestra seguridad contra cualquier enemigo o poder externo es absoluta. (Sin embargo, nosotros mismos podemos romper esa seguridad.)

Este significado del sello encuentra refuerzo en el caso de Darío cuando selló el foso donde fue echado Daniel (Dn  6:17) y con la carta de Asuero, sellada con su anillo y cuyo contenido no podía ser revocado (Est 8:8).

Otra ilustración se encuentra en Apocalipsis 7:1-3. Los 144,000 son sellados contra los juicios de la ira de Dios que Él derramará sobre la tierra. ¡El sello del Espíritu garantiza la eterna seguridad del cristiano contra un enemigo externo!

B. Propiedad. De un lado del sello de Dios se leen estas palabras: “Conoce el Señor a los que son suyos” (2 Ti 2:19). Él conoce a los que son Suyos pero quiere que los hombres también les conozcan. El sello, el Espíritu Santo, debe ser tan manifiesto en nuestras vidas que nadie dude que pertenecemos a Otro.

Hay una hermosa ilustración de esto en Jeremías 32. El profeta, que estaba preso, recibió instrucciones divinas de comprar un terreno que sería puesto en venta por un primo suyo. A su debido tiempo llegó el pariente e hizo su oferta. Jeremías pesó el dinero, escribió un documento y lo selló, haciéndolo ratificar con testigos. En el versículo 11 vemos que habían dos documentos: la carta sellada y la copia abierta.

Esto fue entregado a Baruc para poner en una vasija de barro para conservarla muchos días. Después vino la palabra profética diciendo: “Porque así ha dicho Jehová de los ejércitos, Dios de Israel: Aun se comprarán casas, heredades y viñas en esta tierra” (Jer 32:15).

El sello tenía relación con el pasado y el futuro. Al pasado, por el pago ya hecho. Al futuro, esperando la redención de la propiedad después de los 70 años de cautiverio. Mientras llegaba ese día el documento sellado era una constancia que ese terreno era propiedad privada.

Cuando Jeremías compró el terreno, tenía muy poco valor pues los  ejércitos de Babilonia se acercaban como invasores que diezmarían la población. Esa compra parecía insensata dadas las circunstancias imperantes. Pero Jeremías tenía la vista en el futuro, confiando en las promesas de Jehová tocante a la restauración. La propiedad que ahora valía muy poco, tendría gran valor entonces.

El Espíritu es el sello divino. Lo tenemos porque hemos sido comprados con precio, la sangre preciosa de Cristo (1 Co 6:19-20). Esto es con relación al pasado. Pero también es las arras (garantía) de nuestra herencia (Ef 1:14) y comprueba que seremos reclamados como posesión adquirida de Cristo en el glorioso día venidero. Esta es la mirada al futuro. Somos suyos, Él nos posee.

C. Secreto. Hay dos razones para sellar una carta o documento: para seguridad y para que su contenido sea secreto. No queremos que el contenido de nuestras cartas privadas está a la vista de los curiosos. El sello asegura que el contenido sea secreto. 

En tiempos de guerra hay cargamentos que van sellados y hay documentos que se describen como “órdenes selladas”. Hay envíos comerciales que se hacen en sobres lacrados. Hay depósitos afianzados. El contenido no es manifiesto hasta que llegue a su destino o se presente el dueño.

El libro con siete sellos en Apocalipsis 5 contenía información secreta. Lo mismo sucede con las voces de los siete truenos en Apocalipsis 10:4. Las profecías de Daniel debían permanecer selladas hasta el tiempo del fin. El pueblo de Dios ha sido sellado por Él, pero vendrá el día cuando el mundo se asombrará ante la manifestación de los hijos de Dios. No habrá secreto entonces. “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios, por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a Él. Amados, ahora somos hijos de Dios, y aun no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando Él se manifieste, seremos semejantes a Él, porque le veremos como Él es. Y todo aquel que tiene esta esperanza en Él, se purifica a sí mismo, así como Él es puro” (1 Jn 3:1-3).

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