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42. RIDICULIZAR—LA BURLA

¡Cuán prontamente tratamos de mirar a la burla y al ridículo como algo divertido e inocuo! Sin embargo, debemos reconocer que el ridiculizar a otros es pecado. En contraste con muchos otros, algunas veces tiene buena apariencia. En fiestas y otras reuniones, el ridiculizar a otros crea una atmósfera de “humor”; no nos cuesta nada, hace que la gente se divierta y nos ayuda a ganar amigos.

Pero el espíritu de ridiculizar (que no debe confundirse con el don divino del humor) procede del diablo. Eso lo vemos cuando pensamos cómo fue coronado Jesús con una corona de espinas. En ese caso se desató el infierno; bramó contra su Creador. El ridículo, que a menudo hiere tan profundamente, brota del infierno. Y lo que proceda del infierno y lo que sembremos, nos hará cosechar el castigo del infierno. De modo que si tenemos la tendencia a ridiculizar a otros, es importante comprender claramente que es un pecado serio que nos traerá juicio. La segunda epístola de San Pedro enumera a los “burladores” como hombres anticristianos que aparecerán en los últimos tiempos (2 Pedro 3:3).

Las Sagradas Escrituras nos dicen más acerca de la perversidad de la burla. “La intención del necio es el pecado ¡no hay quien soporte al insolente!”(Proverbios 24:9). El primer Salmo comienza así: “Feliz el hombre que no sigue el consejo de los malvados...ni hace causa común con los que se burlan de Dios” (1:1). En Proverbios 21:24 está escrito: “Pedante, orgulloso e insolente se le llama al que actúa con demasiada pedantería”. La burla y el ridículo tienen una raíz: el orgullo.

Las maldiciones, los insultos y la burla que salen de la boca de los soberbios son como veneno del infierno; de la misma forma que la bendición y el amor humilde de los unos para con los otros es lo que hace que el cielo sea cielo. Y el que quiera entrar en la gloria celestial debe librarse del veneno de ridiculizar a otros, cueste lo que cueste.

De modo que para ver claramente este pecado y su causa y luchar contra él, tenemos que comprender cuán perverso es nuestro orgullo cuando pone en práctica este pecado.

¿Por qué ridiculizaron a Jesús los adherentes de los fariseos? Porque se rebelaron contra el tener al Hijo de Dios como su Señor. Como no tenían verdadero poder para luchar contra Él, se valieron de la burla y la injuria. Como realmente no poseían armas para atacar al Santo de Dios, lo humillaron con el ridículo.

Nosotros hacemos lo mismo cuando envidiamos a ciertas personas, o cuando las odiamos: somos ásperos hacia ellas. Nos rebelamos utilizando tácticas bajas y sucias de las cuales nadie puede defenderse. Amontonamos comentarios ridículos sobre ellas. Con sólo una breve observación rencorosa, con cierta fina ironía que utilizamos respecto a una tercera persona, arruinamos su reputación. Y sabemos que nuestro prestigio frecuentemente vale más que nuestras vidas. De modo que tenemos que comprender que podemos matar a una persona por medio de la burla, el ridículo y la ironía.

Algún día descubriremos cuánto daño hemos causado. Veremos las heridas que les causamos a otros por ridiculizarlos y las cicatrices que llevaron durante toda la vida. El ridículo y la burla son del diablo y constituyen una característica de las personas inspiradas por Satanás en los últimos tiempos. Si persistimos en ridiculizar a otros, caeremos en las manos de Satanás y el juicio se ensañará en nosotros en el otro mundo.

Por eso, a toda costa tenemos que ser libres del pecado de la burla. ¿Pero cómo? La primera cosa importante que tenemos que hacer es permitir que la luz de Dios nos muestre que estas tácticas bajas y solapadas provienen del infierno, aunque el enemigo hace que este

pecado parezca inofensivo. Además, nos ayudará mucho el hecho de meditar en Jesús cuando fue coronado de espinas. Luego, en vez de burlarnos, nos llenaremos de vergüenza por lo que le hemos hecho al Rey de reyes a través del ridículo. El que continúe viviendo en este pecado, sin odiarlo, ni pelear contra él la batalla de la fe, se une a las filas de los que se oponen a Jesús.

En cada caso debemos pedir que el Espíritu de verdad nos haga ver por qué reaccionamos tan rápidamente con comentarios irónicos hacia ciertas personas. Luego tenemos que comprender cuál es la mala raíz que eso tiene en nuestros corazones: tal vez la envidia, el celo o la amargura. La ironía es a menudo arma de venganza que utilizamos maliciosamente, por cuanto somos cobardes para decir algo en frente de la otra persona, o para conversar con ella.

Pero la Escritura dice: “Arrepiéntase”, de la envidia, de la amargura o de cualquier otra raíz que este pecado pueda tener. Y la tristeza santa que le pidamos al Señor por este pecado nos conducirá a los brazos de Jesús. Él nos rescatará de este pecado que nos ata a Satanás, porque Jesús vino “para deshacer lo hecho por el diablo” (1Juan 3:8), y a establecer el reino de amor en el cual nadie ridiculizará ni se burlará de nadie. Ahí está Jesús ante nosotros como el Señor coronado de espinas, como el Cordero de Dios. Un cordero no ridiculiza a nadie, sino que es ridiculizado. Fuimos redimidos para llevar su imagen del Cordero. Como seguidores de Jesús, debemos estar dispuestos para ser sometidos al ridículo, a la burla y a la deshonra por su causa; porque “ningún criado es más que su amo” (Juan 13:16). Así perderemos el deseo de ridiculizar a otros y, en vez de ello, bendeciremos a nuestros enemigos.

Detrás de este pecado está Satanás y él está dispuesto a luchar. ¿Estamos nosotros también listos? Si es así, Jesús estará a nuestro lado y Él siempre sale Vencedor.