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45. VOLUNTAD DOMINANTE—DESEO DE IMPONER TU VOLUNTAD

Sólo una voluntad puede dominar, sólo una puede tomar la decisión final. Bien sea la voluntad de Dios, nuestro Creador, Señor del cielo y de la tierra, la cual también se nos puede revelar por medio de la voluntad de nuestro prójimo, o la voluntad nuestra. No hay mayor caso de presuntuosidad que aquel en que una persona, que sólo es una criatura, trata de afirmar su voluntad contra la voluntad de su Creador. También es presuntuosidad pensar que nuestra voluntad, nuestras decisiones, nuestros puntos de vista, nuestro gusto, son mejores que los de nuestros semejantes. En realidad somos demasiado presuntuosos, si insistimos en que todo se haga a nuestro capricho. Así les decimos a quienes nos rodean que somos los que decidimos todo. El tratar de imponer la voluntad propia es expresión de orgullo, lo opuesto a la humildad, que es la que hace que rindamos nuestra voluntad a la de otros.

Es difícil vivir con la gente que se obstina en que se haga lo que quiere, esas personas arruinan la vida de comunidad. Por otra parte, las personas cuya voluntad está en concordancia con Dios y con el hombre son las que traen paz y gozo. Los que tratan de imponerse idolatran su propia voluntad. Se rebelan contra la voluntad de Dios, por tanto, se hacen culpables de hechicería. “Tanto peca el que se rebela contra él como el que practica la adivinación” (1 Samuel 15:23). Debemos tomar muy en serio el imponer la voluntad propia como un pecado. No sólo nos hace pecar continuamente contra nuestros semejantes, a los cuales atormentamos cuando insistimos en que se hagan las cosas según nuestra manera de pensar, sino que también nos separa de Dios. Cuando actuamos según nuestra propia voluntad, actuamos contra la voluntad de Dios. Aquí se incluyen los casos en que conocemos la voluntad de Dios por medio de otras personas.

La Sagrada Escritura dice que los que “desprecian el señorío” de otros están entre los hijos malditos de los últimos tiempos que serán sometidos a juicio (2 Pedro 2:10). Por esta razón debemos deshacernos de este pecado, sin importar el precio. Hay una pequeña palabra que nos ayudará a pelear contra el cáncer de imponer la voluntad propia, la cual produce mucha discordia y hasta arruina la comunión pacífica de muchos. Esta palabrita es "Sí". Cuando se contesta con esta palabra, ella tiene un poder maravilloso. Jesús la utilizó en Getsemaní, en un tiempo en que probablemente le costó más que nunca antes el rendir Su voluntad a la del Padre. Él venció la prueba con la entrega de su corazón: “Padre mío... pero que no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres Tú” (Mateo 26:39). Jesús dijo Sí a la voluntad de Dios cuando ésta era sumamente incomprensible para Él. Así nos redimió para que digamos Sí a la voluntad del Padre. Por fe podemos pedirle al Señor que nos dé esta capacidad.

Tengamos siempre en mente al Señor Jesús. Él se rindió como un cordero a la voluntad del Padre. Que la belleza de una voluntad completamente rendida a Dios cautive nuestros corazones y permita que nuestras oraciones lleguen a ser sinceras. “Imprime Tu imagen en mí, Jesús, Señor mío”. Cada vez que oremos así, el Señor contestará nuestras plegarias. Jesús no sólo se rindió a la voluntad de Su Padre, sino que también se dejó atar por nuestras malvadas voluntades, por eso Él puede liberarnos de las cadenas de nuestra propia voluntad. Por el hecho de que Él se sometió a ser un preso y entregó Su vida en la cruz, nuestras cadenas fueron rotas. Día tras día debemos reclamar en oración que se cumplan en nosotros las promesas de Dios: “¡El hizo pedazos puertas de bronce! ¡El hizo pedazos barras de hierro!” (Salmos 107:16). Si nuestra propia voluntad es como hierro y pensamos que nunca podremos dominarla, debemos apoyarnos en este hecho: Cuando Jesús rindió Su voluntad, nos redimió para que hagamos lo mismo que Él. No debemos rendirnos sino mantenernos peleando la batalla de la fe. Al fin vendrá la victoria.

Debemos rendir nuestra voluntad a Dios muchas veces en un mismo día, comenzando todas las mañanas con la meta de fe de que diremos “Sí” cuando alguien tiene otro deseo que el mío, a menos que se nos demande algo que vaya contra nuestras conciencias. Al decidir obedecer la voluntad de alguna persona con quien vivimos o trabajamos, aprenderemos a romper nuestro propio capricho por medio de las instrucciones recibidas. Debemos dar gracias a Dios por todas las oportunidades que vienen en que nuestras voluntades sean frustradas a través de relaciones y situaciones. Y cuando aparezca la primera reacción de desagrado o rebelión, siempre debemos humillarnos y pedir perdón por ello. Si admitimos nuestro pecado de voluntad propia ante las personas y nos humillamos por ello, nuestro orgullo será quebrantado. Si aprendemos a unirnos al Cordero de Dios y decimos: “Padre mío...no sea como yo quiero, sino como Tú”, nuestra voluntad no será alimentada y morirá de hambre. De este modo, nuestra voluntad llegará a concordar con la de Dios y esta unificación nos producirá profundo gozo.

La Batalla contra el pecado es una profunda necesidad porque tenemos un enemigo que nos incita a hacerlo. La batalla de la fe, que consiste en invocar el nombre de Jesús y el poder de Su sangre, nos libra del poder del enemigo.

Señor Jesús, líbrame de mi propia voluntad que me esclaviza. Rompe las cadenas de mi ego. Tú llevaste estas cadenas y rendiste Tu voluntad a la del Padre, en el camino de Tus sufrimientos. Creo que me redimiste y pusiste mi propia voluntad debajo de tus pies, para que ya no reine en mí.

En conmemoración de lo mucho que te costó rendir Tu voluntad en el huerto de Getsemaní, permite que lo siguiente sea mi respuesta: “¡No sea como yo quiero, sino como Tú!”. Crucifica mi voluntad cuantas veces sea necesario, quítale el poder y la tenacidad que usualmente tiene para afirmarse. Permíteme oír la voluntad de Dios, de tal modo que yo pueda ser como una blanda pluma en sus manos, que Él pueda soplarla y dirigirla con Su voluntad, para la gloria de Tu redención, que me liberó de la esclavitud de mi propia voluntad.