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39. PRESUNCIÓN—LA VANIDAD

¡Una persona presumida¡ ¡Estas palabras no son lo que podríamos llamar un cumplido¡ ¡No obstante, la meta suprema de una persona presumida es ser elogiada¡ Externamente trata de tener una apariencia atractiva y usa ropas llamativas. Internamente se esfuerza por presentar una personalidad agradable. Su motivo básico es tener buena apariencia en público, alcanzar respeto y afecto. La persona presumida es fuertemente atraída por el espejo, se mira constantemente y se regocija al verse. En sentido figurado también mira todas sus reacciones, actividades y conversaciones en un espejo y se agrada de ellas. El envanecido y presumido olvida sin embargo, que hay otro espejo, el ojo de Dios, que nos muestra la verdad respecto a nosotros mismos, es decir, lo que hay realmente tras la fachada. Es entonces cuando vemos cuán “vano” es realmente todo, cuán pasajero y perecedero. Pero si eludimos el espejo de Dios, nos engañamos a nosotros mismos con el espejo de los ojos humanos, el cual miramos todo el tiempo y le preguntamos: ¿Cómo reaccionan los demás hacia nosotros? ¿Tenemos buena apariencia? ¿Somos populares? Luego nuestra vanidad y autocomplacencia continúan creciendo, pero al final nos hace infelices. Porque mientras más se fortalece, comienza a tiranizarnos. Ya no podemos actuar sin reflejar cómo reaccionarán los demás. Hacemos que quienes nos rodean se sientan incómodos porque al menos inconscientemente comprenden las demandas de nuestro ego, nuestra vanidad.

La vanidad coloca al ego sobre el trono. Idolatra al ego y esa es la razón por la cual constituye un gran pecado. Todo ídolo toma el lugar que le corresponde a Dios en nuestras vidas. Por esa razón, el mismo veredicto que Dios pronunció contra la adoración de ídolos nos afecta a nosotros. Porque no podemos servirle a Dios y a nuestro yo como ídolo. Queremos que los demás le quemen incienso a nuestro ego. Nuestra presunción pretende que los demás admiren nuestra apariencia, inteligencia, talentos, capacidades y que les rindan honores. En algunos casos se combina con la propensión a las riquezas del mundo. Es entonces cuando gastamos grandes sumas de dinero en vestuario y otras cosas que puedan ayudarnos a ganar la admiración de otros.

Pero sobre todo, la vanidad y la autocomplacencia, y el deseo desmedido de complacer a nuestros semejantes nos hace insensibles a lo más importante para nuestra vida aquí y en la eternidad: el agradar a Dios. Nadie agradará a Dios presentando una apariencia atractiva o exhibiendo sus talentos y habilidades. Solamente los que no quieren ser algo a los ojos de los hombres, recibirán la aprobación de Dios. Este es el punto al cual debemos llegar. Sería terrible perder la complacencia de Dios por estar buscando la de los hombres. Entonces nos alejamos de Jesús. Por esa razón debemos convertirnos completamente.

El primer paso para deshacernos de este pecado consiste en reconocer honestamente que somos vanidosos y presumidos. Si permitimos que la luz de Dios nos lo demuestre, sólo podemos decir: “¿Cómo pude llegar a ser presumido? Mis pecados son muy horribles. Aún si en realidad fuera especialmente atractivo o dotado, ¿qué significa esto ante los ojos de Dios, quien sabe lo que realmente hay en mi corazón? Debo avergonzarme por estar tan lejos de Dios, por cuanto me he complacido con mi pobre y horrible ser”. Tenemos que pedirle a Dios “colirio” (Apocalipsis 3:18). ¿Qué significa eso? Significa que debemos pedir a Dios y a otras personas que nos digan cómo somos realmente, sin compadecerse de nuestros sentimientos. Eso nos dolerá, pero nos ayudará a ver la verdad con respecto a nosotros mismos. También debemos pedirle al Señor: “Líbrame de oír cualquier alabanza respecto a mí mismo, y saca a la luz tanto de mi pecado como sea posible, de tal modo que lo vea claramente. Entonces me avergonzaré y perderé mi presunción. Sí, aún debo decirles a otros lo que realmente soy, para sentirme humillado y para aprender a no vivir del favor de ellos, sino del perdón y la misericordia de Dios”.

Otro paso para ser libres de la vanidad consiste en revelar nuestros pensamientos presuntuosos, confesárselos a otra persona. Si queremos recibir la gracia de Dios, debemos estar libres de la presunción y la vanidad, pues la gracia sólo se da a los pecadores humildes y contritos que no se complacen consigo mismos. Pero si continuamos admirando nuestras supuestas cualidades en el espejo y permitimos que nuestra mano izquierda vea lo que hace nuestra diestra, ya tenemos nuestra recompensa (Mateo 6:1 y siguientes).

Hubo Uno que no halló complacencia en sí mismo y Él fue el único que mereció hallarla: Jesús (Romanos 15:3). Y en Él somos justos, esto es, se nos ha declarado justos de todo pecado, incluyendo la vanidad y la presunción. Esa es la razón por la cual debemos alabarlo con fe diciendo: “Jesús, Tú nos liberarás de este pecado. Nos harás nuevos, nos cambiarás a tu imagen que está libre de toda vanidad y presuntuosidad. Tú transformarás nuestros corazones de tal modo que ya no busquemos agradar a los hombres, sino sólo a Ti y al Padre”.