De vez en cuando nos damos cuenta de que inesperadamente nos sentimos reprimidos sin saber por qué. Los que nos rodean dicen: “Estás de mal humor hoy, ¿qué le ocurre?”
Usualmente nos pasa que no podemos salir bien librados de una experiencia desagradable y entonces la reprimimos en nuestro subconsciente. Pero todo lo que está en el subconsciente, de lo que no estamos conscientes, a lo cual no queremos enfrentarnos, está en la oscuridad. Y Satanás tiene poder sobre esta oscuridad. Él es el señor del reino de las tinieblas y si nos sometemos a su poder, también llegaremos a estar en tinieblas con él.
Tal vez haya dos médicos en un pueblo. Uno tiene pocos pacientes, el otro tiene más de los que puede atender. Cada vez que el primero oye todo lo que el otro tiene que hacer, se deprime y se enfada. Toda su familia sufre por este motivo. Un amigo que observa atentamente, comprende de inmediato lo sucedido: “Él no puede salir adelante por esta humillación”. Pero aunque es muy extraño, el que sufre la humillación no está enterado de la razón que está detrás de su mal temperamento. Él se persuade a sí mismo de que debe atender todos los casos difíciles los que requieren más tiempo y conocimiento. De este modo, no reconoce la raíz de su mal humor y su hosca actitud con su colega.
Tal vez dos muchachas están sentadas juntas. Se acerca un joven y una de ellas debe permanecer de pie observando la conversación entre él y su amiga. Este joven no le presta la más mínima atención a la que está de pie. Posteriormente en la casa, la madre de esta última se sorprende de lo malhumorada que está su hija. ¡Qué molesta puede estar! Para ella, todo es insoportable; no está dispuesta a hacer nada. El motivo de esta actitud está en la experiencia anterior. Ella no acepta el hecho de no ser tan popular como su amiga.
Usualmente entre nosotros, así como el médico y la muchacha, tenemos la tendencia a reprimir las humillaciones, por ejemplo, cuando otros nos pasan por alto. Como resultado, nunca iniciamos nuestra lucha contra el orgullo y el deseo de que se nos preste atención, pecados que estas experiencias ponen al frente. No queremos enfrentar la situación diciéndonos a nosotros mismos: “El hecho de que estoy deprimido y de mal humor, de que me rebelo contra otros, tal vez con palabras malas y airadas, se debe a que no pude salir avante de esta humillación. Soy orgulloso, celoso, envidioso. Esta es la razón por la cual no puedo librarme de esta situación”. Si admitimos esto, hallaremos ayuda. Entonces podremos luchar contra el orgullo y la envidia. Podremos entrar en la batalla de oración y fe, pedirle a Dios que nos fortalezca con un desprecio contra el pecado del orgullo y entonces reclamar que la sangre del Cordero nos haga libres.
Pero eso no es posible mientras continuemos reprimiendo cosas, por cuanto no queremos sacar a la luz el pecado del orgullo. En última instancia, lo que no queremos es que Dios comience a obrar contra este pecado, nos juzgue y nos discipline. Pero este “orgullo oculto” es lo más peligroso que existe en nuestra vida espiritual y emocional. No podemos darnos el lujo de mantener este orgullo. Si reprimimos algo desagradable o difícil, tendremos que soportar las consecuencias. Este orgullo causa tan altas pérdidas que muchas personas, especialmente cristianas, llegan a estar deprimidas y melancólicas y aún deben ser internadas en instituciones mentales. Si investigas sobre esto descubrirás que el 80 % de los casos de melancolía son causados por este orgullo oculto, el cual las personas siempre reprimen hacia su subconsciente y nunca lo exponen a la luz.
De modo que estos cristianos, que no quieren enfrentarse a la envidia y al orgullo, no quieren admitir que tienen el deseo de recibir atención, tendrán que cosechar el infortunio, la desesperación y aún la enfermedad mental aquí en la tierra. Pero si las consecuencias de no admitir nuestros pecados son tan grandes aquí en la tierra, ¡cuánto más grandes serán en la eternidad! ¡Qué juicios severos esperan a los cristianos que tienen orgullo escondido! De modo que aquí en la tierra debemos manifestar este pecado si no queremos que el fuego santo de Dios nos exponga y juzgue en el otro mundo.
De modo que tenemos que admitir que nos vendemos a Satanás cada vez que nuestro orgullo no soporta el cumplir con un papel secundario al lado de otra persona y no sacamos a la luz este pecado. Pero si admitimos la verdad, eso nos liberará. Cuando llevamos lo reprimido a la luz, Jesucristo, la Luz, estará presente, pondrá paz y gozo en nuestro corazón y nos redimirá de las consecuencias de nuestro pecado. Él nos guardará de la melancolía y de sus consecuencias, hasta las enfermedades mentales.
Esta es una situación en la que debemos tomar una decisión: O suprimimos las cosas y terminamos con vidas frustradas, tal vez en alguna institución mental, o admitimos nuestro pecado de orgullo y envidia y terminamos en luz y gozo. Entonces nuestras vidas se llenarán de poder y nuestras actividades serán bendición para otros. En vez de estar melancólicos, luciremos radiantes con el gozo de Jesús. Como debemos escoger qué hacer y las consecuencias de esta elección tendrán resultados eternos, es necesario traer a la luz todo aquello que preferiríamos ocultar.
El primer paso hacia la redención de esta situación está en reconocer por qué nos encontramos malhumorados. Debemos pensar en todo lo ocurrido recientemente, y en el modo como reaccionamos. Luego debemos quebrantar nuestro pacto con los pecados del orgullo y la envidia, lo cual se hace dejando de suprimirlos, admitiendo que los hemos cometido, desenmascarándolos, confesándolos al que nos aconseja o a otra persona que puede oírlo, si esa confesión nos humilla. Luego invoquemos a Jesucristo para que su sangre nos libere. Si le presentamos nuestro orgullo y aceptamos que Él nos discipline y nos humille, seremos transformados. Experimentaremos la liberación, ya no estaremos más malhumorados ni indispuestos; ya no estaremos desesperados, ni emocionalmente enfermos, las humillaciones siempre son penosas, pero serán fáciles de sobrellevar cuando comencemos a agradecer a Dios por ellas.
Dios nos hace un gran servicio por medio de su obra de disciplina, nos redime de nuestro orgullo escondido, el cual arruina nuestras vidas y las hace infelices. Él anhela darnos vidas gozosas y satisfechas.
Solo cuando yo vea mi pecado como insoportable y comience a detestarlo, usaré el bisturí para cortar el crecimiento canceroso del pecado. Sólo entonces comenzará a florecer algo nuevo en mi vida.